“Hubo muchas víctimas de la Guerra Civil que antes fueron verdugos”
Julio Ponce Alberca | Profesor titular de Historia Contemporánea de la Hispalense
Este historiador escéptico con la ‘memoria’ y que huye de toda militancia ha realizado importantes estudios para comprender la evolución de las élites políticas sevillanas durante el convulso siglo XX
Llegamos a una desierta y helada Facultad de Historia con una cierta sensación de vuelta a empezar, tras seis meses de vacaciones de ‘El rastro de la fama’. El elegido para la rentrée es Julio Ponce Alberca (Sevilla, 1964), profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y uno de esos investigadores que no le tienen miedo a adentrarse en el pantano en que, debido a cuestiones políticas completamente ajenas a la disciplina histórica, se ha convertido el pasado español entre 1931 y 1978. Su método: seguir las enseñanzas de sus maestros, entre los que destacó Alfonso Braojos: huir de la militancia y el ‘compromiso’ y buscar en lo posible la objetividad. Julio Ponce Alberca, especializado en Historia del Estado, ha prestado especial atención a las élites políticas locales y provinciales en la Baja Andalucía durante el siglo XX, con interesantes aportaciones al conocimiento de personajes como José Cruz-Conde o José Utrera Molina, gobernadores civiles de Sevilla con Primo de Rivera y Franco, respectivamente. También es responsable del libro ‘De las urnas a la República. Las elecciones municipales de 1931 en Sevilla’ (Diputación), importante y arduo estudio sobre este delicado momento en nuestra provincia. Gibraltar durante la Guerra Civil o el socialismo sevillano han sido otros de los muchos temas por los que ha mostrado interés.
–Discípulo de Alfonso Braojos, el historiador que refundó la hemeroteca de Sevilla, ¿qué le enseñó?
–La utilidad de la prensa para el conocimiento histórico. También algo que enseñaban mucho los profesores de aquella época: a tener una mirada distante del objeto de estudio. Intentar ser neutral y buscar la objetividad.
–Principios fundamentales para un historiador.
–Sí, pero todo ha ido derivando a una historia más militante.
–Debe ser difícil lograr la objetividad cuando se investiga una historia en carne viva como es la de la España del siglo XX.
–Para mí no es demasiado complicado, porque yo no estuve presente en la Batalla del Ebro ni tampoco viví la mayor parte del franquismo. Al historiador no se le debe pedir militancia ni compromiso.
–¿Qué opina de la memoria histórica?
–Fue una buena iniciativa que ha devenido en un ejercicio estéril. Estuve en la comisión que trajo a Sevilla los restos de Martínez Barrio, en el año 2000, cuando todavía no se hablaba de memoria histórica. Fue un símbolo de reconciliación. Cuando la ley de 2007, ya dije que buscar todos los restos era una labor de una enorme complejidad e inasumible económicamente. Propuse que, mejor, en cada pueblo se pusiese una placa con todas las víctimas de la guerra, de un bando y de otro, sólo los nombres, sin nombrar su adscripción política.
–Algunos se empeñan en hacer una historia de buenos y malos.
–El pasado siempre es muy complejo. Por ejemplo, hubo muchas víctimas de la guerra civil que antes fueron verdugos.
–Ahora se prepara una nueva ley para, incluso, crear una doctrina oficial sobre el pasado de España.
–Como historiador y ciudadano me duele que, partiendo de la memoria histórica, ciertos sectores de la izquierda han empezado a reinterpretar la historia no por un interés en el pasado, sino por un interés en el presente y el futuro. El objetivo es deslegitimar lo que llaman el “régimen del 78”, un término que no es inocente, para sustituirlo por una III República que nunca definen cómo será.
–El otro día escuchaba un programa de Radio Nacional de España titulado Las Brigadas Internacionales: voluntarios de la libertad. Teniendo en cuenta que detrás de todo aquello estaba el mismo Stalin daba un poco de risa.
–La Unión Soviética estuvo muy hábil al capitalizar el término “antifascista”, que en principio también englobaba a liberales y socialistas. Hoy en día este término ya sólo lo usa la extrema izquierda.
–En su investigación ‘De las urnas a la república’ analiza las elecciones municipales del 12 de abril 1931 en la provincia de Sevilla, las que provocaron el derrumbe de la monarquía alfonsina. Un arduo trabajo.
–Conté con la colaboración de personal técnico de apoyo a la investigación. Lo que sale en ese libro son cosas que, al menos los especialistas, conocíamos hacía mucho tiempo: la mayor parte de los concejales que salieron elegidos en los pueblos sevillanos eran de filiación monárquica. Eso sí, en la capital la victoria republicana fue total: 32 de 50 concejales. Lo curioso es que, cuando se repitieron las elecciones locales el 31 de mayo, ya con la República en marcha, los que ganan fueron los republicanos.
–Sólo habían transcurrido unos días ¿Qué pasó?
