“Elcano nunca escribió su nombre con k, el nacionalismo tergiversa la historia”

Manuel Romero Tallafigo | Catedrático Emérito de la US

Aunque es uno de los mayores expertos españoles en escritura antigua, en esta entrevista habla de la muchísima información que aporta el testamento de Juan Sebastián Elcano

Manuel Romero Tallafigo. / Manuel Romero Tallafigo.

El profesor Manuel Romero Tallafigo es un auténtico arcón de conocimientos. Al día siguiente de la entrevista, cuando el periodista escucha con detenimiento sus dos horas de grabación, es consciente de que le daría, al menos, para tres entregas de El Rastro de la Fama. Una sobre el testamento de Juan Sebastián Elcano, asunto sobre el que tiene escrito un libro fundamental para el conocimiento del personaje. Otra sobre el desconocido Instituto Hispano Cubano de Historia de América y su fundador, Rafael González Abreu. Y una tercera para hablar de su extensa labor en archivos, como el de Indias o el de la Casa de Medinaceli. Finalmente, el entrevistador decide quedarse con la primera opción, no sin cierto fastidio. Nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1941, el currículum de Romero Tallafigo discurre entre sus trabajos en archivos, su actividad como docente en la Universidad de Sevilla (de la que es catedrático emérito), su labor como perito en paleografía (con trabajos para empresas como González Byass o Renfe) y sus investigaciones históricas. Entre sus muchos libros destacamos dos: ‘Arte de leer escrituras antiguas’ (Universidad de Huelva) y el ya citado ‘El testamento de Juan Sebastián Elcano (1526): palabras para un autorretrato’ (Universidad de Sevilla).

–Ha elegido para hacerse la foto el Muelle de las Mulas o las Muelas, de donde salió la expedición Magallanes-Elcano, y en donde en la actualidad hay una escultura de una esfera armilar.

–Del testamento de Juan Sebastián Elcano me llamó la atención que llevaba tres libros con él: un globo terráqueo (que para mí es un libro redondo); el Almanaque, que indicaba cosas como las conjunciones astrales o las lunas, fundamentales para la navegación; y un volumen de Astrología-Astronomía, también importante para orientarse, porque en el mar no hay veredas. Lo único que se tiene es el sol, la luna y la posición de las estrellas.

–Ya que lo ha mencionado, uno de sus libros más conocidos es su estudio sobre el testamento de Elcano. ¿Qué nos enseña este texto?

–Es un testamento original, que no huele a notario, sin apenas fórmulas jurídicas prosaicas. Se notan perfectamente las frases entrecortadas de Elcano enfermo. Su madre, al leerlo, tuvo que saber que el que hablaba era su hijo. En su día descubrí, después de realizar un análisis pericial caligráfico, que lo escribió Andrés de Urdaneta, al que el mismo Elcano había elegido como su secretario. Elcano, que murió en medio del Pacífico, probablemente por una bacteria del pescado, se lo tuvo que dictar a Urdaneta. A los vascos les muestro su firma para que vean que él siempre escribe su nombre con c, Elcano, no con k, Elkano, como ponen ahora por allí. Además, habla de “volver a España”, no al Estado... El nacionalismo tergiversa la historia, se la inventa.

–Urdaneta... otro gran marino que descubrió el “tornaviaje”, la ruta por el Pacífico para volver de las Filipinas a Acapulco.

–Exacto, gracias a la corriente de Kuro Siwo que él encontró en el paralelo 40. Hasta ese momento, viajar a las Molucas era relativamente fácil, pero volver hasta México casi imposible El descubrimiento de Urdaneta fue fundamental.

A Elcano siempre lo vemos como una persona de acción, pero era un hombre de conocimiento

–Urdaneta fue un hombre peculiar que terminó siendo monje agustino.

