La tribuna
Francisco J. Ferraro
Despedida de un mal año
Cómo es el sonido de nuestro tiempo? ¿Qué paisajes sonoros podrían narrar la Andalucía actual? Estamos inmersos en la era del ruido. Pasear por las ciudades es un ejercicio de inmersión en el estrépito, en la selva de lo cotidiano donde no existe el silencio.
Se acerca la Navidad y su parafernalia de brillos y decibelios. Las calles sostenidas en un exceso de la luz y en una absurda competición de watios y de un skyline de árboles de Pascua. En Sevilla además se nos cruzará la escenificación hiperbólica de la Magna con su mucho de impostura, porque veremos a Jesús crucificado antes de que lo acunemos en la paja fría de un Nacimiento.
Vivimos instalados en la estridencia. No sólo es el gran teatro que se avecina, también en la complacencia tranquila de lo cotidiano encontramos la incomodidad del ruido. La banda sonora de nuestro presente es la del tráfico que invade el paisaje urbano. Lo es el griterío de los veladores que devoran los mapas de la ciudad. Y hasta el bronco sonido de las máquinas que derriban la memoria al mismo tiempo que levantan los muros vacíos del futuro.
El silencio es hoy un espacio de resistencia. Antiguamente los monasterios cartujos imponían el silencio como regla de convivencia. Y hasta levantaban sus edificios dando la espalda al caserío donde solían citarse los pecados capitales. En Andalucía vivimos en ciudades de pasado conventual. Se vivía en almendras místicas en las que se meditaba en silencio y la vida era el transcurso tranquilo y medido de las campanas que anunciaban las horas, las liturgias y los sucesos extraordinarios. Por la noche, sonaba la hora de ánimas y el silencio se hacía denso y oscuro. Pocos se atrevían a pasar la cortina negra de la madrugada. Y de día sólo había lugar para el bronce de las campanas, el paso de carruajes y los vendedores voceando las mercancías.
Vuelvo de Trieste, una ciudad en la que suena el viento. Es un lugar en el que se adivina un pasado denso y lleno de crónicas estremecedoras porque hay aquí una cicatriz de Europa. Cada espacio geográfico tiene un sonido y el de Trieste es el de la bora, el viento feroz que atraviesa las plazas y derriba a los que van algo despistados. Es un aire de carácter bronco, pero también un viento salvífico que arrastra las cosas malas hasta lanzarlas al abismo del mar Adriático, acostumbrado a llevarse los malos sueños con las mareas.
Todas las ciudades tienen su paisaje sonoro. En nuestras ciudades góticas he oído cómo el viento sopla y se cuela entre los encajes de piedra de las catedrales. En los litorales suena con fuerza el oleaje atlántico. En Cádiz ese rumor ultramarino se oye en lugares subterráneos. Por ejemplo, en la cripta de la Catedral donde reposa Manuel de Falla que concluye en su ultratumba la partitura inacabada de Atlántida.
En Andalucía existen sutiles silencios como los de la música callada del toreo que poetizara José Bergamín. Y el viento sonámbulo de Lorca recorre paisajes agrestes que van desde los Dólmenes de Antequera hasta los olivares melancólicos de Jaén y Córdoba. Vivimos en una tierra con el ruido de las ciudades felices que celebran la luz de cada día, pero que también sabe entender las infinitas texturas del silencio. Lo blanco del silencio. El silencio como un vaguísimo rumor, un fino ruido, una imperceptible presencia en el aire.
Andalucía tampoco se podría entender sin la música. No es sólo el triunfo del flamenco, también tenemos otras músicas. Las músicas que conformaron nuestra identidad, aunque parezca que las hemos olvidado, como el laúd y el rabel de viejas canciones andalusíes y sefarditas.
También tenemos otras secretas músicas, otro paisaje sonoro que forja los rasgos de nuestra identidad. El grupo medieval Artefactum celebra sus treinta años y nos parece un milagro que una formación dedicada a rescatar la música antigua haya sobrevivido tres décadas. Artefactum nos ha representado en distintos continentes. A la Exposición Universal de Dubai llevaron el secreto de las Cántigas de Alfonso X El Sabio y en el prestigioso Festival Internacional Womadelaide, en la ciudad australiana de Adelaide, descubrieron los secretos goliárdicos del vino en la cultura medieval. Todo made in Andalucía. Unos sevillanos difundiendo la marca de la ciudad por todo el mundo, resistiendo a contracorriente. Estos treinta años simbolizan su éxito, porque representan bien nuestro carácter a medias entre el silencio y el bullicio de la fiesta, entre la plegaria y la canción festiva del vino. Ni más ni menos que el ruido de la vida.
También te puede interesar