“El flamenco no es una creación de los gitanos”
Manuel Bohórquez | Flamencólogo
Crítico e investigador autodidacta, la voz de este personaje es una de las más singulares, suculentas e independientes del panorama jondo actual
Llegamos a la casa de Manuel Bohórquez (Arahal, 1958) después de recorrer un camino flanqueado de eucaliptos y pinos. Atrás ha quedado Puebla del Río y la carretera en la que recientemente tuvo un grave accidente de tráfico que todavía verbaliza buscando el exorcismo. Este crítico de flamenco y flamencólogo, hijo de la Andalucía jornalera, descubrió el arte jondo el día que escuchó unos fandangos como Dios manda en una taberna de Sevilla. Escritor autodidacta, forjado en los tajos y no en las aulas universitarias, Bohórquez tiene una indiscutible intuición que hace que sus columnas y críticas, recogidas en el blog La Gazapera, sean auténticas joyitas periodísticas, algo en lo que tiene mucho que ver su insobornable independencia y una sabiduría que es el resultado de un singular cóctel de cultura popular, experiencias en barras urbanas, lecturas, conciertos, discos y el eco sentencioso de las mejores coplas del arte jondo. En su ya dilatada carrera ha escrito un buen puñado de libros, de los que destacamos su biografía de la Niña de los Peines o su pesquisa detectivesca del asesinato del Canario de Álora, el 13 de agosto de 1885, en la Nevería del Chino, junto al puente de Triana. Gran gourmand, perito en chuletones, pucheros y el noble arte del aliño de las aceitunas, Bohórquez está centrado en la actualidad en escribir una ambiciosa historia del flamenco en Sevilla. Charlar con él al sol de enero, rodeado de sus perros y gatos, zampando gordales y prietas de Arahal, es uno de esos placeres que hacen de la vida un buen invento.
–Este lugar tiene algo de guarida del lobo… ¿es usted una persona solitaria?
–La gente empieza a sospechar que sí. Mi amigo Ricardo Sánchez, que fue alcalde de Mairena del Alcor y ahora es el delegado de la Junta en Sevilla, dijo una vez que soy asocial… Hombre, tanto no… Participo en las redes, voy a conferencias… Lo que pasa es que estoy a un cuarto de hora de que el mundo me asquee. Sólo quiero dedicarme a trabajar. De todas formas, por aquí pasan muchos amigos y voy continuamente a la Puebla.
–Nació en Arahal, se crió en Palomares, vivió en Mairena, en Castilleja, ahora en la Puebla… ¿Qué pasa, no le gusta la capital?
–He vivido en 13 sitios a lo largo de mi vida, porque soy culo de mal asiento. También en Triana, que es lo mejor del mundo, con permiso de Ángel Vela. Los siete años más felices de mi vida los pasé allí, pero aquello tiene mucho peligro. Iba a por tabaco y volvía a las diez horas... terminé divorciándome. Salía y me encontraba con Manuel Molina o Pansequito en la taberna de José Lérida y…
–¿El mejor flamenco se ha hecho en Triana?
–No, eso es un tópico. Por ejemplo, en el siglo XIX, Triana apenas tenía artistas. Sí había gitanos herreros y alfareros que cantaban o bailaban, todos concentrados en tres familias: los Caganchos, los Pelaos, los Puyas… Pero en esa época el mejor flamenco estaba en la otra orilla, en Sevilla. En el siglo XX sí hubo muy buenos artistas trianeros.
–Y en Sevilla, ¿dónde estaba el mejor flamenco?
