“Antes que en Italia, se produjo un renacimiento en Al Andalus”

José Antonio Antón Pacheco | Profesor de Filosofía

Profundo conocedor de la filosofía y la espiritualidad orientales, este docente de la Universidad de Sevilla ha convertido el pensamiento en una aventura personal

José Antonio Antón Pacheco.
José Antonio Antón Pacheco. / Juan Carlos Muñoz

José Antonio Antón Pacheco (Larache, Marruecos, 1952) tiene ese aspecto de profesor chiflado que obliga el canon de los profesores de filosofía. Sin embargo, viste con cierta coquetería: bonitos zapatos ingleses de ante, calcetines de rayas, americana de tweed... No hay que estar mucho tiempo charlando con este profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Sevilla para saber que su relación con el pensamiento y la espiritualidad no es meramente académica sino, como él dice, “vivencial”. Su pensamiento bebe de fuentes tan diversas como la filosofía griega, el sufismo o el mundo iranio. Antón Pacheco ha dedicado buena parte de su vida a tender puentes entre las filosofías occidental y oriental, con especial atención a la hermenéutica espiritual y a pensadores como Swedenborg, Guénon, Massignon y Corbin. Es cofundador de la Sociedad Española de Iranología. Sus últimas obras publicadas son ‘Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin’ (Athenaica), ‘Las imágenes de la aventura’ (Athenaica), ‘El Ser y los Símbolos’ (Mandala), ‘El Profeta del Norte. Un Libro Sobre Swedemborg’ (Letra Áurea) y ‘La Sabiduría Mazdea’ (Mandala).

–Nacido en el protectorado de Marruecos.

–Nací en el hospital de Larache, pero viví en Arcila, un pueblo que está a pocos kilómetros. Allí estuve hasta la independencia de Marruecos, cuando mi familia se trasladó a Huelva. Aunque me fui de África siendo muy niño, guardo una memoria muy viva de aquellos años. Puedo reproducir muchas situaciones. Me acuerdo de la playa, de mi casa, de mis amigos musulmanes y judíos… Mi padre llegó a Marruecos como funcionario después de la Guerra, pero la familia de mi madre llevaba asentada en Tánger desde finales del XIX. Mi bisabuelo era un comerciante de vinos originario de Chiclana y su hermano era intérprete de bereber, lo que da una idea de hasta qué punto mi familia estaba asentada en el norte de África.

–Unos ‘pieds-noirs’ a la española. ¿Quedó alguna nostalgia?

–Una nostalgia absoluta. Para mi familia Marruecos era el paraíso perdido. Para mi abuela ser de Tánger era una especie de privilegio. También hay que tener en cuenta que ellos pertenecían a la alta burguesía tangerina.

–¿Y en su dedicación a la filosofía oriental intervino esa nostalgia africana?

–Creo que no. Más bien responde a una inquietud espiritual personal. En lo oriental yo veía respuestas a problemas que otro tipo de filosofías no me daban.

–¿Buscaba eso que llaman un camino de sabiduría?

–Sí, llamémosle así. También busqué ese camino en la filosofía griega, que es mi especialidad. Pero nunca desvinculé mi acercamiento filosófico al mundo griego de mi interés por el pensamiento oriental. Más bien lo que he intentado es establecer vínculos entre ambos mundos.

–Grecia no se explica sin la aportación oriental, ¿no?

–No se explica sin la comunicación. Pensar que hubo civilizaciones encerradas en sí mismas es insostenible. Siempre hubo una comunicación de Grecia con Egipto, Próximo Oriente… Después hay que tener en cuenta que el elemento indoeuropeo, común a los mundos indio, iranio y griego, establece una serie de parámetros compartidos. Se habla del “milagro griego”, pero también hay un milagro judío, mesopotámico, sumerio, etcétera. Posiblemente, sin estos aportes Grecia no habría sido lo que fue.

La modernidad, tal como se da a partir de la Ilustración, agrandó la distancia entre Oriente y Occidente

–Muchas veces tenemos una visión de Grecia muy germánica y anglosajona, como si fuese un campus neoclásico donde el logos impera. Sin embargo, tuvo que ser un mundo más colorido y misterioso.

–Cuando se habla del logos se tiende a identificarlo con la razón racionalizante. Pero en sus orígenes, el término logos tuvo una connotación muy vital, muy cuidadora del mundo. Eso pasa con todos los grandes términos griegos: ley, justicia, virtud… Más que una racionalización de la realidad lo que expresan es un ordenamiento del mundo. El mundo está bien ordenado y, por tanto, es reconocible y habitable.

–¿Qué le aportó Oriente a Occidente?

–Las aportaciones concretas fueron muchas. La astronomía griega provenía básicamente de la mesopotámica; la geometría, de Egipto… Pero lo que a mí siempre me ha interesado más es la confluencia; de qué manera ese concepto del logos puede tener una conexión orgánica con otras nociones parecidas que podemos encontrar en la Biblia o en los pensamientos iranio e indio.

