“Andalucía ha cambiado muy poco con el PP”

José Antonio Carrizosa | Periodista

Tras 43 años de oficio, 14 de los cuales dirigió Diario de Sevilla, y pese a su merecida jubilación, este periodista de raza sigue escribiendo su columna ‘Alto y claro’ y asesorando al Grupo Joly

El Rastro de la Fama con José Antonio Carrizosa / José Ángel García

A José Antonio Carrizosa (Sevilla, 1958) le gusta definirse como un periodista “de máquinas”. Su vida ha transcurrido entre las mesas de una redacción, dedicado a pensar y organizar el periódico del día siguiente. El que fuese 14 años director del Diario de Sevilla pasa ahora sus días entre su ciudad natal y su locus amoenus en un pueblecito de Ávila, donde dicen que tiene una magnífica biblioteca sobre la Historia de España del siglo XX, una de sus grandes pasiones. Para matar el gusanillo del periodismo sigue asesorando al Grupo Joly en cuestiones editoriales y publica los jueves su columna ‘Alto y claro’, escrita al galope de la actualidad y dejando siempre pistas para que el lector tenga una mayor comprensión del mundo que le rodea. Antes de llegar al Grupo Joly como Director de Publicaciones, en 2004, este licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y diplomado en Alta Dirección de Empresas por el Instituto Internacional San Telmo, pasó por las redacciones de ABC de Sevilla, el Centro Territorial de TVE y El País, tanto en en Andalucía como en Madrid, donde llegó a ser redactor jefe de Información Nacional y de Coordinación y Cierre. Tras 43 años de brega es ahora un hombre que pasea y lee. Que le quiten lo bailado.

–Usted se crio en dos barrios muy diferentes: el trabajador Tiro de Línea y el burgués de Heliópolis-Reina Mercedes.

–El Tiro de Línea es mi infancia muy primera. Era un barrio trabajador con inquietudes, en el que la vecindad contaba mucho, era un valor. En Heliópolis, a donde me fui con siete años, las cosas eran muy diferentes. Era un barrio de clase media de una España ya transformada, donde se veían muchos coches y lo normal era ir a la universidad. Buena parte de lo que soy se lo debo a haber crecido en el Heliópolis de los 70 y primeros 80, un ambiente muy dinámico en el que se hablaba mucho de política, se leía y había muchas inquietudes sociales.

–Después de estudiar en Claret terminó en el Instituto Herrera.

–Salí con una muy buena educación en humanidades y una mala en ciencias. Tuve magníficos profesores, como Rogelio Reyes en Lengua y Literatura.

–Me temo que se ha perdido un poco el prestigio que tenían los institutos.

–Sin duda. En Sevilla había institutos como el San Isidoro, el Velázquez o el Murillo que eran auténticas referencias. A ese grupo se incorporó el Herrera. El problema es que ha habido un deterioro en la figura del docente como persona que transmite tanto conocimiento como formación. En la Sevilla que crecí los catedráticos de universidad eran figuras de alto prestigio social. De ese prestigio también disfrutaban algunos catedráticos de instituto que, aunque no estudiases en sus centros, sabías que existían.

–¿Por qué se hizo periodista?

–Desde que tengo uso de razón veía a mi padre leer el periódico. Para él eso no era una tontería, sino un rito diario. Eran palabras mayores. Yo siempre tuve afición a la lectura. Le parecerá una petulancia, pero a los Reyes Magos le pedía libros. A eso se unió el que cuando yo tenía unos once años había una magnífica generación de periodistas televisivos: Miguel de la Cuadra Salcedo, Jesús González-Green, Julio Camarero... gente que hacía unos magníficos reportajes de la Guerra de Vietnam, de la Argentina de la vuelta de Perón, de la Guerra de Biafra... me quedaba con la boca abierta. A partir de esa edad ya tenía muy claro lo que quería ser. Puedo decir que fue una auténtica vocación.

–¿Y cuántas veces se ha arrepentido?

–[Risas] Es cierto que me ha tocado vivir momentos muy complicados en esta profesión. Ha sido muy duro. He estado 43 años metido en una redacción y las he pasado de todos los colores. En todas partes me he llevado grandes alegrías y he conocido a gente que me ha interesado mucho, y en todas partes ha habido días de preguntarme en qué me había metido.

A pesar de todo, cuando escarbas en las personas siempre encuentras un fondo que merece la pena

–Reconózcame que alguna vez le ha dicho a sus hijos que no se les ocurra estudiar periodismo.

–Bueno, mis hijos han podido ver en su casa lo dura que es una profesión en la que no existen los horarios ni los fines de semana. Pero ellos han sido siempre conscientes de que el periódico era mi vida.

–¿En qué año empezó a trabajar?

–En septiembre de 1980.

–Es decir, que cogió los últimos coletazos de la Transición.

–Los de mi generación somos los hermanos pequeños de los periodistas de la Transición. El primer gran acontecimiento que yo viví en una redacción fue el golpe de Estado del 23-F. Lo hice en ABC de Sevilla junto a Antonio Burgos. Me sentaba justo enfrente de él. Ese día aprendí muchísimo más que en varios años de facultad.

