La jauría humana en Pedrera
Un accidente de tráfico con una agresión posterior deriva en una persecución contra la comunidad rumana del pueblo, a cuyos miembros destrozaron diez coches el fin de semana.
La Jefatura de la Policía Local de Pedrera no se parece en nada a la oficina del sheriff de un pequeño pueblo de Texas. Tampoco el policía local que monta guardia en la puerta del Consistorio comparte rasgos con Marlon Brando. Ni ninguno de los rumanos a los que arrestaron por dar una paliza a un vecino del pueblo con el que tuvieron un accidente de tráfico tenía similitud con Robert Redford. Pero la turbamulta que salió las noches del sábado y del domingo de cacería contra los rumanos inspiraban el mismo miedo que los texanos que querían linchar al prófugo Redford y al sheriff Brando en La Jauría Humana, una de las películas que mejor retrata la decadencia moral de la sociedad americana en la segunda mitad del siglo XX.
Más de media centuria después, en otro extremo del mundo, en un pequeño municipio de la Sierra Sur de Sevilla con poco más de 5.000 habitantes, un accidente de tráfico con una pelea posterior encendió una chispa que prendió una mecha que ya ha manchado, por mucho que le duela a su alcalde, el nombre de Pedrera. Un pueblo en el que, hasta entonces, lugareños y rumanos habían convivido en paz durante años. Un pueblo, como se encargan de recordar muchos de sus vecinos, de emigrantes por excelencia, de gente que se forjó en Alemania y que sigue saliendo a buscarse la vida cada verano en la Costa Brava o cada invierno en Gran Bretaña.
Ocurrió sobre las diez y media de la noche del sábado en un polígono industrial, muy cerca del tanatorio. Un vecino del pueblo, Ignacio Pérez, y su esposa, iban a esa hora a dar un pésame a las familias de dos personas que habían muerto. Pérez, de 52 años, ganadero de profesión, pertenece a una familia muy querida en el pueblo, conocida por el sobrenombre de los Plateros. La pareja iba en su coche. Detrás de ellos, en otro vehículo, viajaban tres ciudadanos rumanos. Un padre y un hijo y un acompañante. El coche de éstos adelantó por la derecha al del matrimonio pedrereño. En esa maniobra antirreglamentaria, ambos vehículos chocaron. Nada grave en principio.
El Platero y su esposa se apearon del coche para elaborar el parte amistoso. Comenzó entonces una discusión que subió de tono cuando uno de los rumanos agarró por la pechera a la mujer. Pérez intervino y los tres rumanos comenzaron a golpearle. Uno de ellos agarró un embellecedor del coche que se había roto en el accidente y le dio con él en la cabeza, causándole una contusión. "La suerte fue que pasaron unas mujeres que iban también al velatorio y se liaron a chillar. Y eso hizo que lo dejaran. Si no pasan esas mujeres, a mi hermano lo matan allí", asegura José Pérez, que hace un llamamiento a la calma y condena los ataques a los rumanos.
Mientras atiende a este periódico en la puerta de la casa de su hermano, un coche se para a su altura. "Decid la verdad. No queremos a ni un rumano en el pueblo". Pérez pide tranquilidad, pero también explica que la comunidad rumana no se ha integrado en Pedrera, que han amenazado a niños en los parques infantiles, que hay casas en las que llegan a vivir hasta cuarenta personas, y que se han producido muchos robos, que la mayoría de los vecinos achaca a los inmigrantes. "A mi hermano mismo le han robado 14 ó 15 veces. Incluso ahora, en los coches que han volcado, se ha visto que estaban llenos de aceitunas".