–El barrio más flamenco de Sevilla, y se ha dicho muy pocas veces, fue el de la Feria. También la cercana Alameda. Casi todos los grandes artistas del XIX (maestro Pérez, José Lorente, Silverio…) nacieron o vivieron por allí. Llevo años investigando en los padrones de vecinos y los he localizado a todos. Eso escuece un poco en Triana, pero es verdad. Ahí está la Niña de los Peines, su hermano Tomás Pavón, Manuel Vallejo… Todo eso lo ha dado esa parte de Sevilla, donde ya apenas hay una peña. El flamenco se ha ido de allí. Hubo un momento que en la Alameda vivieron todos los grandes artistas flamencos de España. Gente como el Canario, al que asesinaron, el Perote, Paco la Luz, la Serrana, Antonio el Pintor, Ramírez… Hay una casa en la Alameda, el número 8 en el XIX, en la que vivían nada más que artistas flamencos de Jerez, de Málaga… Ya no existe, pero el Ayuntamiento debería poner en el nuevo edificio una placa.
–¿Más allá de la Bienal, el Ayuntamiento de Sevilla se preocupa por el flamenco?
–No, yo soy muy crítico con esto. Sevilla siempre ha sido la capital del flamenco, pero ahora sólo tiene una Bienal que está enfocada a los extranjeros y cuyo modelo está obsoleto. Sobre todo, se desconoce profundamente la historia de este arte. El Ayuntamiento promueve poco el flamenco y no ha creado ni un solo premio de investigación ni una beca, pese a las propuestas que le he hecho al respecto. Sevilla se ha quedado sin figuras del flamenco. En el cante apenas está José de la Tomasa y El Cabrero que ya está pensando en retirarse… Los grandes se han ido muriendo: Naranjito, Paco Taranto, José Menese, el Lebrijano…
–Usted se crió en la Andalucía jornalera del hambre.
–Yo nunca he pasado hambre, pero sí muchas necesidades. Me quedé sin padre muy pronto y mi madre se ganaba la vida limpiando las casas de Arahal o trabajando en el campo. Nos mudamos a Palomares del Río, un pueblo con muchas necesidades donde vi a gente desenterrar de los estercoleros a las gallinas muertas de morriña para comérselas. Pero recuerdo a Cuatro Vientos, la aldea de Palomares donde me crié, como un paraíso de albercas y huertas. En mi casa siempre había un puchero y mi madre y mi abuelo rebuscaban melones, sandías, garbanzos, habas, aceitunas... Si alguna vez pasé hambre fue cuando me casé, porque había mucho paro y, a veces, no podía pagar ni el alquiler.
–Trabajó de albañil… creo que fue de los que construyó Resitur.
–He trabajado en infinidad de cosas. Mi primer empleo fue de panadero en Coria del Río, con 12 años. Después trabajé como empapelador, escayolista, alicatador, pintor, camarero, albañil, sastre, haciendo calicatas para la Sevillana… Fue en Sevilla donde descubrí la cultura a través del flamenco.
–Y con ese currículum, ¿cómo se hizo crítico de flamenco y flamencólogo?
–Primero quise ser cantaor, pero como soy muy autocrítico descubrí que era muy malo. Entonces decidí dedicarme a la crítica como venganza. Me costó mucho trabajo, porque quería hacer radio y prensa. Mi madre me decía: “pero si tú no sabes ni hablar, ¿cómo vas a escribir en un periódico?”
–¿Y cómo aprendió?
–Me compré una máquina de escribir y me dediqué a pasar libros con un solo dedo. A base de ver unas series en blanco y negro que eran subtituladas aprendí a poner los puntos y las interrogaciones. Memorizaba las palabras una a una. Cuando llevé mi primer artículo a El Correo de Andalucía me dijeron que era impublicable. Pero García Barbeito, que ya estaba por allí, los convenció de que aunque había que hacerle muchos arreglos al texto, allí se decían cosas importantes y que había que apostar por mí.
–¿Quiénes fueron sus maestros en el periodismo flamenco?
–Mis referencias fueron y siguen siendo Miguel Acal, que estaba en La voz del Guadalquivir; Emilio Jiménez Díaz, que era escaparatista en el Corte Inglés y creó un suplemento de flamenco en El Correo, y José Luis Ortiz Nuevo.