–Fueron años en el que tanto los políticos como los periodistas tenían prestigio social. Todo ese caudal parece haberse derrochado.

–Cuando yo me hice periodista tenías prestigio social y remuneración económica. Se ha producido un deterioro en las condiciones salariales de toda la profesión, desde los grandes periódicos de Madrid hasta Radio Albacete.

–¿Y los políticos?

–Hoy, la política es sospechosa socialmente. Y ellos mismos son los responsables. Todo empezó en los 90, cuando se descubrió todo lo que había debajo de los gobiernos de Felipe González y Aznar. Eso hizo que a la política solo se acercasen los mediocres, salvo honradas excepciones. El modelo del gran político que protagonizó la transición, magníficos profesionales, se fueron apartando frente a otros nuevos que buscaban una forma de vida en la política. Ahora bien, la democracia la construyen los políticos y los periodistas, a pachas. Y, muchas veces, fueron los medios de comunicación los que tiraron de los políticos. La democracia llegó antes a los medios que a las instituciones políticas. Y eso se perdió a mediados de los 90. La democracia tuvo una evolución hacia arriba hasta el 92 y, a partir de ahí, fue hacia abajo.

–¿Qué le ha enseñado el periodismo de la naturaleza humana?

–Ves muchas cosas, porque puedes tratar con gentes muy diversas y eso te da un mosaico de la condición humana muy curioso. Básicamente he visto que, a pesar de todo, cuando escarbas en las personas siempre encuentras un fondo que merece la pena. La gente es muy diversa y no siempre lo que ves es lo que hay.

–Siempre se dice que los políticos no tienen nada que ver a cómo se muestran en los medios.

–La política es cada vez más una actuación de cara a la galería. Todo es una comedia. Hemos visto como políticos que se han dicho de todo en el parlamento después compartían amigablemente un café.

–¿Hoy en día también?

–Sí, pero en los últimos años, a partir de la crisis de 2008, las cosas se han radicalizado mucho en España. No solo en la política o en los medios, sino también socialmente. Los programas de radio de la mañana son absolutamente sectarios. Uno se adhiere a un locutor porque sabe que es de su cuerda. Es un proceso que aún no ha parado. Esto refleja una sociedad que cada vez piensa menos y funciona con apriorismos. Se ha producido un empobrecimiento intelectual alarmante en España.

Hemos vuelto a tirarnos a la cabeza un hecho tremendo que dejó 200 muertos. Da vergüenza ajena

–¿Cuál es la noticia o reportaje del que se siente más satisfecho profesionalmente?

–Yo he estado casi siempre en las máquinas de los periódicos, en las calderas, donde se hace el producto. No he sido un periodista de firma. Pero tengo un buen recuerdo de los primeros reportajes que hice para El País cuando empezaron a morir masivamente inmigrantes en el Estrecho. Fui cuatro veces a Marruecos y estuve en las playas cuando salían las pateras cargadas de personas que iban a morir seguramente. Aquello me llegó muy hondo. En mi etapa en Madrid viví momentos tremendos como el 11-S o el 11-M. Donde de verdad se aprende esta profesión es en una redacción. Ni en la facultad ni en las ruedas de prensa, sino haciendo y deshaciendo el puzzle que es un periódico.

–Es usted un gran conocedor de la Historia Contemporánea española. Y me consta que tiene una buena biblioteca sobre el asunto. ¿Qué opina de la Memoria Histórica?

–Puedo decir honestamente que he leído algo sobre el tema. La Historia es una ciencia social que debe estar en manos de especialistas. La Historia puesta encima de la mesa para tirárnosla a la cabeza me parece un error garrafal. No me gusta que la Historia se manipule y se utilice como argumento político. Incluso la más reciente, como el 11-M. Hemos vuelto a tirarnos a la cabeza un hecho tremendo que dejó 200 muertos. Da vergüenza ajena.

–El PSOE ha tenido una evolución desconcertante en los últimos tiempos. Ha pasado de ser un partido fundador del 78 a casi un impugnador. Quizás la evolución del PP ha sido más lógica.

–Estoy básicamente de acuerdo. El PSOE de González fue la principal fuerza transformadora que ha habido en España en el siglo XX. Eso no se continúa con los gobiernos del PP y cuando vuelve el socialismo al poder es otro PSOE. Hoy es una maquinaria que por mantenerse en el poder está poniendo en cuestión cosas muy delicadas que van a ser muy difícil reconstruir. En cuanto al PP, Aznar tuvo el mérito de convertir un partido surgido del franquismo en uno completamente homologable al centroderecha europeo. Pero no creo que el PP tenga muchos motivos para sentirse orgulloso de su historia más reciente, salvo la primera legislatura de Aznar.

–¿España se va a romper?

