El cinismo del asesino
Alcolea del río
El parricida quiso invitar a los familiares de la víctima tras la comunión de su hija
La mujer llevaba muerta una semana
23 de abril. Domingo por la mañana. La hija de Antonio María Gómez y María del Rosario Luna Barrera hace su primera comunión en Alcolea del Río, el pequeño pueblo al que la familia se trasladó a vivir hace unos años por motivos laborales. A la comunión acuden la niña y el padre, pero la madre no se presenta. Los familiares preguntan dónde está Rosario -Rosarito, como la conocían, ya que compartía el nombre con su madre- y Antonio les explica que se ha ido de casa. Dos días antes de la comunión, Antonio presentó una denuncia por abandono de hogar. Lo hizo ante la Guardia Civil y la denuncia se la recogió su hermano, agente del instituto armado. Antonio cuenta que la relación -no estaban casados- estaba rota desde hacía tiempo y que ella había conocido a una persona a través de Facebook. El novio vivía en Granada y ella acudía con frecuencia a esta ciudad. Según Antonio, Rosario se marchó de su casa el domingo antes, el día 16 de abril, aprovechando que él pasó la tarde con la niña en casa de unos amigos.
Los familiares de Rosario no se creen las explicaciones de Antonio. La mujer llevaba meses preparando la comunión de su hija y a algunos de ellos les había hablado del vestido que quería comprarse y de otros detalles relacionados con la ceremonia. Tampoco entienden que Antonio no les haya dicho nada en toda la semana y haya esperado hasta el domingo sin avisar de lo ocurrido. Ni que Rosario no se haya puesto en contacto con ellos. La familia aguanta el tipo durante la comunión. Terminada ésta, Antonio les propone celebrarlo. "Venga, vamos a tomar unas cervezas", les dice a algunos de los familiares de su mujer. Ninguno de ellos acepta. "No tenemos el cuerpo ahora mismo para eso", le responde su cuñado, Enrique Gallego.
La familia decide no esperar más y acudir a presentar una denuncia por la desaparición de Rosario. Como en Alcolea no hay puesto de la Guardia Civil, se desplazan al más próximo, el cuartel de Lora del Río. Vestidos con sus mejores galas, las que llevaban para la comunión, pasan la tarde presentando la denuncia. La Guardia Civil les insiste en que no avisen a los medios de comunicación, porque eso entorpecería la investigación. Una explicación absurda, porque en cambio sí les recomiendan que peguen carteles con la foto de Rosario por la comarca y que difundan el caso a través de las redes sociales.
Dos días después, el 25 de abril, Ángel Luna, hermano de Rosario, se presenta en las dependencias de la Policía Local de Alcolea con un cartel con la fotografía de su hermana desaparecida. Estaba pegando carteles por el pueblo y pedía permiso a la Policía para colocar uno en la Jefatura (técnicamente Alcolea no tiene policías locales, sino vigilantes municipales, funcionarios de carrera, que ejercen las funciones de policías). El agente que le atiende le da inmediatamente su autorización, pero se sorprende al verlo. No sabía nada de que había una persona desaparecida en Alcolea del Río. Nadie se lo había comunicado, ni a él ni a ninguno de sus compañeros. Se extraña más todavía de que hayan transcurrido nueve días desde la desaparición y dos desde la denuncia formal presentada por la familia.
Los familiares vuelven a contarle la historia a los agentes municipales. Dos de ellos deciden ir a comprobar la versión de Antonio. Le preguntan directamente a él y éste repite lo que le dijo a la Guardia Civil. Había pasado la tarde del día 16 de abril, entre las 18:00 y las 21:00 aproximadamente, en casa de unos amigos y en compañía de su hija. Al regresar a su domicilio, su mujer se había marchado. Los policías se entrevistan después con los amigos con los que supuestamente estuvo y éstos le cuentan algo totalmente distinto: es cierto que estuvo con ellos, pero que fue a pedirles que se quedaran con la niña durante unas horas. Llegaría sobre las seis y cuarto de la tarde y regresaría cerca de las nueve de la noche. Los agentes también contactan con el novio de Granada, que se encontraba en ese momento en Barcelona y no sabía nada de Rosario desde el día 16 de abril. A partir de ese momento las sospechas se ciernen sobre Antonio.
