Antonio Porras Nadales

Lo viejo y lo nuevo

La tribuna

En un sistema parlamentario la formación de Gobierno no es ni debe ser responsabilidad de los votantes, sino de las fuerzas representativas, a las que se les exige diálogo y negociación

Lo viejo y lo nuevo
Lo viejo y lo nuevo

24 de septiembre 2019 - 02:32

Sucede, cuando las cosas no funcionan, que nos ponemos a buscar a los responsables o a los chivos expiatorios correspondientes. Pero como vivimos tiempos de elusión de responsabilidades, algunos, para no atribuirle a nadie la culpa del fracaso en la formación de Gobierno, se plantean ahora la reforma de la Constitución: lo que equivale a buscar una especie de varita mágica para que alguien, sin la mayoría suficiente, pueda gobernar. Ignorando que gobernar no significa simplemente "estar" en el Gobierno sino contar, como mínimo, con las mayorías anuales necesarias para aprobar los correspondientes presupuestos; además de compartir un proyecto de gobierno. Lo que requiere de los acuerdos específicos correspondientes, dando lugar a gobiernos de coalición. Es la lección que hace apenas unas semanas nos acaban de dar los italianos: cómo superar una crisis de gobernabilidad negociando a puerta cerrada y fuera de los focos, dejando de lado las posturas mediáticas.

Otros prefieren apostar por la añoranza del pasado, la era de aquel viejo bipartidismo que permitía una aparente y segura gobernabilidad, y frente al cual parece que la nueva eclosión del pluralismo conduce al caos y la ingobernabilidad. Sucede que la memoria humana es a veces un poco flaca: volver al viejo bipartidismo supone volver a la dinámica de la corrupción tolerada, al control partidista sobre las instituciones independientes, a la politización del sistema, a una sociedad adormecida y narcotizada, con colectivos y asociaciones colonizadas a base de subvenciones; o sea, el clientelismo, la apatía y el desencanto. Lo que identificamos como crisis de representación. Aquello que comenzamos a superar con dificultades hace apenas unos años, pese a que los viejos dinosaurios se resistan a morir.

Afirmar que el nuevo pluralismo que ha emergido en España constituye una deriva negativa o patológica supone ignorar nada menos que al gran Giovanni Sartori, considerado el gran teórico de partidos contemporáneo: su modelo de "pluralismo polarizado" es precisamente el que ha emergido en nuestro país de forma libre y espontánea, con cinco partidos, uno al centro, dos a derecha e izquierda, y otros dos a la extrema derecha y extrema izquierda. Nada anómalo, salvo la presencia de minorías territoriales que, en rigor, si aplicáramos una barrera electoral del cinco por ciento al nivel nacional, como hacen en Alemania, desaparecerían del mapa.

No es pues la Constitución ni el sistema de partidos lo que provoca el bloqueo sino la pura ignorancia y el egoísmo de algunos líderes: como el falso sueño en el que parece embarcado Pedro Sánchez de que vivimos en una especie de sistema presidencial, donde basta con "ganar" las elecciones para pretender gobernar, aunque esa victoria no asegure la gobernabilidad necesaria ni para la investidura ni para cuatro años de legislatura. Porque en un sistema parlamentario la formación de Gobierno no es ni debe ser responsabilidad de los votantes sino de las fuerzas representativas, a las que se les exige diálogo y negociación; como han hecho en Italia. Pero el juego peligroso de repetir las elecciones nos puede conducir finalmente a escenarios de bloqueo, como el que acabamos de ver en Israel. O a una deriva como la que experimentó hace un siglo la República de Weimar, preludiando la llegada de Hitler.

¿Qué van a hacer nuestros flamantes líderes ante el supuesto probable de que los resultados sean sustancialmente similares a los anteriores? Porque pensar en grandes vuelcos electorales es como soñar con fantasías: tras cinco años votando casi continuamente, las posiciones ideológicas de los españoles están bien asentadas y, salvo el incremento en la abstención, no hay perspectivas de cambio sustancial.

Nuestro sistema político se mueve entre la agonía del dinosaurio, o sea, del viejo bipartidismo que nos condujo a un estancamiento progresivo, y las novatadas de los advenedizos, que apenas saben adecuarse a la lógica pluralista. Pues ni Pablo Iglesias debería pedir más de lo que puede, ni Albert Rivera debería empeñarse en cerrar, desde antes de la campaña, sus futuros proyectos de acuerdo: porque en política primero hay que oír lo que dicen las urnas y después actuar con cintura y responsabilidad.

Entre la añoranza de lo viejo y la vorágine de lo nuevo, parece que a muchos españoles sólo les queda la salida de la abstención y el pasotismo. O sea, nuevamente la crisis de legitimación cabalgando gracias a la torpeza de nuestros líderes.

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