“Estoy harto de la foto de la tortilla”

Pablo Juliá | Fotógrafo

Con su cámara fotográfica al hombro fue uno de los notarios de la Transición y el proceso autonómico en Andalucía

Ahora, una selección de su obra se puede ver en la Casa de la Provincia

Pablo Juliá, durante la entrevista.
Pablo Juliá, durante la entrevista. / Juan Carlos Muñoz

Cuando uno pasea por la exposición Otros tiempos... tiene la sensación de estar haciéndolo por un territorio ya conocido. No en vano, muchas de las fotos que allí se recogen, aunque fueron hechas para esa flor de un día que es un periódico, ilustran ya los libros de historia. Pablo Juliá (Cádiz, 1948), el padre de la criatura, es uno de los grandes fotoperiodistas que ha dado Andalucía. Con su cámara al hombro fue notario de la Transición y el proceso autonómico, dejando un centón de fotos de un potente blanco y negro donde se mezclan tricornios y jornaleros con desnudos y rockeros; Socialista de corazón y niño mimado del grupo de la tortilla (cuya foto el concibió y preparó, aunque fue Manuel del Valle el que disparó), sus retratos de Felipe González en aquellos años de clandestinidad y primeros pasos de la democracia quedarán para siempre como recuerdo del que fue el político andaluz más importante del siglo XX. Pero no es Juliá un mero fotógrafo del poder. Sus instantáneas captaron también el pulso vital de unas calles en las que los adolescentes se besan y fuman, los obreros de Astilleros mantienen una batalla campal con la madera y los niños indigentes venden Winston. Historia e intrahistoria se mezclan en esta exposición de la Casa de la Provincia de Sevilla. Un viaje a otros tiempos que nos deja como sensación paradójica lo mucho y poco que ha cambiado Andalucía.

–Empecemos con la conocidísima frase que le dijo Fraga: “Es usted un gran fotógrafo, pero también un gran hijo de puta”. Buen título para una autobiografía.

–Yo se lo agradecí. Para mí fue un halago. Fraga siempre daba un poco de miedo y todos le temíamos un poco. Fue cuando le hice aquella foto en la que, sin darse cuenta, enseñaba un cartel que ponía “Vota PSOE”. Cuando nos volvimos a ver me preguntó si yo era Pablo Juliá. Le dije que sí y me soltó la frase. Me entró la risa. A él también: “jo, jo, jo”. Fraga era un tipo especial, al que no le importaba reunirse con Castro o con Carrillo. Tipos así ya no quedan.

–¿Pero para ser un buen fotoperiodista hay que ser un poco HP?

–Sí, hay que ser muy hijoputa. Hay que tener intención, si no la foto no sirve. La objetividad no existe, porque siempre hay un punto de vista. Pero sí hay que ser honesto. No se puede contar lo contrario a lo que está pasando.

Para ser un buen fotógrafo hay que ser muy hijoputa. Hay que tener intención, si no la foto no sirve

–Usted estudió Historia Moderna y Contemporánea… ¿Cómo se dedicó a esto?

–Empecé Historia del Arte aquí en Sevilla, pero nos echaron a a muchos por el artículo 28 de disciplina académica: a mí, a Quico Veneno, a Carmen Hermosín… a un montón de gente. Nos fuimos a estudiar por libre a la Universidad de Barcelona, donde sólo pasábamos dos meses por curso. Éramos muy diletantes. No estudiábamos mucho, pero leíamos sin parar, cosas muy contradictorias. Empecé a hacer fotografías en la clandestinidad y colaboraba con El Socialista. Me metí en la empresa de publicidad de Cascales, después en el Instituto Nacional de Previsión... poco a poco me fui profesionalizando.

–Usted es gaditano, pero acabó viviendo en Sevilla.

–Mi padre quería que estudiase Medicina, pero yo no quería. Me independicé y me vine a Sevilla, a una pensión de Jiménez de Enciso. Para vivir empecé a dar clases de Latín en un colegio de Sanlúcar la Mayor, a donde iba todos los días en una motillo. Tenía muy poco dinero y comía en el SEU… Me busqué la vida. También vendía libros, como la Enciclopedia de la Vida Sexual de López Ibor, que era malísima y al final terminaba convenciendo a la gente de que no la comprase. Sí me gustaba mucho vender la Biblia, que es un libro muy bueno.

–Son años también de militancia socialista.

–Pero la dejé cuando murió Franco y quise dedicarme al periodismo. Me lo dijo el propio Felipe González: “Vete, tú no sirves para esto; haz fotos, que es de lo que sabes. Ya estoy yo para las tonterías”. Pero sigo siendo socialista.

