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El parricida de Alcalá mató a su mujer porque creía que lo envenenaba

Mario Calderón, de 52 años, acaba con la vida de su esposa, María del Águila Pérez, de 50, golpeándola con la tapa de una cisterna. También le asestó tres puñaladas en la espalda.

Mario Calderón y María del Águila Pérez.
Fernando Pérez Ávila

03 de junio 2015 - 09:07

A Conchita la despertó el ruido de unas sirenas en mitad de la madrugada. Se había quedado dormida en el sofá viendo El Príncipe y, de repente, su salón estaba inundado de reflejos azules. Eran las luces de los gálibos de los patrulleros de la Policía Nacional aparcados en mitad de la calle. En la casa de enfrente, en el número 7 de la calle Combate de los Castillejos, en Alcalá de Guadaíra, habían matado a alguien. "Me asomé y había por lo menos cinco coches de la Policía. Vi a policías que buscaban algo en la basura y en las alcantarillas, y que recorrían la calle de arriba a abajo varias veces. Hablaban de que habían matado a alguien, pero yo no era capaz de poner en pie a quién".

Lo que buscaban los agentes en la basura era un arma blanca con la que Mario Calderón, de 52 años, el vecino de la casa número 7, había asestado tres puñaladas en la espalda a su esposa, María del Águila Pérez, Mari, de 50, en el cuarto de baño del domicilio familiar. Pero lo que le causó la muerte a la mujer no fueron los navajazos, que sólo produjeron heridas leves, sino los numerosos golpes que el marido le dio contra el lavabo, contra el bidé y contra la tapa de la cisterna, que le destrozaron la cara y la cabeza. Lo hizo, diría después al juez, porque creía que su mujer lo envenenaba.

La agresión ocurrió poco después de las dos de la madrugada. Tras cometer el crimen, Calderón llamó a su hermano y le dijo que había hecho "algo muy grave". El hermano tardó unos minutos en llegar a la casa de esta pequeña calle en cuesta, bocacalle de la avenida General Prim. Lo hizo acompañado por su esposa. Los dos descubrieron el cadáver desfigurado de María, tumbado entre manchas de sangre y los restos de cerámica de la tapa de la cisterna, rota por la fuerza de los golpes, y llamaron a la Policía. Mientras el hermano se quedaba con el autor del crimen, la mujer iba a contarle lo ocurrido a Jenifer, la hija menor del matrimonio, que vive con su marido y su hija pequeña en una casa situada a menos de 50 metros de la de sus padres.

Los gritos de Jenifer, de 23 años, despertaron a Isabel Brito, una vecina allegada a la familia, que atendió a la hija de la víctima durante toda la noche. "Oí que llamaban... ¡Yeni, Yeni, Yeni!... Salí y era su tía, que venía a contarle lo que había pasado. Yo no sé cómo no me he desmayado. Esto ha sido muy fuerte. Ni siquiera tenía una tila para darle a la pobre". La mujer aún temblaba horas después, mientras describía a la pareja protagonista del último episodio mortal de violencia de género, el primero en lo que va de año en la provincia de Sevilla.

"Era una pareja normal, el fin de semana estuvimos con ellos en una barbacoa. Nadie podía sospechar esto. Nunca pensamos que pudiera ocurrir algo así. El matrimonio tiene dos hijas, Jenifer, y una mayor, que se llama Estefanía. Siempre estaban con su nieta, pequeñita, que no ha cumplido todavía dos años". La vecina desconocía que, hace siete años, la víctima había denunciado al que luego se convertiría en su verdugo. Más que una denuncia fue una llamada a la Policía Local de Alcalá de Guadaíra porque su marido se estaba comportando de manera muy violenta. Según dijo en aquella ocasión, había mezclado alcohol y antidepresivos y el cóctel le había provocado una reacción muy agresiva, cuyo detonante fue una discusión por las notas de una de sus hijas.

No llegó a haber agresión física y la Policía Local denunció el caso de oficio. Tras acogerse a su derecho a no declarar, María del Águila retiró la denuncia y el juez archivó las actuaciones, al no disponer de declaraciones, pruebas o indicios para investigar si había habido o no un hecho delictivo por parte del marido.

Desde entonces, las autoridades no tenían constancia de ningún episodio violento más en el seno de esta pareja. Algunos vecinos aseguran que Mario Calderón padecía una fuerte depresión y que en alguna ocasión salió de su casa gritando que iba a matarse. El hombre está jubilado por enfermedad -padece una dolencia reumática- y camina ayudado de una muleta.

La Policía Nacional llegó a la vivienda poco después del aviso del hermano del parricida. En la casa encontraron a la mujer muerta en el baño y al presunto agresor, que fue detenido. La comisión judicial no decretó el levantamiento del cadáver hasta pasadas las seis de la mañana. El grupo de Policía Judicial de la comisaría de Alcalá de Guadaíra, que dirige la investigación, volvió por la mañana a inspeccionar la casa, que quedó precintada. El perro de la familia, un pastor alemán, fue entregado a uno de los yernos.

El presunto autor del crimen confesó los hechos y fue puesto a disposición judicial a última hora de la mañana. Ante el juez admitió de nuevo haber matado a su mujer y dijo que lo había hecho porque creía que ésta lo estaba envenenando. El fiscal pidió el ingreso en prisión del parricida, una medida que fue acordada por el juez de Instrucción 3 de Alcalá de Guadaíra, encargado del caso. En principio se le imputa un delito de homicidio.

El Ayuntamiento de Alcalá de Guadaíra decretó ayer un día de luto oficial y suspendió el alumbrado y los actos oficiales de la Feria, que empezó anoche. La corporación municipal, con el alcalde en funciones, Antonio Gutiérrez Limones, y la directora del Instituto Andaluz de la Mujer, Carmen Cuello, a la cabeza, guardó al mediodía un minuto de silencio en la puerta del Consistorio. Las banderas ondeaban ya a media asta.

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