Pruna, un pueblo destrozado por la droga
Las muertes de dos jóvenes por consumir cocaína adulterada solivianta a los vecinos de este pequeño municipio de la Sierra Sur
Los vecinos denuncian que las dosis se compran a cinco euros, que las traen a domicilio niños con patinetes y que vienen clientes de fuera
Operación en el Aljarafe contra el tráfico internacional de cocaína
Dos muertes por sobredosis en tres días, a finales de agosto, han sublevado al pequeño pueblo de Pruna, en la Sierra Sur de Sevilla. Los residentes aseguran que la localidad, de apenas 2.700 habitantes, lleva varios años convertida en un supermercado de la droga, que personas de otros pueblos acuden a comprarla y que la impunidad para los traficantes es total. Venden a plena luz del día y utilizan a niños en patinete para repartirlas a domicilio.
"Hay familias enteras que se dedican a venderla, no hay ni que ir a buscarla porque la traen", cuentran los vecinos. Nada más llegar a Pruna, lo primero que se encuentra el visitante es un cartel sobre la calle principal que reza "El pueblo de Pruna contra las drogas". Cualquier persona a la que se pare o pregunte dice lo mismo: "estamos hartos" y "nadie hace nada".
Carmen Jiménez es la tía materna de uno de los muertos, Francisco Morato, de 28 años y conocido en Pruna como el Morato. Ella se refiere a él continuamente como "mi niño". Recibe a este periódico en la puerta de su casa de la calle Gibraltar. En un pequeño tramo de esta vía viven varias de sus hermanas, entre ellas la madre de la víctima. La acompañan sus hermanas Antonia y María Dolores, su sobrina Tatiana y varios familiares más, como María e Inmaculada Gallardo y Encarnación Rivera.
"Estamos muy indignados, la gente de Pruna está muy harta de la droga. Hay mucha y desde hace tiempo, se nota desde hace diez años para acá, pero creo que es desde hace un par de años cuando se siente especialmente. Se vende mucha droga en casas particulares. Es accesible para los niños, pues se vende a cinco euros", cuenta Carmen.
Los familiares del Morato explican que todo el pueblo sabe quién vende droga. Nada más empezar la entrevista, suena a todo volumen música flamenca procedente de una de las casas cercanas. "Los que tienen la radio puesta son los que mataron a nuestro niño. Viven aquí al lado, los vemos pasar y nos encerramos en nuestras casas".
La música parece una chulería o una exhibición de fuerza o poder por parte de los traficantes. Pero ninguna de las mujeres entrevistadas tiene miedo. "Quizás antes sí, pero ahora, después de perder a nuestro niño, ya no".
El único motivo que encuentran para explicar cómo puede haber tanta droga en un bonito y tranquilo pueblo de la sierra es el "dinero fácil". "Hay un montón de gente que no quiere trabajar y han visto en la droga una manera de vivir, de ganarse la vida", añade Carmen, que cuenta que su sobrino se enganchó una noche de fiesta, cuando se la dieron a probar.
Adicción y problemas
"Yo no sé lo que tiene eso que nadie la rechaza, a todo el mundo le gusta. Empezó a consumir, esporádicamente, tenía su trabajo, un buen trabajo, vivía con su novia... pero ya empezó a ir a los puestos, a consumir más y más, se enganchó. Cuando él se vio ya en el pozo en que cayó, nos pidió ayuda. En febrero le dijo a su madre que tenía un problema, que se había metido en la droga y necesitaba ayuda porque él quería salir".
La familia se puso manos a la obra. "Nos volvimos locos. No sabíamos. Hemos escuchado siempre hablar de droga, pero cuando te toca personalmente no sabemos qué hacer. Era algo nuevo para nosotros". Al Morato lo llevaron al centro de salud, "donde le mandaron unas pastillitas para estar tranquilo, pero que no le hacían nada". Lo llevaron al Hospital de Valme y lo derivaron a un centro de salud mental en Morón de la Frontera.
"La adicción le afectó al sistema nervioso. Se puso muy mal, hacía movimientos extraños con la cabeza, no podía dejar los ojos quietos, le salía como un quejido continuo, le afectó a la parte izquierda, no podía dejar la pierna quieta. Le mandaron un tratamiento que lo dejaba calmado, dormía algo... pero no era suficiente", relata la tía de la víctima.
