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Cabras muertas en Sevilla

El cabrero Javier Zamora perdió la mitad de su rebaño después de que los animales comieran hierba fumigada

El caso está en manos de la Guardia Civil, que investiga quién ordenó fumigar en una vía pecuaria

Javier Zamora, con una chiva en brazos, en Alcolea del Río. / Antonio Pizarro

La vida de Javier Zamora y Rocío Pradas cambió el 21 de enero. Ese día sus cabras pastaron hierba recién fumigada. Los animales fueron muriendo poco a poco. Ellos las acompañaron en la agonía. Entre berridos, las fueron tomando entre los brazos, en una especie de despedida, de último adiós en el que las lágrimas se mezclaban con la rabia y la impotencia. Este matrimonio de Alcolea del Río ha perdido ya la mitad de su rebaño. En total 47 cabras murieron intoxicadas. Y varias abortaron.

Sobrevivieron otras tantas, pero muchas están muy enfermas y el pastor no cree que puedan superar las primeras calores. "Mira ésta cómo está", dice, señalando con el garrote una cabra negra que está literalmente en los huesos. Costillas marcadas y cuartos traseros descarnados. El pelaje está manchado de excrementos, evidencia clara de una diarrea que el cabrero ha sido incapaz de cortar.

"Les he dado agua con sal, con cal para que tengan calcio y se vayan recuperando, vinagre de manzana... Han sobrevivido de momento, comen pero la diarrea no se para. Hay varias cabras sentenciadas. Mira esa chiva blanca de allí, o esa florida", e indica dos crías con las patas traseras manchadas, que apenas se tienen en pie y siguen a sus compañeras a duras penas, haciendo la goma si en vez de un rebaño se tratara de un pelotón de ciclistas.

Los ganaderos, Javier Zamora y Rocío Pradas. / Antonio Pizarro

Los animales pastan en un descansadero próximo a la ermita de la Virgen del Rosario, muy cerca de donde se envenenaron. El 12 de febrero, tres semanas después de que las cabras empezaran a morir, el pastor sorprendió a un tractor fumigando la hierba. Hubo cierta tensión entre el cabrero y el tractorista, que casi llegaron a las manos. "No podía permitir que murieran más cabras". La mujer del pastor llamó a la Policía Local, que no se presentó.

Sí lo hizo el Seprona de la Guardia Civil, que llegó desde Lora del Río, a unos 15 kilómetros de Alcolea. Los agentes del instituto armado levantaron acta. Se investiga si el tractorista había sido contratado por la hermandad de la Virgen del Rosario para acabar con las malas hierbas, insectos y roedores en el lugar en el que se celebra la romería en el mes de mayo. La hermandad lo niega y su hermano mayor, Melchor Navarro, asegura que no ha ordenado a nadie que fumigue los caminos.

Todo apunta a que el herbicida que resultó letal para las cabras había sido rociado por el mismo tractorista que fue sorprendido por el pastor tres semanas después del envenenamiento de los animales, si bien este extremo tendrá que ser confirmado una vez que se obtengan los resultados de los análisis veterinarios practicados a los cadáveres. Además de las cabras, han muerto otros animales, como conejos y hasta un caballo.

Las cabras de Javier Zamora pasta en el campo. / Antonio Pizarro

El asunto ha arruinado al pastor y su familia. De las cabras que han quedado vivas apenas saca leche. Ha podido obtener 18 litros de 47 animales, cuando lo habitual era una media de dos litros y medio por cabra. Ahora mismo tiene paralizada la venta de leche y lleva un mes sin ingresos. Mucho no podrá resistir. "Esto ha supuesto nuestra ruina, ¿de qué vamos a comer? ¿cómo voy a pagar mi casa y alimentar a mis hijos? ¿de qué vivo yo ahora?", se pregunta.

