"Bernarda Alba vive y sigue vigente en muchas leyes no escritas"
Carmen camacho. Poeta y periodista
'Flaneur' incansable por las calles de Sevilla, esta escritora con raíces en Jaén y domicilio en Triana, se ha convertido ya en una 'imprescindible' de la vida cultural de la ciudad
La cita es en Colombre, un pequeño espacio cultural ubicado en un callejón de Triana, cuyo aire industrial está muy lejos del tópico de la Cava de los Gitanos. Así es Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976): de aquí y de allá, telúrica y cosmopolita, popular y vanguardista, poética y prosaica, flamenca y punk. Llegó a Sevilla a ciegas, sin más armas que un currículum y un entusiasmo que contagia a todo el que lo contempla. Hoy es una de las flaneurs más reconocibles de la ciudad, un elemento móvil de su paisaje cultural. Su pelo rojo y su cara picuda le dan un aire de duende de cuento nórdico; su voz, sin embargo, remite a las diosas mediterráneas en su versión más jocosa. Periodista, escritora, poeta, artesana del aforismo... Carmen Camacho, además de escribir todos los martes una columna en Diario de Sevilla, es autora de los libros Zona franca (2016), Vuelo Doméstico (2014), Campo de fuerza (2012), La mujer del tiempo (2011), Minimás (2008 y 2009, 3ª edición en preparación), 777 (2007) y Arrojada (2007). También del cuaderno de cantares Letra Pequeña (2014). Actualmente, prepara para la colección Vandalia (Fundación José Manuel Lara) la edición literaria de una antología del aforismo español de los siglos XX y XXI.
-En todo lo que usted escribe conviven dos aspectos teóricamente contradictorios: el arraigo a la tierra -a los paisajes, a las personas, a los modismos lingüísticos- y un cierto cosmopolitismo mestizo.
-Es algo que surgió desde que empecé a escribir. Decía María Zambrano que el misterio o el milagro se descubren cuando se va escribiendo. Es cierto que tengo una curiosa mezcla de arraigo y desplazamiento, pero es una contradicción que me ayuda a pensar. Clarisse Nicoïdski escribió en francés hasta que se murió su madre y empezó a hacerlo en ladino. Siempre hay algo que te lleva a la raíz.
-¿Se considera una mujer de raíces?
-Con las raíces tengo una relación amor-odio. Creo que esto lo explico bien en Vergel de secano, que forma parte de uno de mis libros.
-Es de Alcaudete, en la provincia de Jaén, un pueblo que, al menos en sus columnas periodísticas, aparece continuamente.
-Allí está el tesoro de la infancia y de las primeras palabras. Como decía, le tengo cariño, pero también rechazo, porque Bernarda Alba vive y siguen estando vigente muchas leyes no escritas. Los pueblos pueden ser un vergel y un secano al mismo tiempo.
-Su primera gran escapada fue a Madrid, donde se licenció en Periodismo.
-Mis padres querían que estudiase en "el mejor sitio", y el mejor sitio desde un pueblo es Madrid. Yo salí de Alcaudete con un nivel alto de educación reflexiva gracias a los buenos profesores que tuve en el instituto.
-¿Y en la escuela también?
-En la escuela, sobre todo, tuve la suerte de que el maestro nos dejaba muy sueltos, y nos enseñábamos los unos a los otros.
-¿Algún profesor en concreto?
-Muchos, pero si hay que escoger alguno... Clotilde Megías, una profesora de literatura muy exigente que nos metió a todos el veneno de la lectura. Yo entonces tenía en mi cuarto un póster de Lorca en vez de uno del Teleindiscreta.
-¿Y a Sevilla, cómo llegó?
-No aguantaba Madrid. Desde segundo curso, empecé a buscarme trabajillos relacionados con el periodismo y cuando acabé la carrera ya era ejecutiva de cuentas en Corporación Multimedia. Me di cuenta de que no quería vivir en un lugar donde había que coger un coche para tomarse una cerveza. No conocía Sevilla, pero necesitaba el modo de vida del sur. Me vine aquí sin trabajo y sin conocer a nadie. A veces, si no das un giro radical en tu vida...
