"Grité '¡Viva el Rey!' y acabé en la Dirección General de Seguridad"
juan manuel albendea. ex diputado nacional
Aunque el primer tramo de su vida lo dedicó con éxito a la banca, las tres grandes pasiones que han marcado su vida son la política, los toros y la monarquía
Pocas veces ha encontrado el entrevistador la hospitalidad que se le brindó en la casa de Juan Manuel Albendea (Cabra, 1937). Su mujer, Mariquilla, es una de esas señoras andaluzas que todo lo llena de alegría y que prepara unos gin-tonics en su justa medida. Nada más entrar en el domicilio, Albendea nos enseña una especie de 'altar' en el que exhibe sus principales lealtades: la Constitución, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, una Biblia, la Proclamación de Felipe VI como Rey de España, una escultura en bronce de un toro... Hombre vital, culto y de una caballerosidad cercana, Albendea empezó trabajando desde adolescente en la banca, carrera que culminó como director en Andalucía del Banco Bilbao. En 1992, este monárquico "de toda la vida", dio el salto a la política. Tras un fugaz y frustrado paso por el PA de Rojas-Marcos, Javier Arenas lo fichó para el PP, con el que fue diputado nacional durante cinco legislaturas. Taurino apasionado, ha sido crítico en diferentes medios y fue uno de los fundadores de la Fundación de Estudios Taurinos.
-¿Lo de su nacimiento en Cabra fue por accidente?
-Mi padre estaba allí destinado como director del Banco Hispano Americano. Nací en junio del 37 y ya en el 39 estaba en Madrid. No tengo recuerdos personales, pero hay un relato familiar en el que soy protagonista. Durante el bombardeo de la aviación republicana, el 7 de noviembre del 38, yo había salido solo a la terraza. Entonces llegó uno de mis hermanos y me dijo que me metiese inmediatamente para dentro. Al cabo de diez minutos cayó una bomba y lo destrozó todo. Me libré por poco.
-Es curioso, se habla muy poco del bombardeo de Cabra, quizás porque lo hicieron los republicanos. Algo más de cien muertos.
-Lleva razón, se conoce muy poco comparado con otros, como el de Guernica. Hubo muchos muertos, sobre todo en la plaza de abastos.
-Acabada la guerra marchó a Madrid y desde muy joven entró en la banca.
-Ya con 16 años estaba trabajando en el banco Atlántico como meritorio. He cotizado a la Seguridad Social durante 61 años y ocho meses, más de 22.000 días. Cuando me jubilé me dieron la Medalla del Trabajo.
-¿Y por qué empezó tan joven?
-Cuando tenía 13 años, mi padre decidió que hiciese Comercio en lugar de Bachillerato. Saqué unas oposiciones en el Banco Bilbao y, mientras me llamaban, estuve en el Atlántico. Empecé de auxiliar administrativo.
-A la antigua, desde abajo.
-Sí, cuando acabé el Servicio Militar, que lo hice en Capitanía General de Madrid haciendo nóminas, pensé: no me voy a estar toda la vida ascendiendo por antigüedad, por lo que decidí estudiar Bachillerato y, después, Derecho.
-Trabajar y estudiar, lo contrario de un ni-ni.
-Trabajaba en el Banco de Bilbao de nueve a dos y de cuatro a siete. En junio hice Tercero, Cuarto y Reválida; en septiembre Quinto, Sexto y Reválida y, en diciembre, el Preuniversitario. Una vez que acabé ese ciclo estudié la carrera de Derecho en tres años. Al salir del banco iba a una academia que se llamaba San Raimundo de Peñafort, que estaba adscrita a la Universidad de Madrid, donde tenía clase todos los días de siete y media a diez de la noche. Después me ponía a estudiar hasta más o menos la una. Vivía con una tía soltera que fue como una madre para nosotros y que se sentaba a mi lado y me pedía que le leyese en alto los temas de Derecho Mercantil. Lo hacía para que no me quedase dormido. Sólo me suspendieron una vez, en Economía.
-Aquello sería muy importante en su carrera.
-Empecé a ascender y me casé con mi mujer, Mariquilla, que es nieta del doctor Muñoz Seca, hermano de Pedro, el comediógrafo.
-Los dos tienen calle en El Puerto de Santa María.
