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“Cervantes aprendió mucho del carácter de los andaluces”

Santiago Muñoz Machado | Director de la Real Academia Española

El jurista y académico acaba de presentar ‘Cervantes’, un auténtico ‘tour de force’ en el que vuelca sus oceánicos conocimientos sobre la vida, obra y época del autor de ‘El Quijote’

Santiago Muñoz Machado, en la sede de la Real Academia Española / José Ramón Ladra

La sede de la Real Academia Española (RAE) no defrauda. Maderas centenarias, libros venerables, silencio de templo y alfombras mullidas que hacen que el visitante olvide la gravedad, como si estuviese ligeramente achispado. De esa atmósfera senatorial surge la figura de Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, 1949), que indudablemente hace juego con el entorno. Viste con formalidad de académico y muestra una amabilidad irreprochable, algo fatigada y sonriente. Para que este jurista y profesor, inevitable ‘uomo di potere’, fuese director de la RAE, cargo que alcanzó en 2018, tuvo que andar un largo camino en el que conjugó el derecho y las letras, el servicio público y la investigación humanística. Académico ‘de la lengua’ desde 2012, se sienta en el sillón ‘r’ y ha sido el primer director no lingüista de la institución desde que Laín Entralgo ocupase el puesto en los años ochenta. Catedrático especialista en Derecho Administrativo y Constitucional, es también miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y autor de innumerables libros. El último es el titulado sobriamente como ‘Cervantes’ (Crítica), un ‘tour de force’ de más de 1.000 páginas en el que vuelca todos sus conocimientos sobre el autor de ‘El Quijote’. Pueden estar seguros de que no son pocos.

–-No es moco de pavo su ‘Cervantes’. Más de 1.000 páginas.

–Es el resultado de toda una vida dándole vueltas a un personaje y su obra. De amar sus libros y tenerlos próximos. Me he pasado unos cinco años redactando estas páginas.

–¿Recuerda su primer contacto con Cervantes, el momento del flechazo?

–No me caí de ningún caballo ni se me encendió una lucecita. Simplemente, el gusto por la literatura hizo que me maravillase con la escritura cervantina, a la que llevo muchos años dándole vueltas. Nunca pensé escribir sobre él, pero hace diez años, cuando ingresé en la Academia, me animé a hacer una obra distinta a lo que ya había en la biografía oceánica que existe sobre él. Opté por escribir un libro que reflejase un Cervantes completo, que analizara tanto su biografía –contada de otra manera, si fuera posible– como su obra y la España de su tiempo.

–Una de las cosas que llama la atención de Cervantes es lo bien que cae. Todos, de alguna manera, lo queremos, lo sentimos muy próximo. Es mucho más que un clásico. ¿A qué se debe esto?

–Es que Cervantes, además de un escritor fantástico, es muy simpático. Su literatura es placentera, divierte, entretiene, lo que es muy de agradecer. También ayuda a esa corriente de afecto el que Cervantes tuviese una vida algo dura, en la que, probablemente, no recibiese todo lo que merecía, al menos desde el punto de vista material. A los humanos nos gusta compadecernos.

–Asombra el profundo conocimiento que Cervantes tiene de la naturaleza humana.

–Cervantes fue un hombre que sacó su literatura de sus vivencias, de caminar por el mundo. Se ha debatido muchas veces cuál era el nivel de la cultura literaria de Cervantes. Es cierto que era una persona muy culta y habituado a leer, pero las fuentes de su literatura, más que en los libros, están en la sociedad, en una vida que él conoció con intensidad. Buena parte de su existencia consistió en el callejeo, el vagabundeo, en hacer rutas, pasar por los pueblos y las ventas, por los lugares colectivos.

La literatura de Cervantes es placentera, divierte, entretiene, lo que es muy de agradecer

–¿Fue un autodidacta literario?

–No pasó por la universidad e, incluso, su tiempo como escolar fue escaso. En la última época del periodo que estuvo con su maestro, López de Hoyos, no se sabe muy bien si era un alumno o una especie de colaborador. Pero sí podemos decir que era un hombre que se formó a sí mismo, un autodidacta que leyó mucho. Su obra demuestra que estaba al tanto de lo mejor de la literatura del Renacimiento, que era la de su época.

–Durante mucho tiempo Cervantes ha sido un personaje borroso y resbaladizo. Incluso se podía hablar de un “enigma Cervantes”. ¿Seguimos igual o podemos decir que ya está fijada la biografía del escritor?

–Creo que sí. La vida de Cervantes ya se puede contar con bastante seguridad. Hay algunos periodos que todavía no están muy esclarecidos y habrá descubrimientos en el futuro, pero lo fundamental ya está fijado en la actualidad. Ha sido un camino que ha durado siglo y medio. Se empezó usando lo que Cervantes contó de sí mismo en su obra, pero luego asistimos a una especie de competición entre los investigadores por averiguar cosas nuevas. Muchedumbres de personas se dedicaron a ir por los registros parroquiales y municipales a la caza de documentos.