Hasta que unos familiares le hablaron de un centro de desintoxicación en Almería. "Allí lo llevamos. Costaba 900 euros, pero no nos importaba el dinero, sólo queríamos que saliera, salvar a mi niño, que había caído en un pozo sin fondo, y la familia estaba loca porque él es el mayor y tiene muchos primos", dice Carmen, que sigue hablando de su sobrino en presente.
"Somos seis hermanos, una familia grande y todos nos volcamos en mi niño. Él quería vivir, lo tenía todo, se compró un buen coche porque lo ganaba bien". Trabajaba de noche descargando pavos en una granja. "Tenía un buen sueldo y era feliz, no le faltaba nada".
Duró un mes y medio en Almería. "Se encontró tan bien que se creía que había salido. Le dijo a la madre que ya estaba curado. No sabemos lo que es la droga y nos lo creímos. Se vino. Él era muy guapo, alto, con buen cuerpo... Y se vino contento. Creíamos que la droga había desaparecido de nuestras vidas".
La muerte del Morato
Sin embargo, a los dos días, las mujeres estaban sentadas en las puertas de sus casas, como suelen hacer en los pueblos. "Estaban mis hermanas y mi vecina, y mi niño estaba de pie en su puerta. Llegó un chico con un patinete y se la trajo. Y él la cogió. Mi hermana empezó a increparlo y a decirle cosas. La madre se puso a llorar, como loca. El del patinete se fue, pero mi niño ya la había cogido. Ahí empezó nuestra pesadilla otra vez".
Carmen dice que su sobrino fue muy débil porque era "muy vulnerable", pero lamenta que para él fuera tan fácil comprar droga. No tuvo que ir a comprarla, se la trajo un chico con un patinete. "En nuestras caras". Llegó el mes de agosto y el Morato quiso irse a Córdoba con otra hermana, porque se acercaba la feria de Pruna y sabía que terminaría consumiendo.
Su tía vino de Córdoba a por él. "Llegando mi hermana, llegó el mismo chico y le dio otra dosis, y él se metió para dentro y ya no se quiso ir con mi hermana". Por mucho que él quisiera salir de ese mundo, así es muy difícil. "Aquí no se puede salir de la droga. El que se mete no sale, porque no hay trabajo ni alternativas".
Cuentan las hermanas Jiménez que la población de Pruna se gana la vida en el campo y emigrando. "Aquí nos vamos a Francia, a Huelva a las fresas, yo misma me voy ahora a Jaén, a la aceituna". Pero en el pueblo hay poco trabajo y poca oferta cultural o de ocio para los jóvenes.
"Hay mucho tiempo libre, y lo peor es que los buscan. Se juntan en pandillitas, se van a las cocheras. Los invitan, tómate esto que es muy guay, verás que bien te pones. Los pillan en un momento de bajón y la cogen. Y ya han caído. Y después vienen a por ella, porque vale cinco euros la dosis".
"Todo el mundo sabe quién vende"
Son familias enteras las que venden, según los propios vecinos. Y no es que hayan llegado de fuera. "Son del pueblo, conocidos, criados con nosotros, mezclados con nosotros". Los afectados se sienten absolutamente desprotegidos. "Hay una lacra y nos tienen que ayudar. Estamos solos ante el peligro. Tenemos miedo, porque sabemos que van en busca de nuestros hijos. Y qué niño no sale hoy con cinco euros. Ellos no miran que son menores, que les puede pasar algo, aquí lo único que quieren es dinero, porque el trabajo es muy malo según dicen ellos".
Critican duramente a la Policía Local y a la Guardia Civil, a la que les han dado "todos los nombres" de los vendedores del pueblo. "No hay autoridad ninguna. Las patrullas dan cuatro vueltas con los coches y dicen que sin órdenes no pueden hacer nada. Yo lo comprendo, pero alguien tiene que ayudarnos. En otros pueblos cercanos, pequeños como éste, ha habido redadas. Y aquí qué pasa, ¿nadie hace nada?".
En mitad de la entrevista aparece un hombre en un patinete. Ve la cámara y se dirije a ella para gritar "No a la droga". Luego confiesa que fue adicto pero consiguió salir del pozo. Muestra su apoyo a la familia de la víctima y pide más vigilancia. Saluda y sigue su camino.
