David González Romero y Fernando González Viñas | Editores de El paseíllo
“Urtasun es un benefactor de la tauromaquia”
Aurora León | Abogada laboralista
Hay una foto en la que se ve a una mujer menuda y joven encabezando una manifestación de curtidos proletarios. Delante de ella, casi rozándola, unos ‘grises’ que le doblan el volumen. La tensión es evidente. La fémina es Aurora León González (Fuentes de Andalucía, 1946), la primera abogada laboralista de la ciudad que ya es una leyenda en el mundo sindical. Aunque hija de una familia acomodada y conservadora, Aurora León perteneció a esa generación de niños bien que se hicieron ‘rojos’ para luchar contra el franquismo, primero en asociaciones cristianas y luego en partidos marxistas. Pero lo que para unos quedó en mera aventura juvenil, en Aurora León caló hondo hasta el punto de convertirse en una de las referencias del comunismo sevillano de la Transición. Pese a los cuadros de CCOO o las fotos de los viejos tiempos de activismo político, en la decoración de su despacho se nota su ascendencia burguesa, con muebles con solera y los clásicos tomos del Aranzadi en los anaqueles. Recientemente, el Ayuntamiento le concedió el título de Hija Adoptiva. Se niega a jubilarse y, además de su trabajo como laboralista, colabora con el Servicio Jesuita a Migrantes.
–Muchos conciben el trabajo como una cruz, pero usted sigue al pie del cañón pese a que se podría haber jubilado ya. ¿Cómo lo consigue?
–Es importante amar lo que uno hace. Yo creo en mi trabajo, en la defensa de los más débiles. Lo creo igual que cuando abrí mi primer despacho en el Cerro del Águila.
–No ha caído usted en la tentación del cinismo, como tantos.
–Espero que no. Por encima de todo quiero llegar al final de mis días con lucidez y dignidad. Y creo que el cinismo es indigno.
–Me comentaba antes que se va de vacaciones a su pueblo, Fuentes de Andalucía.
–Mantenemos una relación muy viva con el pueblo. Mi hermana y yo hemos conservado la casa familiar y, desde que eran pequeños mis hijos, siempre hemos pasado allí los fines de semana, las vacaciones...
–Usted pertenecía a la burguesía agraria del lugar...
–A una clase media acomodada y propietaria de tierras. Además, mi padre era militar.
–Aún así, como muchos hijos de los vencedores, fue una militante antifranquista y comunista. ¿Cómo fue su conversión política?
–En la universidad, a la que entonces iban fundamentalmente las personas pertenecientes a las clases acomodadas. Estudié en la Facultad de Derecho del 63 al 68. Es decir, que estuve en los años más brillantes de lo que se llamó la revolución del 68, que en España se vivió de una manera muy especial debido a que estábamos en una dictadura. En mi caso tuvo mucho que ver mi pertenencia a un grupo religioso vinculado a los jesuitas, la Federación Española de Congregaciones Universitarias Marianas (FECUM). Desde una reflexión evangélica y cristiana empezamos a comprender que, a la falta de libertad, se unía la injusticia social del régimen.
–Es decir, que unieron dos de las grandes religiones que han existido en el mundo: el cristianismo y el marxismo. ¿Se sigue identificando con ambas?
–Sigo siendo cristiana y sigo guardando mucho de lo que el marxismo aportó a la visión de la realidad social, una parte de la cual creo que deberíamos recuperar. Hay que decir que el marxismo fue fundamental en las luchas de emancipación de los trabajadores, pero no me puedo identificar con todos y cada uno de los aspectos del mismo. Desde luego, para mí nunca fue una religión. Siempre he tenido una visión crítica tanto frente al marxismo como a los aspectos formales del catolicismo. Para mí la vida no es creer en dogmas.
–En su plasmación práctica, el marxismo ha sido sinónimo de tiranía .
–Es cierto que muchos regímenes políticos inspirados en el marxismo degeneraron en el totalitarismo. Quien no lo quiera ver tiene un problema. Pero eso no devalúa todo lo que significó su aportación en la defensa de los trabajadores.
–Quizás fue el exceso de crítica lo que destruyó al PCE, un partido que en los años 70 llegó a aglutinar a mucha gente brillante intelectual y profesionalmente.
–Pasaron muchas cosas, no una sola. En el marxismo siempre han existido muchos sectores críticos, pero no creo que fuese eso lo que llevase, a principios de los 80, al derrumbe del PCE, sino todo lo contrario. No se supo ver que la visión crítica de la gente joven era la única que podía aportar algo nuevo a la sociedad, algo que no fuese sólo la nostalgia de la guerra.
