Casariche, la noche de la ira
Intento de linchamiento a unos rumanos
Este pequeño pueblo de la Sierra Sur vuelve a la calma tras los disturbios por la detención de un ladrón que entró a robar en una casa
La comunidad rumana huyó unos días por temor a un brote xenófobo similar al ocurrido un año antes en Pedrera
Los casaricheños insisten en que su pueblo es acogedor y que no hay ningún problema con los inmigrantes que residen en el municipio
El bar El Túnel pone los mejores desayunos de Casariche. Lo recomienda una empleada de una gasolinera cercana y lo confirma un policía local que toma café en el establecimiento. "Os han indicado bien, donde veáis al municipal, ese es un buen bar", bromea el agente, cuyo vehículo está aparcado a la puerta. La televisión está emitiendo el programa de Ana Rosa Quintana. La presencia de los periodistas provoca el silencio de la clientela. Alguno mira el móvil y otro apura su café.
Días después de los disturbios que han sacudido este tranquilo pueblo de la Sierra Sur, las cadenas nacionales han dejado ya de prestar atención a lo ocurrido en Casariche la noche del domingo 6 de enero. Al fin y al cabo no hubo sangre ni ningún vecino se ha exaltado más allá de aquellas primeros incidentes, ocurridos durante la detención de un delincuente rumano que entró a robar en una casa. El espacio televisivo lo ocupa ahora la Manada de Alicante y el cambio de gobierno en la Junta.
Quizás fue menos de lo que parecía, pero pudo ser bastante más. Las imágenes de una multitud enfervorecida pidiendo a gritos a la Guardia Civil que les entregaran al detenido han dado la vuelta a España. Los guardias y los policías locales supieron controlar la masa e impedir no sólo el linchamiento del sospechoso, sino que pudiera darse un brote xenófobo como el ocurrido en Pedrera, un pueblo que dista 30 kilómetros de Casariche, un año antes.
"Puede que alguno se envalentonara, oculto entre la multitud, y dijera algunas cosas de las que luego pudo arrepentirse, pero no ha sido para tanto", apunta un parroquiano del bar. El hartazgo que provoca el llevar días con la prensa encima es notorio. Hay quien no habla y quienes lo hacen para expresar su indignación porque se haya calificado a su pueblo de racista o xenófobo.
Entre los primeros está el cura, en cuya vivienda fue detenido el delincuente. La Policía Local y la Guardia Civil tuvieron que mantener al ladrón retenido en la cochera de la casa del párroco para garantizar su seguridad. El domicilio del sacerdote está ubicado en la plaza de Triana. Fue allí donde terminó una persecución por los tejados y los patios interiores de toda una manzana de casas. Uno de los ladrones fue arrestado pero el otro logró escapar, pese a que recibió varios golpes de la turbamulta, por la cercana vía del tren.
La mujer que cuida al cura pide que se le disculpe. Es muy mayor y no se encuentra en condiciones de atender a la prensa. A unos metros, Julián Sánchez está sentado al sol mañanero, que apenas calienta en uno de los días más gélidos de este invierno. Tiene 86 años y lleva toda su vida viviendo en Casariche. La noche del domingo estaba durmiendo cuando lo despertaron los ruidos de la persecución y los gritos de la multitud.
"Estuvieron ahí hasta las dos y media de la mañana", dice el anciano, que explica cómo cientos de vecinos del pueblo se concentraron en la puerta de la casa del párroco exigiendo la entrega del ladrón. "Venían con palos, hierros... Había mucha gente". Sale su esposa, Araceli Marín, de 83 años, que vivió aquella noche con "irritación y susto".
La casa en la que se inició todo está ubicada al otro extremo de la manzana, en la travesía de la calle Río Yeguas. Los ladrones accedieron por los tejados y rompieron un cristal. El propietario de la vivienda en la que entraron a robar se dio cuenta y llamó a la Policía Local, que llegó muy rápido. "Fue sobre las diez de la noche, debieron acceder por ahí", cuenta Alejandro Linares, vecino de la vivienda de enfrente, mientras señala un muro de poco más de dos metros de altura.
Se inició entonces la persecución que terminó en la vivienda del cura, a unos 300 metros de distancia. La noticia del robo corrió como la pólvora en una localidad cuya población no llega a los 6.000 habitantes. El boca a boca, los gritos callejeros y las notas de audio de WhatsApp provocaron que una multitud se congregara en la plaza de Triana en unos minutos. Los vecinos se movilizaron mucho más rápido que los propios guardias civiles, que mantuvieron al detenido en la cochera mientras esperaban la llegada de refuerzos, la mayoría de ellos llegados de Puente Genil.
