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"El 'café para todos' no cabe en la Constitución española"

bartolomé clavero. catedrático de historia del derecho de la universidad de sevilla

El entrevistado, que fue letrista de rock progresivo y militante antifranquista, es hoy un referente académico en cuestiones como historia de las constituciones o los derechos indígenas

Bartolomé Clavero, en su despacho de la Facultad de Derecho. / Belén Vargas

Cuesta creer que el entrevistado fue letrista de rock progresivo y administrador del club Dom Gonzalo, lugar favorito de crápulas y modernos del tardofranquismo en Sevilla. Bartolomé Clavero (Madrid, 1947) es un hombre serio, de palabras parcas y con una evidente timidez. Pipo Clavero (su nombre en sociedad) es, sin embargo, un referente ideológico y académico para muchos jóvenes profesores del ámbito de la izquierda y uno de los más destacados especialistas en Historia del Derecho, con libros como ‘Evolución Histórica del Constitucionalismo Español’ o ‘Constitucionalismo colonial’. Gracias a esta disciplina, este catedrático de la Universidad de Sevilla forjó una estrecha amistad con Tomás y Valiente, sobre el que escribió una biografía y con quien habló por teléfono cinco minutos antes de que ETA lo matase a tiros en su despacho. También fue amigo de Ernest Lluch, igualmente masacrado por los heroicos gudaris. Clavero tiene hoy claro que no hay amnistía que valga ante los terroristas, quienes deben cumplir sus condenas con todas las garantías legales y en su tierra. Lo dicho no impide que sea un decidido defensor de la condición plurinacional y federal de España. Los derechos indígenas han sido otro de sus campos de investigación, con libros como ‘Historia y derecho indígenas’ y ‘Genocidio y Justicia. La Destrucción de las Indias’.

–Perteneció a una familia acomodada y vencedora de la Guerra Civil. Sin embargo, usted es un histórico de la izquierda intelectual sevillana.

–Desde que apenas llevaba dos cursos en la carrera, con 19 años más o menos, sobre 1966. Con esa edad ya empecé a colaborar con la poca gente que había del PCE en la Universidad de Sevilla.

–¿Qué es lo que le hizo desconectar de su ambiente social y político?

–Eso es difícil de explicar a gente que no ha vivido situaciones como la dictadura de Franco. Yo sentía un gran hartazgo por que te pudiesen detener y multar por el simple hecho de mostrar una opinión. También por el ambiente religioso que había vivido primero con los jesuitas y después con el Opus Dei.

–¿Llegó a pertenecer al Opus?

–No, pero estuve muy metido un año largo, al principio de la Facultad. Yo entonces estaba buscando y había tenido una experiencia muy mala con los jesuitas en el colegio. Pero tampoco me gustó el Opus, decidí desconectar de todo aquello. Y se acabó. En esos momentos establecí relaciones con dos personas que estaban muy metidas en el PCE, Rafael Senrra y Antonio Bocanegra.

–En esos años de juventud, desde su época en los jesuitas, era muy amigo de Antonio Cruz y Gonzalo García-Pelayo. Ambos han pasado por este ‘Rastro de la fama’.

–En esos tiempos éramos uña y carne. Gonzalo también tuvo una importante crisis religiosa y se fue de voluntario a un hospital psiquiátrico. Después, en Francia, entró en contacto con sectores del anarquismo español exiliado. En París se vio prácticamente toda la historia del cine. Fui a verlo y me tuvo todo un día metido en la Cinemateca Francesa. Lo hacía ya como un profesional. Además de Gonzalo y Antonio tuve otro gran amigo, Camilo Tejera, que tuvo una trayectoria muy parecida a la mía, con una crisis religiosa que le llevó a la órbita del comunismo. Murió en un accidente de tráfico en los años ochenta.

–Aquellos años juveniles eran los del Dom Gonzalo, mítico local del que estuvimos hablando el otro día con Gonzalo García-Pelayo.

–Entonces lo hacíamos todo juntos. Por ejemplo, nos hicimos cargo del cineclub universitario, que era del SEU y estaba en el Pabellón de Uruguay. Hacíamos ciclos de cine político solapado y culturalmente abiertos, que tuvieron bastante éxito de taquilla. Llevábamos una contabilidad B y desviábamos los fondos hacia donde queríamos. Engañábamos en las cuentas.

–¿Para pagar actividades políticas?

–Incluso para nosotros. Puede parecer una malversación, pero tabajábamos tanto... Nos pusimos un sueldo.

