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“La paridad debe estar presente en todos los centros de decisión política”

Blanca Rodríguez | Profesora de Derecho de la Universidad de Sevilla

De amplia y sólida formación europea, pertenece a una generación de profesoras de filiación feminista dispuestas a dar la batalla por la igualdad real entre hombres y mujeres

Blanca Rodríguez, en la Facultad de Derecho. / José Ángel García

Pese a sus ojos azules y su vago aire nórdico, Blanca Rodríguez Ruiz (Sevilla, 1966) gesticula en la conversación con un frenesí meridional, sobre todo cuando quiere subrayar alguna de las injusticias que sufren las mujeres por el hecho de serlo. Esta profesora de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla y doctora por el Instituto Universitario Europeo de Florencia pertenece a esa generación de universitarias que han convertido el feminismo en algo que, además de una causa, es materia académica. De amplia formación europea, además de su estancia en Florencia, ha sido investigadora Von Humboldt en la Johann-Wolfgang-Goethe Universität de Frankfurt am Main y profesora visitante en el Instituto de Género de la London School of Economics. Su principal línea de investigación aplica la perspectiva de género al estudio de los derechos fundamentales, uno de los debates sociales más intensos que se están dando en la actualidad. De su actividad docente destacamos su participación en los másteres en Estudios de Género y Desarrollo Profesional y en el de Derecho Constitucional, ambos de la Hispalense. Como investigadora es autora de una amplia obra científica.

–¿Qué estuvo haciendo en el Instituto de Género de la London School of Economics?

–Fui allí a trabajar, entre otras cosas, en la introducción de la ética del cuidado en el Derecho.

–Hablemos de la ética del cuidado. ¿En qué consiste?

–Cuando me tropecé con este concepto en Alemania fue amor a primera vista. Lo que pretende es poner a la persona en el centro, y no otras cuestiones como la producción económica, la separación de poderes, etcétera... Se trata de no ver a las personas como seres aislados que nos defendemos los unos de los otros; de reconocer que somos interdependientes, que estamos vinculados a la naturaleza, con necesidades de alimentos, afectos, etcétera. Lo que trato de analizar es todo esto desde el punto de vista jurídico; ver a la ciudadanía como “cuidadanía”...

–¿Nuestras leyes reflejan esa ética del cuidado?

–No, responden a una lógica distinta. Como decíamos, siempre vemos a los individuos como potenciales enemigos los unos de los otros, y esto se refleja en las leyes, que nos pertrechan de derechos para protegernos. En la ética del cuidado, la perspectiva se centra más en la mediación y el mantenimiento de los vínculos. Los derechos no sirven para aislarte, sino para que tú decidas en qué medida quieres estar involucrada en una relación o en otra...

–Dígame un ejemplo en el que la ética del cuidado haya mejorado nuestras leyes.

–El ejemplo más claro es el aborto.

–¿El aborto?

–La aproximación clásica liberal y confrontacional opone el feto a la mujer que lo está gestando. Es algo demencial, porque la relación es totalmente de dependencia. El tránsito de la ley de supuestos a la de plazos fue también el de la ética confrontacional a la ética relacional. Si queremos proteger al feto hay que proteger a la mujer que lo está gestando, darle tres meses de margen para que decida y poner todos los medios para que, si decide tener el niño, lo tenga.

–Yo veo que en este caso se está primando la voluntad de la madre sobre la del feto.

–La única persona jurídica que hay en juego es la mujer gestante. Con la ley de plazos se protege su derecho a mantener o no una relación con el feto, que todavía no es una persona. Sobre todo, lo importante es que, si de verdad nos interesa la vida, hay que proteger a la mujer y darle condiciones para que, si quiere, pueda hacer viable al feto, porque la mayoría de los abortos son por causas socioeconómicas.

–Esa es la teoría de los grupos provida. Buscan proteger a la mujer para hacer viable el embarazo.

–Pero son maneras de proteger distintas. La ética del cuidado no es paternalista, se basa en lo que se llama la autonomía relacional. Nadie te protege por tu propio bien, sino que te da el protagonismo para que te empoderes y tomes tus propias decisiones vitales. Los mal llamados grupos provida protegen a la mujer porque, dicen, no sabe decidir sola.

–El aborto vuelve a estar en el centro del debate, para disgusto del feminismo.