Ni racismo ni xenofobia
A muchos de los casaricheños consultados por este periódico les molesta que se les haya tachado de racistas o xenófobos. Dicen que hubieran actuado de la misma forma si el ladrón hubiera sido español porque están hartos de los robos. Y aclaran que en Casariche hay un amplio porcentaje de extranjeros, entre los que hay senegaleses, marroquíes y rumanos, y nunca hasta ahora se habían registrado problemas de convivencia. "Pero si mi hija cerró una perfumería que tenía y le dio los productos a los rumanos, ¿qué vamos a ser racistas aquí?", se pregunta una mujer en la calle Río Yeguas.
Junto a ella hay una joven que sostiene a una bebé en brazos. Admite que su marido estuvo en la primera línea de la turba y se queja de la manipulación de los medios de comunicación. "Gritaban 'sacarlo, sacarlo' y en la tele hemos visto que decían que lo que se chillaba era 'matarlo, matarlo". A la indignación por las acusaciones de racismo y por el tratamiento mediático del caso se les une otra, la puesta en libertad del detenido a las pocas horas de su detención. "Se lo llevaron de ahí a las tres de la madrugada y a las once de la mañana ya se estaba paseando por Estepa".
Un joven viandante media en la conversación. "Es que nuestras leyes parecen invitarlos a delinquir. Los delincuentes se vienen de allí. Yo he estado cinco veces en Rumanía porque tenía una pareja rumana y allí no ocurre esto. Allí las leyes son mucho más duras".
Insisten en que están desesperados por los robos y en que tienen miedo. Explican que cuando cae el solo se meten todos en sus casas, algo insólito en un pueblo acostumbrado a vivir con las puertas abiertas. Pero cuando se les pregunta si ha habido muchos robos en el pueblo recientemente, todos responden que no. ¿Cómo es que están hartos entonces?
El caldo de cultivo
Lo cierto es que ha habido al menos tres episodios previos que han ido cociendo la ira de los vecinos no sólo de Casariche, sino de toda la comarca. Sin estos antecedentes, la reacción de los casaricheños no habría sido tan airada como lo fue. Los dos primeros ocurrieron en Estepa, una localidad más grande pero que está a menos de 15 kilómetros. En la era del 4G, lo que pasa en un pueblo se transmite al otro a la velocidad de la luz.
La madrugada del 21 de diciembre, un delincuente agredió a la propietaria del hostal Casa Larios, ubicado en la avenida de Andalucía de esta localidad, para robarle el bolso y unos regalos navideños que llevaba. La mujer identificó al ladrón como rumano y aseguró que llegó a hablarle en este idioma. Unos días antes, otra vecina de Estepa aseguró haber sido perseguida por un delincuente, que bien podía ser el mismo que robó a la hotelera.
El siguiente suceso fue más grave. Ocurrió la noche del 3 de enero en la misma avenida, en el bar Nueva Venta, a 350 metros del hostal Casa Larios. Se desconoce si fue obra de uno o varios ladrones. Lo que se sabe es que accedieron al edificio por una ventana y treparon hasta un balcón ubicado encima del bar. De esta forma entraron en la vivienda que hay encima del negocio y propinaron una brutal paliza al dueño de la casa, que en ese momento estaba solo porque su mujer estaba cuidando a su padre anciano.
La víctima de esta agresión es el cuñado del dueño del bar, Jesús Reina, que explica cómo se produjo el robo pero pide que no se le hagan fotos. "Fue la madrugada del día 3, sobre la una y veinte. A mí me llamó un vecino a las dos menos veinte y cuando llegué se escaparon, alertados por el ruido del motor de mi furgoneta". Reina encontró a su cuñado semiinconsciente, con numerosos golpes por todo el cuerpo.
"Tiene fracturas en la órbita del ojo derecho, le han cogido puntos en la lengua, le han partido el omóplato y una costilla... Se ensañaron con él. Todo para entrar en el bar y reventar las máquinas tragaperras y llevarse 250 euros que tenía del cambio y 30 décimos de lotería del Niño", cuenta el hostelero, que explica que su cuñado está pasándolo muy mal. "Ha habido momentos de no parar de llorar. Todo el mundo le pregunta y otra vez tiene que revivir lo ocurrido".