–Mi opinión es que no, porque creo más en la sociedad que en la política. España es hoy un país democráticamente maduro. Pero hay tensiones que son insoportables y que ponen al país en grave riesgo. Esto es lo que debería evitar una política patriótica, aunque la palabra no esté de moda.

–La digitalización ha impactado con fuerza no solo en el periodismo, sino en todo nuestro mundo. ¿Ve usted con preocupación cuestiones como la IA?

–En la historia de la humanidad hay momentos disruptivos en los que cambia absolutamente todo. Todavía vivimos de la Revolución Francesa o la socialista. La primera tuvo a Robespierre y la segunda a Lenin y Stalin, es decir momentos de excesos tremendos. No tengo dudas de que la revolución digital tendrá efectos indeseados, como tampoco las tengo de que al final será un paso enorme para la humanidad. Bienvenida sea. Lo mismo pasa con las revoluciones feminista y ecologista.

–¿Le siguen gustando los toros?

–Sí, no soy un gran aficionado pero me gustan Morante, Ortega...

–¿Cree que desaparecerán?

–En lugares como Sevilla, Madrid o Pamplona lo veo muy difícil, pero en el resto de España los toros tienen un futuro muy complicado. En Sevilla son un fenómeno social, una seña de identidad. Creo que hay toros para tiempo.

–La ópera también está entre sus predilecciones.

–Suelo ir y creo que es uno de los grandes déficits de Sevilla no tener una temporada más potente de ópera para atraer a públicos más diversos.

–Tiene su locus amoenus en un pueblo de la provincia de Ávila.

–En Navarrevisca, un pueblecito que no tiene más de 200 habitantes.

–Castilla es una tierra siempre muy olvidada por los Andaluces, pese a que venimos de ahí, a que somos Castilla la Novísima.

–Castilla es un mundo para descubrir. Tiene un paisaje y un paisanaje muy interesante. En esta zona de Ávila he conocido a personas con las que he mantenido algunas de las conversaciones más interesantes de mi vida. Además, son conversaciones que siempre se acompañan de vino. Esa cultura de hablar con vino y sentado en la mesa nos falta. Somos más de cerveza y de estar de pie.

Sevilla tiene losas que la bloquean: sociales, institucionales, religiosas, mediáticas, culturales...”

–¿Lo castellano y lo andaluz no terminan de conectar?

–Andalucía ha hecho de sus señas de identidad un producto que ha colocado en el mercado. Castilla no ha hecho eso, se ha refugiado en sí misma. Tienen el problema gravísimo de que los jóvenes se van de allí y no quieren volver, como sí hacen los andaluces. Es mi caso, yo tenía mi vida hecha en Madrid, pero cuando Pepe Joly me abrió la posibilidad de volver a Sevilla no lo dudé. Eso no pasa en Soria.

–Precisamente viajando por Castilla tuvo recienemente un accidente de tráfico muy grave. ¿Hay un antes y un después?

–Sin duda ninguna. Dentro de la gravedad no salí mal. Pero en una cama de hospital repasas tu vida y jerarquizas. Te preguntas qué has hecho, por qué lo has hecho y qué cosas tienes que rectificar. Es una lección de vida fundamental. Yo ya no soy el mismo de antes del accidente.

–Volvamos a Sevilla. Se dicen muchos tópicos sobre la ciudad. Los sevillanos los primeros. ¿Cómo la ve usted?

–He estado 14 años de director de Diario de Sevilla y tengo una visión muy crítica, para qué le voy a decir otra cosa. Es una ciudad paralizada y sin nada que le haga rebelarse. Es incomprensible que admita no tener una red de metro, que se cachondeen de ella con la SE-40, que haya perdido el escasísimo tejido industrial que ha tenido alguna vez, que esté sometida a la dictadura de un turismo mal planificado. Y no hay una sociedad que levante la mano y proteste... Y esto no es problema de la Junta o el Ayuntamiento, sino de la falta de sociedad civil. Solo hemos llenado las calles cuando le ha pasado algo al Betis o al Sevilla.

–¿Y por qué paso esto?

–Porque tiene losas que la bloquean. Losas estamentales, sociales, institucionales, culturales, religiosas y mediáticas... Aquí, con “los tanques a la calle” y cuatro cosas más parece que nos conformamos.

–¿Y Andalucía? Tenemos un Gobierno muy autosatisfecho. Casi tanto como el de Pedro Sánchez. ¿Ha existido una revolución popular desde que Juanma Moreno llegó al poder?

–No, no la habido. Andalucía ha cambiado muy poco con el PP. Solo hay que comparar los últimos presupuestos que aprobaron en su día los socialistas con los de los populares. Sí hubo un sentimiento de dejar atrás una herencia casposa y haber llegado a otro territorio. Lo que tenemos ahora mismo es un endiosamiento de una figura política, pero yo le diría al Gobierno andaluz que cada día mire los indicadores que sitúan Andalucía a la cola del bienestar social, económico, cultural. Que miren el PISA, los datos de dependencia, las listas de espera. Que miren eso todos los días a ver si están satisfechos o no. Yo creo que no.

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