–Los fenómenos de adaptación. En Albaida del Aljarafe, por ejemplo, las personas que triunfaron en una y otra cita electoral fueron las mismas, pero habían pasado de ser monárquicas a republicanas.
–¿Se habían cambiado de chaqueta?
–Sí. Fundamentalmente, los conservadores se integraron en la derecha liberal republicana de Niceto Alcalá Zamora, y muchísimos liberales entraron en el republicanismo radical de Martínez Barrio.
–Algunos historiadores afirman que la victoria de los monárquicos en el medio rural se debió a la acción del caciquismo.
–Eso es una hipótesis planteada por un historiador brillante, Javier Tusell, pero no está demostrada. No se puede decir que los votos de la ciudad son de verdad y los del campo de mentira. Porque entonces, ¿qué pasó en Paradas, donde ganaron los republicanos?, ¿o es que en allí no había caciquismo y en Marchena sí? Cuando uno analiza detalladamente la situación no está tan claro que los votos monárquicos fueran necesariamente producto del caciquismo. En el caso de Albaida del Aljarafe del que hablábamos, ¿cuándo actúa el caciquismo, el 12 de abril o el 31 de mayo?
–¿Cuál es su tesis?
–Que el mismo caciquismo que había en la monarquía siguió con la república. Simplemente se adaptó, cambió de chaqueta.
–Demos un salto. Ha investigado sobre la figura de José Utrera Molina, gobernador civil de Sevilla entre 1962-1969.
–En Utrera Molina tenemos a un franquista de probada lealtad al Caudillo y a un falangista del ala más social, incluso con elementos populistas en el mejor sentido del término. Como gobernador civil de Ciudad Real se preocupó por las condiciones de vida de los mineros y trabajadores de Puertollano. En Sevilla, también impulsará la construcción de vivienda social. Dentro de ese movimiento tan elástico que era el falangismo, se preocupó por el desarrollo económico y social.
–¿Era una cara amable del régimen?
–Tenía una característica fundamental: no había hecho la guerra. Pertenece al segundo franquismo, el que estaba incardinado en los 25 años de Paz. El problema es que sobre este periodo hay muy pocas investigaciones, ya que casi todas se centran en el primer franquismo. Lo cierto es que en los años sesenta hubo una evolución del régimen. El país había cambiado, había más industria y llegó el turismo… Todo esto se refleja muy bien en sus memorias, publicadas por Planeta: Sin cambiar de bandera.
–¿Qué hizo por Sevilla Utrera Molina?
–En los años sesenta Sevilla experimentó una transformación que si no fue radical sí fue sensible. Esencialmente, él impulsó la construcción de barriadas para trabajadores, algo que continuó como ministro de la Vivienda.
–Imagino que el legendario canal Sevilla-Bonanza fue su gran decepción.
–Sí, porque fue un gran defensor de esta infraestructura. Incluso, fue capaz de recabar el apoyo explícito de Franco al proyecto. Sin embargo se frustró.
–¿A qué se debió?
–Fundamentalmente a que había ministros de la rama tecnócrata que se opusieron desde el primer momento. En concreto fueron tres: Federico Silva Muñoz (que entendía que había otras inversiones más necesarias en otros lugares de España) Gregorio López-Bravo y Laureano López Rodó. Este canal artificial de navegación posiblemente habría cambiado drásticamente no sólo a Sevilla, si no toda Andalucía Occidental. De hecho, una de las cosas que querían hacer sus impulsores era traer a la ciudad una siderurgia que, finalmente, los tecnócratas se llevaron a Sagunto.
–También está la cara oscura: la represión. ¿Fue un gobernador civil especialmente duro en esta cuestión?
–Si lo comparamos con otros gobernadores podemos decir que no. Hay que decir que el ambiente le era favorable. Son los tiempos de los 25 años de Paz, en los que apenas hay contestación al régimen. Sin embargo, a partir de los años 68-69, el régimen se va quedando atrás, porque España cambia y se convierte en una sociedad mucho más compleja. En ese momento sí empiezan a manifestarse fenómenos de contestación y, por tanto, de represión. Cuando Utrera Molina es todavía Gobernador Civil de Sevilla, en el año 1969, se aplicará el Estado de Excepción.
–¿Y cómo se concretó todo eso en la ciudad?
–No sólo con detenciones, sino con maltratos y palizas a algunos dirigentes antifranquistas, como Francisco Rodríguez Martín. Lo curioso es que los más afectados fueron los miembros del PSOE, aunque habitualmente eran los del PCE los que se llevaban el máximo castigo. Otro de los detenidos fue Pepe Rodríguez de la Borbolla… Hubo muchos.
–Se suele decir que en Sevilla, durante el franquismo. había unos poderes fácticos que mandaban más que los alcaldes y los gobernadores civiles.
–Ayer y hoy, en Sevilla y fuera de ella, hay que tener muy claro que todo gobierno tiene una parte del poder, pero no todo. Siempre existen poderes autónomos con gran influencia y que ejercen presiones importantes en las políticas públicas. La frustración del Canal Sevilla-Bonanza, que también tuvo a sectores de la oligarquía andaluza en contra, demuestra que el gobernador civil no era todopoderoso. Es notorio que el mismo PSOE, cuando llegó al Gobierno de Andalucía, interactuó con otros poderes que estaban fuera de las instituciones.