-Sí, la del abuelo de mi mujer la conoce todo el mundo por su nombre antiguo, la calle Vicario. Conocí a mi mujer en la Feria de Sevilla, en la caseta del Círculo de Labradores. Yo vivía en Madrid y me tocaron 30.000 pesetas en la lotería. Pensé: ¿qué mejor sitio para gastarlas que en la Feria? Estuvimos siete años escribiéndonos cartas, nos veíamos muy poco. El primer sitio al que fuimos de viaje de novios fue a Estoril, a cumplimentar a don Juan.
-La monarquía ha sido y es una de sus grandes pasiones. ¿Tradición familiar?
-Soy monárquico, sobre todo, por la influencia de mi tío Jesús Pabón, que entre muchas otras cosas fue director de la Real Academia de la Historia. A él le debo mi monarquismo y mi afición a la música clásica, porque casi todos domingos me invitaba a ir a los conciertos de la Orquesta Nacional. Tío Jesús fue miembro del consejo privado de don Juan.
-Antes he visto en una cómoda una foto en la que usted aparece, junto a otras personas, junto a un jovencísimo rey Juan Carlos.
-Eso es de cuando el actual Rey Emérito iba a Madrid a examinarse de Bachillerato. La jornada comenzaba con una misa en San Isidro y acababa en la Estación de las Delicias, donde cogía el Lusitania Express para irse de vacaciones a Estoril. Un grupo de jóvenes monárquicos, entre los que también estaba mi amigo José María Álvarez del Manzano, el que fue alcalde de Madrid, lo acompañábamos durante todo el día y lo despedíamos en el andén con gritos de "¡Viva el Rey!" o "¡Viva tu padre!". Nunca pasaba nada... Excepto un año en el que yo grité "¡Viva el Rey!" y la Policía me llevó a la Dirección General de Seguridad y me pusieron 500 pesetas de multa. Mi padre fue a recogerme y a pagar -yo aún no tenía los 16 años-. Después me echó una gran bronca.
-¿Y su amistad con Álvarez del Manzano?
-Desde los cuatro años. Yo vivía en el Paseo Rosales y Álvarez del Manzano en la calle Ferraz, que está a cincuenta metros. Jugábamos al fútbol en la calle. Entonces el Paseo Rosales apenas tenía tráfico y, cuando pasaba alguno, parábamos el partido.
-En la banca hizo una buena carrera, pero como todos los profesionales del sector se tuvo que mover por España.
-Después de Madrid me mandaron a Bilbao, donde viví 14 años, de 1965 a 1978.
-Fueron años duros en el País Vasco.
-Sí, muy duros. Un día, mi mujer paseaba por Bilbao con nuestros dos primeros hijos, que eran gemelos, y escuchó gritos y tiros. Un hombre la instó a refugiarse en un portal. Al día siguiente nos enteramos de que se trataba de la persecución a un etarra que estaba haciendo la mili en un cuartel cercano a nuestra casa y que intentaba huir al descubrirse el asunto. En Bilbao ascendí bastante.
-¿Y cuándo regresó a Andalucía?
-Fui a ver a José Ángel Sánchez Asiaín, que por entonces era presidente del Banco Bilbao, y le dije que me gustaría regresar a Andalucía. A los quince días me llamó y me dijo que era el director general de la recién creada delegación regional del banco. Ahí me quedé desde el 78 al 92. Lo primero que hice cuando llegué a Sevilla fue buscar un sitio para la delegación. Compré el chalet de los Luca de Tena de la Palmera por cuarenta millones de pesetas de la época. La obra para acomodarlo a oficinas nos costó sesenta millones más.
-La banca ha cambiado mucho desde entonces.
-Muchísimo... Ya estoy muy desconectado. Hoy, el Banco Bilbao es más importante en México que en España. En el banco intenté fomentar las actividades culturales. El Premio Andalucía de Novela lo creé yo. Por el chalet de la Palmera pasaron muchos políticos a comer o cenar, como Borbolla o Pujol.
-¿Y cuándo dio el paso a la política?
-En el 92. Pedí la jubilación anticipada para presentarme a las elecciones autonómicas con el Partido Andalucista, de número dos tras Rojas-Marcos.
-¿Siempre tuvo ese gusanillo?
-Sí, lo que pasaba es que había que mantener a los hijos. Cuando éstos crecieron, decidí dar el paso.
-¿Y cómo fueron esas elecciones?