Enrique Gallego. Cuñado de la víctima
"Nos llegó a ofrecer unas cervezas. No teníamos cuerpo, nos fuimos a denunciar"
El trabajo de los vigilantes municipales de Alcolea del Río permite a la Guardia Civil avanzar en la investigación. Los agentes del instituto armado estrechan el cerco y registran el domicilio de la pareja el 4 de mayo. No encuentran ningún indicio que ayude a encontrar a Rosario. La casa queda precintada por la Guardia Civil. Como no puede dormir en ella, Antonio se marcha a pasar la noche en casa de sus padres. Allí se autolesiona. Se intenta cortar la garganta y se clava un cuchillo en el pulmón, por lo que es ingresado en el hospital Virgen Macarena, donde confiesa el crimen. El asesino sostiene que su mujer lo envenenaba -no es el primer parricida que utiliza este argumento, ya lo hizo el que mató a su mujer con la tapa de la cisterna en Alcalá de Guadaíra hace dos años- y les cuenta a los guardias que estaba harto de llevar a su mujer a la estación de tren de Guadajoz para que desde allí se marchara a Granada. Inmediatamente queda detenido como presunto autor del homicidio.
Antonio acabó con la vida de Rosario asfixiándola con el cordón de una bota, primero, y luego utilizó dos cuerdas más y varias bolsas de plástico que le colocó en la cabeza. Cuando terminó, metió el cadáver en una maleta de gran tamaño y lo arrojó al cauce seco de un arroyo, en un paraje de Alcolea conocido como Calera El Mochilón. Un día después, el viernes 5 de mayo, la Guardia Civil encuentra la maleta con el cuerpo de Rosario en el interior, en la ubicación aportada por el sospechoso.
Todo apunta a que el crimen se cometió el mismo 16 de abril, una semana antes de la comunión, y que el asesino actuó como si nada hubiera ocurrido durante casi tres semanas. Tuvo el cinismo suficiente como para celebrar la comunión de su hija e incluso ofrecer una invitación a los familiares de la mujer a la que había asesinado siete días antes. La familia Luna Barrera está muy agradecida al trabajo de los vigilantes municipales, sin cuya colaboración probablemente no se habría hallado el cadáver.
La víctima de este asesinato machista, el primero en lo que va de año en Sevilla, todavía no ha podido recibir sepultura. La familia está a la espera de poder enterrarla o incinerarla en el momento en que el juzgado dé su autorización. El cuerpo permanece en las dependencias del Instituto de Medicina Legal, en el tanatorio de San Jerónimo de Sevilla, donde durante el fin de semana se le practicó la autopsia. El cadáver fue hallado entero. El asesino no necesitó descuartizar a la víctima para introducirla en la maleta. La mujer medía 1,60 metros y la maleta era de gran tamaño.
El asesino confeso recibió el alta médica el domingo y pasó la noche en la Jefatura de la Policía Local de Lora del Río, ya que las dependencias de la Guardia Civil de este municipio no tienen calabozos. Desde aquí, sobre la una de la tarde de este lunes, fue puesto a disposición del juzgado de Instrucción 1 de Lora del Río, que es el que se encarga en este partido judicial de los casos relacionados con la violencia de género. El detenido salió de la Jefatura en el interior de un patrullero con los cristales tintados. Los agentes locales de Lora se aseguraron de que bajaban la puerta del garaje de los juzgados antes de sacar al asesino confeso del vehículo, para impedir así que la prensa pudiera fotografiarle. Una hora antes se había celebrado en Alcolea una concentración en repulsa por el crimen, con la participación de los familiares de la víctima.
El detenido reconoció la autoría del crimen en su declaración ante el juez, según informó este lunes el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA), que precisó que en este caso no había denuncias previas por malos tratos. Tras oír la declaración, el juez decretó el ingreso en prisión comunicada y sin fianza de Antonio María Gómez.
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