–Es un debate que se está dando más a nivel político que a nivel social. Creo que el aborto ya está bastante asumido por la sociedad. Este debate se está usando por la derecha para tapar otro tipo de cuestiones: pensiones, vivienda...

–Cuando uno piensa en el cuidado (de los mayores, los niños...) uno siempre piensa en mujeres.

–Eso es una construcción. Tenemos el género tan metido en la cabeza que ya no sabemos lo que somos y lo que se nos ha hecho ser. Que las mujeres sean las que se dediquen al cuidado de los demás tiene que ver con lo que se ha llamado el “pacto sexual”.

–¿Una cláusula oculta del pacto social de Rousseau?

–Algo así. Por el pacto sexual se desplazó a la mitad de la población a la realización de todas las tareas que muestran nuestra dependencia (alimentación, afectos...). Se hizo que las mujeres nos convirtiéramos en las gestoras de la dependencia propia y ajena. Lo que la ética del cuidado reivindica es que, al ser conscientes de nuestra naturaleza relacional, el cuidado lo tiene que impregnar todo, lo público y lo privado. Toda nuestra estructura moderna (política, social, jurídica, económica...) está construida sobre la dicotomía de género: un varón público y racional que produce; y una mujer doméstica y emocional que reproduce. Esto no se puede desmontar con medidas paliativas, sino acudiendo a la fuente del problema. Por lo pronto hay que acabar con la dicotomía en sí. No somos unos irracionales y otros racionales, etcétera, sino que todos somos mezcla de todo, y estamos interrelacionados. ¿Por qué pese a las leyes no estamos consiguiendo la igualdad salarial, por ejemplo, con lo fácil que parece? Porque nos estamos chocando con barreras estructurales continuamente.

–Dígame una medida que pudiese servir para desmontar estructuralmente la desigualdad salarial.

–Hay una que aún no se ha adoptado pero ya está sobre la mesa: la igualdad de los permisos de paternidad y maternidad. Eso permitiría que en el mercado laboral fuésemos todos iguales. La paridad en las listas electorales también está muy bien, pero hay que avanzar hacia una ciudadanía paritaria de manera global y omnicomprensiva, tiene que estar en todos los aspectos de la vida.

–¿Y esa paridad absoluta se puede imponer por ley? ¿Y sería justa?

–La paridad debe estar presente en todos los centros donde se fraguan las decisiones políticas. Un club de mus, por ejemplo, no tiene por qué tener paridad, pero si por las razones que sean se convierte en una fuente de poder político y social, entonces habría que exigir paridad. ¿Que si se puede imponer por ley? Pues sí, una ciudadanía sólo es democrática si todos participamos por igual, y si hay barreras estructurales hay que desmontarlas mediante medidas afirmativas...

–¿Cuando se dice medidas afirmativas se refiere a la discriminación positiva?

–Es que ese término está mal, porque la discriminación es una diferencia injustificada de trato, y las medidas afirmativas tienen justificación, como el bonobús gratis para los parados.

–La omnipresencia del feminismo en el debate público está creando en muchos un cierto hartazgo.

–Esto sucede porque tenemos un bosque legal de medidas antidiscriminatorias que después no sirven para nada, que se repiten y luego no se cumplen. Muchos de los que dicen “qué más queréis” es que no se paran a pensar en este incumplimiento.

–¿Y por qué no se cumplen?

–Porque son medidas paliativas que no apuntan a la estructura. Hacen falta menos medidas pero mejor orientadas estratégicamente.

–¿Y se puede obligar a la paridad en el ámbito doméstico a través de la ley?

–No, pero la ley tiene un valor pedagógico importante que va más allá de su ámbito de aplicación concreto. Volvemos a lo de antes, si tenemos una ley de permisos de maternidad/paternidad iguales e intransferible lanzamos un mensaje importantísimo.

Una ciudadanía sólo será democrática si todos, hombres y mujeres, participamos por igual

–Hay voces que dicen que la perspectiva de género no es científica.

