Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
Pilar Paneque | Catedrática de Geografía humana de la Universidad Pablo de Olavide
Las paredes del despacho de Pilar Paneque Salgado (Sevilla, 1974) en la Universidad Pablo de Olavide, de donde es flamante Catedrática de Geografía, están plagadas de mapas de distintas épocas y condición. Son un ejemplo, como dice, de que todo depende de la mirada. La carrera de Paneque es un ejemplo de excelencia académica. Máster en Sociología y Demografía por la Universidad de Pennsylvania (1999) y Doctora en Geografía por la Universidad Pablo de Olavide (2003), esta profesora reconoce, sin embargo, que su condición docente le ha obligado –como a todas– a realizar un esfuerzo extra que no tuvieron que hacer sus compañeros. Especialista en la gobernanza y la política del agua, con especial atención al riesgo de sequía, Pilar Paneque dirige varios proyectos nacionales e internacionales sobre esta materia. Además, al igual que su maestro Leandro del Moral, pertenece a la Fundación Nueva Cultura del Agua.
–¿Y dice que lo que quería era estudiar Bellas Artes o Historia del Arte?
-Sí, pero hubo una persona fundamental en mi vocación como geógrafa, María Fernanda Pita. Se lo agradeceré siempre. También hubo una profesora de Latín, en el Instituto Herrera, Ana Reyes, que fue muy importante en mi formación y me decantó por las humanidades. Gracias a ella comprendí la importancia de estructurar nuestros pensamientos a través del lenguaje.
–En Andalucía hay una importante escuela de geógrafos.
–Muy importante, con gente como Florencio Zoido, Josefina Cruz Villalón, Leandro del Moral, José Ojeda Zújar… Es un grupo potentísimo que se concentró en la Universidad de Sevilla. Fui una privilegiada al coincidir con ellos.
–La Geografía tiene algo de ciencia total.
–Es una de las ciencias más antiguas de la humanidad. En la Grecia clásica ya estaba presente esa pasión por descubrir territorios y tener una comprensión completa de lo que allí pasaba. Con el paso del tiempo, la Geografía se ha modificado mucho como disciplina, pero sigue teniendo esa vocación de comprender relaciones que son extremadamente complejas, lo que nos hace tocar muchos palos. Quizás se profundiza menos que en otras disciplinas, pero sí se tiene la capacidad de entender la complejidad de los temas territoriales o ambientales.
–Es editora del libro ‘El viaje en la geografía moderna’. Se quiera o no, esta disciplina siempre nos remite a un mundo romántico y aventurero.
–El viaje como forma de descubrir, de conocer, de entender, nos influyó a muchos a la hora de nuestra vocación. El viaje bien entendido, no este turismo de masa que vemos ahora y en el que todo se hace corriendo, siempre tendrá algo de romántico.
–Veo que tiene muchos mapas colgados en su despacho...
–El mapa es una herramienta con la que nos aproximarnos a una realidad territorial y a las relaciones que allí se producen. Esta acumulación de mapas en mi despacho no es casual. A mí me gusta transmitirles a mis alumnos la importancia que tiene el hecho de que el mundo puede ser visto de muy diferentes maneras… Las cosas son como según se miren y hay que aprender a mirar.
–Recuerdo la impresión que me causó siendo niño descubrir que las Canarias no estaban en el Mediterráneo, como se representaba en los mapas oficiales, sino frente al Sahara.
–Todo eso ha cambiado mucho ahora por la irrupción de las tecnologías. Con a geolocalización, la aproximación a los lugares de los estudiantes es completamente distinta a la que teníamos nosotros, que salíamos al campo con el plano topográfico en papel. Se gana en detalle, en posibilidades, mediciones, precisión…
–Hoy se desdeña el saberse los ríos, los valles, las montañas… Sin embargo, la toponimia, la manera como el hombre nombra a los lugares, tiene algo de fascinante.
–No se deben olvidar, pero es cierto que hoy en día la tecnología nos permite una consulta rápida de estos nombres. Lo importante es saber cómo funcionan las cosas. Más que saberse un listado de ríos, lo necesario es conocer cómo funciona un río, qué impacto tiene en el territorio, qué gestión se hace de éste, que riesgos lleva asociado…
–Precisamente, usted está especializada en gestión del agua.
–Llegué al tema del agua cuando conocí a Leandro del Moral, que fue quien dirigió mi tesis. Me di cuenta de la importancia que tenía como elemento articulador del territorio, pero también de su fuerza simbólica. Aunque hoy en día hemos convertido al Guadalquivir en prácticamente una cañería, lo cierto es que cuando pensamos en él es algo con lo que nos identificamos, que tiene algo de identitario. Andalucía es el Guadalquivir
–Sevilla no se entiende sin su río, pero ha sido una relación compleja.
–En la representación del Guadalquivir en el arte, la poesía o las canciones se expresa muy bien el orgullo que sentimos por él. Pero al mismo tiempo lo hemos visto como un peligro. Mi familia materna, que era de San Bernardo, siempre recuerda las inundaciones del barrio. Eso está todavía muy presente. La gente mayor todavía rememora la fuerza del río y cómo afectaba esto a su vida cotidiana. Tenemos una relación de amor-odio que, de alguna manera, se ha reflejado en mi carrera. Yo empecé trabajando en recursos y ahora lo hago en riesgos.
–El riesgo…
–La sociedad actual está definida por los riesgos y me interesa mucho cómo nos relacionamos con éstos, sin entenderlos desde un punto de vista catastrófico. Con el cambio climático, de ahora en adelante, más que gestionar recursos vamos a gestionar riesgos de diferente naturaleza: climáticos, hidrológicos, tecnológicos… En gran medida han sido construidos por el hombre. Hemos creado algunos y otros los estamos amplificando.