–¿Siempre fue del PSOE?

–No, en mis inicios era prochino… las cosas de la época. A Felipe le decía que los socialdemócratas alienaban a la clase trabajadora, y él se doblaba de risa. Me fue ganando poco a poco. Un día lo llevé a mi pensión, que olía a Zotal, y le impresionó tanto que me dejó para vivir una casa que tenía su padre. De ese grupo yo era el más chico, el chaval al que todos protegían.

–Con quién ha tenido y tiene una gran amistad es con Manuel Chaves.

–No lo está pasando bien. Se ha llevado toda la vida luchando por el partido, por la centralidad, por un concepto de España muy parecido a su tocayo Manuel Chaves Nogales... Ha sufrido mucho con la historia de los ERE, porque no la entiende. Él, como todo el mundo sabe, no se ha quedado con un euro.

Al salir los resultados de la primera victoria del PSOE, Carmen Romero dijo muy afectada: “se acabó la vida”

–¿Está muy harto de la foto de la tortilla?

–Hasta los cojones, harto. Yo suelo tener un sentido de extrañeza hacia mi obra.

–Pero fue Manuel del Valle el que le dio al botón.

-Es lo único que hizo. Era mi cámara y le puse el tiempo y el diafragma… Medí la distancia… Hacer una foto es mucho más que darle a un botón.

–¿Ha vuelto al lugar del crimen?

–Una vez, con Manolo Chaves, pero no lo encontramos. Aquella zona, por Isla Mayor, está muy cambiada. Fuimos allí después de una derrota tremenda en una asamblea de UGT, a dar una vuelta para consolarnos. Llevábamos un saco de naranjas, una caja de cerveza y un queso. Como ya se sabe, no había ninguna tortilla.

–Ha dicho que la Transición fue una “epopeya extraña”.

–De alguna manera éramos conscientes de que estábamos cambiando las cosas, y nos sentíamos misioneros, pero después te da la sensación de que no le cogimos el punto a lo que verdaderamente pasó. En la Transición había hambre de política, algo que ya no se percibe.

–Tiene retratos de personajes muy conocidos. Pero para abrir su exposición ha elegido el de un chico churretoso y anónimo, posiblemente gitano, con un pitillo en la boca.

–Es un niño de semáforo. Esa mirada es Pasolini, me pega muy fuerte, me daña. Recuerda a los años duros de la droga, de la miseria económica. ¿Qué será de ese chico hoy?

–Es magnífica su foto en la que sale Felipe González en primer plano y Alfonso Guerra en segundo y con una cara maquiavélica difícilmente igualable. ¿Cómo era la relación entre los dos?

–Tenían un compromiso político muy fuerte para luchar contra la dictadura, pero personalmente no se entendían, no había empatía ni amistad. Ni siquiera para elegir una película. Alfonso proponía una de arte y ensayo y Felipe otra de Clint Eastwood.

–La foto de González el día de su primera y apabullante victoria electoral, en 1982, tumbado en un sofá y esperando a que finalizase la jornada, te da la sensación de estar asistiendo a un momento íntimo de la historia.

–Es en la casa de Julio Feo. Felipe quería estar relajado y tranquilo. Comimos y fui haciendo fotos que mandé al periódico con Martín Prieto, que era el encargado de escribir la crónica. Yo me quedé allí con ellos y, cuando empezaron a salir los primeros resultados, alguien sacó una botella de champán para brindar. Hice la foto y existe, pero Felipe me dijo que no la publicase. Había una euforia muy contenida y Carmen Romero estaba afectadísima. Decía: “se nos acabó la vida, ya no podremos hacer nada de lo que queremos”. Sabía que empezaba una etapa muy dura. Era una pareja muy idealista.

Sevilla me gusta mucho, pero siempre me he sentido un extranjero en esta ciudad

–En esa foto se refleja serenidad y confianza.

–Buscaba esa idea de Mitterrand de “la fuerza tranquila”. Había que dar una imagen tranquilizadora, dejar claro que habían llegado los rojos, pero que no se iban a quemar iglesias.

–Su foto de María Jiménez taconeando, levantándose el traje y enseñando el tanga dice mucho más de aquellos años que otras de actos políticos.

–Me encantó hacerla. María Jiménez decía: “con mi coño he hecho más por la autonomía de Andalucía que Rafael Escuredo”. En la exposición, los desnudos y los tricornios tienen mucha importancia, porque formaban parte de nuestro paisaje.

–También es muy evocadora esa en la que sale un grupo de adolescentes sentados en un banco charlando y besándose. Hay un punto de desvergüenza generacional muy divertido.