–En las ciencias sociales estamos acostumbrados a que nos tachen de acientíficos. Quien tiene las riendas del poder no las va a soltar fácilmente. Para que seamos aproximadamente iguales debe haber alguien que se tiene que echar al lado y asumir tareas de cuidado que no le apetecen... Es más divertido estar en la esfera pública. Como decía, creo, Virginia Woolf, para que un hombre sea diputado hacen falta tres mujeres: su madre, su mujer y la madre de su mujer. También me gusta citar a Amelia Valcárcel, que dice algo así como que “cuando me preguntan, ¿pero qué más queréis las mujeres? Contesto: muy fácil, la mitad de todo, de lo bueno y de lo malo”. Esta resistencia a la perspectiva de género no es de extrañar. Todos los avances culturales y políticos en materia de género se han visto acompañados de un intento de retroceso. Por ejemplo, cuando las mujeres consiguieron generalizadamente en occidente el derecho al voto, después de la II Guerra Mundial, vinieron los años cincuenta y su empeño en que las mujeres fueran amas de casa.

–Creo recordar que la presidenta de Vox en Sevilla es mujer. ¿Se puede ser buena mujer sin ser feminista?

–Se puede ser buena, mala y regular. Entiendo que hay tres negacionismos de género: el inocente, que es aquel que sinceramente no lo ve, porque vive en un determinado círculo o no tiene los instrumentos intelectuales necesarios para interpretarlo; el interesado, de muchos hombres, porque es más fácil que te cuiden que cuidar tú: y, finalmente, el rebelde, que se encuentra sobre todo en las mujeres, porque no quieren reconocerse en esa imagen de alguien que necesita cuotas y ayudas, y creen que si ellas pueden las demás también. Este negacionismo tiene mucho de rebelde, pero también de desconocimiento.

–Después hay un feminismo extravagante, las llamadas feminazis.

–No sé muy bien lo qué son las feminazis. Oigo hablar más sobre ellas que hablar a ellas. Más que reivindicaciones extravagantes hay una serie de estrategias para llamar la atención, como el movimiento Femen.

–Donde no hay unidad feminista es en el tema de la prostitución.

–Cierto, no la hay. Hay acuerdo en que la prostitución no nos gusta, porque fundamentalmente se nutre de mujeres en una situación socioeconómica muy precaria. En torno a la prostitución hay cuatro posturas clásicas:.

–Empecemos con la primera.

–El prohibicionismo clásico de EEUU, que pena tanto al que la consume como a la que la practica, pero sobre todo a la segunda figura .

Si somos capaces de acabar con la trata, la prostitución cambiará por completo de perfil”

–¿La segunda?

–El regulacionismo del XIX, que tolera la prostitución por muchos motivos: como vía de escape de los varones a la familia nuclear, como medio de ingreso para mujeres pobres y las arcas del Estado... Lo que se hace es zonificar la prostitución, la concentra en determinados barrios para que la gente de bien no la vea. Después vendrían las dos posturas feministas.

–Dígame.

–Una abolicionista, porque ve la prostitución como una dominación y porque retroalimenta relaciones de poder entre los sexos que perjudican a la mujer. Y la otra, pro derechos de las prostitutas, que es donde yo me sitúo. Reconocemos que hablamos de una situación muy negativa para la mujer, pero eso no quita que las prostitutas no necesiten la protección propia de cualquier actividad: bajas maternales, por enfermedad, etcétera... Hay que empoderar a esas mujeres. Eso sí, en el fondo, las feministas tenemos en esta cuestión más coincidencias que divergencias. El objetivo final es que si no se puede hacer que desaparezca totalmente la prostitución, sí hay que diluirla de manera que no sea una fuente de poder.

–Pero todo no es la prostituta marginal...

–Es cierto que existen otros modelos de prostitución que, ahora, con las redes sociales están aumentando... Por ejemplo, la estudiante que se prostituye momentáneamente para comprarse un móvil nuevo. Es una microprostitución burguesa de consumo.

–¿Y los vientres de alquiler?

–En ese tema me cuesta todavía posicionarme, porque me faltan coordenadas. En general, no estoy ni con el liberalismo ni con el prohibicionismo. Al igual que con la prostitución hay que ir a la fuente del problema, que son las relaciones de poder. ¿Cuál es en el caso de la prostitución? La trata. El verdadero enemigo es la trata, si acabamos con la trata la prostitución cambiará completamente de perfil. En el tema de los vientres de alquiler, ¿dónde está la fuente de poder? En las clínicas reproductivas, por lo que es ahí donde hay que meter la tijera del Derecho. ¿Por qué centramos el debate en las mujeres y no en esas empresas? Centrar el debate en el cuerpo de las mujeres nos perjudica, porque el problema no viene de nuestro cuerpo, sino de las empresas que se lucran con él, y porque nos convierte, una vez más, en la parte problemática de la ciudadanía.

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