El Castillo de las Guardas, el Covid y el retorno rural

Crónicas de la segunda ola de la pandemia

Los empadronados han aumentado desde el confinamiento en este municipio que lucha contra la despoblación

El confinamiento voluntario de los vecinos logra frenar un preocupante rebrote de Covid-19

El alcalde cree que las nuevas restricciones de la Junta llegan tarde y pide que se levanten cuanto antes

Una plaza de El Castillo de las Guardas, con 1.445 habitantes empadronados, de los que el 25% tiene más de 80 años. / Juan Carlos Muñoz
Trinidad Perdiguero

25 de octubre 2020 - 06:15

A los vecinos de El Castillo de las Guardas les sorprendió encontrar el nombre de su pueblo (con 1.445 habitantes empadronados) en los titulares en los que se anunciaban las nuevas restricciones que la Junta implantará en la ciudad de Sevilla y en otros 8 municipios de la provincia que preocupan por la evolución de la pandemia, con cierre de bares a las 22:00 horas, reducción de aforos en establecimientos al 50% y prohibición de reuniones de más de seis personas.

Porque, como explica el alcalde, Gonzalo Domínguez –que ha pedido ya por carta al consejero de Salud que, en este caso, se flexibilicen cuanto antes– el brote que en la víspera del puente del Pilar les colocó con una tasa de incidencia de 1.700 casos por cada 100.000 habitantes lo creen controlado. De un pico de 36 casos que el Consistorio llegó a constatar –tres más de los que aparecían en las estadísticas– quedan 11 activos, con un contagio más en la última semana y una tasa de incidencia que ha bajado a 726.

Varios vecinos toman café en el bar La Barraca. / Juan Carlos Muñoz

El regidor reduce los casos activos a cinco, porque dice conocerlos por sus nombres y asegura que saldrán de la cuarentena en unos días. Ninguno de los 197 test hechos aleatoriamente la semana pasada dio positivo. “Las medidas llegan dos semanas tarde”, se lamenta y recuerda que fue el primero en pedirlas y advertir de lo que estaba ocurriendo.

Pero han sido sus vecinos, insiste, los que han doblegado en 15 días a la dichosa curva. Lo hicieron después de que el Ayuntamiento pidiera que se autoconfinaran, el 7 de octubre. Y cumplieron. Con 750 habitantes en el núcleo principal –en el que se han dado el 85% de los contagios– y el resto repartidos en 10 aldeas y 4 urbanizaciones que se extienden entre lomas y encinas, no suele haber aglomeraciones en las calles.

Pero esos días parecían ya del todo las de un pueblo fantasma, como esos de la España vacía a los que teme asemejarse. Porque lo que amenazaba hasta ahora a El Castillo de las Guardas no era ningún virus, sino la despoblación.

El alcalde, Gonzalo Domínguez (PSOE). / Juan Carlos Muñoz

Aunque algo parece que ha empezado a cambiar en este Corredor de la Plata, hermanado ya con la Sierra de Huelva y relativamente bien comunicado con la capital por la A-66, a pesar de las constantes obras. Desde el confinamiento de marzo y al contrario de lo que venía ocurriendo, se han empadronado más de 50 nuevos vecinos y los datos de consumo de agua y el aumento de los residuos sólidos urbanos que se recogen revelan que los que se han instalado en segundas residencias de forma permanente son muchos más, hasta elevar la población a unas 5.900 personas.

De este modo, El Castillo de las Guardas es un ejemplo de cómo en una población pequeña los fuertes vínculos entre vecinos pueden hacer en un momento dado que el virus se propague rápido, como en este rebrote; pero también de cómo se puede parar con disciplina sin esperar a las prohibiciones y de que la pandemia está impulsando el retorno a lo rural en busca de más espacios de los que proporciona una acera urbana, ahora que el teletrabajo más extendido lo está permitiendo. Está por ver que sea un fenómeno que se asiente.

Se puede comprobar mientras se asciende por sus calles, que se abrazan la ladera del castillo y la iglesia de San Juan Bautista, flanqueadas por algunas citarillas y de un blanco impoluto. Uno puede encontrarse, por ejemplo, con Icíar paseando a su perrito por la Plaza del Llano. Tiene una empresa de limpieza, con 14 empleados en la ciudad de Sevilla. Pero ha alquilado su piso de la Ronda de Capuchinos y se ha empadronado en la casa que se compró hace diez en el centro de El Castillo y en la que esta madrileña se asentó desde el confinamiento.

