La tribuna
El poder de la cancelación
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Qué está sucediendo realmente con el acuerdo sobre el Brexit? Al anunciar el lunes el aplazamiento de su votación en la Cámara de los Comunes, Theresa May admitió que era su única posibilidad de evitar una amplia derrota parlamentaria. En resumidas cuentas, la primera ministra no puede ejercer sus funciones sin el apoyo del poder Legislativo, por lo que si éste reclama que el Gobierno le muestre deferencia, finalmente debe hacerlo.
De hecho, cuando la semana pasada el Ejecutivo se propuso negar a los diputados la oportunidad de examinar en su totalidad el dictamen legal que había llevado a cabo sobre el acuerdo, los miembros del Gobierno fueron amenazados con ser sometidos a un procedimiento por "desacato parlamentario". Se trata de un mecanismo que permite al Parlamento disciplinar a los diputados que desafían su autoridad, y al fin y al cabo, tanto la primera ministra, como los miembros de su Gobierno, pertenecen al legislativo. En la realidad cotidiana parlamentaria, que tiende a conformar gobiernos con una mayoría sólida, los mecanismos legislativos de control suelen ser de naturaleza puramente formal, pero en el proceso actual, el Parlamento ha cobrado mucha fuerza.
La dificultad radica en que el Legislativo está profundamente dividido. En estos momentos hay una clara mayoría que no está dispuesta a aceptar el acuerdo que May ha conseguido con sus socios europeos, y cuando el lunes se conoció que el Gobierno había decidido que los diputados no podrían votar el 11 de diciembre, como en principio estaba previsto, se produjeron brotes de indignación. El portavoz de los Comunes, John Bercow, cuya función es dirigir de manera neutral la actividad parlamentaria, adujo que para decidir la cancelación de esta votación debería haberse llevado a cabo un debate previo; asimismo, el líder de la oposición, Jeremy Corbyn, ha conseguido que otro debate tuviese lugar ayer.
La realidad es que las razones por las que los miembros de los Comunes rechazan el acuerdo firmado con Bruselas son variadas, y Theresa May está presenciando una alianza contra natura entre los partidarios de un Brexit antieuropeístas y los defensores de permanecer en la Unión Europea. Ambos sectores consideran que tienen mucho que ganar al derrotar el plan que se debate en el legislativo británico, pero los dos predicen escenarios diametralmente opuestos. Los más europeístas se aferran a la idea de evitar el proceso de Brexit, mientras que los que desean una ruptura radical de la Unión consideran que la conseguirán de esta forma.
Ambas opciones son problemáticas. Dejar la UE sin un acuerdo se presenta ahora como una posibilidad real, para la que el Banco de Inglaterra ya se está preparando. Por una parte, afirmar que no llegar a un acuerdo equivale a permanecer en la UE es simplemente incorrecto. Por otra, la visión opuesta, apostar por una partida inmediata del Reino Unido sin resolver cuestiones comerciales, de fronteras, de cooperación o educación, entre otros muchos ámbitos, es completamente delirante. Al mismo tiempo, representantes más moderados de ambos grupos esperan que May regrese a Bruselas y negocie, pero ¿con qué fin? ¿Qué resultado puede alcanzar que satisfaga tanto a los más inflexibles partidarios del status quo como a los euroescépticos incapaces de aceptar una solución intermedia? Conseguir un habitat que sea apropiado tanto para osos polares como para camellos no se presenta como una opción realista.
Además, algunos de los aspectos más problemáticos, como la frontera con Irlanda del Norte, no parecen tener solución. The Democratic Unionist Party, el partido unionista norirlandés que, a pesar de contar con un número muy reducido de diputados en Westminster, tiene la llave del poder en Londres, ha mostrado su más firme rechazo a este acuerdo, por diferenciar entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y por hacer peligrar, en su opinión, la unidad del Reino Unido. No obstante, a este respecto, el primer ministro irlandés ha indicado que la fórmula para solucionar transitoriamente la frontera entre Ulster y la República de Irlanda no va a modificarse en esta fase, pues es el resultado de dos años de negociaciones.
¿Hacia dónde nos dirigimos? Instigar una moción de censura sería una posibilidad en el supuesto de que May perdiese la votación sobre el acuerdo en unas semanas, y tal proceso llevaría a la celebración de unas generales. ¿Qué sucedería entonces? ¿Podría otro jefe del gobierno conseguir un acuerdo Brexit más coherente y que alcanzara un mayor consenso? Teniendo en cuenta los desafíos que acabamos de destacar parece incierto. Un segundo referéndum podría ser otro escenario, pero es difícil presumir que la división y el resentimiento terminaran. Por un lado, si los partidarios de permanecer en la UE triunfasen, es muy probable que se produjera una falta de credibilidad en la clase política y que facciones de extrema derecha cobrasen mucha fuerza, como está teniendo lugar en el seno del UK Independence Party. Por otro, si el resultado fuese una vez más abandonar la UE, cualquiera esperanza de abrazar un soft Brexit se evaporaría, y los ciudadanos a favor de permanecer en la UE se hallarían en una situación aún más precaria. En un panorama de tal fragilidad y siendo conscientes de los grandes desafíos que el Reino Unido afronta, la petición de May para que el país acepte la oferta europea no debería subestimarse.
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