Casariche, la Vallecas sevillana
La segunda ola de la pandemia
El municipio multiplica las tasas de contagio de los distritos madrileños con zonas confinadas
Varias bodas en agosto y septiembre pudieron ayudar a la propagación
Los vecinos lamentan que se esté más preocupado por el origen que por frenar los brotes
Un motivo para visitar Casariche es contemplar el espectacular mosaico del Juicio de Paris, un bello ejemplar de época tardorromana que en 2017, después de 15 años en el Museo Arqueológico Provincial, fue trasladado a la Colección Museográfica local, más cerca de otras piezas procedentes de la villa en la que apareció. Pero la idea debe seguir entre los propósitos pendientes. Porque el inmueble, como otros municipales, está cerrado ahora en esta modesta localidad de la Sierra Sur, entre Estepa, Puente Genil y Alameda, en una hondonada a la que parte el río Yeguas y que lleva semanas colándose en los telediarios por las estadísticas del Covid-19, como si de una Vallecas andaluza se tratara, sin viviendas en altura ni atascos.
El viernes, su tasa de contagios llegó a los 4.288 casos por 100.000 habitantes. El distrito madrileño de Puente de Vallecas, cuando se anunciaron restricciones, estaba en 1.240. Casariche ha sumado 134 contagios confirmados por PCR en una semana, con 5.456 habitantes. En la ciudad de Sevilla han sido 447 pero con una población de más de 688.000.
A pesar de esos datos, no fue hasta el jueves cuando la Junta respondió a las peticiones del Ayuntamiento –4 de 7 concejales han pasado la enfermedad, incluido el alcalde– de que tome medidas. De momento, han sido dos tandas de test de cribado de seroprevalencia a personas de entre 18 y 65 años elegidas aleatoriamente. A la espera de resultados, sigue considerando que no hay una transmisión comunitaria, que los brotes que dieron lugar a estos contagios están localizados.
“No se le puede echar la culpa a nadie de lo que está pasando, aquí se ha hecho lo que se podía hacer en otros sitios y hay otros pueblos, como Lucena, en situaciones parecidas. La Junta es la que tiene que tomar medidas, otra cosa no hay”, opina en su tienda de alimentación David Moriana, cerca de donde se expone el mosaico con el pasaje de la Ilíada.
El sentir de muchos vecinos –a los que su Ayuntamiento pidió autoconfinarse el 14 de septiembre– es que las autoridades están mirando sólo hacia atrás y cuestionando conductas que no han sido distintas a las de otros lugares, pero no tomando medidas concretas y eficaces para frenar lo que ya es un hecho. Esta segunda ola ha llevado al hospital a una decena de vecinos. Seis siguen ingresados. En la primera sólo hubo tres casos.
Repartir pedidos que le llegan por whatsapp es una de las rutinas del tendero en la Avenida de la Libertad, aunque por el establecimiento sí pasan Mari y su hermana y se llevan, entre otras cosas, una bolsa de abuelas, un dulce local similar al pestiño. “La boda de mi hijo fue el 5 de septiembre pero fue la tercera, la semana anterior hubo otras dos a las que fueron los mismos. Aquí todos nos conocemos, las familias, los vecinos...”, explica la mujer, que insiste en que se cumplieron todas las normas que había que cumplir: 100 invitados en un salón para 400, las mesas distanciadas y a mediodía. No se contagiaron los novios, ni otros muchos. Ella sí pasó la enfermedad, acabó el confinamiento el martes. También la pasó una hija.
Enfrente de la tienda está el CEIP Lope de Vega. “Es raro no escuchar el ruido de los niños”, esa amalgama de voces que brota de los patios del recreo, señalan Irene y Pilar. Han salido a pasear a sus hijos, de dos años, que no van a la guardería. Su cierre, el 7 de septiembre, fue un primer signo de alarma. Hubo “muchos eventos”, comuniones en julio y bodas. “El Estado debió prohibirlos”, señala una de ellas.
