“Me preocupa más la crisis de la humanidad que la de las humanidades”

Rosario Carrillo Donaire | Filóloga Clásica

Tras años residiendo y enseñando en Atenas, hoy es profesora de latín y griego en un instituto de Dos Hermanas. Esta es una conversación sobre la vocación, Grecia, el destino y los clásicos

Rosario Carrillo, durante la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

El primer contacto telefónico es de una gélida corrección. Rosario Carrillo Donaire (Granada, 1971) usa el usted como una trinchera, pero ya cara a cara se muestra con una mezcla de amistad y ausencia. A veces, da la sensación de que está en otra parte, quizás en algún rincón de esa Atenas donde ha vivido quince años enseñando en diferentes centros, entre ellos el Instituto Cervantes. No se esconde, contesta generosamente las cuestiones que se le van planteando, sin calcular, sin querer gustar. En principio, con esta profesora del Instituto Nuestra Señora de Valme queríamos hablar de la crisis de las lenguas clásicas en la enseñanza media, pero la entrevista termina convirtiéndose en una charla sobre la vocación y las motivaciones personales, Grecia, el sentido de los clásicos, Virgilio, el destino... De alma griega y pasaporte español, Rosario Carrillo es más Ulises que Penélope. Al final del encuentro le decimos que la entrevista saldrá publicada el domingo. “No sé si la veré –nos comenta– me voy mañana a Atenas”, y en su cara se dibuja una sonrisa esperanzada.

–Su padre, Juan Antonio Carrillo Salcedo, fue uno de los grandes juristas que ha dado Sevilla. ¿Qué le aportó a usted personalmente?

–Todo, Cuando murió, en enero de 2013, fue como si me hubieran metido una aguja en la espalda y me hubiesen sacado la médula. Lo sentí físicamente y en el alma. Mi padre fue la piedra angular de mi vida... y lo sigue siendo: como buena lectora de Virgilio creo en la comunicación con los muertos.... Aunque no sé si esto es demasiado fuerte para los lectores...

–No creo, siga.

–Quiero decir que mi padre es una presencia permanente.

–Sin embargo, usted no se dedicó al Derecho Internacional, sino a la Filología Clásica y a la enseñanza de español para extranjeros.

–Jamás quise estudiar Derecho, aunque no me hubiese importado dedicarme a la diplomacia. De mis padres (incluyo también a mi madre), mis hermanos y yo hemos aprendido el amor al estudio y la libertad. Estudié Clásicas haciendo uso de esas dos enseñanzas.

–Al igual que su padre, usted ha estado muy sensibilizada con todo lo relacionado con los derechos humanos.

–Recuerdo que, recién empezada la carrera, fui al local de Amnistía Internacional, que estaba en la calle Sánchez Bedoya, y me afilié. Cuando volví a ver a mi padre le reproché que nunca me hubiese hablado de esa ONG. Él me contestó que no lo hizo para evitar influirme en mis decisiones... Era muy respetuoso con nosotros.

–¿Y en la Universidad de Sevilla, qué maestros le marcaron?

–En general no tengo muy buenos recuerdos. Si he de destacar a alguien diría las que me dieron literatura griega y latina, respectivamente, Mercedes Vílchez y Ana Pérez Vega, que sigue siendo una latinista muy importante y ha publicado recientemente el libro Diálogos con Catulo. No me marcaron, pero me inspiraron. Sin embargo, otros profesores se empeñaron en la instrucción.

Cuando me preguntan si sueño en griego, digo que siento en griego. Mi manera de expresarme es griega

–Recientemente ha salido un libro llamado ‘Un verano con Homero’...

–Algo de eso he oído, ¿lo ha leído?

–Estoy en ello.

–¿Y qué tal es?

–A veces sonrojante y a veces estimulante. Si quisiéramos ser crueles diríamos que es un libro de autoayuda basado en la Ilíada y la Odisea... Ya sabe: Homero ayuda a ser feliz. ¿Comparte esa idea?

–No. Los clásicos como Homero nos plantean cuestiones bastante acuciantes, pero no contienen en sí las claves de la felicidad, que es algo que cada uno tiene que construir por su cuenta. La Antigüedad tiene un halo de prestigio y siempre parece que te va a aportar algo bueno, pero no tiene por qué. Me llama la atención que libros así puedan llegar a ser best-sellers. Ahí está también La lengua de los dioses: nueve razones para amar el griego, de Andrea Marcolongo..., con un planteamiento valiente y lleno de ideas brillantes que intenta hacer del aprendizaje de las lenguas clásicas algo atractivo.