-No salí elegido. Entonces se me acercó Javier Arenas y me propuso ser consejero de la RTVA. Acepté a cambio de no cobrar nada. No sé quién se quedó con el dinero. Cuando llegaron las Generales del 96 me ofreció ir en las listas del PP. He estado cinco legislaturas, veinte años, como diputado. En política, yo se lo debo todo a Javier Arenas, aunque ahora está de moda meterse con él.
-¿Y cuáles fueron sus principales propósitos durante su vida política?
-Siempre me he encargado de la defensa y aprobación de los presupuestos de la Casa del Rey. También he dedicado mis esfuerzos a defender la tauromaquia. He pertenecido a muchísimas comisiones parlamentarias: Economía, Presupuestos, Unión Europea, Diputación Permanente, Administraciones Públicas, Ciencia y Tecnología, Justicia...
-Dicen que a Felipe VI no le gustan mucho los toros...
-Recientemente coincidí con él en un acto y le dije: "Señor, es importante que usted vaya a los toros, aunque no le gusten". A lo que él me contestó: "Qué va, sí me gustan, sí...". El otro día presidió la Corrida de la Beneficencia, lo que es un apoyo importante para la Fiesta...
-Los detractores de la monarquía aseguran que es una institución que sale cara a los españoles.
-La monarquía de España es, proporcionalmente, la más barata de toda Europa, incluyendo las presidencias de república. Más o menos, la Corona le cuesta a cada español unos 17 céntimos al año. Defender sus presupuestos en el Parlamento era muy fácil.
-Como decía, el tema taurino ha sido otra de sus principales dedicaciones como parlamentario.
-A lo largo de la historia de España sólo se han aprobado dos leyes sobre los toros: la Ley sobre potestades administrativas en materia de espectáculos taurinos, del año 91, y la 18/2013, de la que tuve el honor de ser ponente y que declara a los toros como Patrimonio Cultural Inmaterial. Este texto atribuye las competencias a la administración central del Estado. Eso no está delegado en las comunidades autónomas.
-Pero da la impresión de que, en este asunto, las autonomías están haciendo lo que quieren.
-Ese es otro tema. También fui redactor de una proposición no de ley en la que se establecía que las manifestaciones antitaurinas había que hacerlas a más de mil metros de las plazas el día que hubiese corrida. Eso tampoco se está cumpliendo.
-¿Es usted optimista con el futuro de los toros?
-No, pero no por la falta de apoyos políticos, sino por los distintos sectores de la fiesta. Me preocupa mucho, por ejemplo, el tema del ganado. No están buscando la bravura ni el poderío, sino la suavidad y esas cosas... Qué pena dio la última corrida de Miura. ¡Los dos toros que le tocaron a Eduardo Dávila los tuvieron que devolver a los corrales! Otro problema importante es que la juventud no se aficiona a la tauromaquia, sencillamente porque no la conocen. La TV ya no retransmite las corridas... eso no puede ser... Los toreros deberían pensar en no cobrar nada por las retransmisiones. No soy optimista con la Fiesta porque no está divulgada convenientemente. El Ministerio de Cultura se tendría que preocupar mucho más por los toros.
-Usted fue crítico taurino.
-Empecé a escribir en El Correo de Andalucía, porque me llamó el padre Javierre. Firmaba con el pseudónimo de Gonzalo Argote, en memoria de Argote de Molina, que dicen que fue el primero que escribió la relación de una corrida de toros. Lo único que cobraba era una caja de yemas de San Leandro que Javierre me mandaba a fin de año. Luego me fichó El País gracias a Joaquín Vidal. Dimití el día en que un toro mató al banderillero Manolo Montoliú en Sevilla y el periódico no incluyó un artículo mío sobre el suceso. Me preguntaron si recomendaba a alguien para sustituirme y di un nombre: Antonio Lorca. Finalmente escribí en El Mundo, pero menos. Un día me cansé de salir de los toros corriendo. Ahora, al final de la corrida puedo irme a tomar una copa tranquilamente.
-¿Un torero para la historia?
-Desde jovencito he sido de Antonio Bienvenida. Un día fui a verlo torerar a Los Molinos, un pueblo de Madrid, y me aposté unas cervezas con los amigos a que salía por la puerta grande. Estuvo bien, pero no tanto, por lo que yo mismo me eché al ruedo y lo saqué a hombros. Así gané la apuesta.
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