“Eva no le ofreció una manzana a Adán, probablemente era un higo”
Francisco Peña Fernández | Profesor de la Universidad de British Columbia de Canadá
Este investigador formado en la Universidad de Sevilla acaba de publicar con Almuzara su libro ‘La temprana sombra de Caín’, un recorrido por una figura tan conocida como mal interpretada
Paco Peña (Badajoz, 1969) aterrizó en Sevilla en la segunda mitad de los ochenta, en un vuelo directo a la Academia Preuniversitaria (la Preu), donde terminaría el BUP y el COU a trancas y barrancas. Allí trabó amistad con lo mejor de cada casa y dejó constancia de algunas de sus habilidades: la narración de chistes, la imitación de personajes, la ingesta de licores y viandas y una galantería con las jóvenes a lo Woody Allen. Todo hacía presagiar que Paco Peña se convertiría en un divertido e irresistible tarambana, culto y algo vago. Craso error. Tras licenciarse en Historia Medieval por la Hispalense, hizo el macuto y ya sólo regresa a Sevilla para ver a familiares y amigos. Lisboa, Jerusalén, Madrid, California, Canadá... Sus dos doctorados, uno en Ciencias de las Religiones y otro en Literatura Medieval, le dieron la llave para convertirse en profesor titular de la Universidad Bristish Columbia de Canadá, donde imparte cursos en mitología comparada, literatura bíblica y ciencia de las religiones. Ahora, como el pistolero de los Pistones, ha vuelto a la ciudad para presentar su libro ‘La temprana sombra de Caín’ (Almuzara Universidad), un apasionante recorrido por una de las figuras más desconocidas de la Biblia y su interpretación en España.
–Auque ha terminado en Canadá, usted se formó como medievalista en la Universidad de Sevilla.
–Tengo unos recuerdos buenísimos de la Universidad de Sevilla y la sigo considerando mi casa madre. Aquí me formé como historiador, aunque luego me doctoré en Ciencias de las Religiones en el Departamento de Hebreo de la Complutense y, más tarde, en Literatura Medieval en California. Sobre todo trabajo con historia de las ideas religiosas, en cómo se van transformando a través del tiempo. Sigo colaborando con gente de la Universidad de Sevilla y la Pablo de Olavide, como Elena Muñiz Grijalvo, una mujer muy brillante.
–¿Hay muchas diferencias entre la universidad española y la canadiense?
–Bastantes. Al igual que la española, la universidad canadiense es mayoritariamente pública. Sin embargo allí nunca entra la política partidaria y es muy poco endogámica. Si tú te doctoras en un departamento sabes que nunca trabajarás en él. Allí se trata de formarte bien para venderte fuera.
–¿Y sufre la universidad canadiense la dictadura de lo políticamente correcto, como ocurre en EEUU?
–EEUU es un caso extremo, especialmente en los llamados Estudios Culturales. A un alumno no se le puede decir qué tiene que pensar, sino enseñarle a pensar. Un profesor no es un predicador, tiene que dejar sus ideas políticas fuera del aula. Yo nunca comparto mis ideas políticas con los estudiantes. Hay que mantener esa distancia.
–Como ha dicho, después de estancias en las universidades de Lisboa y Jerusalén, estuvo en el Departamento de Hebreo de la Complutense. Un paso importante en su carrera.
–Allí entré en contacto con la persona que más me influyó y me sigue influyendo, Julio Trebolle, que es uno de los mejores biblistas del mundo. Un hombre extraordinario. También fue muy importante para mi formación mi profesor en California, Samuel Armistead.
–Aquí en España nos cuesta todavía concebir la Biblia no sólo como un libro sagrado, sino también como una gran obra literaria.
–En España hay gente muy buena dedicada a la historia de las religiones, pero lo que ocurre es que no se han formado departamentos. Esa fue la razón por la que yo me fui. En los países católicos cuestan estas cosas. O se rechaza el fenómeno religioso o se reduce a una sola religión. Para colmo, los departamentos de Hebreo están desapareciendo debido a la baja demanda. Y todo pese a que la literatura dorada en hebreo se escribió en España, es española. Ahí están autores hispano-judíos como Ibn Gabirol, Ibn Paquda, Yehuda ha-Levi y Abraham Ibn Ezra. El gran traductor de esta literatura fue Ángel Sáenz Badillos. El legado cultural de la Edad Media española es impresionante, con poemas como Amor (Ahava), de Ibn Gabirol, que son hermosísimos y tienen una dimensión religiosa muy sofisticada.
–Hablemos de su libro, que trata de un personaje con muy mala fama, Caín. ¿Estamos ante el malo más malo de la historia universal?
–Me interesé por Caín cuando me propuse escribir un libro en español sobre el enorme valor que tiene la Biblia como literatura, además de la gran influencia que ejerce en nuestra concepción del mundo. La idea era elegir un personaje y, a través de él, ver su transformación en el tiempo.