–Él aprendió muchísimo de Elcano, del que era criado cuando apenas tenía 18 años, acompañándolo en la expedición de García Jofre de Loaísa, la segunda que se hizo a las Molucas tras la circunnavegación. A Elcano lo vemos como un hombre de acción y está poco valorado como persona de sabiduría. Yo he demostrado que tenía libros y una esfera donde actualizaba sus conocimientos. Además, llevaba gafas, porque tenía la vista cansada, algo normal en los lectores. El propio Urdaneta, en el diario de ese viaje dice que a Elcano se le entendían muy bien las cosas de navegación.

–¿Por qué escribió Urdaneta el testamento de Elcano?

–Probablemente porque, además de ser su criado, tenía una letra preciosa. Tenga en cuenta que los vascos controlaban toda la burocracia de la época. El primer libro impreso de caligrafía que se conoce en España es de Juan de Icíar, vizcaíno de Durango. Más que conquistador, Elcano era colonizador. Él no comete el error de Magallanes de meterse en batallas con los indios. Llegó a un pacto con los habitantes de las Molucas y regresó. En su testamento no aparecen vestidos de armas (corazas, escudos... ). Solo lleva dos espadas para cuya posesión pidió permiso al rey en Valladolid.

–¿Temía por su vida?

–En primer lugar los portugueses no le tenían en mucha estima, porque había descubierto una ruta que le hacía mucho daño a sus intereses. Además, tiene una hija que parece fruto de una relación que tuvo con una mujer casada. Elcano nunca se casó, ni con esta vallisoletana ni con otra vasca, con la que también tuvo un hijo. A esta segunda, como dice en el testamento, la tuvo “moza y virgen” y le deja más dinero que a la de Valladolid.

–¿Qué más no enseña el testamento de Elcano?

–Que era un hombre muy presumido. Tenía un vestuario impresionante. Al menos cinco conjuntos para vestir bien, con sus jubones, las medias calzas de colores... Llevaba ¡18 camisas! Tenga en cuenta que las camisas no se podían lavar en agua salada, porque picaban y eran muy incómodas. Este truco lo tuvo que aprender en el primer viaje a las Molucas. En el testamento deja dos

Elcano era un hombre presumido. Tenía un vestuario considerable, al menos cinco conjuntos para bien vestir

camisas para el confesor.

–¿Qué más dio?

–Pescado seco al boticario, al barbero... También tenía una cajita con antojos.

–¿Antojos?

–Antojos o anteojos. Lo dice muy bien Nebrija en su diccionario: “antojos son los que tienen las mujeres cuando van a parir o los que se ponen en la nariz para alargar la vista”. También era un hombre muy previsor. En el barco llevaba su propio equipo de cocina (trébedes, sartenes, paelleras), bebía en tazones de plata...

–Está claro que tenía una cierta fortuna: criados, ropa buena, plata...

–Sí y llevaba sus propios alimentos: trigo, harina, pescado seco, tres barricas de vino blanco de Jerez... bizcochos. Puede parecer mucho, pero tenían que administrarlos al mínimo, nunca sabían cuánto podía durar la travesía. En los barcos todo era importante. Yo me he encontrado un documento en el que en una travesía se subasta la pastilla de jabón de un fallecido.

–¿De jabón?

–Eso en medio del Pacífico era un tesoro. El dinero que se sacó se envió a la Casa de la Contratación, que llamó a los herederos para entregárselo, deducidos los gastos de búsqueda y gestión.

–Eran gentes duras.

–Todos estos navegantes tenían muy claro lo que cuenta Plutarco de Pompeyo cuando fue con barcos a buscar trigo a Sicilia para darle de comer a una Roma hambrienta. Había unas tempestades tremendas, pero él no se acobardó y dijo: “o navegar o morir”. Elcano tenía claro que en España iba a morir de miseria y que mucho mejor era enrolarse en la expedición de Magallanes. Fue y triunfó, porque una especia como el clavo que en las Molucas se compraba por una moneda, en Amberes se vendía por 10.0000.

