José Antonio González Alcantud

La hora de la no violencia

La tribuna

En el actual momento extremadamente violento de la Humanidad debiera volver el imperativo de retornar al pensamiento de Gandhi, Tólstoi, Rolland, Zweig o Câmara

La hora de la no violencia
La hora de la no violencia / Rosell

15 de abril 2022 - 01:48

No me impresionó visitar en Nueva Delhi el lugar llamado Birla Bhavan donde fue asesinado Gandhi por un fanático hindú, en 1948. Me atrae más la recreación que hizo Richard Attenborough, en la súper producción cinematográfica que recorre la vida del gran hombre de la India. Si el viaje a la India sigue siendo parte sustancial del tercer inconsciente de la "psicoesfera" contemporánea, afectada ahora por la inmersión vírica -virus patológico, virus virtual, virus violento, aunque quizás todos sean el mismo, según el filósofo Franco Bifo-, la relación con la violencia de Gandhi también sigue siendo aleccionadora.

Mahatma adoptó un punto de vista que estaba en otras tradiciones, como la zen o la cristiana, de no presentar batalla, y escoger para lograr sus objetivos oponerse al poder sin prestar resistencia, argumentar a sabiendas de no ser comprendido, sufrir pasivamente la violencia, socavar el "sistema" en asuntos irrelevantes en apariencia -la ropa, la sal…-. Obtenida la independencia con este método, en la película de Attenborough se comprueba el dramatismo que recorría la historia de la nueva India, con los enfrentamientos abiertos entre musulmanes e hindúes, que obligaron a Mahatma a hacer un ayuno de muerte hasta que se detuviesen. Tras un baño de sangre sin igual, juraron en sus templos y mezquitas no atacarse. Esto fue un hito colectivo. A esta la ascesis personal, dominando la pulsión violenta, la llamó Gandhi en su autobiografía "experiencia de un encuentro con la verdad".

El tema no era nuevo, en teoría. Lev Tolstoi, tras observar los males de las guerras que azotaban Europa había optado previamente por el pacifismo. Su imponente figura, del cual siempre me atrajo su apuesta personal por liberar a "sus" mujiks (campesinos), fue una guía. Romain Rolland, el premio Nobel de literatura de 1915, le dedicó una biografía, como también dedicaría otra a Gandhi. Una cadena de complicidades intelectuales y pragmáticas se había establecido. El testigo moral, cuando Rolland, que fue un activo pacificista acusado de antipatriota en su tierra, se extinguió, lo recogería Stefan Zweig. Lo interesante es que pertenecían todos a tradiciones y geografías diversas: la India colonial, la Francia católica, la Rusia ortodoxa y la Austria hebrea.

A ellos hay que añadirle otra figura más contemporánea: Dom Hélder Câmara. A destacar el atractivo que, en otras épocas, cuando la teología de la liberación comenzaba su andadura, ejercía su teoría de la no violencia. Dom Hélder, el apóstol de las favelas de Recife, no veía otra fórmula para salir de la llamada "espiral de la violencia", en una América Latina azotada por la injusticia estructural y la alternativa guerrillera, que pensar en el valor de una no violencia llamaba "activa".

En el actual momento, extremadamente violento de la Humanidad, con un número excesivo de guerras abiertas, sobre todo en torno al mar Mediterráneo, debiera volver el imperativo de retornar al pensamiento de Gandhi, Tólstoi, Rolland, Zweig o Câmara. No se trata de ninguna nueva modalidad de pacifismo, orientado a la defensa de una causa política, sino de una manera de estar en el mundo. Un adiestramiento colectivo, con varias y diversas tradiciones. Ello exige mucho autodominio, ya que de lo contrario puede ocurrir como en un libro que leí hace años titulado Zen at War(Zen en guerra), en el que Brian Victoria, contaba cómo los monjes japoneses al final habían capitulado a su ideario pacifista y actuaron apoyando al imperialismo nipón en la Segunda Guerra Mundial. Es la hora de la no violencia.

Al lector avisado, no se le habrá escapado el mensaje: pulsiones delirantes derivadas de viejas e irresueltas humillaciones -caídas de imperios, dominación colonial, etc.- que han supuesto históricamente la negación del otro, pueden derivar al peor de los escenarios. Hace años dirigí un seminario en Granada titulado La notredad: el otro como enemigo, y llené las calles de mi ciudad de carteles con el perfil picassiano del poeta Apollinaire con la cabeza vendada, de resultas de una herida en el frente. Yo entendía que la clave estaba en Humillados y ofendidos de Dostoievski. A la vista de las circunstancias trágicas por las que está pasando la Humanidad europea, sólo cabe invocar, una vez más, y actualizar, el llamamiento a la no-violencia. La única manera de salir de la humillación y la ofensa es abrazarse, deponiendo las armas. En Jules y Jim, el film de François Truffaut, de 1962, en el que dos jóvenes de inquietudes literarias, extremadamente unidos por la amistad, el uno francés, el otro alemán, van a la Primera Gran Guerra, temen matarse mutuamente en una trinchera. No lo hacen, sobreviven, y reanudan su amistad bajo el paraguas del amor a una misma mujer. Así es la vida; no más. Lo demás son fantasías.

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