“Bécquer tenía un cuarterón gitano”
José María Jurado García-Posada | Escritor, poeta y teleco
Este ingeniero, con una amplia trayectoria poética a sus espaldas, acaba de publicar ‘Bécquer 1862. Un paseo literario por Sevilla’, uno de los libros fundamentales de este otoño
Como buen hijo de funcionario de la vieja estirpe, José María Jurado García-Posada (Sevilla, 1974) tuvo una infancia nómada por España, de la que le queda un acento neutro, casi televisivo. Sin embargo, presume de raigambre sevillana y cofrade, con un abuelo, Miguel García-Posada, que fue pregonero de la Semana Santa ,y una abuela, Enriqueta Huelva, camarera del Calvario. Este teleco, poeta y escritor, perteneciente a la saga de los ingenieros humanistas (como Torriani, Echegaray o Benet), cuenta ya con una sólida trayectoria poética, con títulos como ‘La memoria frágil’ (Diputación de Cáceres, 2009), ‘Plaza de toros’ ( Isla de Siltolá, 2010), ‘Tablero de sueños’ (Isla de Siltolá, 2011), ‘Una copa de Haendel’ (Isla de Siltolá, 2013), ‘Gusanos de seda’ (JMJ, 2016) , ‘Herbario de sombras’ (Los papeles del sitio, 2019) y Cuaresma (Cypress editorial, 2022). Es, asimismo, autor de ‘Cúpulas y Capiteles’ (Isla de Siltolá), una colección de relatos, artículos y reflexiones. Algunos de sus textos se pueden leer en su blog La Columna Toscana. Recientemente ha publicado con la editorial Athenaica el hermoso libro ‘Bécquer 1862. Un paseo literario por Sevilla’, en el que indaga sobre un más que posible regreso del poeta a su ciudad natal a principios de la década de los 60 del siglo XIX.
–Aunque sevillano de nacimiento, tiene una infancia nómada por España.
–Me reenganché a Sevilla con 16 años, cuando vine a ver la Semana Santa y me caí del caballo. Decidí hacer la carrera de Telecomunicaciones en Madrid, pero en cuanto acabé, en 1999, me vine a la ciudad. Llevo ya 24 años en Sevilla, pero todavía no he conseguido que se me pegue el acento.
–Yo decidí hacerle una entrevista cuando le vi un Viernes Santo esperando a la Carretería mientras jugaba al ajedrez con una de sus hijas.
–Jugar al ajedrez mientras se espera una cofradía es a donde nos ha llevado una Semana Santa multitudinaria y muy cansada. Es una manera de aguantar. También Pepe Morán me ha fotografiado en una barrera de sombra en la Plaza de Toros leyendo a Ingmar Bergman.
–No se suele destacar la gran afición que hay en Sevilla al ajedrez.
–La ha habido históricamente. También en los pueblos, como la Puebla del Río, Dos Hermanas, Lebrija... Hay muchísimos clubs. He visto a la gente salir a la calle para echar una partida. En la Casa del Ajedrez de Sevilla están las sillas y la mesa en las que jugaron Karpov y Kasparov en el mundial de 1987. Debería estar en el futuro museo de la ciudad.
–La pregunta que le habrán hecho mil veces: ¿qué hace un teleco metido a poeta y escritor?
–Mi padre era ingeniero agrónomo y mi madre profesora de Griego y Latín, por lo que yo crecí con ambos lenguajes. Desde el punto de vista de la literatura le estoy muy agradecido a la ingeniería. Sin el rigor de la matemática y la ciencia no podría haber escrito mi último libro, en el que he necesitado ordenar muchísimo material.
–El libro al que se refiere es ‘Bécquer 1862. Un paseo literario por Sevilla’, editado por Athenaica. Hermoso e interesante volumen (más de 100 ilustraciones) que trata del regreso de Bécquer a Sevilla después de su marcha a Madrid, algo que no está comprobado históricamente.