-No le ha ido muy mal...
-Tuve mucha suerte. Como dice la canción flamenca: "A mí me sigue una estrella chiquetita, chiquetita pero firme...". En la primera empresa que eché un currículum me cogieron.
-¿Dónde fue?
-En Ceade, donde di clases.
-Sevilla no es una ciudad fácil, con dos bandos hartibles que se dedican a la pelea perpetua y que dicen representar la tradición y la modernidad. Sin embargo, usted sabe llevar muy bien esa tensión y se mueve de lo popular y tradicional a lo ilustrado y moderno con envidiable desparpajo.
-Ha sido una apuesta; una manera de pensar, vivir y sentir. En Sevilla hay mucha polarización y tienes que estar siempre eligiendo. Abundan las posturas cerriles. En ese sentido, a mí me gusta ser disidente. Yo me llevo muy bien con muchas cosas que, por mi aspecto, se supone que no deberían gustarme. Por ejemplo, me encanta ser flaneur en Semana Santa, mirar la tradición con sentido crítico. Hay una falsa dicotomía entre lo tradicional y popular y la vanguardia.
-Algo que no aguante de la ciudad...
-La gente conduciendo... Normalmente los sevillanos tienen una imagen de sí mismos como gente amable y acogedora, lo cual es cierto en muchos casos, pero también hay muchas malas caras.
-El tradicional y nunca bien ponderado sevillano malaje.
-Exactamente, incluso hay bares que se jactan de tener los camareros más malajes. Luego son los granadinos y la mala follá los que se llevan la fama. A veces echo en falta un poco de amabilidad.
-Vive en Triana, ¿una elección o el puro azar?
-Una mezcla. Vivo aquí desde el principio, pero por azar. El barrio me sonaba, porque Triana tiene más nombre que calles, y en este tiempo he podido desmontar muchos mitos del ideal trianero y confirmar otros maravillosos. Estoy muy a gusto. Es un barrio en el que soy muy anónima. En la Alameda y la calle Feria me paso todo el día dando besos.
-En su obra se observa una pertenencia espiritual a tres grandes mundos: Andalucía, el Mediterráeo y América (sin prefijos, como dicen los toreros). Empecemos por Andalucía.
-Me gusta hablar de Andalucía en plural. Hay muchas Andalucías y todas me interesan: sus paisajes y paisanajes, sus palabras... Me interesa también la manera de entender la vida, nuestra manera de crear marcada por lo sensorial y por el impresionismo perceptivo, como observó Ortega. Tenemos otra manera de entender la vida, diferente a la del norte. No es casual que Juan de Mairena ubicase su escuela superior de sabiduría popular aquí.
-Andalucía es una gran fuente de tópicos.
-Sí, se suele identificar con la alegría, pero a mí me interesa también la Andalucía grave y dolorosa, honda y moderada.
-¿Y esa sabiduría popular de la que usted hablaba ha sobrevivido al paso de una sociedad rural a otra urbana?
-Se ha perdido mucha sabiduría popular pero, más que por el paso de lo rural a lo urbano, por la invasión de nuestras vidas por los medios de masas, especialmente los audiovisuales. Esto ha traído consigo la estandarización y la normalización. También es muy preocupante la tendencia del sistema a falsificar los lugares. En Torre del Mar, donde veranea mi familia, hay un centro comercial que dentro tiene una plaza andaluza que imita a la del pueblo y la gente prefiere ir a tomarse allí la cerveza que a la auténtica. Con todo, creo que todavía queda bastante de sabiduría popular en la gente, lo cual no siempre tiene que ser bueno, porque muchas cosas de este acervo son muy desacertadas.
-Mediterráneo. El peso de la tradición clásica, decíamos, es también evidente en sus escritos.
-Me fascina. La tradición clásica nos compone. Todas las noches mi padre cena pan con aceite, algo de huerta y un vaso de vino. No se me ocurre mejor definición de lo que es cultura mediterránea. Con todas las contradicciones que tiene esta tradición yo la suscribo y me siento muy enraizada en ella. También me gusta cuestionarla y leer a Mary Beard, que pone a Roma patas arriba y nos muestra todas sus contradicciones y crueldad.
