La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
La tribuna
En los albores de la Historia muchas sociedades realizaban rituales con sacrificios humanos para calmar a los espíritus que se creía moraban en lugares de la Naturaleza y cuya ira producía tempestades, terremotos o erupciones volcánicas y/o para honrar a los dioses en que luego fueron personalizados esos espíritus. Incluso pueblos monoteístas (o en dirección a serlo), como el hebreo, los realizaban. Baste como ejemplo el relato bíblico en el que el patriarca Abraham se dispone a sacrificar a su único hijo Isaac en honor de Javeh cuando éste, en el último momento, detiene su mano y le insta a cambiar de víctima, sustituyendo al niño por un cordero. Con el tiempo, la mayoría de las sociedades cambiaron estos sacrificios por mortificaciones, oraciones, rogativas, ayunos, ofrendas y otros rituales no (o menos) sangrientos con igual objetivo: propiciar el amparo y ayuda de los dioses o, en el caso del cristianismo, del Dios único aunque con multitud de intermediarios locales y grupales.
Cuando fueron creados los estados, éstos se construyeron sobre la fusión entre los poderes político y religioso -en Europa sobre la "alianza entre el trono y el altar"- y en ellos los sacrificios humanos continuaron, o incluso surgieron, ahora como forma de terrorismo de estado. Fue el caso de los aztecas, que utilizaron los sacrificios humanos básicamente como forma de aterrorizar a los diversos pueblos del Altiplano de México sometidos a su poder, para garantizar su sumisión. Pero, ¿qué otra cosa sino sacrificios humanos y terrorismo de Estado fueron los Autos de Fe organizados en la civilizada y cristiana Europa por la Santa Inquisición, en los que disidentes religiosos, homosexuales, brujas y otros elementos definidos como una amenaza para la sociedad (para el orden social establecido) eran ejecutados públicamente en la hoguera? ¿Existen muchas diferencias entre ambas prácticas legitimadas por creencias religiosas? ¿Debemos ser más sensibles a la sangre que al olor a carne humana quemada?
Para el supremacismo europeo estas preguntas resultan, sin duda, incómodas pero son necesarias. Tanto más cuanto que estos días, tras la muy ponderada petición de perdón a los pueblos amerindios que ha hecho el papa Francisco, reconociendo abusos por parte de la Iglesia católica en el proceso de evangelización, se escuchan protestas airadas por parte de personajes y personajillos que, además de hacer ostentación de su ignorancia respecto a las sociedades prehispánicas de Abya Yala (América), utilizan la existencia de sacrificios humanos en algunas de ellas como "demostración" de la superioridad moral de los castellanos y como supuesta prueba de que la conquista, al menos de México, fue sobre todo una guerra de liberación de los pueblos sojuzgados por los aztecas que encontraron, oportunamente, el liderazgo de Hernán Cortés y su tropa. Sin duda, estos difícilmente hubieran podido conquistar tan rápidamente Tenochtitlan si no hubieran contado con la ayuda de miles de indígenas de diversas etnias que buscaban venganza. Una ayuda que no les sirvió luego de gran cosa porque los nuevos amos hicieron muy pocos distingos entre aliados y enemigos, convirtiendo a todos en súbditos de la Corona castellana, hijos forzosos de la Santa Madre Iglesia y semiesclavos sujetos al régimen de las encomiendas.
Como estamos ante el 12 de Octubre, aquí antigua Fiesta de la Raza ¡¡española!!, luego Día de la Hispanidad y actualmente Fiesta Nacional por decisión del Gobierno de Felipe González en los años 80 del siglo pasado, el tema de los sacrificios humanos aztecas se está utilizando para tratar de justificar, e incluso de glorificar, la conquista de América presentándola como humanitaria, civilizatoria y evangelizadora y silenciando los etnocidios (destrucción de culturas) y genocidios (eliminación de poblaciones, sea por la violencia directa o por los virus allí llevados) cometidos en ella y durante los tres siglos coloniales. Los sacrificios humanos son utilizados de forma equivalente a como hicieron Bush, Aznar y otros defensores de Occidente con las armas de destrucción masiva que supuestamente existían en Iraq: para enmascarar como intervencionismo humanitario invasiones y guerras de agresión por intereses económicos. Más nos valdría prestar atención a que, desde hace 500 años, aquí hubo ya cuestionamientos de lo que en las Indias sucedía, denuncias, aunque minoritarias, y un debate siempre presente y casi siempre reprimido. Lo que apenas ocurrió en otros países también colonialistas y etnocidas. Es esto lo que tendríamos que poner en valor.
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