–Precisamente, usted también ha trabajado sobre la historia del socialismo. ¿Por qué el PSOE Sevillano logró tanto protagonismo a finales del franquismo e inicios de la democracia?
–Desde el año 1925, año en el que murió Pablo Iglesias, el PSOE no tenía un único líder. En la II República se ve claro con la división entre los partidarios de Largo Caballero y los de Indalecio Prieto. Esto cambia con el liderazgo claro que empieza a ejercer Felipe González y el grupo sevillano desde el año 74.
–Hablemos de José Cruz-Conde, el hombre de Miguel Primo de Rivera en Sevilla, pese a ser hoy un desconocido para los sevillanos. Sin él la Exposición Iberoamericana no hubiese prosperado. De hecho, se le conoce como el Pellón del 29.
–Era un hombre muy de su época, un militar con ideas cercanas al maurismo y a la revolución desde arriba, que procedía de una clase alta que cada vez era más crítica con el sistema de la Restauración. Entendía que el Ejército debía ser el que regenerase el país, de ahí su amistad con Miguel Primo de Rivera y con el rey Alfonso XIII, que ya había llegado a la conclusión de que la solución pretoriana era lo que necesitaba España.
–Era un decidido regeneracionista.
–Todos ellos pretendían extirpar el caciquismo, algo completamente ingenuo. También impulsaron una novedosa política de obras públicas. En aquel momento se llevaba la ortodoxia económica, es decir, tanto tengo tanto gasto. Pero ellos de alguna manera inventaron la deuda pública para poder impulsar grandes proyectos. De hecho, el Banco de Crédito Local se crea en 1924 con esta idea.
–Simultaneó el cargo de Gobernador Civil con el de Comisario Regio de la Exposición, pero no se llevó muy bien con la oligarquía sevillana.
–Al principio hubo una luna de miel, tanto que hasta intentaron promover que se le concediera un título nobiliario: Marqués del Guadalquivir, pero él lo rechazó. Puso en marcha a todas las instituciones para impulsar la Exposición, con cambios en la Diputación y el Ayuntamiento, lo que le generó antipatías entre la oligarquía. Además, pese a tener ideas conservadoras, su vida personal era muy liberal. Convivía sin casarse con una mujer francesa, algo que no gustaba a la Iglesia, que se quejó de que la ciudad se había llenado de cabarets y de mujeres extranjeras, algo que era casi consustancial a un evento como el del 29.
–Sobre todo, consiguió impulsar una exposición que estaba prácticamente muerta.
–Se lo planteó casi como un objetivo militar. La idea llevaba en marcha desde 1907 y, sin embargo, en 1925 todavía estaba en pañales. Cruz-Conde consiguió hacerla realidad en tres años, pero con costes. Tuvo que quitar a Aníbal González, que era excesivamente perfeccionista.
–No podemos finalizar sin hablar de Gibraltar durante la Guerra Civil, lugar al que muchos huyeron para evitar la muerte.
–Gibraltar era ya tierra de asilo durante el siglo XIX. Antes de la Guerra, se marchó allí mucha gente de derechas tras el intento de golpe de Sanjurjo y, sobre todo, tras la victoria del Frente Popular en el 36. Cuando estalla la Guerra hay un aluvión de gente de izquierdas, unas cinco mil, que huyen de la represión. Cuando cerraron la frontera terrestre hubo personas que llegaron a nado. Se dio un problema de superpoblación y poco a poco fueron evacuando a la mayoría de los refugiados, pero hubo personas que se quedaron y echaron raíces..
–¿Cuál fue la postura de la colonia durante la Guerra?
-Siempre se ha tenido la percepción de que Gibraltar fue un refugio antifranquista, pero no fue exactamente así. Es más, el Gobierno de Gibraltar, siguiendo indicaciones del Reino Unido y de la clase empresarial gibraltareña, dio mucho apoyo al bando de Franco durante la Guerra Civil. La población obrera y el mundo sindical sí fue muy solidaria con los republicanos. El apoyo a Franco se hizo dentro de esa política que algún diputado británico calificó en el parlamento de “malévola neutralidad”. El bando nacional nunca tuvo problemas de acceder al combustible que se comercializaba en Gibraltar, el mismo que se negó a la flota republicana, gracias a lo cual se pudo realizar el cruce del Estrecho de las tropas africanas. El propio general Kindelán visitó el Peñón y no sólo le recibió el Gobernador, sino que le dejaron utilizar su central de comunicaciones para contactar con Italia y Alemania. Había muchos espías nacionales perfectamente integrados en la colonia, como la Marquesa de Larios, que fueron fundamentales en la neutralización del destructor José Luis Díez. Al cónsul oficioso de Franco se le daban más facilidades que al oficial de la República.
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