La tribuna
Muface no tiene quien le escriba
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Los recién publicados decretos que regulan las enseñanzas mínimas en distintos niveles de la educación -Infantil, Primaria, ESO y Bachillerato- profundizan en un modelo curricular esbozado ya por la LOE (2006), que se continúa con la Lomce (2013) y que ahora vuelve con la normativa que desarrolla la Lomloe (2020). De la paciente lectura de los distintos textos se advierte, en primer lugar, una creciente prolijidad literaria. Mientras que la regulación, por ejemplo, de las enseñanzas de la ESO ocupaba en la Logse cuarenta y tres páginas del BOE, en la LOE fueron noventa y siete, con la Lomce se llegó a casi doscientas (376 si se incluye el Bachillerato), y ahora andamos por las doscientas diecinueve. En plena época de la autonomía pedagógica de los centros, las administraciones educativas se empeñan hasta la saciedad en extenderse en detalles acerca de lo que se supone debe ser la enseñanza que se imparte en el interior de las aulas. Páginas y páginas de una espesa y compleja factura que requieren para su comprensión un dominio muy experto del idioma curricular, aunque generalmente son poco útiles para afrontar los problemas de la práctica cotidiana de la enseñanza.
El caso es que, contra lo que cabría esperar, esta extensa literatura no se ocupa exclusiva ni fundamentalmente en determinar qué es lo que se debe enseñar y conviene que sea aprendido. Una parte importante de esas numerosas páginas se emplean en describir la maquinaria o dispositivo que constituye el currículo escolar: un sudoku endiablado. Sí en su momento ya pareció complicado dividir los contenidos escolares en conceptos, procedimientos y actitudes, lo de ahora es para sobresaliente. En el último decreto de enseñanzas mínimas de la ESO son varias las piezas que componen ese dispositivo: Objetivos, competencias clave, descriptores operativos de esas competencias clave, perfil de salida, competencias específicas, saberes básicos, criterios de evaluación y situaciones de aprendizaje. No es de extrañar que se dedique mucho espacio a explicar a los posibles lectores el significado de cada uno de esos términos que, además, cambian cada nueva ley. Sin embargo, para que el dispositivo cumpla con su papel, lo más importante es entender el funcionamiento de la maquinaria curricular. Según parece, la clave de un currículum escolar exitoso consiste en establecer la adecuada combinación y relación entre los distintos elementos del dispositivo, es decir, confeccionar de manera apropiada la malla en la que se entrelazan las competencias clave con las específicas y estas con los saberes básicos y el perfil de salida… pues de esta forma se producirá el milagro del aprendizaje.
Más allá de los términos empleados, asistimos a un retorno a la pedagogía de los años cincuenta del pasado siglo. Efectivamente, en el discurso de los textos oficiales sobre el currículum escolar, subyace una concepción tecnocrática de la enseñanza, es decir, la creencia de que existe una fórmula, una técnica, que puede resolver de una vez por todas el fracaso escolar o, más bien, el fracaso de la escuela en extender el conocimiento especialmente entre las clases populares. Una creencia alimentada por las pedagogías burocráticas que carece de unos mínimos fundamentos científicos, que lleva ya circulando más de veinte años sin producir los éxitos prometidos y que va camino de convertirse -si no lo ha hecho ya- en el traje del emperador.
La idea de que es posible gestionar los procesos de enseñanza y aprendizaje mediante un algoritmo o una herramienta mecánica capaz de hacerse cargo de todas las variables, ignora de forma más o menos deliberada la naturaleza social, política y cultural de la educación. Ciertamente hay técnicas mejores y peores, pero los problemas escolares hunden sus raíces en la desigualdad social, en el conflicto de culturas o en las luchas por el poder, asuntos que aunque sean obviados por esas perspectivas tecnocráticas no significa que dejen de estar presentes ejerciendo toda su influencia. En última instancia el discurso tecnocrático trata de responsabilizar a los docentes del fracaso de la política educativa, pues da a entender que existe una técnica excelente que ellos tienen que materializar en multitud de documentos y desarrollar en las aulas y si no hay resultados es porque no la aplican correctamente. Pero sabemos que el dispositivo no funciona; persistir en ello es empeñarse en pescar con las manos. Lejos de las ensoñaciones tecnoburocráticas, el currículum escolar debe ser algo más sencillo e inteligible.
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