-Es cierto que, incluso hoy en día, no es difícil ver la herencia romana en muchos de nuestros actos privados y colectivos.
-Por ejemplo, los dioses lares. En mi casa hay una estantería en la que están las fotos de todos los fallecidos junto a imágenes sagradas.
-Nos queda América, la cual, sobre todo la más criolla, no deja de ser en muchos aspectos -en otros no- una proyección de España y Andalucía. Usted viaja mucho por ese continente. ¿Qué le aporta?
-Muchísimo. Como las artistas, siempre viajo allí por mi trabajo, por mi poesía, y siento de una manera muy especial el hermanamiento. Soy partidaria de la hispanidad en un sentido muy amplio que, además de América, engloba también a los sefardíes, al Sáhara...
-¿El Sahara?
-Sí, tengo una vinculación personal con el Sahara, porque mi padre hizo allí la mili y los primeros relatos de los que tengo memoria son de él en el desierto.
-Siga con América, por favor.
-El último viaje que hice a Puerto Rico comprendí por qué, pese al proceso de americonamiento que vive -como suele bromear un amigo-, Juan Ramón dijo que parecía que estaba en Sevilla. A los centavos les llaman pesetas. Recientemente, le enseñé a mi padre una plaza de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, y me preguntó si era la plaza de Cabra. América es como mi casa, si no viviese en Andalucía lo haría allí. Me interesa mucho más que la India y todos esos destinos exóticos que tanto se llevan ahora.
-Me gustaría hablar de los aforismos, en los que usted es una consumada experta. Además de haber publicado recientemente el libro Zona franca, prepara también una antología del género en español para la Fundación Lara. ¿El boom que viven los aforismos tiene algo que ver con Tiwtter?
-Mucho, pero hay que tener en cuenta que un aforismo cabe en un tuit, pero no toda cosa que se tuitea lo es. El aforismo es un fogonazo de pensamiento y gran parte de su emergencia actual tiene que ver con ese consumo rápido que caracteriza a nuestra sociedad.
-Un buen aforismo, como decía Umbral de las columnas, debe tener algo de poema y algo de ensayo.
-Totalmente. Mis aforismos son de corte poético, porque la poesía me parece un magnífico atajo para expresar cosas muy profundas. Se pueden decir cosas muy largas en una soleá. El aforismo debe tener algo de revelación.
-Dígame un aforismo que lleve por bandera.
-Uno de Vicente Núñez: Amo cuando nombro.
-¿Y uno suyo?
-Hay uno que quisiera lanzarlo en tierra fértil contra el incendio de Huelva que acabamos de sufrir y que a todos nos ha afectado muchísimo en el ánimo. Quisiera decirlo casi como conjuro contra la devastación: Que cada semilla contenga un bosque.
-Estamos en Colombre, un espacio cultural (librería, biblioteca, sala de conciertos...) de pequeño formato producto del empeño privado. Parece que después de la crisis, y tras la megalomanía de los años de las vacas gordas, con sus hitos arquitectónicos, sus macroexposiciones, etcétera, volvemos a recuperar el gusto por una cultura más íntima y auténtica.
-Se está recuperando la cultura con minúscula, aquella que durante mucho tiempo ha estado desmovilizada. Eso tiene que ver con esos cambios económicos extraños a los que le han llamado crisis. En espacios como éstos se une la gente con la gente y fructifican iniciativas muy interesantes, como pequeñas editoriales que sacan adelante proyectos outsiders. Ahora hay más movimiento que antes, un movimiento que carece de postureos.
-Para acabar, háblenos un poco de sus referentes literarios, de su genealogía intelectual.
-Hay autores que me han atravesado desde pequeñita, como Lorca y el 27 en general. Como lectora me interesa un cierto contracanon, autores que me han salvado la vida, como Rafael Pérez Estrada, Aníbal Núñez, Isabel Escudero... Más que en una genealogía, ahora me reconozco en un hermanecerme con otras mujeres poetas como Erika Martínez, Julia Uceda, Juana Castro, Aurora Luque, Miriam Reyes, Laura Casielles, Alba González Sanz... la lista es inmensa.
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