–En una entrevista que le hizo Quico Pérez-Ventana dijo que tiene dos grandes amores: el chuletón de Ávila y la Niña de los Peines. ¿Se reafirma en su declaración?
–Totalmente. Desde que a principios de los años 90 empecé a organizar la Semana Flamenca de Ávila me enamoré de la ciudad y su chuletón. La Semana Flamenca desapareció con la crisis, pero sigo yendo un par de veces al año a ver a mis amistades y a comer en el Hotel Cuatro Postes o en el Rastro. Me he llegado a comer dos chuletones de 800-900 gramos en un día y por la noche tener una pesadilla gastronómica en la que me zampaba un tercero, que era el que me remataba.
–¿Y la Niña de los Peines?
–Es el mejor artista flamenco de la historia, tanto en mujer como en hombre. No se ha vuelto a conocer un fenómeno igual. Ha habido muy buenas cantaoras especialistas en determinados cantes (la saeta, las peteneras, los tangos…) pero ella los dominaba todos. Era hija de unos gitanos muy pobres –su madre era de Arahal y el padre del Viso–, y con seis o siete añitos ya empezó a sostener su casa, porque su padre había tenido un accidente en Mérida. Con esa edad ella ya cantaba en los circos y en las casetas de Feria para alimentar a su familia. Tenía muchísima gracia y duende; era de un metal diferente. En su obra discográfica tocó todos los palos. Quizás, en cantaores, sólo le igualan don Antonio Chacón, que fue su maestro, Manuel Vallejo, Antonio Mairena… La Niña de los Peines, como Antonio el Bailarín, Sabicas o Paco de Lucía, es de esos fenómenos que lo revolucionan todo y que, después, ya nada es igual.
–¿Y Camarón?
–Es el gran genio de esta época. Soy muy camaronero y me metí en el cante por él. Me molesta mucho cuando dicen por ahí que no creó nada, como Marchena sí hizo con la colombiana… Él creó todo un estilo, una filosofía, una manera nueva de cantar. Fue un revolucionario y, junto al Lebrijano y Enrique Morente, forman la base del flamenco actual.
–A usted lo acusan de antimairenista.
–Tengo un poco esa etiqueta, aunque no es cierto. Entre otras cosas porque era su amigo. Lo que sí me considero es un disidente del mairenismo. Antonio Mairena fue un gran cantaor, pero sus escritos y teorías sobre el flamenco han sido muy negativas.
–¿Qué es lo que no le gusta?
–Decía que a la hora de hablar de la historia del cante no se podía ir más allá de 1862. No sé muy bien por qué escogió esta fecha. Investigando yo he conseguido remontarme ya a más de un siglo antes. Mairena era de la teoría de que el flamenco es un arte de los gitanos, algo que no es cierto. Los gitanos han aportado mucho al cante jondo, pero no es una creación de ellos. Los sistemas musicales del flamenco llevaban funcionando en Andalucía desde hacía 2.000 años. Mairena le negaba todo a los cantaores no gitanos y les hizo malas campañas a Chacón, a Marchena, a Vallejo. Yo me rebelé contra eso, no contra Antonio Mairena, del que tengo cartas dirigidas a mí y sus discos están por toda mi casa.
–Yo siempre pensé en la completa gitanidad del flamenco.
–Hombre, hay cantes como los de fragua, las seguiriyas o las soleares en las que los gitanos han tenido muchísima importancia, pero otra cosa diferente es que crearan los sistemas musicales del flamenco, que estaban en Andalucía mucho antes de que llegaran. No me parece justo que los gitanos se quieran apropiar del flamenco.
–Según dice, de la historia del flamenco apenas se conoce el 15%.
–Hay muchas cosas por investigar, especialmente sobre los orígenes. Se sabe muy poco de los pioneros.
