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Aznalcóllar, un pueblo roto de dolor

Varios amigos de Aarón sacan el féretro del coche fúnebre. / Juan Carlos Muñoz

Aznalcóllar/Una multitud sube en silencio la cuesta que lleva al cementerio de San Sebastián. Arriba, en la puerta del camposanto de Aznalcóllar, esperan varias personas, entre ellas algunos fotógrafos de prensa que quieren captar una estampa con una perspectiva amplia, algo que les permita mostrar el inmenso dolor de un pueblo sin tener que sacar primeros planos, sin verse obligados a pixelar las caras de los chicos que abren la infortunada comitiva, muchos de ellos menores de edad, al igual que la víctima.

Por delante de los informadores han pasado ya un coche fúnebre y otro de Protección Civil, cuyos conductores aceleraron para no quedarse atascados en mitad de la cuesta. Pero queda otro vehículo que abre paso a la comitiva con la que cientos de personas acompañan a la familia de Aarón M. C., el joven de 17 años asesinado el pasado miércoles en Gerena. Es un coche lleno de coronas de flores. De la familia, de los amigos, del Club Deportivo Aznalcóllar, de la hermandad de la Soledad... Aarón, nadie en el pueblo te olvida. El conductor del coche, con gran pericia, acompasa la subida al ritmo de los pasos de los jóvenes que le siguen, todos amigos del finado, que portan el ataúd de éste a hombros. Todos lloran. Nadie habla. Es el último homenaje a su amigo, que murió tras recibir una puñalada mortal en el corazón cuando salía del instituto de la localidad vecina.

Comitiva fúnebre camino del cementerio de Aznalcóllar. / Juan Carlos Muñoz

Una riña absurda, un pique por una chica, dicen que fue lo que motivó el ataque de celos del presunto asesino, que ya había ido amenazando a todo aquel que mirara a su novia o que simplemente la siguiera o le diera un me gusta a cualquier publicación suya en Instagram. Una versión 2.0 de una cabeza que no parece funcionar bien, como demuestra el audio que envió a otro chico que tuvo la osadía de seguir en la citada red social a la novia del presunto autor del crimen.

Pasa el cortejo fúnebre con los restos de Aarón a hombros de sus amigos, con éstos arrastrando los pies como una improvisada cuadrilla de costaleros que no ha tenido tiempo ni ganas de igualar. Uno de ellos, el que va detrás, acaricia la madera, como si tratara de traspasarla y hacerle un último gesto de cariño a su amigo. Detrás de la pandilla viene todo el pueblo de Aznalcóllar, en silencio. Viene el cura, Ignacio del Rey Molina, cogido de la mano de la madre de Aarón. A su lado, el padre. Viene el alcalde, Juan José Fernández Garrido, el viejo minero de Boliden que lideró el encierro en la Catedral de Sevilla y es el primer ciudadano de Aznalcóllar, siempre presente en las buenas y en las malas, y que hoy aparca su prolongada lucha porque la mina vuelva a abrir sus puertas y devolver el empleo y la prosperidad a su pueblo. Viene toda la juventud de Aznalcóllar, algunos fumando, todos cabizbajos. Se cruzan saludos, guiños, gestos, un hola y poco más. No hace falta más. Les une el dolor.

La madre de la víctima, consolada por el cura. / Juan Carlos Muñoz

Son las seis de una tarde plomiza, que va cayendo dando paso a una neblina que humedece la ropa sin llegar a mojarla. Hace frío, un frío que corta el cuerpo y contra el que de poco sirven las prendas de abrigo en este pueblo que linda ya con las primeras estribaciones de la Sierra Morena. El cementerio está en una zona alta del pueblo. Se nota más aún cómo va cayendo la temperatura. Una hora antes, cientos, quizá miles, de vecinos de Aznalcóllar despidieron a su vecino en un funeral multitudinario celebrado en la parroquia de Nuestra Señora de la Consolación, ante la Virgen de Fuente Clara, patrona de la localidad.

El alcalde y del delegado del gobierno de la Junta, junto a los familiares. / Juan Carlos Muñoz

La iglesia se quedó pequeña. De nuevo los jóvenes, destrozados por el dolor, introdujeron a hombros a su amigo en el templo. Era imposible entrar para oír la homilía. Qué difícil para un sacerdote encontrar palabras de consuelo para una pérdida tan grande. La madre recibe en la puerta el pésame de Ricardo Sánchez, el delegado del gobierno de la Junta. A su lado, el alcalde se dirige a los jóvenes con unas breves instrucciones. Termina la misa y sale el féretro, siempre a hombros. La procesión fúnebre camino del cementerio da un pequeño rodeo para que pase por la puerta de la casa de la abuela de la víctima, a la espalda del Ayuntamiento, que sigue con las banderas a media asta. Allí pasó Aarón algunos de sus mejores momentos. Allí se le seguirá llorando eternamente. Descanse en paz.

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