–Antes citaba a Virgilio. ¿Su lectura no le produce felicidad?

–Pero es una felicidad muy intelectual, es una constructo, no una felicidad vital... A lo mejor estoy tirando piedras en mi tejado. Hay algo de los clásicos de todas los lugares que no me gusta: la tendencia a creer que tienen la clave de lo mejor. Es un concepto muy griego, la aristos (los mejores), pero no va conmigo. En todos los años que he vivido en Grecia me ha molestado la utilización que hacen los extremistas de su pasado clásico, de sentirse mejores por pertenecer a la patria de Homero, cuando éste bien podría haber sido sirio, como Luciano. Es una aristomanía absurda.

–¿Cuál es el héroe griego que mejor representa al ciudadano actual?

–No sé, yo tengo querencia por personajes mitológicos del sufrimiento: Sísifo, Atlas... En cualquier caso sería uno muy relacionado con la hibris, la soberbia y la miseria.

–¿Aquiles?

-Sí, o Heracles, que también tiene ese lado humano terrible. No sé, estas cosas es mejor que las diga Mary Beard u otras personas que conocen bien lo clásico. Yo le puedo contestar sólo de una manera más personal.

–Adelante, conteste de una manera personal.

–Sísifo me sigue pareciendo el héroe de la modernidad... Por supuesto pienso en El mito de Sísifo, de Albert Camus.

No tenemos un bachillerato que fomente la lectura de clásicos como Virgilio

–¿Estuvo mucho tiempo viviendo en Grecia?

–Quince años.

–¿Por qué decidió irse allí?

–Por amor a Grecia y a lo griego. Nunca he tenido buena relación con Sevilla y siempre he querido irme. Sabía de antemano que Grecia era mi lugar en el mundo. Fue algo muy natural, aunque implicó una violencia, porque tuve que dejar un trabajo y una vida, pero de alguna manera fue algo oracular. Sabía que tenía que ir allí. Vivo más plenamente en Atenas que aquí.

–¿Encontró lo que buscaba?

–Sí, completamente. Viajé y estudié mucho. Cuando me preguntan si sueño en griego, contesto que siento en griego. Mi manera de expresarme es griega.

–Sólo he estado una vez en Atenas, pero me recordó a Sevilla, no por los edificios, sino por una cierta manera de vivir, por su culto al velador y a la sociabilidad callejera.

–La propia Marguerite Yourcenar, en un pequeño ensayo de su maravilloso libro El tiempo, gran escultor, compara a Sevilla con Atenas: la temperatura, el olor a azahar... me parece muy certero. Pero Atenas tiene mar y monte, que son dos cosas de las que carece Sevilla. Subes a la Acróplis y ves Salamina.

En el mundo hay 71 millones de odiseos que no van a poder volver a una Ítaca intacta”

–Se fue, hizo su guerra y decidió regresar... ¿es Sevilla su Ítaca?

–No, hace tiempo que descubrí que mi Ítaca, como la de Cavafis, es un territorio interior. He vuelto obligada por las circunstancias, por las cosas que morían y nacían. También, y esto es muy virgiliano, he vuelto dando cumplimiento a mi deber y mi destino; por una especie de fatum que uno no conoce hasta que lo va viviendo. Ahora me da igual el lugar donde esté... Entre otras cosas porque hoy la tecnología nos permite vivir muy conectados.

–Ha vuelto a salir Virgilio.

–Quizás porque acabo de publicar un trabajo sobre una lectura colaborativa de la Eneida que he realizado con mis alumnos del Instituto Virgen de Valme, en Dos Hermanas. Ha sido una experiencia muy bonita y a los chavales les ha gustado. No tenemos un bachillerato que propicie la lectura de los clásicos como Virgilio

–Las descripciones de las labores agrarias de Virgilio en ‘Las Geórgicas’ son impresionantes

–El libro cuarto es una maravilla, esa minuciosidad, esa atención a la belleza...

–Es un manual de cómo se debe relacionar el hombre con la naturaleza. La clave está en el conocimiento y el respeto.

–Eso sí da felicidad y Virgilio lo sabía.