–No está comprobado, pero se infiere de los textos. Los biógrafos de Bécquer siempre han asumido que el autor regresó a Sevilla en algún momento. Su sobrina, Julia Bécquer, dijo que vino en 1863. Fueron los amigos los que alguna vez sembraron la duda sobre este regreso para la mejor construcción del mito romántico y para que José Gestoso o los Quintero reclamaran el regreso del héroe para enterrarlo en Sevilla. El mejor regalo que le hizo Sevilla a Bécquer no fueron el monumento del Parque ni su tumba en el Panteón, sino sus obras. Cuando el autor murió se hizo una cuestación para editarlas y proporcionalmente se sacó más dinero en Sevilla que en Madrid.
–Sevilla sintió siempre a Bécquer como propio.
–Sí, aquí era muy leído y en los casinos siempre había ejemplares de su periódico, El Contemporáneo. Cuando se lee la obra de Bécquer se ven dos cosas: su nostalgia por la ciudad y cómo, a partir de una determinada fecha, ha entrado en contacto con la nueva Sevilla de los Montpensier. Es impensable que Bécquer escribiese La venta de los gatos o La Feria de Sevilla sin haber regresado. Lo que cuenta ahí lo tuvo que ver.
–Usted apuesta por la fecha de 1862 para ese regreso. ¿Cuáles son sus argumentos?
–Buceando en la hemeroteca digital del periódico El Contemporáneo encontré unas cartas anónimas –como todas las que se publicaban en ese periódico– en las que se describía la llegada a Sevilla de una persona que había estado muchos años ausente de la ciudad. Es sorprendente la similitud literaria de estos textos con la obra de Bécquer. Estas cartas son de la primavera de 1862.
–La de 1862 es una Sevilla en ebullición, con unos cambios profundos que son anteriores al Sexenio Revolucionario.
–Estos anónimos becquerianos constatan los grandes cambios que ha experimentado Sevilla en apenas una década. Se dice que “han crecido cosas no sé cómo y han desaparecido otras no sé por qué”. Es la misma visión de La venta de los Gatos. ¿Qué sucede? La ciudad en la que vivió Bécquer hasta su marcha en 1854 era muy clerical, levítica, y aún sufría los ecos de la Guerra de la Independencia y de Fernando VII. También la decadencia tras la primera Guerra Carlista. Era una ciudad sin pulso económico, las cofradías habían estado prohibidas entre 1820 y 1825, no había apenas periódicos ni teatros... Era un sitio donde Bécquer no tenía futuro. Pero también es cierto que en sus últimos tiempos sevillanos la urbe había empezado a bullir, aunque no lo suficiente: se construye el Teatro San Fernando, se crea la fábrica de Pickman, la fundición de Portilla, llegan los Duques de Montpensier... En 1854 se hizo el segundo Santo Entierro Magno. Bécquer llegó a estar en la inauguración del Puente de Triana, que lo hicieron de hierro y no de piedra porque era más barato, pero también más moderno. Como es sabido, trajeron un modelo de París, el puente del Carrusel. Está hecho con hierro de fundiciones sevillanas. También se tira el muro de la Fábrica de Tabacos para hacer la reja de tipo inglés. Es decir, se están sentando las bases de la contemporaneidad.
–El hierro del Puente de Triana se extrajo de la Sierra Norte de Sevilla.
–Concretamente del Cerro del Hierro. A Sevilla y a toda la Franja Pirítica de Huelva le favorece mucho la Revolución Industrial y la llegada de los ingleses. El de la Sierra Norte era un hierro de buena calidad y barato de transportar, como el vizcaíno, porque tenía el río y el mar al lado.
–En el libro trata las relaciones de Bécquer con el flamenco. También la posibilidad de que el poeta tuviese un cuarterón gitano.