El TC se ha dedicado a crear una Constitución distinta por la vía de la interpretación

–¿Y lo del Dom Gonzalo?

–Lo montó García-Pelayo con el capital de su madre. El administrador de día era yo y, el de noche, Camilo Tejera. Fue el núcleo de la música progresiva en Sevilla. Tuvo mucha vida porque coincidíamos con soldados norteamericanos a los que les interesaba el contacto con nosotros y la música. Cuando Gonzalo empezó a organizar grupos como Gong o Smash, él y yo nos encargábamos de las letras. Hoy no sabría decir cuáles eran de Gonzalo, cuáles mías y cuáles de los dos al alimón.

–¿Por qué el letrista de rock se decantó por la historia del Derecho?

–Me matriculé en Derecho por influencia de mi padre. El Derecho me interesa como todo lo que tiene que ver con la ingeniería del orden social, pero el que enseñaban en la Facultad no me gustaba nada. El profesorado, con poquísimas excepciones, era muy mediocre y se limitaba a transmitir el derecho franquista sin ningún distanciamiento crítico. Algunos de estos docentes luego se desmelenaron y fueron demócratas una vez muerto Franco. A mitad de la carrera pacté con mi padre simultanear Derecho y Letras.

–Y llegó la mili...

–Había ingresado con mucho esfuerzo (porque nunca he sido un atleta) en las Milicias Universitarias, incluso me habían comprado el uniforme. Pero renuncié. Cuando acabé Derecho me fui a la mili en la Marina, en San Fernando. No podía venir a Sevilla, porque tenía ficha de político, pero yo me saltaba la prohibición y venía muchos fines de semana. Según me comentó un oficial de la Armada después, un catedrático de la Facultad, Francisco Elías de Tejada, que era un antifranquista de extrema derecha, me denunció y me mandaron a Cartagena.

–¿Sobre qué fue su tesis de Historia del Derecho?

–Sobre la institución del mayorazgo, que era la manera de perpetuar en el tiempo el poder económico de las grandes familias nobiliarias del Reino de Castilla.

–¿Por qué escogió ese tema?

–Entonces, en el PCE, se debatía mucho sobre si en España había existido o no una revolución burguesa como las de Inglaterra, Francia, Italia o Alemania. La intención del PCE era concluir que, como no había existido dicha revolución, una vez que finalizase la dictadura había que acometerla como paso previo a la socialista... En fin, podrían haberse limitado a decir que apoyaban una democracia de tipo parlamentario y no dedicarse a contorsionar la historia.

España se ha empeñado en ser una nación en singular y no lo ha conseguido, ni siquiera en el franquismo

–Su tesis pretendía contribuir a la demostración de que sí había existido dicha revolución.

–Exacto, ya que una de las pruebas de que dicha revolución había existido era que se habían desmontado los sistemas sucesorios y de propiedad de la nobleza, como el mayorazgo, que era donde estaba el núcleo duro de las monarquías tradicionales. Cuando llegan los primeros sistemas constitucionales, inmediatamente se plantean acabar con esa vinculación entre los primogénitos y las grandes propiedades nobiliarias, aunque es verdad que algunos sistemas y mecanismos se han mantenido hasta hoy en día: ahí está la Casa de Alba.. Hay patrimonios que pueden mantener el núcleo duro, lo que les confiere un importante poder social...

–Alguna vez, debatiendo sobre el modelo territorial de España, ha comentado que si el carlismo hubiese ganado al liberalismo este problema habría sido menor.

–Todo es mucho más complejo de lo que suele pensarse. Las guerras civiles del XIX no hay que verlas como una lucha entre liberales buenos y carlistas malos. Los liberales eran muy elitistas y antipopulares; abiertos en lo económico pero no en lo político. Sin embargo, el carlismo era popular y autonomista.

–También eran integristas religiosos.

–Sí, también, pero, como le digo, la cosa es más compleja. Además del integrismo, hubo muchos más componentes y tradiciones populares que movilizaron a los carlistas. Los liberales eran: “España, España, España”; y los carlistas: “Vizcaya, Álava, Cataluña, Valencia, Galicia...”

–Pero el carlismo tenía una idea de España. No ponen en duda en ningún momento su unidad.

–Pero tienen una visión mucho más compleja y articulada del país que los liberales. Incluso en el bando liberal también hubo algunos intentos de establecer un estado con unas articulaciones territoriales que, en algunos momentos, fueron similares a las carlistas. Esto ocurre, pese a lo que se suele contar, en la Constitución de Cádiz de 1812. También en la de 1869.