–¿La figura de Caín no siempre ha significado lo mismo para nosotros?
–En la Biblia Caín no es tan unívocamente malo. Existe una enorme relatividad sobre la maldad de Caín una vez que se lee el texto de cerca. Digamos que Caín se vuelve malo posteriormente, con la literatura apócrifa.
–¿Y cómo es entonces el Caín auténtico de la Biblia?
–Sobre todo un ignorante. Comete errores de una forma continua, como otras figuras con las que yo las relaciones,: Baal, Lot... Caín es como Goofy, una persona torpe que mete la pata.
–¿Y qué pasa después?
–El problema es cuando se empieza a leer la Biblia en forma alegórica. Se anula lo simbólico, que crea muchísimas posibilidades, y se pasa a lo alegórico, donde se buscan respuestas concretas y únicas. Ahí es cuando Caín se convierte en malo y Lot en bueno, cuando no lo es tanto en el texto bíblico. Pasa también con Esaú, que aunque protagoniza una de las escenas más hermosas de la Biblia de perdón y reconciliación, lo convierten en un malvado para que Jacob aparezca como bueno. Como decía, esta demonización de Caín viene de textos apócrifos posteriores que tuvieron una gran influencia. Por ejemplo, todo nuestro teatro medieval se inspira en estos escritos. Es curioso, pero una gran cantidad de las pinturas que ves en las iglesias son apócrifas, no aparecen en la Biblia. Esto tenía un peso enorme en una población como la española en la Edad Media, que era en su mayor parte analfabeta, y en la que primaba la literatura oral y las leyendas más que la Biblia en sí. Fíjese que hasta en el Credo hay escenas apócrifas: “Jesús bajó a los infiernos”... Eso no está en la Biblia.
–Imagino que Caín se inspirará en algunos modelos anteriores a la Biblia, ¿no?
–Sí, la Biblia está en diálogo con muchísimas tradiciones al mismo tiempo. Es un diálogo tanto interno como externo. A la figura de Caín le influyen mucho los llamados ciclos davídico y de Jacob, que se escriben antes, y toda las tradiciones orales. También las tradiciones mesopotámicas y babilónicas, el Enuma Elish o las narraciones griegas y egipcias. Hay una enorme riqueza intertextual en todos esos relatos.
–España, como país católico, ha tenido poca tradición de traductores de la Biblia.
–Pero eso es un problema de la modernidad y la contemporaneidad. Lo curioso es que España empezó siendo el país de Europa con una tradición más rica de traducciones del hebreo. Sin embargo eso se corta en el siglo XVI con la Biblia del Oso, que la empezó a traducir Casiodoro de Reina aquí al lado, en San Isidoro del Campo, y que ya fue declarada “ilegal”. La Biblia de Alba, traducida en el siglo XV por el judío Rabí Mošé Arragel, es un auténtico monumento. Pero como decía, todo eso se cortó repentinamente. Recientemente, Claudio García Turza impulsó una gran traducción literaria de la Biblia, proyecto al que dedicó muchísimo dinero y tiempo. Aún no se ha culminado y espero que alguien lo retome . Hace falta.
–Volvamos a la figura de Caín. Me decía que era un torpe.
–Un torpe, pero también brillante. Es un héroe civilizador, que crea ciudades. El problema es que la ciudad no está bien vista ni en Génesis ni en la mayor parte de la Biblia. La ciudad es un elemento negativo. Se valora al nómada, a la figura itinerante como Abraham. La civilización tiene en la Biblia el peligro de la corrupción, del alejamiento de un Dios que es tribal. Incluso se mira con malos ojos la monarquía, como se ve en el Libro de Samuel, donde a Dios no le apetece mucho que haya reyes. Hay como una idea semi socialista en la que se valora no tener muchas cosas, no atarse a lo material, prescindir del deseo de adquisición, que es lo que simboliza Caín, un hombre empeñado en el mundo urbano. Dios valora figuras como Abraham, Jacob, Abel, figuras que son nómadas, que se adaptan a las circunstancias. Lo urbano se asocia a los imperios opresores, como el Asirio o el Babilonio, a esa obsesión por el poder, el control y la posesión de cosas.
–Es normal en un mundo pastoril.
–Sí, pero todos estos textos se escriben cuando Israel es ya una sociedad muy urbana.
–No podemos hablar de Caín sin su hermano y víctima, Abel. La otra cara de la moneda. ¿Quién es este personaje? ¿Qué simboliza?
–Es curioso, porque la muerte de Abel ya está implícita en su nombre. Es como si llamases a un hijo “el que va a morir muy pronto”. Abel en hebreo significa efímero, algo que no tiene peso, que va a desaparecer. Eva celebra el nacimiento de Caín pero no dice nada de Abel es una persona que no está vinculada a nada.
–¿El judío ideal para la Biblia?
