Eduardo del Campo | Periodista
“Alfonso Rojo me prestó el dinero para poder seguir en Afganistán”
David Florido | Director del Departamento de Antropología de la Universidad de Sevilla
David Florido del Corral (Sevilla, 1971) es la continuación de una escuela antropológica sevillana cuyos orígenes podemos rastrearlos en el siglo XIX, con Antonio Machado Álvarez, ‘Demófilo’, y que tuvo una renovación fundamental en los años 70 con investigadores como Isidoro Moreno. Actual director del Departamento de Antropología de la Universidad de Sevilla, es también miembro del Grupo de Investigación para el Estudio de las Identidades Socio-Culturales en Andalucía. Especialista en antropología de la pesca, ha realizado aportaciones para el mejor conocimiento del mundo de las almadrabas y de los corrales de pesca del litoral gaditano. Actualmente, trabaja por encargo de la Macarena en un informe para conseguir la denominación de la sevillana calle Parras como lugar de interés etnológico. Obtuvo el Primer Premio Nacional de Terminación de Estudios en Antropología Social, en 1996, y el Premio Extraordinario de Doctorado de la Universidad de Sevilla. Es autor de los libros ‘Las almadrabas suratlánticas andaluzas: historia, tradición y patrimonio (ss. XVIII-XXI)’ o ‘El espacio portuario de Conil’, entre otros.
–Las identidades culturales están de moda. ¿Sevilla tiene la suya propia?
–No creo que Sevilla como ciudad tenga una identidad cultural propia. En términos geoculturales, por así decirlo, Sevilla pertenece a la Baja Andalucía, en la que hay un modelo concreto de ciudad que responde una evolución histórica y que favorece determinados tipos de comportamientos.
–¿Cómo cuáles?
–A sus habitantes les gusta mucho vivir en la calle y las relaciones cara a cara suelen romper los esquemas formales y los protocolos sociales. Pero, insisto, esto no es exclusivo de Sevilla. Te lo puedes encontrar también en Cádiz, Jerez, Córdoba...
–¿Es Sevilla, como dicen, una ciudad dual?
–Uno de los elementos culturales de nuestra forma de entender el mundo es esa tendencia a establecer dicotomías muy polarizadas. Cualquier elemento puede servir como pretexto: dos toreros, hermandades de Semana Santa, barrios, clubes de fútbol… Es cierto que en Sevilla hay una tendencia hacia esa dualidad. Esto es lo que se llama en antropología “las mitades simbólicas”, que es un fenómeno muy asentado en esta parte del Bajo Guadalquivir. Consiste en que una comunidad política o social se divide en mitades que se oponen. Aunque este fenómeno se va diluyendo, pertenecer a una de estas mitades puede ser determinante en la vida de una persona.
–En Sevilla, ¿dónde se aprecian más estas mitades simbólicas?
–En el fútbol, que se ha convertido en un fenómeno de masas y un elemento de identificación muy potente. Mi experiencia personal me dice que ser del Betis o del Sevilla termina condicionando nuestra sociabilidad. La gente que es de un equipo tiende a relacionarse más con los que comparten sus colores.
–¿Los barrios tienen identidad?
–Generan lo que se llaman discursos de identificación, pero si lo analiza con distanciamiento verá que el modo de vida es prácticamente igual en todos los barrios sevillanos. Ahora bien, las personas siempre desarrollan un vínculo con el territorio que habitan y eso se ve muy claramente en el arraigo de muchos sevillanos con su barrio, por lo menos en los históricos. El pertenecer a un barrio se lleva como un estigma positivo (o negativo, si es de un barrio con problemas de marginación). Esto lo vemos muy claro cuando lo comparamos con el modelo de vida anglosajón, en los que las personas cambian de sitio sin grandes problemas.
–La llamada gentrificación ha producido lo que se puede llamar el “barrio simbólico”. Gentes que viven en otros sitios pero se siguen considerando del barrio de origen personal o familiar
–Porque en Sevilla tenemos instituciones y rituales que favorecen que la gente vuelva de forma recurrente a sus barrios de origen.
–¿Se refiere a las cofradías?
-Principalmente, pero no sólo. También están las cruces de mayo o la festividad del patrón… En Andalucía, ritualidad e identidad siempre van de la mano. El ejemplo más paradigmático es la hermandad de San Bernardo. La gran mayoría de los que salen en esta cofradía ya no viven allí, pero siguen perteneciendo simbólicamente al barrio.
–¿Y esa continua identificación con la tradición es bueno para una sociedad?
–Es decisivo, y para bien. El ser humano es fundamentalmente vínculos: sociales, territoriales… Y los andaluces tenemos estos mecanismos que nos permiten rememorarlos y mantenerlos. Otra cosa es que tengamos una relación patológica con el vínculo.
–¿Se refiere a los capillitas?
