La conjura de la miseria
El conflicto de la basura de El Coronil es un pulso entre el SAT y el alcalde por el reparto de unas pocas peonadas "La basura volverá si el alcalde no cede", advierten los jornaleros
No hay ningún cartel que dé la bienvenida a El Coronil, ningún reclamo para visitar un pueblo de 5.000 almas con su castillo, sus iglesias y hasta un palacete civil de ramalazo modernista. No. Lo primero que se ve es un imenso cartel en el que se ha pintado con espray: "No a las 35 peonadas. SAT". Así es, entramos en territorio SAT, (Sindicato Andaluz de Trabajadores), la organización de los jornaleros de la Andalucía rural y mísera del subsidio. Y en ese territorio El Coronil ocupa un lugar destacado porque es el pueblo del que fue alcalde durante años uno de los líderes jornaleros más carismáticos, Diego Cañamero, que, junto a Sánchez Gordillo, se hace oír con ocupaciones de fincas, asaltos a supermercados rebautizados como "expropiación alimentaria" o, como ahora, como en El Coronil, con una extraña huelga de basuras que no protagonizan los trabajadores de la basura, sino buena parte de los vecinos del pueblo.
Si el antropólogo Pedro Cantero escribió en 1995 que en El Coronil "me supe huésped aún antes de hablar con sus gentes, sólo en el goce tranquilo del espacio y en la actitud sencilla de sus habitantes", tendría que haber regresado los últimos días a ver cómo estaba el goce tranquilo y la actitud sencilla en un año en que cientos de aspirantes muerden por una peonada, en el que el verdeo ha sido escaso y el subsidio agrario (20 peonadas después de la rebaja del Gobierno de los jornales mínimos para acceder a la ayuda) les queda muy lejos a la mayoría.
Hubiera encontrado el antropólogo en su regreso olor a basura removida y un silencio inquietante. En los balcones cuelgan telas a favor de que se queden las dos monjitas de la Caridad que cuidan de los ancianos del pueblo y en el colegio Mariana de la Calle los chavales han pintado en una pared que ser niño es creer en la magia. En ese escenario más de medio centenar de agentes de la Guardia Civil con pistolas en el cinto escoltan a los empleados de la empresa pública Tragsa que retiran de la calle 400 toneladas de basura. Mucha basura para un pueblo tan pequeño. Emergencia sanitaria, admitió la Junta. Goce tranquilo, actitud sencilla.
El símbolo de El Coronil, como el de buena parte de los núcleos de población del sur de la provincia de Sevilla y del norte de la provincia de Cádiz, es el jornalero. En El Coronil el jornalero viste bronce en una rotonda. Una montaña de desperdicios la adorna.
Los jornaleros de carne y hueso, los jornaleros sin jornales, han creado un cordón en un barrio entre las calles La Pasionaria, Largo Caballero y Blas Infante para observar los trabajos de recogida. Dolores, una mujer de mediana edad, es la única que se ha lanzado y ha empezado a gritar a los trabajadores de Tragsa que son unos esquiroles, que qué vergüenza, que están jugando con el hambre de un pueblo. Los operarios vestidos de blanco y protegidos con mascarillas no echan cuenta y siguen maniobrando con las palas mecánicas dejando un lecho de limo insoportablemente maloliente desprendido del plástico de las bolsas. Durante todo el día las ratas han estado huyendo de su paraíso de porquería, un banquete que ha durado más de un mes.
Los vecinos se han ido a por Dolores, a llevársela de allí y decirle "déjales, Dolores" porque Dolores parece entrar en un incontrolable estado de histeria. El guardia civil que hace de barrera entre ella y los trabajadores de Tragsa no pretende ser amable y le lanza una orden pétrea: "Señora, circule".
Al fin, Dolores, con su chándal rosa, regresa con el resto de los vecinos que observan la destrucción de su obra, las montañas de basura de descontento: "Ya se irán y todo volverá a ser igual. La basura volverá mientras esto no se arregle o tendrán que tener aquí permanentemente a la Guardia Civil".
Lo que hay que arreglar es el regreso de una rotación puesta en marcha por el ex alcalde Cañamero hace doce años. Lo explican atropelladamente los afectados cuando el periodista se acerca al cordón vecinal. Seis o siete espectadores de los trabajos de recogida, todos integrantes de la lista de la basura, hablan a la vez: "Bah, te hablamos pero si cuentas la verdad". "Cuento lo que me contéis". "Lo que queremos es que vuelva la lista de la basura". "¿Qué es la lista de la basura?" "Una lista que puso Diego por la que cada mes entraba un nuevo trabajador a ayudar a las tareas de recogida. Había cuatro basureros fijos más uno de la lista. Este alcalde la ha quitado". "¿Y cuántos había en la lista?" "No sé, quinientos o seiscientos". "¿500? ¿De uno en uno? Pues entonces el que tuviera el número 500..." "Lo que queremos es que sea una rotación más rápida, cada quince días". "Aun así". "Aquí hay que meter dinero en casa porque el alcalde gana tres mil o cuatro mil euros y le parecerá una miseria pero aquí metiendo 500 euros te puedes apañar un tiempo". Interviene Dolores, ya más calmada: "Antes iba más rápido porque los hombres estaban en la costa en el ladrillo y las mujeres hacíamos los jornales del PER. Ahora que no hay nada nos queda esa lista y poco más". "Pero no veo que la lista sea la solución. Es mucha gente para muy poco trabajo". "Lo que quiere el alcalde es meter a un tío de su cuerda y quitarles el trabajo a todos los demás y como tiene muchas influencias en Sevilla en el comité ese de los socialistas o como se llame pues se trae a todos estos guardias. ¿Cuánto cuesta todo esto? ¿Quién lo paga? ¿Tan peligrosos somos?" "Han dicho que habéis tirado piedras cuando han intentado recoger la basura, que se han puesto de baja los trabajadores de la basura para no tener que enfrentarse a vosotros". "Mentira. Aquí nadie ha tirado piedras ni ha insultado ni escupido al alcalde ni a su familia. Es mentira. Este alcalde se tira todo el día metido en el faisbús inventándose mentiras".
La fractura en esta localidad es evidente. Es la misma que escenifica cada día el alcalde, Jerónimo Guerrero, enfrentado a Diego Cañamero y al SAT. Para Guerrero, la supresión de la lista de la basura, esa precaria bolsa de trabajo, está dictada por los Presupuestos del Estado y se excusa afirmando que no puede cometer la irregularidad de mantenerla.
Tal y como dicen los vecinos, una forma de seguir el conflicto de la basura de El Coronil es el activo twitter del alcalde, donde en tiempo real da cuenta de lo que considera la actitud coactiva de un piquete de 40 habitantes del pueblo apoyado por otros 30 miembros del SAT de otros pueblos. "Es triste que la guardia civil tenga que vigilar mi puerta por unos indeseables del SAT", lamenta en un tuit. Guerrero dice apenas haber dormido en los últimos días y asegura que el SAT vive una "realidad paralela", que la huelga que no es tal, ya que no hay trabajadores en huelga,es absurda.
Ahora llegan 120 contratos, asegura el alcalde; el PER, según el Ayuntamiento, tiene más gente no cualificada trabajando que hace dos años. El SAT quiere llegar a una negociación con posición de fuerza para el reparto de esas peonadas que van a caer por el pueblo. Qué enorme poder otorgan esos pocos euros. Porque la huelga de basura de El Coronil es el reflejo del reparto de la miseria, el reparto de las migajas del empleo a salto de mata de la Andalucía rural.
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