–Los dos grandes personajes de la Biblia son Abraham y Moisés. Lo curioso y hermoso es que son dos hombres con una gran relevancia pero que, a la vez, tienen también un montón de defectos. La pena de la Biblia es que, al haber sido considerado siempre como un texto sagrado, no lo hemos sabido disfrutar como texto literario. Personalmente creo que no hay ningún libro escrito en griego que sea comparable con la Biblia hebrea. Sus personajes son muy poliédricos.
–Abraham es un gran representante del patriarcado, un mundo que acaba de entrar en crisis y es continuamente denigrado.
–El mundo griego era mucho más machista que el hebreo. También lo son más las versiones apócrifas de la Biblia que el texto original. Los relatos apócrifos dejan fatal a la pobre Eva. Es decir, lo más machista no es la Biblia, sino las versiones posteriores. Sobre estos temas hay que ir con cuidado cuando nos referimos al mundo antiguo. El Egipto de ahora, por ejemplo, también es más machista que el antiguo, donde la mujer era dueñas de sus posesiones y se podía divorciar. En estas cuestiones, nosotros hemos heredado más lo griego que lo hebreo.
–Ha hablado de Eva, ¿es la mujer fatal, la gran tentadora?
–Eva es la gran madre de la humanidad. El problema es que hemos leído la Biblia con un punto de vista muy machista... Esa idea de que el hombre es una pobre víctima de la incitación de la hembra... Eva es uno de los personajes más distorsionados. Es un personaje, como tantos otros de Génesis, que pasa muy rápido. Las historias en Génesis transcurren con mucha velocidad al principio. En cuanto avanzamos ya aparecen personajes femeninos mucho más desarrollados, como Rebeca o Sara. En el libro yo analizo la importancia que tiene esa rapidez, la virtud de la brevedad.
–¿Y lo de la manzana?
–Eva no le ofreció a Adán una manzana.
–No me diga...
–Era una fruta, pero nosotros le decimos manzana, quizás por los mitos griegos como la manzana de Paris. Lo que le ofreció probablemente era un higo, pero no lo sabemos muy bien. Además no hay sólo un árbol del que no pueden comer Adán y Eva, sino dos: el de la vida y el del conocimiento. El ángel que los expulsa del Edén comenta que menos mal que no comieron del de la vida, porque si no se habrían vuelto inmortales, serían como ellos. El árbol del conocimiento es una innovación de la Biblia, porque en las tradiciones anteriores sólo aparece el árbol de la vida, que es del que tienen que comer los dioses para mantenerse inmortales.
–Todos conocemos de alguna manera el Génesis.
–Génesis, para ser un episodio primordial, es muy poco violento. En la literatura politeísta lo normal es que los inicios sean muy violentos, con grandes teomaquias, guerras de dioses. Sin embargo, en Génesis el inicio es muy tranquilo y los protagonistas son humanos. En cualquier otra tradición el episodio de Caín y Abel hubiese sido protagonizado por dos dioses, no por dos hombres. Por eso digo que la Biblia no es mitología, sino literatura.
–En su libro también habla de ese gran lugar común que es el cainismo español. España, “un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”, como diría don Antonio Machado.
–Se ha hablado mucho del cainismo español, pero no se había analizado la prehistoria de este concepto. Es una de las cosas que pretendo en el libro, acudir a la Edad Media de España y centrarme en las narraciones de fratricidios, un ejercicio muy habitual en la monarquía castellana y leonesa. La cuestión era ver cómo se justificaba ese fratricidio, porque lo normal es que el asesino era el que había triunfado y tenía el poder, y por lo tanto contaba la historia. Estudié las crónicas de Jiménez de Rada, don Juan Manuel y Pedro López de Ayala.
–Fue el caso de Enrique II y Pedro I, del que hablábamos en estas páginas el pasado domingo.
–Precisamente, mi opinión es que en la propaganda de la casa de Trastámara contra Pedro I nace el cainismo español.
–¿Y cómo justifican sus crímenes?
–El primer argumento es la autodefensa. Era él el que me quería matar. A la víctima se le carga con todos los defectos del Caín apócrifo: es envidioso, malvado, traidor... También es muy interesante ver cómo se narra la muerte de la víctima. En este sentido es impresionante la labor de Pérez de Ayala para justificar la muerte de Pedro I. Lo tiene dificilísimo, porque Enrique II lo ha matado de una forma cobarde y traidora. Sin embargo, usa los recursos de la narrativa de la monstruosidad, que él, un gran lector, conoce muy bien (El Beowulf , las tradiciones griegas de monstruos, etcétera). Pedro de Ayala convierte a Pedro I en un personaje que se ha ido convirtiendo en un monstruo y todo culmina en el episodio de Montiel, en el que Enrique II lo mata de una manera rápida, como hay que hacer con los monstruos. Como un torero mata al toro.
–Una especie de San Jorge matando al dragón.
–Exacto, se acoge a ese modelo. Como ahora pasa con la postverdad, lo que vende es la historia que se cuenta, no el hecho en sí. Por eso es importante estudiar literatura.
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