Cuenta que el de ganadero no es un oficio para enriquecerse. Saca entre 700 y 900 euros al mes y con eso viven. Y cada día está en el campo a las seis y media de la mañana y hay jornadas que le dan las once de la noche y sigue cuidando de su rebaño. "Y no hay domingos, ni fines de semana, ni vacaciones. Esto es todos los días, haga frío o calor. Aquí en verano me cae el sol a plomo a las cuatro de la tarde. Y me puedo hacer 50 kilómetros andando cada día detrás de ellas, y para comer no se crea usted que me siento. Cojo mi pan y mi navaja, y voy abriendo el pan mientras ando, le meto un trozo de chorizo y a seguir". Durante un momento de la conversación se quita la gorra y deja ver una frente mucho más blanca que el resto de la cara, curtida por el sol.

"Pero somos felices, más que con nada en el mundo. No verá usted a un ganadero comprarse un cortijo ni un chalé, pero sí es un oficio que llena. Es duro, yo no lo quiero para mis hijos, pero aquí soy libre. Las horas se me pasan volando. Si estuviera trabajando en alguna empresa, no pararía de mirar el reloj y aquí se me echa la noche encima sin darme cuenta de la hora que es".

El pastor y su rebaño. / Antonio Pizarro

Tiene 35 años y lleva nueve al cargo de este rebaño, un oficio que aprendió de pequeño. La dueña del ganado es su mujer, Rocío, de 33. Los hijos del matrimonio tienen 12 y 14 años. El pastor no es de Alcolea sino de Las Navas de la Concepción. "De Alcolea es mi mujer. Yo soy de la sierra, de un pueblo todavía más pequeño que este". Tiene el rostro curtido y envejecido por el sol. La pareja conoce a las cabras por sus nombres.

"A casi todas les he dado yo el biberón cuando eran crías". El fotógrafo le pide que sostenga una en brazos y es Taru, el perro pastor, quien se encarga de ir a por ella. Elige a Blanquita, una chiva que se ha quedado huérfana. "Para nosotros son como nuestra familia. Por eso la muerte de tantas de ellos ha supuesto un golpe moral muy fuerte. Tenemos el ánimo por los suelos". Entre las 47 cabras perdidas había tres sementales, los ejemplares más caros.

Rocío insiste en que no se puede olvidar de dar las gracias, sobre todo a la Asociación de Defensa de los Caminos (Asedeca), que hizo público el caso y organizó ayer una manifestación de apoyo al cabrero en Alcolea, y a un grupo de ganaderos que ha abierto una cuestación para ayudar económicamente a la pareja. “Me dio mucha vergüenza darles el número de cuenta, pero es que de esta no salimos solos. Siempre lo hemos hecho, pero esta vez es imposible. Cuando le pasa algo así, es reconfortante darse cuenta de que uno no está solo".

Blanquita, una chiva que ha quedado huérfana, en brazos del pastor. / Antonio Pizarro

Sin embargo, están teniendo más apoyo de fuera del pueblo que de dentro. Desde que este periódico publicara la noticia de las cabras muertas, son muchas las personas que se han interesado por el asunto, e incluso se está planteando llevarlo al Parlamento de Andalucía. Pese a ello, los pastores no han tenido respaldo de su Ayuntamiento. Ni el alcalde del PSOE ni los dos partidos de la oposición, el PP y los independientes de Unión Alcoleana. El alcalde, Carlos López, explicó a este periódico que cuando tuvo conocimiento del caso lo puso en manos de su concejal de Medio Ambiente y éste contactó con el Seprona. Pero no ha habido ni una muestra pública de apoyo.

"Nos sorprendió ver nuestro caso en la prensa y en la televisión y recibimos decenas de llamadas. Pero ninguna del alcalde, que nos conoce y sabe quiénes somos. No lo entendemos". Tampoco les han llamado los responsables de la fumigación. "Yo estoy seguro que esto ha ocurrido por desconocimiento, que aquí nadie quiso hacer ningún mal, pero una vez que está hecho, ¿no nos merecemos una explicación o una disculpa?".

Ahora queda una investigación policial y posiblemente un proceso judicial para determinar la responsabilidad en la pérdida del rebaño. "Yo no creo que vayamos a cobrar nada, no tengo esperanza en eso. Lo único que espero es que esto no vuelva a ocurrirle a ninguna otra familia. Porque a raíz de que se conociera nuestro caso nos han llegado noticias de más fumigaciones en vías pecuarias o cañadas reales, algo que está completamente prohibido. Nosotros ya estamos en la ruina, pero no puede volver a ocurrir".

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