La tribuna
Del pesebre a la luminaria
En el principio fue el pesebre. La creatividad italiana fue ampliando progresivamente el espacio, añadiendo al mismo figuras, hasta convertirlo en el belén de nuestras navidades más familiares. Los napolitanos lo llevaron a su apogeo. Los belenistas andaluces lo han trabajado con primor. Con sucesivos matices, el Nacimiento perduraría por múltiples generaciones. La sociedad que lo acogía estaba penetrada por el relato evangélico del nacimiento de Jesús y la cultura cristiana que todo lo impregnaba. A través de las figurillas, las imágenes y la predicación de las iglesias, la gente podía conocer el mensaje salvador del Dios hecho hombre.
En los últimos cincuenta años las cosas han cambiado sustancialmente, de forma acelerada. Al belén se le han asociado algunos intrusos; los más importantes: Papá Noel y el árbol. Hoy forman parte de la familia, y los que otrora eran enemigos han sido asociados con plenitud de derechos a su vida cotidiana. Se trata de uno de los más claros ejemplos de sincretismo cultural, logrado gracias a los medios de masas y al todopoderoso comercio: a más fiestas más regalos y, a más regalos, más gastos.
Cada mes de diciembre, aunque la cosa empiece ya mucho antes, en las iglesias solemos quejarnos, ya no tanto del árbol ni del Hombre de Rojo, cuanto del consumo exacerbado, que a duras penas se logra controlar, y del proverbial olvido de la sustancia navideña. Algunos intentamos dejar atrás los lamentos, para concentrarnos en que, al menos entre nosotros, esta no se difumine del todo. Las autoridades y los representantes institucionales, que otrora formaban parte del mismo cuerpo cultural de la Cristiandad que los ciudadanos, están por el puro y duro soslayo y, sobre todo, por la versión agnóstica de la Navidad o de unas fiestas con algunos ligeros guiños a la tradición cristiana, pero cuidadosos de que apenas nadie se moleste. Las felicitaciones navideñas están hueras de sentido. ¿Qué conmemoramos?
Lo que no parece haber prendido, afortunadamente, es lo de la anacrónica celebración del solsticio de invierno, versión pagana (nada menos que de tiempos de romanos) y combativa del tiempo navideño, de los que buscan a toda costa hacer borrón y cuenta nueva de la tradición. Eso sí, se han buscado símbolos alternativos, que lejos de crearse ex profeso ya existían en otros contextos culturales. ¿Y de cuáles se ha echado mano?
Como ocurre en diferentes ámbitos, de los tomados al secularizado mundo anglosajón: los trineos, las bolitas de colores, los calcetines de los regalos, los paquetes con lazo, las hojas de acebo… aun cuando, en origen, pudieran haber tenido una procedencia cristiana. Quienes podríamos defender unas navidades con sentido religioso hemos terminado aceptando la cruda realidad, aunque a veces nos pese. De la misma manera que vamos aceptando otras muchas cosas que debieran repelernos y que, probablemente, terminen incorporándose plenamente a lo cotidiano.
Las transformaciones sufridas por la Navidad son el más vivo ejemplo de los cambios que se han producido en nuestras sociedades occidentales y, por lo que a nosotros toca, en nuestro propio país. El belén ha cedido su lugar a las luminarias, cuanto más luminosas y ostentosas mejor; tal vez, porque lo que nuestros contemporáneos necesitan es una mayor excitación que tape la nada colectiva que nos invade. Cada año que pasa se necesitan emociones más fuertes, porque las tradicionales ya no nos sirven para animar, asombrar y esperanzar de manera duradera. A fuerza de envoltorios cada vez más abstractos, sofisticados, irreales y brillantes, nos vamos quedando secos, quemando tiempos y, al cabo, con una pizca de cansancio. ¡A ver si pasan de una vez estas fiestas! Y recobramos finalmente la rutina diaria, mientras la vida se nos va pasando dejándonos sin resuello. De momento, esperamos a las próximas celebraciones, las de la Semana Santa, el tiempo del primer acueducto vacacional, que ya nos inventaremos algo para diluirlas todavía más. Y tras el verano, a vislumbrar de nuevo la Navidad, salvo sorpresa, en las mismas condiciones de las últimas. ¿Quién ha dicho que el tiempo es lineal y no se repite?
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