–A un tipo de capillita. Pero, en general, como decía, todo esto es positivo. La modernización de las sociedades conlleva elementos como la individualización o la mercantilización que compartimentan, singularizan e, incluso, podríamos decir que deshumanizan, porque el hombre es un ser gregario, y funciona como tal en cuanto se siente parte de un grupo más amplio. Ante todo esto, este tipo de instituciones como las cofradías supone un freno.
–¿Estas instituciones están siendo manipuladas políticamente?
-No lo sé. Lo que sí veo es que se está meneando demasiado el árbol del clericalismo y el anticlericalismo, algo que sólo conduce el atrincheramiento y al sectarismo.
–Uno de los términos que la antropología contemporánea ha aportado al discurso habitual actual es el del no-lugar.
–Un no-lugar es un espacio intercambiable, como suelen ser los aeropuertos o los centros comerciales, que son exactamente iguales en cualquier ciudad, en Madrid o Santiago de Chile. Están configurados para que tengas unas determinadas experiencias que son iguales siempre, independientemente de la ciudad donde te encuentres.
–Hablemos de los no-lugares de Sevilla.
–En el centro histórico, sobre todo en el entorno de la Catedral, se está gestando uno. La turistificación está provocando el vaciamiento del vecindario y la sustitución del comercio tradicional por las franquicias. En la periferia está sucediendo lo mismo con los centros comerciales, que por definición son no-lugares. Ayer tuve una entrevista con vecinas de la calle Parras, porque estoy realizando un trabajo para la Hermandad de la Macarena, que quiere convertir esta vía en lugar de interés etnológico. Una de las cosas que salió en la entrevista es que la calle ya no tiene tiendas, porque la mayoría de los locales se han destinado a viviendas turísticas, entre otras cosas por la imposibilidad de competir con los centros comerciales. Se han perdido unos espacios fundamentales para la sociabilidad de la vía. Cuando acabas con la vida comercial de una calle de la ciudad y la conviertes en un espacio exclusivamente residencial (y más cuando se dirige a los turistas) lo estás transformando en un no-lugar, en un escenario.
–¿Y qué hace de la calle Parras un lugar de interés etnológico?
–La permanencia en el tiempo de un vínculo entre una calle y una cofradía. También hay patrones de sociabilidad y solidaridad propios de todos los barrios obreros. Podemos decir que es un surco en la cara de Sevilla que está marcado una y otra vez por el paso de la hermandad de la Macarena. También hay flamenco…
–La casa de Juanita Reina está allí.
–Nació allí, pero según he podido saber después se despegó de la calle. Sobre todo hubo una saetera que se llamaba Marta Serrano, cuya casa era todo un referente. No es tan fácil encontrar una vinculación tan estrecha entre una cofradía y una calle. Este fenómeno quizás también se dé entre la Esperanza de Triana y la calle Pureza o San Bernardo y la calle Larga… Aunque en esta última vía ya prohíben sacar mesas y sillas el miércoles santo, una clara estrategia para evitar esa forma de vivir la cofradía en la calle que era característica del barrio. Los barrios, cada vez más, se consideran un contenedor residencial de individuos y ya no se facilita crear ese tejido colectivo que se genera con las relaciones sociales en la calle.
–Demos un golpe de timón. He visto en su currículum que ha investigado sobre la gastronomía sevillana en el Seiscientos.
–Hicimos un trabajo colectivo con motivo del centenario de Murillo, que consistió en el análisis de la alimentación en la obra del pintor sevillano. Lo que apareció fue una estratificación social brutal. Frente a las mesas de los entornos aristocráticos, en las que se aprecian ricas mantelerías, cuberterías y banquetes opíparos, están los cuadros de los niños de la calle comiendo mendrugos de pan y fruta. Se ve claramente cómo la comida es un marcador de identidad social. Lévi-Strauss decía que el análisis de la comida era bueno para pensar y profundizar sobre los grupos sociales. Analizando los alimentos de la mesa de una persona puedes meterte en su cabeza, comprender su mundo.
–Uno de sus principales campos de investigación ha sido la antropología de la pesca en Andalucía. Sevilla, a través de Triana, tuvo en su día una cierta tradición pesquera. ¿Qué queda de todo eso?
–Esa tradición ha desaparecido completamente, y sólo queda alguna mención en letras de sevillanas o en algunos discursos... La principal causa es que el río ha sido sometido a una serie de obras de ingeniería que lo han separado de lo que se llama “el caudal ecológico”. No existen las mínimas condiciones para que haya una actividad pesquera, más allá de la deportiva.
–¿Y de Coria para abajo? Me refiero a los famosos riacheros.
–Se sigue cogiendo algo de camarón, barbos, albures... En la zona de Trebujena y Lebrija hay además una gastronomía asociada a estas especies... La mojama de albur está riquísima. También existe alguna actividad acuícola en el entorno de Doñana, pero se dirige fundamentalmente al mercado de EEUU, donde pagan mucho más.
