La tribuna
El poder de la cancelación
La tribuna
Es un hecho que la gran mayoría de quienes hemos pasado por escuelas, institutos e incluso universidades andaluzas hemos salido de esas instituciones sin conocer apenas nada de la historia de Andalucía: del proceso de tres mil años que ha conformado un pueblo -el andaluz- y una cultura -la cultura andaluza actual-. Este proceso y esta cultura contienen, sin duda, elementos que compartimos con otros pueblos, pero también singularidades, tanto expresivas como estructurales, que nos distinguen claramente de ellos. Por eso poseemos identidad histórica e identidad cultural y por eso -además de por acuciarnos "una común necesidad", como señalara Blas Infante- somos un pueblo que, como tal, posee el derecho a autogobernarse.
A pesar de las evidencias, continúan teniendo mucho peso los doctrinarismos y mitos del nacionalismo de Estado que aún considera Andalucía como una extensión de Castilla (como un peldaño para la posterior expansión a Canarias y las Américas). Pero, aún con esto, ya se acepta desde hace un tiempo la existencia de tres fuentes en la conformación de nuestra cultura, que es singular y mestiza: la fuente andalusí, que no es "oriental" sino que recogió gran parte del bagaje de la Bética y de otras culturas autóctonas anteriores hasta Tartessos, la fuente judía y la fuente castellana. Pero esta visión, que constituye una superación de tonterías que aún pueden leerse y escucharse, incluso en foros universitarios, como la de que Andalucía no nació sino a mediados del siglo XIII cuando se hizo (la hicieron) castellana y cristiana, es todavía incompleta porque no tiene en cuenta otras dos fuentes que también son imprescindibles considerar: la fuente gitana y la fuente negra. Gitanoandaluces y afroandaluces han sido, y continúan siendo, parte integrante del pueblo andaluz y muchos elementos de sus culturas de procedencia forman hoy parte del acervo de nuestra cultura común.
Ciñéndonos al caso de los andaluces negros, ¿por qué este silenciamiento, a pesar de la evidencia de que llegaron a ser más del 10% de la población en no pocas ciudades y pueblos de nuestro territorio? Sin duda, porque su existencia está ligada al estigma de la esclavitud y a que esta es hoy considerada como un enorme e imperdonable pecado colectivo que nadie quiere reconocer como uno de los pilares de la historia propia: los esclavistas, siempre, fueron otros. También, quizá, porque ni personajes insignes ni santos o santas ejemplares denunciaron la esclavitud ni renunciaron a tener esclavos si estaban en posición de poseerlos.
La presencia negra hizo que hubiera cofradías a ellos reservadas en decenas de poblaciones andaluzas (también en otros lugares de la península). Para los poderes dominantes, que eran, a la vez, étnicos (blancos autodefinidos en base a su pureza de sangre) y clasistas (sobre todo aristócratas y alto clero), esas instituciones cumplían dos funciones muy importantes: tener controlada a esa minoría potencialmente levantisca e integrarla ideológicamente en los valores comunes de una sociedad cuyo orden divino los arrojaba al más bajo y despreciado nivel social, incluso si habían conseguido la libertad por parte de sus amos o se habían ahorrado (comprado o sí mismos). Pero esas cofradías desarrollaron también una tercera función, esta contradictoria con los intereses dominantes: la de convertirse en ejes de sociabilidad y cohesión interna y en instrumentos de reafirmación étnica. Que esto último es así lo reflejan los repetidos pleitos contra ellos por parte de hermandades blancas, sobre todo de nobles, y los esfuerzos de estas para que las de negros fueran disueltas. Y lo refleja también el celo de los negros por defender su independencia y autoorganización en este nivel asociativo y simbólico.
Es bueno que, en los últimos años, la labor de algunos investigadores (siguiendo la estela de Vicenta Cortés, Enriqueta Vila y otros) y, con más efecto general, series televisivas de éxito como La peste o más recientemente Encadenados y películas documentales como Los Negros, que se está ahora proyectando, estén activando la memoria de la esclavitud negra en Andalucía y reflejando las relaciones de poder entre etnias en nuestro proceso histórico. No solo ello combate la ignorancia sino que muestra cómo nuestra sociedad nunca dejó de ser pluriétnica a pesar de la invisibilización de cuanto no se ajustara al estrecho marco castellano-viejo y cristiano-ortodoxo de los relatos (y poderes) dominantes.
Quienes en Sevilla, este Jueves Santo, vean en las calles a la antigua cofradía de los Negros, consideren que no están viendo una cofradía más, sino una que activa un trozo importante de nuestra historia. Y si se preguntan dónde están hoy los descendientes de aquellos negroandaluces, no duden en la respuesta: están en nuestra genética y en nuestra cultura, ambas mestizas. Están en nosotros y en cómo somos nosotros.
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