–Buen beneficio.

–El clavo servía para muchas cosas: para mejorar el vino, para hacer colonias, medicamentos...

–Conocemos las dos grandes expediciones oceánicas en las que se enroló Elcano, la de Magallanes y la segunda expedición a las Molucas, llamada por el nombre de su capitán general, García Jofre de Loaísa, de la que Elcano fue piloto mayor hasta su muerte en el Pacífico. ¿Pero por dónde más navegó?

–Antes de estos viajes estuvo por el Mediterráneo. De hecho, en su testamento deja una manda de un dinero para el convento de la Santa Faz de Alicante. Dice que manden a un romero con una cantidad, que se la de al abad para que se digan unas misas que él había prometido y que le den un recibo. No me extrañaría tampoco que, desde su Guetaria natal, hubiese hecho algún viaje al norte en busca de bacalao. Era sin duda un hombre con experiencia. El problema fue que vendió su barco a un extranjero, algo que estaba prohibido, y el rey Carlos lo castigó, por eso, para redimirse, se enroló en la expedición de Magallanes.

En el Estrecho de Magallanes, en un solo un día, se pueden sufrir las cuatro estaciones, pasar del calor al hielo

–Siempre pienso cómo tuvo que ser ese viaje entre Sanlúcar y Sevilla cuando finalizó la expedición.

–He estudiado, en las cuentas del Archivo de Indias, todos los gastos que hubo desde el 6 de septiembre de 1522, día en el que la expedición llega a Sanlúcar, hasta el 9 de septiembre, cuando arriba a Sevilla. Desde un barco de melones que compran hasta una media vaca o una cena que hicieron en Coria del Río, donde pararon. La Casa de la Contratación mandó a un notario para que vigilase que nadie entrase en el barco lleno de clavo, que estaba atracado en Trebujena... A Sevilla no llegaron hambrientos, como se suele pensar. Habían pasado por pueblos con buenos panes y otros alimentos.

–¿Y qué hizo Elcano cuando llegó a Sevilla?

–Marchó enseguida a Valladolid, donde estaba el Rey, para dar cuenta de su participación en la rebelión contra Magallanes. En realidad tenían razón: ya habían descubierto el Estrecho y apenas tenían subsistencias. Lo mejor era volverse a Sevilla para reponerse y volver directos a cruzar el Estrecho, cuyo camino ya conocían. Pero Magallanes decidió seguir adelante, sabía que si volvía no le volverían a encargar el mando de la expedición.

–Tras el regreso de Elcano a España surge la nueva expedición a las Molucas para traer más especias, la de García Jofre de Loaísa, pero esta vez saldrían de La Coruña. ¿Por qué el norte?

–Por su cercanía con el puerto de Amberes, donde había mucho comercio y dinero. El Rey quería hacer en La Coruña una casa de la contratación de las especias. Salieron el día de Santiago de 1525 y, el día de Santa Ana de 1526, a un grado de la línea equinoccial, Elcano hace su testamento. El 6 de agosto falleció.

–¿Cómo acabó la expedición?

–Un fracaso. De siete naves sólo quedó una. El Pacífico, a pesar de su engañoso nombre, es muy duro. He hablado con gente marinera que me han contado lo duro que es atravesar el Estrecho de Magallanes, con unos vientos tremendos. En un solo un día se pueden sufrir las cuatro estaciones, pasar del calor al hielo. Un infierno.

–Usted es nacido en Sanlúcar de Barrameda, ciudad que reclama que la expedición salió y llegó de su puerto. Tendrá el corazón dividido.