Los rumanos lo niegan. La mayoría de ellos trabajan en el campo. El coche que iba lleno de aceitunas es un viejo Opel Corsa propiedad de Catarin, un hombre que lleva once años viviendo en Pedrera sin que, hasta ahora, hubiera tenido problema alguno. "Esto no son aceitunas, esto es paja, forraje", dice, mostrando el contenido del coche por la luna trasera, que ya no existe. Los rumanos admiten que hay una persona problemática entre ellos, que fue quien protagonizó el accidente y que ha estado implicado en varios robos. "Por él no podemos pagar todos. Tenemos miedo, no fuimos capaces de salir de nuestras casas para enfrentarnos a la multitud. Nuestros hijos hoy no han ido al colegio", dice Daniel, otro de los perjudicados, mientras mira cómo de la parte delantera de su coche gotea aceite. "Ahora no tengo cómo ir a trabajar", se lamenta. "Escríbalo, por favor, haga una columna, diga que en este pueblo hay mucho canibalismo", añade otro compatriota suyo, Puika.
Los agresores fueron detenidos y dieron positivo en la prueba de alcoholemia. En unos minutos se corrió la voz entre el pueblo y hubo una convocatoria espontánea que se alimentó por Whatsapp y las redes sociales. Decenas de vecinos acudieron a la puerta del Ayuntamiento y alguno intentó incluso asaltar la Jefatura para linchar a los causantes del accidente. Como no lo lograron, fueron a por los coches del resto de la comunidad rumana. Al día siguiente, domingo, hubo otra manifestación de protesta en la puerta del Consistorio que derivó en una nueva turbamulta. Hubo siete coches volcados, en lo que el alcalde, Antonio Nogales (IU), definió como una noche de cristales rotos, en clara referencia a la persecución de los judíos en la Alemania nazi.
El regidor recuerda que su pueblo es "ejemplar y acogedor", pero achaca lo ocurrido a un "caldo de cultivo alimentado por intereses espurios". Responsabilizó directamente de los incidentes a la oposición, que ejerce el PSOE, cuyos ediles encabezaban la manifestación del domingo. Según el portavoz socialista, Luis Fernando Fernández, sus representantes no encabezaban nada sino que estaban al lado de los vecinos, haciendo el trabajo que debió ejercer el alcalde, al que llamaron hasta cincuenta veces por teléfono. El regidor lamentó que durante años corran rumores sobre las ayudas que se le dan a los rumanos (10 de 40 en el último año) y sobre un incremento de robos que no es tal.
El cura, Enrique Priego, es otro de los que parte del pueblo ha colocado en el centro de la diana. Le acusan de acoger a los rumanos. "¿Y usted qué haría si ve a una persona durmiendo en la calle?". Se le saltan las lágrimas. "Llevo aquí desde 1969. He visto a gente que he criado yo venir a la puerta de mi casa a llamarme cabrón e hijo de puta. Son los días más tristes de mi vida". Es uno de los curas rojos que lucharon con los obreros y campesinos durante décadas en los latifundios de la Sierra Sur. Como Diamantino García Acosta, con el que se siente muy identificado. En las primeras elecciones municipales de la democracia, en 1979, iba de segundo en las listas de un partido obrero que fundó, la Candidatura Unida de los Trabajadores (CUT), y que obtuvo la victoria en los comicios. Cuenta que el problema de la inmigración comenzó a partir de 2004, cuando los jóvenes autóctonos dejaron de trabajar en el campo para hacerlo en la construcción, principalmente en la Costa del Sol. Les sustituyeron jornaleros rumanos, la mayoría de ellos muy pobres, que fueron trayendo después a sus familias.
"Aquí se les ha acusado de todo, incluso de cosas que era muy evidente que no fueron ellos. Ahora que está de moda la palabra aporofobia, viene muy bien para definir esto", dice el cura, que también culpa a los concejales del PSOE. "Que sean coherentes, si fueron ellos los que aceptaron a Rumanía en la Unión Europea". A la puerta de su casa llega un miembro de la junta de gobierno de una hermandad, algunos de cuyos dirigentes estuvieron en las protestas. "No voy a consentir que salgáis delante de un santo con una vara. Que lo sepáis".
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