La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
La tribuna
En varias ciudades ha habido manifestaciones, que a veces llaman paseos, acusando al gobierno de ignorar a la tauromaquia en las ayudas económicas que está concediendo para la "reconstrucción". El sector se suma, así, a otros -feriantes, agencias de turismo, artesanos y no sé si también dueños de discotecas o clubes de carretera- que reclaman también ayudas por las consecuencias sobre ellos del estado de alarma. El que propietarios de ganaderías de reses bravas, empresarios de plazas de toros, matadores (vaya nombrecito), subalternos o hasta taquilleros o revendedores de entradas quieran hacerse presentes para conseguir compensaciones económicas por su falta de ingresos en estos meses entra dentro de lo normal. Es sabido que "quien no llora…". Pero existe una diferencia fundamental en las argumentaciones: los taurinos parten de que "la tauromaquia es cultura" y en base a ello afirman que los poderes públicos tienen la obligación de protegerla (protegiéndolos a ellos).
Como los antropólogos tenemos precisamente el concepto de cultura como núcleo de la disciplina, me parece obligado entrar en el tema. Estoy de acuerdo con la afirmación de partida pero no con su pretendida consecuencia. Ciertamente, la tauromaquia, como cuanto no es resultado directo de las determinaciones genéticas, pertenece a la cultura. El primer día de curso de Introducción a la Antropología he repetido, durante cincuenta años, a mis alumnos que cuanto no es genético es cultural. Y que incluso lo que tiene una indudable base biológica, como son los instintos, se encauza, expresa, puede sublimarse o hasta inhibirse culturalmente. Aplicado al caso, y como a ningún taurino -que yo sepa- se le ha ocurrido afirmar que su afición, profesión o negocio responde a una determinación genética, creo incuestionable que la tauromaquia es cultura. Lo que ocurre es que no todo lo que es cultural es automáticamente valorable como positivo y merecedor de protección. La esclavitud, por ejemplo, es un constructo cultural porque nadie es por naturaleza (genéticamente) esclavo. La supremacía de lo masculino sobre lo femenino es otra estructura cultural. Como lo son el racismo, el sexismo, el clasismo y todas las discriminaciones, opresiones y explotaciones. La pena de muerte y su contrario, el respeto a la vida, son también valores culturales. Como lo son la coeducación y la educación diferenciada, el ser creyente, agnóstico o ateo, aficionado a la cría de palomas o a las carreras de motos, al fútbol o a los toros.
Afirmar que esto o aquello es cultural no supone nada en cuanto a su valoración positiva, negativa o neutra. En el mundo del toro todo es cultural, sin duda. Incluso el propio toro de lidia es hoy un producto a la vez natural y cultural, porque su genética ha sido modificada con el objetivo de producir un animal con determinadas características. También los humanos que componen el variopinto universo taurino son especímenes culturales, muy diversos entre sí aunque ahora se envuelvan en una misma bandera -rojigualda, por supuesto- y se agrupen frente a lo que denuncian como una amenaza o conspiración contra la tauromaquia. Pero la cuestión clave no es si esta es o no un hecho cultural -que lo es- sino si aquí y ahora, con sus dimensiones, características y significaciones actuales, debe o no ser protegida, fomentada, permitida o prohibida por las instituciones públicas.
Aceptando que las corridas de toros sean un espectáculo -con algo de ritual y mucho de reglamentaciones y mercantilización- que simboliza de forma sangrienta el combate entre la fuerza bruta del toro, que representaría a la naturaleza incontrolable, y la inteligencia, el valor y/o el "saber hacer" que se atribuyen al lidiador-matador y a sus ayudantes, ¿es esto suficiente para que hayan de ser protegidas o incluso subvencionadas? ¿Es razonable que fondos públicos vayan a escuelas taurinas? ¿O deberían ser prohibidas, al igual que lo fueron otros espectáculos y divertimientos con animales, como las luchas de gladiadores contra fieras o las peleas de gallos?
Sin duda, la tauromaquia forma parte de nuestra tradición cultural. Pero hoy, cuando se derrumba la supuesta dicotomía entre seres humanos y naturaleza, ¿es razonable definirla como un Bien Cultural? Aquí está el quid de la cuestión, que no puede esquivarse haciendo referencia a que la fiesta de los toros sea un arte (?) o haya dado lugar a producciones artísticas relevantes. Esto último es cierto, pero también podríamos afirmarlo de las guerras y no por ello es ético fomentarlas. Podemos abominar de ellas y, a la vez, admirar el Guernica de Picasso. Precisamente con ese objetivo lo pintó el maestro malagueño.
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