–Sin embargo, siempre tuvo mucho éxito el famoso verso de Rudyard Kipling: “Oriente es Oriente y Occidente es Occidente y nunca se encontrarán”

–No lo comparto. Siempre he insistido mucho en la comunicación entre Oriente y Occidente, sin que eso signifique que sean iguales. Hay matices muy importantes, pero eso no impide esa conexión de la que hablamos. Es cierto que cuando Kipling escribe ese verso ya se ha producido la Revolución Industrial en Occidente, lo que estableció dicotomías mucho más radicales entre los dos mundos. La modernidad, tal como se da a partir de la Ilustración, agrandó la distancia. Aunque el pensamiento técnico-cuantitativo, desde la famosa globalización, ya es universal.

–En los años sesenta y setenta hubo en Occidente una auténtica revolución social en la que la espiritualidad oriental se puso de moda.

–Pero eso, que se llamó la Nueva Era, se dio sobre todo en EEUU, porque respondía a una serie de problemas que ellos tenían: la guerra de Vietnam, el capitalismo absorbente… Ese eclecticismo tuvo su sentido si contemplamos la multiplicidad de razas, culturas y religiones que existen en Norteamérica, porque suponía una especie de superación de las diferencias para construir una religiosidad más global. Pero a Europa esa moda llegó de una manera más superficial, aunque muchos aspectos del pensamiento oriental nos llegaron gracias a este cauce.

–En torno a la Nueva Era también hubo mucho pícaro y mangante. El cine lo ha reflejado muy bien. Junto a lo oriental está lo orientaloide.

–Recuerdo en Sevilla una secta que se llamaba Los Niños de Dios, también un gurú maharachi…

–Ese estaba en la calle San Rafael, por Nervión. Rafael de Cózar me habló de él.

–Suscitó mucho interés y acudía a él gente muy variada. Era un tipo muy jovencito, casi un niño. Después todo eso desapareció. Fue muy efímero.

–¿Usted es cristiano?

–Sí.

La desacralización o secularización influye claramente en la destrucción del planeta

–Lo pregunto porque desde el cristianismo se han hecho muchos esfuerzos por comprender el mundo oriental.

–Ahí está Raimundo Pániker, que fue cura del Opus y después evolucionó hacia otras posturas. Cuando se quiso casar alegó ante su obispo su condición de cristiano malabar, cuyos sacerdotes, como los maronitas libaneses, no tienen por qué ser célibes. Se casó y siguió siendo cura. Tuve la fortuna de conocerlo. Era muy sabio y siempre tuvo una actitud intelectual muy rigurosa, pero su sabiduría no se quedaba en lo meramente erudito, sino que era muy vivencial. Buscó y de alguna manera encontró esa confluencia entre el mundo indio y el cristiano.

–Los jesuitas también indagaron desde su fundación en la espiritualidad oriental.

–Sí, con figuras como Matteo Ricci en China o el español Pedro Páez en Etiopía. Una de las cosas que se alegaron cuando la disolución de la Compañía fue que se habían paganizado, que eran como los chinos. Antes que los jesuitas estuvieron los monjes nestorianos, que se extendieron por toda Centro-Asia y trabajaron también en la confluencia entre el cristianismo siríaco y las religiones y filosofías orientales: el confucianismo, el budismo… Como verá, todo esto viene muy de lejos.

–Quizás muchas veces olvidamos que el cristianismo es una religión oriental.

–El cristianismo participa de todo su entorno: el Próximo Oriente, Egipto, Sumer… y no olvidemos el mundo iranio, los persas, sobre todo a partir del judaísmo del Segundo Templo, en el siglo VI antes de Cristo. Fueron los persas los que liberaron al pueblo judío de la cautividad de Babilonia, les permitieron regresar a Palestina y reconstruir el Templo de Jerusalén… Los judíos se llevaron siempre muy bien con los persas. Muchas cuestiones propias del judaísmo, y después del cristianismo, proceden del mundo iranio.

–Por ejemplo, los Reyes Magos.

–Los magos eran una tribu que se distinguió por la práctica del sacerdocio y terminó convirtiéndose en una especie de clan especializado. Lo curioso es que en el relato de Mateo no se habla de tres Reyes Magos, no da ningún número. Dice: “Vinieron del oriente a Jerusalén unos magos…”. Se ha impuesto la tradición del número tres, pero hay otra, la de la crónica medieval de Zuqnin, que habla de doce. Da los nombres y son reyes aqueménidas.

–El budismo está de moda.

–Pero es algo con lo que nunca he sintonizado.

–¿Por qué?

–Porque no me atraen los sistemas de identidad absoluta, las místicas donde se privilegia la absorción de la individualidad por una totalidad. Por eso soy mucho más afín al pensamiento iranio, donde hay una afirmación explícita del individuo.