–Fue la primera abogada laboralista sevillana. Me imagino que podrá escribir un tratado sobre el machismo.
–Yo sabía que, para ser respetada como abogada, tenía que ser especialmente rigurosa. Mi trabajo se miraba con lupa por mi condición femenina. Pero esto es algo que todavía ocurre. Viví especialmente la dificultad de la maternidad. Tuve cuatro hijos y los abogados varones no terminaban de comprender los obstáculos que eso suponía para mí. La vida era enormemente complicada, pero nunca quise renunciar ni a ser laboralista ni a ser madre a mi manera.
–Su primer despacho, como dijo, estuvo en el Cerro del Águila.
–Era un barrio creado fundamentalmente por los trabajadores de Hytasa, a los que yo asesoré y defendí hasta que cerró la empresa. Casi todo era autoconstrucción y el ambiente era de pueblo. La gente te saludaba por la calle. Todos los miembros proveníamos de la FECUM: Manuel Arévalo, Jaime Castiñeira... También se incorporó Manolo Chaves, que venía del despacho de Felipe González, quien nos asesoró al principio...
–¿Chaves el expresidente?
–Sí, pero se fue al año y medio porque decía que nos habíamos decantado demasiado por CCOO y él era de UGT.
–Le gustase a Chaves o no, CCOO fue el gran sindicato del antifranquismo.
–Habían entrado en los sindicatos verticales y ocupado las principales cargos de las uniones de trabajadores. Eso les permitió, usando estructuras oficiales y legales, hacer una acción sindical más masiva.
–¿Las magistraturas del trabajo del franquismo tomaban decisiones justas?
-Hay que distinguir entre dos tipos de litigios. En los que eran de contenido social, pero sin connotaciones sindicales o políticas, las sentencias solían ser acordes con la legislación vigente. Había jueces que aplicaban muy bien la ley. De hecho, nosotros ganábamos muchos casos reclamando salarios, jornadas, etcétera... Sin embargo, en los litigios político-sindicales la cosa cambiaba.
–Póngame un ejemplo.
–En los despidos por detención. Es algo que ahora resulta increíble. La Brigada Político Social detenía a un dirigente sindical clandestino durante tres días, que era el plazo legal habitual entonces para que la empresa echase a un empleado si no acudía al trabajo. El asunto, por tanto, solía acabar en despido y, aunque nosotros demostrábamos que la ausencia se debía a que había estado en el calabozo, nunca conseguimos ganar uno de estos casos. Se nos decía que “lo que es causa de la causa es causa del mal causado”.
–Últimamente hay un movimiento revisionista que intenta pintar a la Transición como un chanchullo. Usted, como protagonista, ¿qué opina de esto?
–Las críticas siempre hay que oírlas y siempre tienen algo de verdad. Nunca hay que pensar que uno tiene la verdad absoluta y es importante que nos escuchemos todos, algo que parece haberse olvidado en este país. La Transición fue lo mejor que se pudo hacer teniendo en cuenta la correlación de fuerzas del momento y el permanente ruido de sables. A los que piensan que todo se hizo mal, les digo que hubiesen estado allí uno o dos añitos... Lo que no se hizo ya tan bien fue una vez que la democracia estaba asentada...
–¿En qué sentido?
–Aspectos como la memoria histórica, que no sé por qué sigue levantando unas ampollas tremendas. Es fundamental dar sepultura digna a las personas que están en las cunetas. A partir de los años ochenta la democracia tuvo que ser más generosa con muchas personas que se callaron para no entorpecer la Transición. En aquella época viajé por muchos pueblos de Andalucía y vi a la gente llorar y sufrir con este asunto. Nosotros les decíamos que había que esperar, que más adelante, cuando la democracia estuviese asentada... No se ha hecho justicia con esas personas. Ahora me siento sinceramente defraudada. Creí que algún día se reconocería la dignidad de todos los españoles. Es una gran injusticia histórica.
–Creo que prácticamente todo el mundo está de acuerdo en la reparación de las víctimas de la represión. En lo que ya no hay unanimidad es en el intento de algunos de imponer un relato histórico por decreto ley, acabando incluso con la libertad de cátedra.