–Yo creo que sí, que Bécquer tenía un cuarterón gitano, aunque aquí se juega con la leyenda. Uno de los apellidos de Bécquer era Vargas, de más que posible ascendencia gitana. También había nacido junto a la Alameda, que estaba empezando a ser un barrio gitano. Aunque por antonomasia el barrio gitano de Sevilla era Triana, por entonces los gitanos ya se habían extendido por la Alameda y los Humeros. Bécquer hizo unas leyendas indias que no se sabe muy bien cómo las pudo conocer. Hay biógrafos que dicen que parece que pudiese hablar por transmigración con generaciones hindúes anteriores. Como bien sabemos, el origen de los gitanos es indio. Yo juego a que, a través de la transmigración de las almas, Bécquer encaja con su alma gitana e hindú. Además, sus amigos siempre destacaron que Bécquer era muy moreno, muy renegrido.
–Pero Bécquer venía de una familia más o menos “bien”, que presumía de su ascendencia nordeuropea, poco que ver con un pueblo entonces muy vinculado al lumpen.
–A los gitanos también se les llamaba “alemanes”, porque venían del norte. La familia de Bécquer viene del norte, pero no son lumpen, desde luego. Es una saga de comerciantes que huye de las guerras de religión y que prospera mucho. De hecho llegan a tener en la Catedral una capilla con reja. La familia siempre quiso mantener la vitola gloriosa del apellido y lo fue conservando, aunque no fuese el que le correspondiese.
–En el libro también sale el mundo taurino. Y se ve claramente que la disputa taurinos-antitaurinos es muy antigua.
–Más antigua que el toro. La impresión que nos da cuando leemos la obra de Bécquer es que probablemente fuese taurino. A él le motivaba todo lo que era tradicional y español. Además, toda la redacción de El Contemporáneo militaba en ese taurinismo. En 1862 hubo un debate muy fuerte sobre los toros a partir de la muerte de Pepete, que fue tío abuelo de Manolete y lo mató un miura en Madrid. Todos los periódicos progresistas de Madrid hicieron una campaña antitaurina. Sin embargo, Bécquer y El Contemporáneo defienden la Fiesta. Ahora bien, no sabemos si Bécquer era aficionado o es que estaba forzado a seguir la línea editorial de su periódico. Hay algo interesante: cuando él fue director de La ilustración de Madrid, en uno de sus primeros números, llamó al antiguo director de El Contemporáneo, Albareda, cuyo padre había sido ganadero de bravo en Jerez y había dado la primera punta de ganado para Miura. Lo invitó a que hiciese un artículo muy largo sobre el toreo. Ese artículo fue ilustrado por Casado del Alisal. La conclusión que sacan es que los toros son algo que sienten como propio, por ser muy español y tradicional, pero que desaparecerán porque no es moderno. Es el mismo discurso que se usa ahora.
–El conservadurismo de Gustavo Adolfo Bécquer es otra cuestión.¿ Lo fue sinceramente o por necesidad?
–No tengo dudas sobre el conservadurismo de Bécquer. Al igual que tenía un cuarterón gitano no dejaba de ser un niño bien de Sevilla. Con 16 años, en un álbum, pinta con su hermano caricaturas en contra de la revolución progresista de 1854. Era profundamente monárquico y colaboró desde muy joven en revistas de esa tendencia. Su primer proyecto literario, Historia de los templos de España, lo presenta con 18 años a Isabel II y a su marido, Francisco de Paula. Anque sus amigos lo intentaron dibujar como un progresista, porque la España del Sexenio Revolucinario se le podía poner muy en contra, él tenía una filiación claramente conservadora. Ahora bien, creo que tiene razón Ramón Rodríguez Correa cuando matiza que Bécquer no era político, que a él lo que le gustaba era la Edad Media, la Monarquía... y se encontraba mejor en un partido en el que se apreciaban estas cosas. Siempre fue leal al político conservador González Bravo, porque tenía un ideal romántico de la amistad. A Bécquer hay que verlo como un conservador heroico, caballeresco.