–Usted, en este sentido, ha hecho aportaciones importantes.
–Sí, por ejemplo, sobre el Planeta. De él apenas se sabía que era el primer cantaor profesional y que era tatarabuelo de Caracol… Yo demostré que era de Cádiz –y no de Triana, como decía Antonio Mairena– y vivió y murió en Málaga. En ninguno de los dos sitios dejó mucha huella, lo que demuestra que quizás no tenía la importancia que se le ha dado. Lo que pasa es que el escritor Estébanez Calderón lo invitó a una fiesta y le dio mucho protagonismo en su libro Escenas andaluzas… En la historia del flamenco casi todo es mentira… Tanto en Sevilla como en Triana se sabe muy poco de este arte: no se conoce muy bien quiénes eran Silverio, Manuela Perea la Nena, el Maestro Otero, o dónde estaban los café-cantantes… Tuvo que venir Blas Vega de Madrid para decírnoslo.
–¿Y personajes como Demófilo?
–No se enteró ni de la mitad. Solamente investigó a los cinco o seis gitanos que a él le interesaban. Hablaba del Fillo y no sabía ni quién era. Se equivocó muchas veces.
–El flamenco de ahora, ¿es urbano o rural?
–Urbano. Jerez es el único sitio en el que queda ya algo de flamenco . Es la cantera. Sevilla, por desgracia, está bastante muerta, como decíamos antes. Si hay que quedarse con alguna cuna es el eje Cádiz-Jerez. Cuando en Sevilla sólo se hacían fiestas en casas de señoritos, en Cádiz ya cantaban en los teatros El Planeta o su sobrino Lázaro Quintana. Estoy hablando de 1825 o 1827.
–Como crítico, ¿lo peor son los artistas?
–El flamenco es un mundo muy pequeño. Es como un corral de vecinos donde un día se tiran los trastos a la cabeza y otro se comen un puchero juntos. Los artistas ya no quieren que se haga crítica de sus espectáculos, porque tienen a su cuñado o a ellos mismos en Facebook para, cuando salen del espectáculo, decir que ha sido una maravilla, aunque haya sido un churro. Eso sí, el flamenco es un mundo mágico y los artistas suelen ser gente cariñosa, que te da un beso cuando te ve. El problema es que hay muchas envidias. Cuando le dieron la Llave de Oro a Fosforito, el Lebrijano dijo: “¿Cómo se le puede dar la Llave a un mudo?”. Simplemente, no se la habían dado a él.
–¿Y hay muchos falsos profetas?
–Siempre. Ahora tenemos a Rosalía. La comparan con la Niña de los Peines, lo cual me parece una barbaridad. Como artista flamenca ni tiene arte ni nunca lo va a tener.
–Dicen que no le gusta mucho el baile.
–Actualmente hay muy pocos bailaores que me gusten. Hay cantidad, pero poca calidad. Nada que ver con Farruco, que fue un gran amigo mío, o Matilde Coral o Pilar López o Rafael el Negro… El único que se puede considerar ahora un genio es Farruquito, que pertenece a la escuela gitana más salvaje.
–¿E Israel Galván?
–Otro genio, pero no me interesa desde que dejó de hacer flamenco. Lleva muchos años defraudando.
–¿Y el Niño de Elche?
–No sé qué decir, la verdad… Un espantapájaros, un personaje siniestro. Y la cosa es que es una persona con talento y cultura. El problema es que es tonto, y viene a la Bienal a provocar, a meterse con Sevilla y a decir que los críticos no sabemos de esto. No sabe cantar ni tiene arte.
–Usted ha compuesto cientos de letras que ha recogido en un libro. Destaque alguna...
–Una que dediqué a mi madre: “A un pocito fui a tirarme/ y vi llorar en el agua/ los ojillos de mi madre”. Cuando ella la leyó dijo: “hay que ver las tonterías que dices. ¿Cómo voy a llorar dentro del agua?”
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