La ovación más triste
Crimen machista en lebrija
Cientos de lebrijanos despiden a María del Castillo Amaya Vargas, la mujer asesinada el miércoles por su ex marido. En el restaurante que regentaba se acumulan velas y flores.
En El Cuervo hay un bar en cuya puerta se acumulan decenas de velas y ramos de flores. Un cartel avisa de que el negocio está cerrado por defunción. Está situado en la misma travesía de la N-IV, que en el nomenclátor de esta pequeña localidad del sur de Sevilla figura con el nombre de Avenida de Jerez. Aparentemente pasa por ser un bar de paso, de desayunos y de menús baratos para los cientos de camioneros que, por mucho que el Gobierno anuncie que les va a rebajar el peaje de la autopista, siguen atravesando a diario la antigua carretera nacional que une Sevilla y Cádiz.
De eso y de jubilados de mañanas y tardes eternas con café, copa y partida de dominó. Cuando no estaba cerrado, como ayer, el negocio tenía sus veladores y unos toldos rojos en los que podía leerse Restaurante La Unión-Parrilladas Ibéricas-Desayunos-Bocadillos. Hasta la noche del martes, tras la barra atendía María del Castillo Vargas Amaya, la mujer de 36 años que fue asesinada por su ex marido la madrugada del miércoles en su casa de Lebrija.
Entre el bar y la vivienda en la que residía la víctima, conocida como Casti en su pueblo, hay apenas un cuarto de hora en coche. De El Cuervo era precisamente su verdugo, que ayer seguía recuperándose en el Hospital Nuestra Señora de Valme, donde fue operado de una muñeca que se fracturó al caer desde el balcón de la vivienda de su ex mujer cuando intentó -y consiguió- arrojar a ésta. La víctima, en su último aliento, consiguió agarrar a su asesino y caer con él a la calle, desde una altura de cuatro metros.
Pero el verdugo no sólo tiró a María del Castillo Vargas por el balcón, sino que antes la apuñaló varias veces. Algunas fuentes apuntan a que la degolló. Luego, con la mujer moribunda tendida en la acera, fue a por su furgoneta -que utilizaba para ganarse la vida montando castillos hinchables de feria en feria- y pasó varias veces con ella por encima.
De nada sirvieron las dos denuncias que presentó la mujer ni la orden de alejamiento que el asesino tenía en vigor desde el 27 de noviembre. Muchos se preguntaban ayer en Lebrija si este salvaje crimen se podía haber evitado, que para qué las autoridades insisten tanto en denunciar si luego a la verdadera víctima de la violencia de género no se le puede proteger.
Lebrija se volcó ayer en el funeral, que arrancó a las seis de la tarde en la iglesia de Santa María de la Oliva. Cientos de vecinos despidieron a una mujer a la que todos conocían. Era la hija menor de la cantaora Juana Vargas, fundadora del trío Las Corraleras de Lebrija. Su familia regenta una joyería en el centro del municipio.
El templo se quedó pequeño. La Policía Local cortó el tráfico para facilitar el acceso del vehículo fúnebre y dos turismos que llevaban a los familiares más directos. A las seis y media, el féretro llegó en hombros hasta el coche que lo llevaría al cementerio. El cura ofició un responso, ya en la calle, acabado el funeral. Los llantos de quienes salían del templo rompieron el silencio. Ni siquiera se oían los disparos de las cámaras de fotos, que los reporteros gráficos pusieron en silencio justo antes en señal de respeto. Sólo cuando el coche ya marchaba hacia el camposanto, arrancó una ovación. El aplauso más triste que una artista pudo escuchar jamás.
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