Icíar, una empresaria sevillana que se ha empadronado en la casa que adquirió hace 10 años en El Castillo de las Guardas. / Juan Carlos Muñoz

Baja a Sevilla. Pero desde aquí organiza turnos, contabilidad y facturas, eso sí, con incidencias por las caídas de internet y de la luz, una necesidad más acuciante que cualquier carretera en estos pueblos chicos. Tampoco puede ver la 1, la 2 de TVE y el Canal 24 horas. Pero la tele le importa menos. “El alcalde lo ha hecho de maravilla y los vecinos han sido ejemplares, nadie salía”, destaca sobre el brote, e invita a conocer los restos del castillo y otros arqueológicos del entorno, que “se deberían investigar más”.

En el concurrido bar La Barraca –vigas en el techo, enseres agrícolas tras la añeja barra remendada, amplio surtido en anises junto a carteles que informan de que hay churros y leche sin lactosa– se toma una palomita otro teletrabajador, que va y viene a Sevilla: “El brote ha sido algo muy puntual. Parece que se debe a las reuniones de jóvenes por una actividad que tenían. Pero la distribución de las personas y la baja densidad de población han hecho que se pueda controlar rápido, a diferencia de lo que ocurre en las ciudades. Las medidas de la Junta llegan a destiempo”, coincide.

En la puerta está sentado Miguel Romero, vecino de Tomares y que usa ahora con más frecuencia una casa que tiene en el paraje del Pedrosillo. Es hijo de uno de aquellos mineros de Vistahermosa, en lo que hoy es la Reserva Natural de El Castillo, y recuerda a su padre ascendiendo del pozo de la mina en la jaula cuando iba a llevarle la comida. “En un pueblo de estos se respira y creo que la gente tiene más respeto por las normas. Cuando vienen de fuera y lo ven, hacen lo mismo”.

Las calles del núcleo principal de El Castillo de las Guardas, que consta de otras 9 aldeas y 4 urbanizaciones en su término municipal. / Juan Carlos Muñoz

Comparte charla con Rafael Domínguez, jubilado, que asegura que hace un mes que no sale por el pueblo. Es su primer café en mucho tiempo. Pero no ha renunciado a sus seis kilómetros de paseo diario por terreno forestal “sin nadie más que los pájaros”. Como todos los vecinos, dice haber vivido con preocupación los contagios. Su nieta tuvo que pasar una cuarentena por un caso entre una compañera. Cerca, Asun, Rafaela y Antonia confirman que casi todos los negocios, salvo las tiendas de comida, cerraron las dos últimas semanas.

Desde su piso de San Juan de Aznalfarache también se ha trasladado a su casa de El Castillo Carmen Fernández, con su hermano. “Tengo miedo como todo el mundo. Porque lo que ha venido es para tenerle miedo. Pero más lo siento por la juventud”, señala, solidaria con aquellos a los que más se está culpabilizando. En El Castillo, el 75% de los casos se han dado en personas menores de 40 años. Sus hijos vienen a verla, pero echa de menos el contacto con sus nietos.

Un municipio que vive y que quiere vivir aún más de éstos y otros retornados más jóvenes y que emprendan, y del turismo, el mensaje que se empeña en trasladar el Ayuntamiento es que El Castillo es “seguro”. El virus ni siquiera ha doblegado a los mayores que se contagiaron, algo que preocupaba porque que el 25% de la población tiene más de 80 años. El alcalde teme que el anuncio de nuevas restricciones ahora eche por tierra el turismo para el puente de Todos los Santos. El eterno dilema.

“El Castillo de las Guardas está limpio de Covid, es un lugar superatractivo, con un paisaje extraordinario, donde hay diez ganaderías de toros bravos, cuenta con la red de senderos más extensa de la provincia y hay que conocerlo en sus calles y visitarlo porque es mucho más que la Reserva Natural de Animales”, donde coincidiendo con ese Puente del Pilar perdido por el brote de Covid se alcanzó un récord de visitas, apunta el alcalde. El Ayuntamiento tiene proyectos importantes para avanzar en esa apuesta turística.

En el cercano bar La Cafetería, junto a la Parroquia de San Juan Bautista, Enrique, confía en que los que lleguen sean más que senderistas de bocadillo y lata para darle la vuelta a la mala situación que están pasando los negocios después del verano, cuando todo parecía recuperarse. “Hay bares que tienen 20 metros cuadrados, si reducen el aforo al 50% y quitan la barra no podrán tirar para adelante sin ayudas”.

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