–Desembocamos en el debate por excelencia en los últimos tiempos, el territorial. ¿El Estado de las autonomías es suficiente para resolver este problema en España?

–Debería. Este es un tema al que también le he dado muchas vueltas. De hecho, mi segundo libro se tituló El código y el fuero. El código es la idea de la unificación del derecho en España y el fuero la articulación de derechos distintos. El sistema de las autonomías podría haber resuelto la convivencia articulada de comunidades distintas en el seno de España, pero no lo ha hecho. Ha fracasado desde el principio, pero no por esta aventura insolidaria y unilateral del independentismo catalán, sino porque el TC ha ignorado continuamente los planteamientos de la Carta Magna sobre los estatutos de autonomía, y se ha dedicado a crear una Constitución distinta por vía de la interpretación constitucional.

–¿Y los políticos?

–UCD y PSOE, primero, e inmediatamente después PP y PSOE, llegaron a pactos sobre el desarrollo de las autonomías que eran contrarios a lo que dice la Constitución. Asimismo, desde temprano, el Tribunal Supremo empezó a asumir una posición de primacía jurisprudencial sobre todas las justicias españolas que no casaba con la estructura del Estado de las Autonomías, y empezó a producirse una reunificación del ordenamiento jurídico contrario al espíritu de la Constitución. También ha fracasado porque, para salvar a los antiguos magistrados del Tribunal de Orden Público, que era la justicia política franquista, y para mantener un control central sobre algunos asuntos, se creó la Audiencia Nacional, que no está prevista ni cabe en la Constitución, porque rompe el diseño judicial de ésta. La Audiencia Nacional cada vez se ha hecho con más competencias y se utiliza como instrumento político... El resultado ha sido que los nacionalistas y republicanos catalanes se han echado al monte.

–Es decir, que según su opinión, el ‘café para todos’ fue un error.

–Es que el café para todos no cabe en una Constitución que deja claro que hay comunidades autónomas cuya naturaleza es distinta a las del resto. De ahí que se hable de regiones y nacionalidades. Aunque no se use la palabra, la Constitución es federal, pero eso se ha dilapidado, ya no existe.

–¿Cree que España, como dice el presidente Sánchez, es una nación de naciones?

–España es varias naciones. Pero a Pedro Sánchez le pasa lo mismo que al PSOE desde hace ya tiempo, que habla de federalismo y no concreta.

–¿Y cuáles son las naciones que componen España?

–Ahora mismo, según los estatutos de autonomía, son nacionalidades no sólo el País Vasco, Cataluña y Galicia, sino también Aragón, Valencia, Andalucía, Canarias... Esto no tiene sentido y se basa en el que “si ellos lo tienen también lo queremos nosotros”, aunque no haya ninguna aspiración ciudadana al respecto. Es indudable que hay una nación vasca y una catalana. También lo es que estas no se pueden comprender en términos de identidad excluyente, porque eso atentaría contra los derechos fundamentales de las personas... y hasta ahí podíamos llegar. Desde el siglo XIX, España se empeñó en ser una nación en singular, y nunca lo ha conseguido, ni siquiera durante el franquismo. En esa época Navarra y Álava tuvieron regímenes fiscales especiales. España nunca ha sido una nación-estado tipo francés.

–Quizás el fallo estuvo en que los ponentes de la Constitución eligieron ese término tan ambiguo de “nacionalidades”...

–No, era un buen término, porque es una manera de hablar de una nación que no constituye un estado.

–¿Y Andalucía? Siempre presumimos de ser el territorio que garantiza la igualdad entre todas las regiones.

–Esa idea es falsa. ¿Por qué todos los territorios tienen que ser iguales si no lo son? Existe un código civil catalán, pero ¿quién plantea un código civil andaluz...? Nadie.

–Usted pertenece a la generación que hizo la Transición, un periodo puesto en cuestión por algunos sectores. ¿Qué opina?

–Con la perspectiva histórica pienso que fue un éxito, porque la dictadura estaba muy fuerte. Pero también hay que matizar ese éxito, ya que se pasó de puntillas por muchas cosas. Fue un tiempo en el que nos engañamos mucho a nosotros mismos; pensábamos que estábamos haciendo a fondo algo que sólo estábamos haciendo a medias. Ese engaño se ha mantenido en el tiempo. Sólo hay que leer dos memorias políticas recientes, la de Alfonso Guerra y la de Amparo Rubiales. Son pavorosas por la inconsciencia, sobre todo las de Guerra. Las de Amparo son mucho más dignas.

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