A las puertas del colegio, Pablo, técnico de integración social, apunta que asisten a clase 30 o 40 niños de 500 y porque sus familias están trabajando y hay que conciliar. Como no llevar a los niños es una recomendación municipal pero oficialmente las clases son presenciales, no hay alternativa de cole en casa. No se han abierto expedientes. De momento, Educación está siendo flexible.
Los vecinos confirman que hay miedo, que mucha gente está en sus casas y sale lo mínimo. Aún así, hay más paseantes de los que uno se imaginaría. Se ven algunos adolescentes en bicicleta o charlando en un banco. Junto al río –un hilo de agua, cuando en el siglo XIX albergó en sus márgenes una decena de molinos– camina Pepe, jubilado que no quiere detenerse y casi al paso dice que sale lo menos posible y que el brote está relacionado con las bodas.
Pasa con su bicicleta Óscar -30 años, estudiante de Trabajo y Educación Social en la UPO- que apunta que “el verano ha sido bastante activo en las calles y en los bares”. De un grupo de whatsapp con 20 amigos, 5 han tenido Covid. Él mismo estuvo confinado por un contacto estrecho y llegó a tener fiebre. Llamó a Salud Responde, le dijeron que contactarían con él en 48 horas. Nunca ocurrió. Tampoco pudo hacerse test en el centro de salud saturado (con tres médicos, un pediatra y dos ATS han tenido que derivar casos a Estepa) y se negó a ir un privado, como el Ayuntamiento asegura que hacen decenas de vecinos, que terminan siendo positivos y no constan.
Óscar tiene claro que la Junta debió poner más medios. “A los futbolistas les hacen tres o cuatro test a la semana, ¿y no hay para la gente en un país del primer mundo?”. A la vez, cree que hay que recuperar normalidad y evitar una ruina “mayor de la que tenemos”, de la que tiene Casariche. Estos días ha arrancado la campaña del verdeo –se ven cuadrillas en los campos, tractores, ha abierto la cooperativa– pero no ha habido ferias, en las que trabajan y de las que vive parte de la población. “Mucha culpa la tienen los medios de comunicación. Este verano he estado en Alemania e Italia y no hay miedo, no están las 24 horas con lo mismo”. Óscar también niega, como hacen otros, que todas las tiendas hayan cerrado. Lo han hecho bastantes, pero también porque sus dueños han debido hacer cuarentenas.
Al circular por el pueblo, se ve abierto un bazar chino, una tienda de chucherías, alguien apunta que ya funcionan tres bares. Pero el ambiente –si por ambiente se entiende muchas personas en un lugar concreto– está en la caseta municipal, a las afueras, donde están haciendo los test rápidos. La sobriedad de las filas de hombres y mujeres contrasta con las oscuras pinturas de flamencas bailando sevillanas en la pared, como fantasmas de la fiesta.
De 140 personas citadas el jueves, acudieron 95. El viernes, se citó a 160. Hay un equipo de Tele Cinco y otro de la Sexta esperando para las conexiones en directo. Y allí reciben los datos del día –37 contagios más que el jueves– la concejal de Salud, Mari Santos Parrales; la de Cultura, Belén Vertedor; y el de Deportes, Manuel Gamero, uno de los que ha pasado el Covid.
En Casariche “no se han celebrado reuniones que no se hayan hecho en otros pueblos y ciudades, no se ha hecho nada ilegal, no hay botellona, no tenemos discoteca, los bares han cerrado y cierran a la hora que tienen que cerrar”, relata el edil, también un poco indignado porque se ponga más el acento en las rutinas de sus vecinos que en el problema de salud pública.
Un agente de policía local confirma que no ha habido incumplimiento con los horarios, en los locales, que se han puesto algunas sanciones por no cumplir las normas por la pandemia pero a personas que no cumplen otras muchas. “Nos sentimos bastante abandonados, desamparados, están confinandos barrios de Madrid que tienen una cuarta parte de tasa de contagio que nosotros”, sentencia la edil de Salud –vaya momento para serlo...– de Casariche.
También te puede interesar
Lo último