–Se nota que es usted occidental.

–Sí, aunque en Occidente también se han dado sistemas de identidad absoluta.

El místico sufí Ibn Arabi es probablemente el español más conocido del mundo

–Usted es buen conocedor de la filosofía islámica. El discurso predominante señala que el mundo árabe se ha quedado casi fosilizado y tiene problemas para evolucionar.

–Desde el punto de vista espiritual hay que hacer una distinción entre el mundo suní y el chií. En el primero es posible que, a partir de un determinado momento, no supiese seguir generando un pensamiento fructífero. Sin embargo, el mundo chií, y fundamentalmente el iranio, sí continuó produciendo filosofía, conocimiento, teología, mística…

–Vivimos un importante proceso de secularización. ¿Se está perdiendo una riqueza?

–Prefiero hablar de desacralización, porque tiene menos connotaciones confesionales, pero si usted quiere diremos secularización. En algunos sentidos la desacralización supone una pérdida. Parece claro que a partir de la Ilustración se produce una fractura de la que, además, hay conciencia, de ahí el auge en esos momentos del esoterismo o de corrientes espirituales más o menos herméticas, que son una clara reacción. Se produce una conciencia de que, efectivamente, hay una pérdida de una dimensión tan importante como es la espiritualidad, algo que tiene consecuencias de muy largo recorrido y profundas. Por ejemplo, la destrucción de la naturaleza, ya que pasamos a concebir el mundo como un mero objeto de consumo. La secularización influye en la destrucción del planeta.

–Hablemos del sufismo, otro de sus intereses.

–El sufismo es una mística fundamentalmente suní. Digamos que es la vida espiritual del Islam, sin él estaría muchísimo más esclerotizado por el predominio de lo jurídico. La pléyade de místicos sufíes es inmensa, y esto es una riqueza. José Antonio González Alcantud dijo una vez que el yihadismo en el Sahel no lo van a parar los paracaidistas franceses y que más valdría apoyar el movimiento sufí que hay en esta región. Son una serie de cofradías que tienen una filosofía muy profunda e interesante. Además, son el enemigo número uno de Al Qaeda y todos los movimientos yihadistas de la zona. Yo me acerqué a este movimiento por el estudio de la figura de Ibn Arabi.

–¿Quién fue Ibn Arabi?

–Un místico sufí, filósofo y poeta, que era oriundo de Murcia y vivió en Sevilla, aunque terminó exiliado y murió en Damasco. Es probablemente el español más conocido en el mundo.

–Explíqueme eso.

–Porque sus poemas se rezan en todo el Islam. Son millones y millones de personas.

–¿Es algo así como nuestro San Juan de la Cruz?

–Miguel Asín Palacios era de la teoría de que San Juan de la Cruz y Santa Teresa estaban influenciados por Ibn Arabi. Curiosamente, este místico es aceptado tanto en el mundo suní como en el chií. No sólo fue un místico y un poeta, sino un gran filósofo.

–En Al Andalus la filosofía vivió muy buenos momentos.

La cábala judía es un fenómeno nacido en España. El libro esencial lo escribió Moisés de León, que era de Guadalajara

–Hasta el punto de que autores como Emilio González Ferrín hablan de la existencia de un renacimiento andalusí. Esta teoría también la defiende Moshe Idel, un autor judío y estudioso de la cábala, que es otro fenómeno español. Según éstos, antes que en Italia, se produjo un renacimiento en Al Andalus. Prueba de ello son el conocimiento de Artistóteles de primera mano, la existencia de grandes ciudades, el desarrollo de la ciencia, las traducciones...

–El gran público suele desconocer el peso que tuvo el mundo griego en la alta cultura de Al Andalus.

–El mundo musulmán recibió el mundo griego a través del mundo siríaco (los sirios cristianos). Fundamentalmente la lógica de Aristóteles, los textos de Galeno y la ciencia, que es lo que a ellos les interesaba. Fueron los monjes siríacos los que tradujeron al árabe estos escritos.

–Antes ha dicho que la cábala judía es también de origen español.

–La cábala es un fenómeno sefardí. Hubo focos muy importantes en Castilla, Cataluña, Provenza y Sicilia. El libro esencial de la cábala lo escribió Moisés de León, que era de Guadalajara, el Zóhar o Libro del Esplendor.

–¿Qué es exactamente la cábala?

–Una interpretación mística de la Torá, la Biblia hebrea, que luego se refleja en la literatura española, como se ve claramente en Fray Luis de León.

–Los números tienen un peso muy importante.

–Sí. Usan varios métodos de interpretación de la Torá. Uno de ellos es con números. En hebreo las letras son números también y los cabalistas investigan sus diferentes combinaciones. Pero esto, que es lo más conocido, no es lo más esencial.

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