Francisco Morato murió el 31 de agosto, tres días después de que falleciera Manuel Gamero, de 35 años. Un tercer joven estuvo a punto de morir pero se salvó porque no se acostó, como hicieron los otros dos, que ya nunca despertaron. Fue al hospital y lo controlaron a tiempo, aunque le han quedado secuelas en los pulmones. Hace años hubo otros dos muertos en Pruna. Y cuentan que otros dos jóvenes de Olvera, a sólo siete kilómetros pero ya en la provincia de Cádiz, también estuvieron a punto de morir por la misma partida, "pero éstos no hablan porque los han amenazado y tienen hijos".
Esperando las autopsias
Las familias están a la espera de las autopsias para saber qué tenía la droga que Morato y Gamero consumieron. Ambos tomaron lo que se conoce como rebujito, que es una mezcla de cocaína y otras sustancias, a veces muy adulterada para poder ofrecer precios muy competitivos. Los que mataron a estos dos jóvenes costaban cinco euros la dosis.
"Mi niño murió en su casa", explica Carmen. A las diez de la noche le dijo a su madre que se sentía mal y que se iba a acostar. Se tumbó en un sofá del salón comedor porque hacía mucho calor y en su cuarto no tenía aire acondicionado. Ya nunca se levantó. A las once de la mañana, la madre fue a despertarlo porque tenían que hacerle una cura de una herida que tenía en el antebrazo.
"Su madre se volvió loca y empezó a pegarme voces. A partir de ahí no tenemos vida. A mi hermana se le ha acabado la vida. Era su único hijo. Y ya no quiere vivir. No ha sido una muerte natural o una enfermedad, porque así te conformas, pero ha sido porque le han dado droga mala, adulterada. Lo han matado. Estamos indignados, tenemos mucha rabia". Tatiana, su prima hermana, muestra un tatuaje que se ha hecho en el brazo. En él aparece la cara del Morato.
La presencia de dos informadores llama la atención en Pruna. Son varias las personas que se acercan y comentan. Todos opinan lo mismo. Un grupo de chicas piden que se les haga una foto en la salida del instituto. Dos mujeres charlan en la Plaza de la Libertad. Una de ellas es Concepción Faro, tía del joven superviviente. Ella también tiene un pasado de lucha contra las drogas, pues su hijo cayó en ellas en su juventud.
Desoídos por el Gobierno
"Nos tienen que ayudar", insisten los familiares del Morato. "La vida de un vecino de Pruna no puede valer cinco euros. Ellos le han puesto precio a las vidas. Queremos que se haga Justicia, que alguien de los que mandan vengan a Pruna y vean la situación que hay. Hoy ha sido mi niño, ayer otro muchacho, pero mañana qué va a pasar".
A pesar de su llamamiento, cuatro autobuses salieron de Pruna hacia Sevilla el pasado 27 de octubre. Celebraron una concentración de protesta contra las drogas en la Plaza de España, en las puertas de la Subdelegación del Gobierno. Pero el subdelegado, Carlos Toscano, no los recibió. "Tendría mucho trabajo", lamentan.
"Pero volveremos a ir. Dejamos allí nuestra petición y seguiremos insistiendo. La sensación que tenemos es de impotencia absoluta. La ayuda que necesitamos es mano dura. Nosotros podemos hacer entrevistas y manifestaciones, pero nada más. Esto es la ciudad sin ley. No dejan de vender, todo el día patinete para arriba y patinete para abajo. Mandan de madrugada a niños de diez y doce años para que lleven la droga. Lo vemos y no podemos hacer nada".
En aquella concentración estuvo Mercedes Barroso, la madre de Manuel Gamero, el otro muerto, conocido en Pruna como el Rando. Recibe a este periódico en la puerta de su casa, en la calle Cantarrana. "¿Qué puedo decirles yo? Los sigo viendo vender droga. No hay vigilancia".
Fue su nieto, de 11 años, quien encontró a su hijo muerto. "Estaba tieso, como una carne que se saca del congelador. Me dijeron que tenía los pulmones encharcados", describe gráficamente la mujer, que ya sufrió la trágica muerte de su marido, atropellado en Francia.
Ahora teme por su otro hijo y por su nieto, que está en tratamiento psicológico tras encontrar el cadáver de su padre. "A los guardias civiles que vinieron a levantar el cuerpo les pregunté si tenía yo que tomarme la Justicia por mi mano".
También te puede interesar
Lo último
Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)