–La he llamado de broma Millennials. La pregunta es: ¿Hoy se podría hacer esa foto en la que todos están hablando y magreándose, sin mirar el móvil? Imposible.

–Y además fumando…

–Y con calcetines blancos… Nada de todo eso es posible hoy…. Ni antes de la foto. Es pura Transición.

–La pregunta recurrente es cómo ha cambiado la fotografía con la irrupción de la tecnología digital.

–Muchísimo, para lo bueno y lo malo. Pasé del analógico total al digital total. Cuando Felipe decía aquello de las autopistas de la información yo me reía… Ahí están. He llegado a viajar con Rosa Montero a India con veinte maletas de material… Era imposible, pero divertido. Tenías que revelar en los tugurios más insospechados y había hoteles que no te volvían a admitir porque le habías quemado las sábanas con los líquidos de revelado. Creo que con las cámaras digitales se ha perdido la idea de sintetizar. Hoy los fotógrafos tiran 500 fotos y no tienen ni una buena. En los tiempos analógicos te lo pensabas mucho antes de disparar, porque lo mismo ya ibas por la foto 35 del carrete y tenías que guardar alguna por si ocurría algo importante más tarde. Eso te obligaba mucho a pensar, cuidar más la información de lo que se hace hoy.

–A la entrada hay una foto de la Torre del Oro que es un homenaje a Cartier-Bresson.

–Es, junto a Robert Capa, el padre del fotoperiodismo. El grupo de Magnum también significó mucho para nosotros. Ahora hay gente que me interesa, como la fotógrafa británica Vanessa Winship, cuyo trabajo Black Sea, por ejemplo, es impresionante.

–La exposición está dedicada a Eduardo Abad, fotógrafo de EFE fallecido recientemente.

–Era una persona que defendió la dignidad de esta profesión. Él mismo era un código deontológico. Siempre lo admiré mucho. Si el clima de los fotógrafos en Sevilla es mejor que en otras ciudades se debe a Eduardo Abad.

Plácido Fernández Viagas no era un político, era un tío que te hacía vibrar, con dos huevos

–Durante diez años fue director del Centro Andaluz de Fotografía. ¿Qué tal la experiencia?

–Al CAF le debo mucho, porque se me había agotado el discurso y me pude dedicar a divulgar la fotografía, algo que hice con pasión. No contábamos con mucho dinero y mi relación con Rosa Aguilar, que no tenía ni idea de fotografía, fue muy difícil. Uno de los puntos positivos de mi currículum es que fuese ella quien me echase. Quise que el CAF siguiese teniendo el componente universal que le había dado Manolo Falces, llevando exposiciones fuera con el Instituto Cervantes.

–¿El gran fotógrafo andaluz?

–Pérez Siquier y todo el Grupo Afal. También Jorge Rueda.

–Gaditano, pero sigue viviendo en Sevilla.

–Voy con frecuencia a Cádiz, que me tira mucho. Antes era de Cádiz-Cádiz, y ahora soy de Cádiz-Cádiz-Cádiz, del barrio de Santa María. Sevilla me gusta, pero siempre me he sentido extranjero. Aquí es donde he desarrollado toda mi capacidad, desde que Placido Fernández Viagas se acercó a mi estudio y me dijo: ¿quieres venir conmigo a hacer la Transición por toda Andalucía? Primero fue con Plácido y después con Rafael Escuredo.

–Los dos primeros presidentes de la Junta. Inevitable la odiosa comparación.

–No tenían nada que ver. Yo admiraba mucho a Plácido. Era un hombre rotundamente claro, con una mirada directa, justa… era juez y se le notaba. Rafael era mucho más político, capaz de inventarse algo sobre la marcha. De repente, en una rueda de prensa decía, “el PUA, Plan de Urgencia de Andalucía…” y todos nos quedábamos sorprendidos, porque no sabíamos nada del asunto. Plácido no era un político, era un tío que te hacía vibrar, con dos huevos.

-¿Hay periodos históricos más fotogénicos que otros?

-Sí. Por ejemplo, la Guerra Civil, en los dos bandos, o la propia Transición. Esta época es más gris fotográficamente hablando, o quizás es que no la entiendo y ya no soy capaz de sacarle punta. A lo mejor es que ya ha pasado mi momento.

–¿El blanco y negro da dignidad a las fotos?

–Sí, porque el blanco y negro es la abstracción, lo que le da mucha fuerza. El color estamos acostumbrado a él, no nos extraña tanto. Siempre me peleé para que los periódicos se hiciesen en blanco y negro.

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