La tribuna
Los hombres andan confusos
Que Pedro I haya sido el único rey de Castilla con ese nombre de pila puede deberse a contingencias de la onomástica. Incluso cabría pensar, dado su doble título de Cruel y de Justiciero, que no se volviera a poner ese nombre a un infante, después rey, por una asimismo doble razón: ya para no rememorar su malvada y sanguinaria condición, ya por no alcanzar otro rey la muy notoria singularidad de Pedro I de Castilla y de León. Si bien su hermano bastardo, quien le quitó la vida en un regicidio –por el que se dijo acabar con un tirano–, se ocupó durante su reinado, como Enrique II –este nombre sí lo han tenido varios reyes– de hacer una damnatio memoriae, una condena de la memoria, con la eliminación de cuantos testimonios, memorias, imágenes, incluso el uso del nombre, pudieran recordar al condenado, como ocurrió a algunos emperadores romanos. Se rompiera o no el molde de los Pedros reales con el reinado de Pedro I, cierto es que también fue única la doble excomunicación de don Pedro por el papa Inocencio VI, con la sede pontificia en Aviñón, muy cercana a la corte francesa, de la que procedía la despechada reina Blanca de Borbón, a la que Pedro I dejó plantada y sin rey muy pocos días después de celebrada la boda real, en Valladolid, en 1353, además de confinarla hasta su muerte, parece que auspiciada o dispuesta por el mismo rey, en 1361.
Pedro I permanecía unido, con las licencias que se permitía por la que también se tiene como inclinación lujuriosa, a María de Padilla, la doncella a la que había conocido unos dos años antes de la boda real y con la que, antes de celebrada esta, ya tenía una hija. Tal vínculo, que se mantuvo hasta la muerte de doña María, en 1361, el mismo año en que murió –o fue asesinada, que no es lo mismo– doña Blanca, fue la razón de rebeliones y alzamientos nobiliarios, encabezados por su hermano bastardo Enrique –las contradicciones también son históricas, pues un bastardo se opone al concubinato, cuando él nació de uno an-terior, el de su propio padre, Alfonso XI–, además de las repetidas reprobaciones del papa Inocencio VI que, perdida la paciencia y complaciente con la realeza francesa, excomulgó a Pedro I en dos ocasiones: una el 19 de enero de 1355, en la catedral de Toledo, a través del legado papal Beltrán, obispo de Senez, y otra el 26 de julio de 1357, que comunicó, en la iglesia de Santa María de Tudela, el cardenal Guillermo de La Jugie.
Antes de estas excomuniones, el Papa había creído desecho el adulterio del rey por la solicitud que recibió, del propio Pedro I, para la fundación de un convento en el que imaginó el pontífice que pudiera enclaustrarse María de Padilla, tal como lo manifiesta en una bula dada el 6 de abril de 1354, meses antes de la primera excomunión. Pero, solo semanas después, Inocencio VI expresa contrariada y enfáticamente, en una nueva carta dirigida al rey, su dura repulsa al saber que el monarca no solo se mantenía vinculado ilícitamente a María de Padilla, tras abandonar a la reina Blanca de Borbón, sino que había logrado la anulación del matrimonio con esta, resuelta por dos obispos, y se había vuelto a casar con Juana de Castro, mujer que pertenecía a la alta nobleza castellana. De ahí que el 28 de abril del mismo año 1354 el papa Inocencio VI escribe a Pedro I: “Además mientras tú, quien seducido por una de tus concubinas, a la que habiendo salido al terreno del placer público, por así decirlo, habías acogido abiertamente en abrazos abominables y en ilícita unión, abandonado desde hace tiempo con impúdico proceder el pudoroso lecho de nuestra queridísima hija en Cristo Blanca, reina de Castilla y de León, tu ilustre esposa, dabas la impresión de que […] repudiabas completamente a esa concubina, y la aborrecías como a víbora que corroe las fuerzas de tu cuerpo y de tu alma, e ibas a llamar al tálamo real a la mencionada reina […]; de repente, como apartándote de la razón, sin despedir a la concubina, sino reteniéndola, y la mencionada reina no solo no llamada, sino rechazada de forma más vergonzosa y con mayor turbación despreciada, tomaste en compañía, como pecador, a otra amante, con quien te apresuraste a contraer matrimonio de facto, o más bien contubernio, como velo del crimen comenzado y de la iniquidad emprendida”. Meses después fue Pedro I excomulgado, cuando poco más de un día estuvo con Juana de Castro, tras su segunda boda real en los primeros días del mes de abril de 1354, y volvió al remanso de la cercanía que María de Padilla le ofrecía con una irresistible atracción.
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