–Hablemos de los tramos oscuros. Uno de ellos es su periodo como cautivo en Argel. Se ha especulado mucho sobre este periodo. Incluso se ha hablado de un Cervantes homosexual.

–Sobre la vida y obra de Cervantes ha habido mucha especulación. Como existen esos tramos oscuros, algunos han pretendido encontrar en su obra descripciones y mensajes encubiertos. Yo soy contrario a tanta especulación sin fundamento. De Argel se saben algunas cosas por lo que él mismo contó parcialmente en El Quijote y, sobre todo, por la información pública que promovió en 1580 cuando salió del cautiverio. También por lo que contó el padre Diego de Haedo. El tema de la homosexualidad se ha usado para explicar por qué Cervantes sobrevivió pese a haber intentado fugarse cuatro veces, sin cosechar más condenas que cargarlo de cadenas durante un mes, mientras a que otros les cortaban las manos, la cabeza o los empalaban... Algunos han hablado de que esto se debió a que contaba con las “simpatías especiales de su amo”... La especulación es libre, pero no hay el menor rastro de esta pretendida homosexualidad de Cervantes.

–Lo cierto es que los argelinos no debieron ser inmunes a los encantos de Cervantes.

–Es que, como dije antes, debió ser un hombre muy simpático, realmente encantador, culto, con una muy buena conversación que cautivaba. Aprendió mucho del carácter de los andaluces, algo que cuando se subraya le da un poco de rabia a algunos investigadores de la Castilla Alta y Cataluña. Es innegable que tanto trotar por las tierras de Andalucía le permitió captar su espíritu, esa forma de tomarse la vida con calma y ver lo mejor que hay en cada situación por penosa que sea.

Cervantes conocía lo mejor de la literatura del Renacimiento, pero su principal inspiración fueron sus vivencias

–La capacidad fabuladora de Cervantes es impresionante. ¿De dónde le viene, además de por su talento natural?

–En el libro trato las fuentes literarias del escritor. Los estudiosos tienen localizadas algunas que parecen muy claras. En la literatura previa a Cervantes podemos encontrar a personajes que se parecen a Sancho, a Quijote, al licenciado Vidriera, brujas como la Camacha... Pero estas influencias son mínimas, porque las principales fuentes de Cervantes son sus vivencias. Lo que ve. Tiene una capacidad de observación extraordinaria. Sus temas más recurrentes salen de la sociedad que le tocó vivir: la preocupación por la religión, por la vida en pareja, por el mundo mágico y las brujas, la utilización continua de referencias a la ley y el derecho...

–¿Sabía Cervantes de leyes?

–Cervantes usa las leyes como argumento literario y maneja bien y continuamente el lenguaje jurídico en su obra.

–Ahora hay muchos eruditos que localizan hechos reales que pudieron inspirar a Cervantes: un hidalgo al que le queman la biblioteca y cosas así.

–Claro, porque Cervantes, al andar por caminos y ventas de Andalucía y Castilla, se enteraba de muchas noticias, sucedidos, comentarios y anécdotas de este tipo. Eran tiempos en los que no había periódicos, pero las gentes estaban al tanto de los rumores que corrían de venta en venta, de taberna en taberna.

–Ya ha hablado de la preocupación de Cervantes por la vida en pareja, que sale continuamente reflejada en su obra.

–Le tocó vivir unos momentos de cambios trascendentales en estos asuntos, protagonizados por el Concilio de Trento y la exigencia desde entonces de que para la validez del matrimonio se requiriese una formalidad y la presencia de un sacerdote. Antes de eso, en la España y la Europa pretridentina, la estabilidad de una pareja no necesitaba la sacralización. El hecho de comprometerse y darse la mano derecha era equivalente al matrimonio. Ya en tiempos de Cervantes se prefería el matrimonio formal – “más vale hija mal casada que bien abarraganada”–, pero la barraganía y el amancebamiento como formas de unión seguían más que consolidadas.

–Su vida sentimental fue un poco agitada.

–Tuvo amantes, incluso una hija con una de ellas. Su tía María, sus hermanas y su hija fueron barraganas y amantes, con uniones que terminaron resolviéndose de manera conflictiva, con pleitos para reclamar las cantidades que los señores con los que habían mantenido las relaciones les habían prometido. En todos estos asuntos tuvo una fuente literaria fantástica. No hay argumento más repetido en Cervantes que las relaciones de pareja, cruzan todo El Quijote, y su novela póstuma, El Persiles, trata de parejas que peregrinan juntas, cada una con su pequeña historia: las hay casadas, arrejuntadas, con o sin hijos... Todo esto no se subraya como excepcional, sino como algo común. Esto de tener un pie en el mundo pretridentino y otro en el tridentino supuso para él una fortuna literaria extraordinaria.