El dueño de la venta relata que uno de los delincuentes logró huir a la carrera y luego saltó por un terraplén cercano. "Quien lo hizo es una persona fuerte y con una excelente condición física", apunta. "Puede que sean los mismos de Casariche, pero yo eso no lo sé con certeza". No es nada descabellado, teniendo en cuenta que el delincuente que escapó en este pueblo lo hizo huyendo de una multitud y por la vía del tren. Además, su cómplice, el que terminó siendo detenido, es vecino de Estepa.
El último episodio que precedió al robo en la casa de Casariche ocurrió el día 5. Según algunos vecinos, unos rumanos increparon a unas chicas menores de edad y uno de ellos le robó el bolso a una de ellas. Este último suceso, ocurrido ya en Casariche, desató el miedo en el vecindario y explica, que no justifica, la reacción de decenas de residentes la noche del 6 de enero tras el asalto a la vivienda de la travesía Río Yeguas.
El miedo de los rumanos
Miedo también es lo que sufrieron los miembros de la comunidad rumana de Casariche al enterarse de lo ocurrido. Son pocas familias y ni siquiera conocen al delincuente detenido, pero algunos temieron que se revivieran los brotes xenófobos del año anterior en Pedrera, donde se volcaron e intentaron quemar los coches de los rumanos en venganza por la agresión a un matrimonio tras un accidente de tráfico.
Magdalena Dudea, embarazada de ocho meses y medio, atiende a este periódico en su casa de la calle Federico García Lorca. Ubicada frente al gimnasio Piña, es una vivienda pequeña y humilde, en la que el salón es también el dormitorio principal y el resto de cuartos se reservan a los niños. En el salón principal hay un antiguo televisor de tubo en el que también se ve Telecinco. Dudea tiene una niña de 13 años y un niño de siete, y ahora espera otra niña. Sale de cuentas el 28 de enero. Su marido está trabajando en el verdeo en una finca de La Roda. "Y yo estaría también si no estuviera tan avanzado el embarazo".
La pareja lleva ocho años en España y trabaja en el campo. Son temporeros de la aceituna y del ajo y pasan algunos meses en Albacete. Su hermana reside en Pedrera y vivió el brote xenófobo de este pueblo el año pasado. "Casariche es un pueblo tranquilo, por eso nos sorprendió lo que pasó y pensamos que iba a ocurrirnos igual que en Pedrera. Pasé miedo, sobre todo después de que alguien lanzara unas piedras contra mi casa. Yo no tengo la culpa de que otro rumano sea un ladrón. Lo han cogido, y luego lo han soltado, ¿por qué lo sueltan?".
Se hace la misma pregunta que los casaricheños. Por recomendación de la Guardia Civil han pasado un par de días fuera de su casa, en un cortijo cercano en el que reside y trabaja su madre. Esos días los niños tampoco han ido al colegio por temor a algún incidente con ellos. "Me entró bastante ansiedad, y en mi estado no me puedo tomar ninguna pastilla".
La llamada a la calma
En todo lo ocurrido desde el 6 de enero hasta hoy en Casariche ha jugado un papel fundamental el alcalde, Basilio Carrión (PSOE), que ha sabido hacer un llamamiento a la calma sin quitar la razón a los vecinos que se quejaban de los problemas de seguridad. Presidió una manifestación contra la delincuencia tras los hechos, que sin duda sirvió para rebajar los ánimos.
La primera teniente de alcalde, María de los Santos Parrado, y el concejal Javier Escalera destacan la intervención de la Policía Local y de la Guardia Civil, e insisten en el mensaje de los vecinos: "Casariche no es un pueblo xenófobo, sino acogedor, solidario y tranquilo, en el que la mayoría de la población trabaja en el campo o en la industria".
Frente al Ayuntamiento, en el suelo de la plaza, hay un mosaico con el escudo del pueblo. En su interior se puede leer la palabra Ventippo, nombre romano del pueblo que también lleva el equipo de fútbol. Cada mes de junio, Casariche se transforma en una villa romana. Es el Romanorum Festum, la principal fiesta local que la primera teniente de alcalde aprovecha para promocionar: "Espero que la próxima vez que vengan ustedes a cubrir una noticia a Casariche sea por ese motivo. Invitados quedan".
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