17 pasos y un chaparrón
La Magna Mariana se celebró pese a las inclemencias meteorológicas, que se mantuvieron hasta el último instante Un aguacero sorprendió a seis pasos en la calle
A Écija no le hacen falta 17 pasos y un simpecado en la calle para mostrar que es una de las localidades más bellas de España. Le sobra, incluso, para contemplar el rico patrimonio que atesoran sus numerosas iglesias y conventos. Écija es magna de por sí. Sin aditamentos ni cortejos. Pero supone una oportunidad como pocas el poder visitar un municipio con todos sus templos abiertos, sin puertas cerradas y con un completo dispositivo de seguridad activado para recibir al visitante. Sin duda, el aspecto más positivo de un tipo de evento que ha proliferado mucho en la geografía andaluza los últimos años, con la excepción de la capital andaluza, donde aún se tienen muy presentes los ingratos recuerdos del malogrado vía crucis por el Año de la Fe.
Dicho lo cual, vayamos al grano. O a la Magna, mejor dicho. En este tipo de macro procesión hay de todo, como en botica. Muchas veces se deja de lado el verdadero motivo por el cual se organiza. Lo importante es dar a conocer la Semana Santa lugareña, la promoción turística que del municipio se hace y, como no podía ser menos, el lleno de bares. Cumpliendo estas tres premisas, éxito asegurado. Lo de la devoción queda de puertas para adentro.
La de ayer vino precedida por días de lluvia que pusieron en jaque su celebración. Tanto que el agua causó un susto más que importante cuando cerca de las seis y media de la tarde un chaparrón cayó con todas sus fuerzas en el momento en el que había seis pasos en la calle. La Virgen de la Alegría, la de las Lágrimas, María Auxiliadora, el simpecado del Rocío y la Virgen del Valle (patrona de Écija que tuvo que ser cubierta con un plástico), entre otras, se vieron perjudicadas por una nube inoportuna que no estaba incluida en las últimas predicciones de los meteorólogos, que pronosticaron una mejoría notable a partir de las 16:30, lo que llevó a las hermandades a echarse a la calle.
Pasado el susto, se abrieron los cielos y volvió la normalidad. La Magna, que tenía su epicentro en la denominada Plaza del Salón, se desarrolló según lo previsto. Los 16 pasos y el simpecado rociero entraban por la calle Miguel de Cervantes y tomaban por medio de la plaza hasta detenerse ante la Patrona, situada delante del Ayuntamiento revestido por un trampantojo al estar en restauración. Al llegar a este enclave, se silenciaba el acompañamiento musical de cada paso. Una banda y una coral ponían la música en el Salón, melodías que quedaban un tanto difusas por los altavoces instalados en este gran recinto.
La tarde no dio descanso a la vista. Desde las costaleras de la Virgen de la Alegría -muchas venidas de localidades cercanas- hasta el paso prestado para la ocasión a la Virgen de la Concepción, que no sale en la Semana Santa astigitana. Por no hablar de los libreas con farol de mano que escoltaban al simpecado rociero y que venía precedido por tamborileros con chaqueta y corbata. Mezcolanzas difíciles de digerir y que ya tuvieron un precedente la pasada primavera en la capital hispalense. Todo se copia. Lo mejor y lo menos bueno. Es lo que tiene la globalización cofradiera.
Razón más que suficiente para buscar lo propio, lo autóctono, lo que no se transfiere y está ajeno a la tendencia hispalense. Al igualitarismo estético. Ahí reside, realmente, el interés de una procesión de este tipo. Y en Écija lo hay. Al margen de las tallas más recientes y los palios al más puro estilo sevillano (los había de mejor y mediana calidad), se pudo contemplar imágenes de gran calidad atribuidas a Montes de Oca o a la gubia de la Roldana, como la Virgen de la Soledad, sin duda, la que más interés suscita no ya por su valía artística, sino por el paso con el que sale a la calle. Sin palio, con una peana de Duque Cornejo (siglo XVIII) y una ráfaga de plata de la misma centuria. El verdadero estilo ecijano. La joya de la corona, por decirlo de alguna manera.
Como guinda, la Virgen de la Amargura, que cumple 50 años de su llegada a esta localidad de la campiña sevillana. Un deleite para los sentidos.
Aunque el verdadero colofón es contemplar las once torres astigitanas iluminadas como cirios encendidos sobre el palio negro de la noche. Eso, y acabar cenando en el Pirula. Es entonces cuando el visitante constata que Écija bien merece la pena, aunque sea por una Magna. Con chaparrón incluido.
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