–Sanlúcar es el antepuerto de Sevilla. Esta ciudad tiene una cosa muy importante, la barra, y los únicos que la conocen bien son los prácticos sanluqueños. De Sevilla hasta Sanlúcar, cuando se navega por el Guadalquivir, los prácticos son sevillanos, pero esto cambia cuando se llega a la barra. Yo tengo una novela en la que hago a Magallanes y al práctico de Sanlúcar, Pedro Sordo, visitar toda la barra, inspeccionando zonas como Salmedina (la parte de Chipiona), etcétera. La explicaron que para salir tenía que ser con marea alta y por la mañana, con todo el mundo callado para que se escuchen bien las órdenes de navegación. El paso de la barra es fundamental, de ahí que se produjesen esperas muy largas. Había que hacerlo en el momento óptimo. Magallanes tuvo que esperar un mes.

–Como decía, Sanlúcar es el antepuerto de Sevilla.

–Evidentemente, cuando llegas de un viaje tan largo como el de Elcano consideras que has llegado una vez que tocas Sanlúcar. Pero, administrativamente, la paga de Elcano dura hasta su llegada a Sevilla. Aquí está el capital. El duque de Medina Sidonia, señor de Sanlúcar, no invirtió en ese viaje. Podemos decir que Sanlúcar es la boca y Sevilla, el estómago.

Sanlúcar es el antepuerto de Sevilla. Digamos que Sevilla es la boca y Sevilla el estómago

–Hay sanluqueños que se consideran más sevillanos que gaditanos.

–Javier de Burgos, cuando diseñó las provincias, no pensó en Sanlúcar. Él planeo las provincias de tal modo que un hombre de un pueblo en el extremo de la provincia pudiese partir al salir el sol y llegar a la capital en el ocaso. Y todo durante el día más corto del año, el 21 de diciembre. Eso, en Sanlúcar, se cumplía con Cádiz. Sin embargo, Javier de Burgos no contempló que existían unos taxis que se llamaban “los barcos de la vez”, de vela y remos, que comunicaban las dos poblaciones. Sólo tardaban diez horas. ¿Por qué a Sevilla apenas han entrado por el río para conquistarla los vikingos? Por la barra. La barra y el río le daban seguridad a Sevilla.

–Los sanluqueños celebraron bien el V Centenario de la circunnavegación.

–Como nadie. Pero yo ese centenario lo hubiese celebrado de una forma comarcal, implicando a todos los pueblos de la ribera del Guadalquivir. Porque todos tuvieron algo que ver: Sanlúcar, Trebujena, Lebrija, Coria...

–¿Cómo era el muelle de las Muelas, donde hoy está Plaza de Cuba?

–Por lo pronto no había muelle. Para ir a la orilla había que hacerlo en barca. Es decir, que el cuadro famoso de Salaverría en que aparece Elcano bajando a un muelle es una fantasía. Tenga en cuenta que el puente de San Telmo no se hizo hasta el siglo XX.

–No me gustaría acabar la entrevista sin mencionar al Archivo de Indias, uno de los principales fundos documentales del mundo y al que usted tanto tiempo ha dedicado.

–El edificio lo diseñó Herrera sin venir a Sevilla. Como dice un amigo mío, es como si lo hubiesen traído en helicóptero. Herrera quiso ponerle al edificio tejados como El Escorial, pero no pudo ser. Trajo a Sevilla la combinación del ladrillo rojo y la piedra, que se repetirá en San Telmo y el Palacio Arzobispal. Los pináculos herrerianos que tiene en las esquinas son un trampantojo, para que la Catedral no parezca tan alta a su lado. En Sevilla todo se hace a lo grande, tanto que sobró edificio, como luego pasó con el Estadio Olímpico. La planta de abajo se dedicó a lonja, la parte alta a casa de vecinos. Llegó a tener hasta la Academia de Murillo.

–La escalera de Lucas Cintora que se construyó cuando se rehabilitó para acoger el Archivo de Indias, en el siglo XVIII, es impresionante.

–Pues fue un escándalo, no le gustó a mucha gente. Hubo críticas diciendo que nada tenía que ver con el edificio, que rompía su armonía.

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