–La actual ley de memoria histórica se ha aplicado mínimamente y, allí donde gobierna la derecha, se intenta acabar con ella. Yo no tengo ningún familiar en las cunetas, pero en mi pueblo, con una población de unos siete y ocho mil habitantes, hubo 114 fusilados por las fuerzas rebeldes en sólo tres meses. El tema es fuerte... En Alemania e Italia se ha consensuado un relato sobre el nazismo y el fascismo. ¿Por qué no podemos hacerlo en España después de 80 años? No quiero dejarle a mis nietos una España llena de rencores.
–¿Cree que en España todavía hay rencor con estos asuntos?
–Es evidente. En este tema hay que estar por encima de las ideologías y fijarnos en los valores.
–¿Esa señora de la foto que está con usted es la Pasionaria?
–Sí, y el hombre es Eduardo Saborido. La traté cuando estuve en el Comité Central del PCE.
–Es un personaje muy controvertido.
–Creo que Dolores era una mujer muy lúcida, con una gran fuerza personal. No soy fan de nadie, pero hay que reconocerle que tuvo un papel importante tanto en la guerra como en la Transición.
–Su apoyo a Stalin...
–Es evidente y no se puede negar. Pero en esa época todos los partidos comunistas estaban en esa posición. Eso sí, luego fueron los de Italia y España los primeros en despegarse del estalinismo.
–Hablemos de los vivos. Los sindicatos no viven su mejor momento. Son instituciones en crisis y desprestigiadas.
–Ya en los años 70 y 80, con el auge del neoliberalismo, se desencadenó una ofensiva tremenda contra los sindicatos, como la de Thatcher contra los mineros. Existen análisis muy serios sobre la demonización de la clase trabajadora. Había que decir que los obreros eran los culpables de todo, que había que desregular, que los sindicatos eran un impedimento... Eso no significa que no reconozcamos que a los sindicatos les ha faltado capacidad de análisis para comprender la nueva realidad laboral y económica, las actuales relaciones de producción, los nuevos nichos de trabajo...
–¿Y en España?
–La Constitución reconoce a los sindicatos un papel muy importante como agentes sociales; son parte del consenso constitucional. Sin embargo, muchos políticos que se creen dueños de esta Constitución no paran de denostarlos, de tacharlos de anticuados e inútiles... Esta ofensiva, junto a la falta de análisis de la que hablábamos antes y algunos casos de praxis inadecuada, han provocado esta debilidad sindical.
–Lo cierto es que los miembros del llamado precariado no tienen mucha inclinación a afiliarse a los sindicatos.
–En general, esta nueva clase de explotados está muy al margen de las estructuras sindicales clásicas. Hacen falta cambios profundos que permitan a estos colectivos defenderse. Todo esto es producto de la inmensa desregularización que nos trajo la reforma laboral, que ha sido devastadora en lo que a la estabilidad del empleo se refiere. La falta de estabilidad impide la formación de estructuras sindicales, porque el sindicalismo nace del contacto entre los trabajadores, del concepto de fábrica, de la comunidad laboral. Los sindicatos tienen que hacer un serio análisis sobre cómo llegar a estos jóvenes de menos de treinta años que viven una situación que, si nos lo hubiesen dicho hace veinte años, nunca lo hubiésemos creído.
–¿Tan grave es la situación?
–Nunca creí que volvería a ver en el despacho casos de absoluta precariedad e indefensión como los que están entrando ahora... Por eso me parece muy bien el decreto para el control de entrada y salida de los trabajos. En la hostelería y en muchos pequeños comercios es normal trabajar 12 horas. Todas las luchas que hubo en el mundo por la jornada de ocho horas parece que no han servido para nada... Sólo donde hay presencia sindical organizada se respeta.
–¿Se acabó el sindicalismo?
–No, siempre que haya situaciones de abuso a los trabajadores, de una u otra forma, con más o menos dificultades, terminarán organizándose. Ahí están iniciativas tan novedosas como las de las kellys. Pero sobre todo hay que cambiar la legislación. No entiendo cómo la izquierda no entra a fondo en esta cuestión. La tasa de rotación en el empleo es insostenible.
–Hay un colectivo que está peor que el precariado: los inmigrantes irregulares.
–Es algo realmente grave. Yo colaboro con el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) y las situaciones que nos llegan son terroríficas. Los Centros de Internamiento de Extranjeros (Cies) son una islas dentro del Estado de Derecho. No tienen reglamento; la norma es la voluntad del director. Ahora tenemos el tema este de la capitana del Sea Watch. Es gravísimo que en Europa se esté criminalizando la solidaridad... No sé que está pasando en Europa, pero me da muy malas vibraciones. Deberíamos saber ya lo que ocurre cuando se mira a otro lado cuando los inocentes están muriendo.
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