–Hablaba antes del Cervantes que recorrió Andalucía, sobre todo como agente del fisco. Sin embargo, Andalucía sale poco reflejada en su gran obra, ‘El Quijote’.

–Puede que Andalucía apenas aparezca en El Quijote como geografía, pero sí en otras también muy importantes como Rinconete y Cortadillo. Pero insisto, Andalucía está muy presente en Cervantes en la manera de hacer, de escribir, de comentar la vida, en el gracejo, la simpatía, en esa cultura tan resistente a lo negativo.

No hay argumento más repetido en la obra de Cervantes que las relaciones de pareja

–Como agente del fisco no lo tuvo que pasar bien. Los recaudadores de impuestos no suelen caer en gracia.

–Tuvo dos oficios muy malos. Primero como recaudador de abastecimientos para la Armada, que significaba confiscar trigo, aceite y todo tipo de bienes a ricos y pobres, bienes que no se pagaban en ese momento. Aquello tuvo que ser fatal para una persona tan amable, tan poco amiga de enfrentamientos duros. Y no hablemos del segundo oficio, el de recaudador de alcabalas vencidas, lo que le convertía en una especie de cobrador de última hora. Era un oficio muy peligroso, con el que se podían tener muchos problemas si faltaba un céntimo, como le ocurrió a Cervantes.

–Tanto que acabó en la cárcel de Sevilla. ¿Hay un veredicto definitivo sobre su culpabilidad o inocencia?

–Desde luego no era tan culpable como el juez lo consideró, porque le estaba pidiendo la devolución de una cantidad que Cervantes ya había ingresado y de la que sólo le faltaba una cantidad mínima, algo que pudo arreglar. Escribió al Rey y este ordenó su inmediata liberación. También fue muy injusto el encarcelamiento que sufrió en Valladolid a la espera de que se decidiera quién era el asesino de Ezpeleta. Le tocaron jueces muy severos y arbitrarios, de ahí que los magistrados sean muy duramente criticados en la obra cervantina. No hace excepciones. Ahí está el galeote de El Quijote que dice que fue condenado por no tener dinero para sobornar a los jueces. En El coloquio de los perros se refiere a una expresión latina que dice que los jueces mueren con una moneda en la boca, producto de su cohecho. Todo el mundo cohechaba en la época de Cervantes, la gente quería los cargos públicos para enriquecerse, empezando por el valido del Rey, el duque de Lerma, un gran corrupto. “Coheche usted, señor tiniente, coheche”, le dice la Gitanilla a un teniente que no puede pagarle una limosna por cantarle y bailarle, “coheche porque así tendrá dinero para todas estas cosas”.

–¿Es cierto que Cervantes empezó el Quijote en la cárcel de Sevilla o eso es una leyenda?

–Cervantes dice en el prólogo de la obra que fue engendrada en la cárcel, algo que ha dado paso a muchas especulaciones. ¿Qué quiere decir con engendrada? Desde luego escrito no. Esa obra no se puede escribir en las condiciones que tenía la cárcel de Sevilla, descrita como un antro en el que los presos ya tenían suficiente con sobrevivir. Lo que es muy probable es que en los momentos de soledad de su periodo carcelario pensara en el primer tomo de El Quijote.

–¿Y por qué no le dieron el oficio que solicitó en Indias?

–Probablemente porque no traía muy buena fama de Argel y alguien le perjudicara. Además, los oficios de Indias solían estar en venta, se pagaba por ellos, no se regalaban como pretendió Cervantes. El caso es que no se lo dieron y de ahí la famosa frase: “Busque por acá en qué se le haga merced”. No sabemos si lo hubiésemos perdido como escritor si se hubiese ido.

En época de Cervantes todo el mundo cohechaba, empezando por el valido del Rey, el duque de Lerma

–’El Quijote’ ha tenido muchas interpretaciones a lo largo de la Historia: ilustrados, románticos, 98... ¿Quién lo ha captado mejor según su opinión?

–Yo creo que los críticos españoles de finales del XIX: Menéndez Pelayo, Juan Valera y Menéndez Pidal. El primero porque fue el que dejó claro que Cervantes no era un escritor lego, que tenía toda la cultura del Renacimiento en su cabeza; Valera porque subrayó como nadie que lo que tenía que valorarse verdaderamente es su obra literaria y dejarse de especulaciones sobre la existencia o no de un piso subterráneo en el que existía información secreta que había que desvelar; y el tercero por las mismas razones, pero además porque también investigó el romance español como posible fuente de Cervantes.

–¿Cómo era religiosamente Cervantes?

–Se ha especulado mucho con su erasmismo. Pero, como ya dijo Bataillon, eso hay que matizarlo mucho. Yo creo que Cervantes fue un cristiano de su época, la mayor parte de las veces bastante próximo a Trento, lo que no significaba que no se tomase a broma algunas prácticas ridículas.

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