–La pesca en el estuario sufrió un duro golpe con la moratoria de la angula.
–Se sigue pescando algo, pero en situación de ilegalidad, con lo que los riacheros se enfrentan a sanciones durísimas.
–¿Y esta crisis ha provocado el paso de algunos riacheros al narcotráfico?
-No he estudiado el tema en profundidad, pero por lo que he escuchado, sí. Esta vinculación hace que se persiga aún más la actividad pesquera.
–Cuando acaba una actividad milenaria como la pesca en el Guadalquivir, ¿qué es lo que estamos perdiendo?
–Pues se pierde un modo de relación con la naturaleza que lleva aparejado unos saberes, un léxico, unas formas alimentarias, unos modos de organización social... Ese tomo que usted ve ahí es un diccionario histórico de las artes de la pesca del XVIII, escrito por el comisario de marina Antonio Sañez Reguart, que se pateó las costas de la Península y fue recogiendo información sobre todos sus sistemas de pesca. Una de las primeras voces que aparecen es Albéntola, un sistema de pesca de río. Sáñez Reguart nos cuenta que el primer reglamento de este arte que a él le consta es de 1512 y pertenece los pescadores de Sevilla.
–¿Ha trabajado en temas relacionados con la caza?
–Participé en el documento para solicitar la declaración de la montería como bien de interés cultural.
–¿Y cuáles eran los argumentos?
–El urbanita moderno no tiene casi ninguna conexión con su entorno, no lo conoce y trata la naturaleza como un objeto. Lo veo en mis estudiantes. La caza es una manera de relacionarse con el ecosistema, lo que genera todo lo que decíamos antes de la pesca: un léxico, unas formas sociales... La afición a la caza en Andalucía es impresionante, sólo comparable al fútbol, sobre todo en las comarcas de sierra, que son muy numerosas. Eso significa que es una actividad que otorga identidad.
–El urbanita es cada vez más contrario a la caza.
–Porque no la conoce. Sólo ve animales muertos y gente que lo hace por diversión. No comprende que es fuente de identidad y tiene un valor articulador en la vida social.
–Volvamos a la pesca. Ha trabajado sobre las almadrabas. Un mundo peculiar, ¿no?
–Es un mundo cuyos límites se extienden a todo el Mediterráneo, lo que generó cuadrillas de gentes de diferentes sitios (Sicilia o Cerdeña, por ejemplo) que viajaban para trabajar en Valencia, el Estrecho, etc., difundiendo experiencias y saberes. De ahí que en el léxico de la almadraba te encuentres plabras de muy diversa procedencia: el sardo, el portugués, el árabe...
–Su origen lo remontan hasta los fenicios
–Posiblemente es así. Hasta el XVIII-XIX era un arte diferente al que hoy vemos en Barbate, Conil o Tarifa. No sólo se buscaba el atún, como ahora, sino también sardinas, boquerones, melva, etc... Lo que está claro es que el atún se viene pescando, procesando y comercializando a larga distancia desde época fenicia, con almadraba o sin ella. Siempre fue un comercio de lujo.
–Ahora está muy de moda el atún. El mundo se ha llenado de expertos.
–El atún es ahora un elemento de prestigio.
–¿Hay mucho fraude en su comercialización?
–Sí, porque de atún existen muchas especies, pero el que tiene más prestigio es el atún rojo que entra en el Mediterráneo por el Estrecho tras pasar el invierno en el Atlántico. Son ejemplares gordos y con mucha grasa.
–El atún también se ha convertido en un elemento identitario de la costa de Cádiz.
–Siempre lo ha sido. Desde finales del siglo XIII hasta el XIX la explotación de las almadrabas estuvo controlada por la casa ducal de Medina Sidonia, que organizaba visitas de personalidades a las playas de Zahara o Conil para contemplar el espectáculo. Era un elemento que otorgaba identidad, porque era la principal actividad de la zona y ocupaba un lugar primordial en la economía de la casa ducal, ya que el atún se podía convertir rápidamente en dinero contante y sonante en una época en la que había muy poco efectivo. Ahora esto se ha recuperado por vía del turismo.
–También ha trabajado sobre esos corrales de pesca que se ven en Sanlúcar, Chipiona y Rota.
–La primera noticia histórica sobre los corrales aparece con el primer poblamiento cristiano tras la conquista, a finales del siglo XIII, pero probablemente se remontaban a la época islámica. Es un sistema que existe en todo el norte de África.Los corrales eran controlados por las casas ducales de Medina Sidonia y de Arcos, pero como no tenía la misma potencialidad económica que el atún, lo normal era que cediesen su explotación a órdenes religiosas (como los franciscanos de Regla) y hermandades... quienes a su vez se las arrendaban a los pescadores. Su producción se dedicaba al mercado local, porque eran productos muy perecederos.
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