–Fue censor de novelas.
–Y le dejaba el sello a sus amigos para que se censuraran ellos mismos.
–No podemos dejar de hablar de la opinión negativa que tenía Bécquer de la Semana Santa sevillana, sobre todo comparada con la toledana, como escribe en un artículo en 1969.
–Todos los becquerianos sufríamos una desafección cofrade cuando acudíamos al único texto en el que Bécquer había abordado la Semana Santa. A Bécquer le parecía escandaloso que las cofradías estuviesen montadas sobre la vanidad. Esto encaja con ese espíritu romántico caballeresco del que hablábamos. La Semana Santa de Toledo le parecía más cercana a la raíz cristiana ancestral de España. Sin embargo, en las cartas anónimas becquerianas de 1862 se nos describen unas procesiones sevillanas muy parecidas a las actuales, en las que el autor se admira de la belleza, la unción religiosa de las imágenes y del buen ambiente que hay en la ciudad. También es cierto que cuando el artículo de 1869 la Semana Santa de Sevilla está empezando a ser patrocinada por el gobierno progresista y, además, Bécquer quería descolgarse de los Montpensier, porque él era de la cuerda de Isabel II. Quería mantener la distancia con esa corte chica que había hecho de la ciudad un feudo.
–Los Montpensier... cierto que aportaron mucho a Sevilla. También unas inercias serviles hacia el poder social que aún hoy perduran.
–Es significativo que Montpensier fuese el primero en poner una caseta privada y cerrada en la Feria, que dejó de ser popular. Es verdad que cuando uno lee las cartas becquerianas de 1862 se observa por todas partes el servilismo a los Montpensier: los toros, las procesiones... menos en el flamenco. La estructura social más rancia de Sevilla nace en este momento. El poder que adquieren las cofradías no viene del siglo XVI, es un poder burgués que se establece en el XIX.
–¿Cuáles son los lugares becquerianos de Sevilla por excelencia?
–Por supuesto la Alameda y el Barrio de San Lorenzo, aunque su novia, Julia Cabrera, vivía más al sur cerca de la calle Rioja donde estamos ahora. Becqueriana es también la escuela infantil de lo que ahora es San Antonio Abad, que entonces se llamaba San Diego de Alcalá. Por otro lado, hay que tener en cuenta que emigra al sur de la ciudad cuando lo mandan un año a estudiar a San Telmo. Del mundo legendario de Bécquer destacaría la Catedral, Santa Inés, la Torre de Don Fadrique... Todo lo que tiene un aire medieval y gótico sevillano. Asimismo, encontramos al Bécquer de la ciudad más contemporánea en el entorno del cementerio de San Fernando, donde se ubica La venta de los gatos, y en el Puente de Triana.
–Lo que hoy queda de la Venta de los Gatos es un cuchitril rodeado de torres.
–Se podría recuperar, no para hacer un gran centro cultural, pero sí algo bonito, con unos jardines donde hacer recitales, etc. Merecería la pena. Cuando alguien dijo que se podría hacer allí algo vinculado con el flamenco, hubo voces que dijeron que eso era inadecuado. Todo lo contrario, La venta de los gatos es un cuento sobre una exégesis de una seguiriya gitana [“El carrito de los muertos/ pasó por aquí;/ como llevaba la manita fuera,/ yo la conocí”.] Nos permitiría reivindicar la Sevilla romántica, pero también la gitana.
–Parece que ya está superada la leyenda del Bécquer maldito. Más bien fue un hombre integrado en el sistema cultural y periodístico de la España que le tocó vivir.
–Ese mito lo difundieron sus amigos. El propio retrato que le hizo su hermano Valeriano, el que está en el Museo de Bellas Artes, abunda en esa idea del poeta romántico por excelencia. Pero vemos las fotos y Bécquer no era así. Era un hombre más burgués, menos romántico.
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