–Asignaturas como el Latín y el Griego no viven sus mejores momentos.

-No se crea. Hace un rato estaba hablando con el profesor Antonio Chávez y me comentaba que, aquí en la Universidad de Sevilla, tienen dos grupos de Griego de primero, lo cual es inaudito. Hay que evitar ese discurso tremendista, más propio de los ochenta, que dice que va a desaparecer la Filología Clásica. Lo que está pasando con estas materias es que se están diluyendo de manera natural en otras carreras, como el Grado de Humanidades en la Olavide, donde está Juan Fernández Valverde, un magnífico profesor.

–Pero en Secundaria y Bachillerato se han reducido el número de clases.

–Ahí sí. De los ciento treinta institutos que más o menos hay en la provincia de Sevilla, en unos treinta se ha suprimido la enseñanza del griego clásico, y la del latín se intenta mezclar con la cultura y la literatura clásica. Pero no es una tragedia. Lo importante es que demos a nuestros alumnos una visión compleja, de mosaico, de la Antigüedad. Lo que me parece mal es que después de dos años estudiando latín, por ejemplo, un estudiante sólo haya conocido La Guerra de las Galias de César.

–¿Tampoco comparte la idea de que las humanidades están en crisis?

–Como dice Antonio Ruiz de Elvira, las humanidades se defienden solas. Muchísimo más me preocupa la crisis de la humanidad que la de las humanidades. Por ejemplo: el hecho de que esté tanta gente muriendo en el Mediterráneo.

Nos quejamos de que los estudiantes están todo el día viendo Instagram, pero los profesores somos igual

–Durante la época que vivió en Grecia le cogió de lleno la crisis.

–Totalmente. Hay que decir en favor de los griegos que, aunque tengan un partido extremista como Amanecer Dorado (que todo indica que saldrá del parlamento en las próximas elecciones), pocos son tan hospitalarios y acogedores como ellos. Recuerde cómo la gente abrió sus casas en la isla de Lesbos. En los años noventa, después de la Guerra de los Balcanes, acogieron de forma natural a más de un millón de personas de la zona sin que fuese una catástrofe.

–Esa obligación de la hospitalidad también aparece en los clásicos homéricos.

–Absolutamente, es como si Zeus, dios de los que necesitan hospitalidad, siguiese velando por ellos.

–Lo ocurrido en el Mediterráneo oriental fue un auténtico desastre.

–Si yo volviese a tener un grupo nutrido de Griego en Bachillerato les haría una versión de la Odisea sin posibilidad de retorno. Ulises no puede volver a Ítaca, y si volviese se encontraría un montón de ruinas, toda su vida destrozada. En el mundo hay más de 71 millones de odiseos que no van a poder volver a una Ítaca intacta.

–Ahora, los profesores de instituto se quejan mucho de los estudiantes.

–Dicen que están todo el día con el móvil metidos en Instagram, pero los docentes somos igual. Si mira usted el historial de navegación del ordenador de la sala de profesores todo son visitas a Amazon, el Marca, El Mundo Today... ninguna a la Enciclopedia de Oxford. A mí me gustaría ver a más profesores estudiando con gusto. Yo, de hecho, admiro a los alumnos, porque tienen que aguantar seis horas diarias con una metodología del siglo XIX.

–Fue profesora del Instituto Cervantes de Atenas. ¿Qué tal la experiencia?

–Muy bien. Los griegos tienen más sensibilidad que nosotros hacia el español de Hispanoamérica. Son más receptivos, más respetuosos con la lengua que se habla en México, Chile, Uruguay... Sobre todo porque tienen muchos emigrantes allí. Para mí fue una lección, porque los españoles creemos que el idioma sólo nos pertenece a nosotros. También trabajé en una universidad norteamericana, donde no aprendí nada, y en el Instituto Francés, donde supe que los franceses son muy franceses.

– ¿Y Sevilla? Antes comentó que no le gustaba demasiado.

–Sevilla es una ciudad cómoda, grata, pero con la que no termino de entrar en combustión. Es algo que siento mucho, porque es la ciudad de mis padres, de mis ancestros. Probablemente es un defecto mío. Sin embargo, llego al aeropuerto de Atenas, huelo a tomillo...

–Eso de odiar Sevilla es muy sevillano.

–Me gusta que lo vea así y no como un defecto.

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