–Usted lleva años trabajando sobre el tema de las sequías, uno de los riesgos más importantes asociados al agua.
–Las sequías tienen una importancia vital en nuestro entorno mediterráneo.
–Todo indica que el cambio climático las intensificará.
–Hay un documento muy importante del Centro de Estudios Hidrográficos que deja muy claro que en todo el Mediterráneo, aún más que en el resto del planeta, van a subir las temperaturas, van a bajar las precipitaciones, va a modificarse la estacionalidad de esas lluvias y, además, va a precipitar con más variabilidad. Todo esto hace que la incertidumbre a la que nos enfrentamos sea mayor y, por tanto, las políticas con las que encaramos estos riesgos deben tener un carácter más preventivo. Hemos avanzado en la planificación de sequías, pero nos falta mucho trabajo para llegar a diseñar estrategias realmente adaptativas.
–¿Políticas adaptativas?
-Sí, que hagan a nuestras ciudades más resistentes y resilientes. En definitiva, que seamos menos vulnerables.
–¿En Andalucía estamos bien preparados?
–Hay mucho trabajo por hacer. Lo primero es aceptar la normalidad del riesgo. No debemos obviar a las sequías en el diseño de nuestras políticas, sino integrarlas en la planificación. Estudiar mucho el “qué pasaría si…”
–¿Es una cuestión de infraestructuras?
–Durante décadas, la medida estrella ha sido desarrollar infraestructuras tanto contra las sequías como contra las inundaciones. En este campo ya poco más se puede hacer.
–¿Y los pantanos?
–Son algo del pasado. Pudieron tener su lógica, pero ya no hacen falta más, nos sobran. Además, sabemos las afecciones medioambientales que conllevan. Ya no se trata sólo de tener agua en el grifo (algo que más o menos está garantizado) sino de aminorar los efectos de la escasez de agua en el ecosistema. Ahora estudiamos qué afección tienen las sequías en nuestra calidad de vida.
–¿Y cómo conseguimos aminorar esos efectos de la sequía?
–Intentando llevar una gestión conjunta del recurso y del riesgo. Estamos elaborando planes hidrológicos que no contemplan el riesgo de sequía. Seguimos creyendo en la normalidad del recurso y en la rareza del riesgo, cuando, precisamente, vivimos en un mundo definido por el riesgo. Hay que hacer planes conjuntos que contemplen los dos aspectos. Como ha dicho Ulrich Beck, vivimos en la sociedad del riesgo.
–¿Gastamos demasiada agua?
–Las ciudades como Sevilla o Barcelona gastan un 30% y hasta un 40% menos de agua de lo que lo hacían antes de las sequías de los años 90. Hemos hecho un esfuerzo de contención enorme. Esto se ha debido a una mejora de las redes de abastecimiento, pero también a que la gente ha comprendido que el recurso es finito y que, por lo tanto, hay que cuidarlo.
–¿No hay demasiadas piscinas?
–Acabamos de terminar una tesis doctoral que nos señala que en el Aljarafe hay 15.000 piscinas. Eso ha formado parte de un determinado discurso del crecimiento urbano, del derroche de los recursos. Probablemente, este número de piscinas es excesivo en un territorio con un elevado riesgo de sequía. La urbanización en horizontal es un modelo muy derrochador de recursos, no es óptimo. Hay que pensar muy bien qué territorio queremos en el futuro. Quizás sería mejor un modelo en altura, que tienda a la concentración.
–Estaría mejor adaptado, pero paisajísticamente sería más agresivo.
–Bueno… A mí me encanta Chicago, me parece bellísima como paisaje urbano. Esto es una cuestión de interpretación.
–Los trasvases de cuenca a cuenca suelen generar muchas polémicas, ¿cuál es su opinión?
–Es una barbaridad y hace décadas que sabemos que es peor el remedio que la enfermedad. El trasvase del Ebro se derogó porque era irracional, económica y medioambientalmente. Era un ejemplo de falta de sostenibilidad de una propuesta política. Pero todavía se siguen proponiendo trasvases, aunque más pequeños, como el de los ríos Tinto y Odiel para regar la fresa sin tener que recurrir a los acuíferos de Doñana. Volvemos a la obsesión por la infraestructura. Por ejemplo: ¿hacen falta tantos tanques de tormenta en Sevilla como se están proponiendo? Probablemente no, porque Sevilla ya no tiene problemas de inundaciones. Serían mejor medidas más blandas, con drenajes urbanos que hagan la ciudad más permeable. Sobre todo, es importante ordenar bien el territorio y sus usos.
–Su maestro Leandro del Moral es muy crítico con el aumento de las superficies de riego en el campo.
–Las campañas de ahorro siempre han ido dirigidas a los consumidores urbanos, pero no se ha hecho un esfuerzo similar en la agricultura, que en Andalucía supone casi el 80% del agua que se consume. Ahí hay que hacer un mayor esfuerzo para concienciar del riesgo. Han crecido las hectáreas de riego –muchas de ellas de forma ilegal– y también el montante de agua para regar. Es cierto que las redes cada vez son más eficientes y que hace falta menos agua por hectárea, pero también que éstas han crecido y que una misma parcela se intenta que tenga varias producciones en un año, por lo que seguimos estresando el problema. Hay riesgo de matar el suelo y contaminar el agua subterránea, cuestiones muy difíciles de revertir. Hay que racionalizar y poner orden. Durante un tiempo ha existido una generación de geógrafos en las instituciones, como José Manuel Moreira o Arturo Fernández-Palacios, a los que se les escuchaba mucho. Me da la impresión que ahora ya no se les escuchaba tanto.
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