El hombre culpable

El hombre culpable
El hombre culpable / Rosell

10 de julio 2022 - 09:07

EN su obra más conocida, Trabajos y días, Hesíodo alumbró el ciclo mítico de las cinco razas o edades del hombre creadas por Zeus. Para el poeta griego la Historia presentaba una evolución degenerativa, que se iniciaba con una Edad de Oro, en la que los hombres vivían sin trabajos ni males, sin fatigas ni preocupaciones, sin miserias ni vejez, muriendo como sumidos en un sueño. Tras esa edad que tanto recuerda el origen feliz de la historia humana en el Jardín del Edén, Hesíodo propone la sucesión de cuatro edades, cuyas causas no pueden explicarse sin los mitos de Prometeo y de Pandora. Indisolublemente unidos, a partir de ambos se establece que toda edad histórica parte de un principio: la dialéctica entre hybris y diké, entre la violencia y la justicia, entre la desmesura y el orden, entre la prepotencia y la modestia, entre la miseria y la abundancia.

A pesar de que Hesíodo sitúa su vida en los albores de la edad de Hierro, se lamentaba al confesar que “hubiese preferido haber muerto antes o haber nacido después”, porque en su transcurso las alegrías a duras penas coexistían con los males, y la justicia del más fuerte se imponía al hombre honrado. Extendida hasta nuestros días, pues era la última de las cinco edades, habría un momento en el que la hybris triunfaría sobre la diké, el mal sobre el bien. A los hombres mortales, abandonados por Aidos y Némesis, “solo les quedarán amargos sufrimientos y ya no existirá remedio para el mal”. Los dioses perdieron la fe en el hombre y volvieron al Olimpo.

Esta conciencia de vivir en medio de la angustia y de la desolación, del caos provocado por la injusticia, de la indefensión de los hombres buenos frente a la soberbia de los prepotentes, de la inutilidad de la virtud y del bien, está presente en las obras de los clásicos desde la Antigüedad. Tanto en el fondo como en la forma, ese discurso no es más que el origen y la expresión de un pesimismo antropológico, tan reiterativo como influyente en el pensamiento político y social europeo. Y basta leer, sin alargar la lista, a Guevara, Erasmo, Lutero, Hobbes, Schopenhauer o C. Schmitt.

Sabemos por estudios académicos que Hesíodo construyó sus ideas acerca de la naturaleza malvada del hombre sobre la base de tradiciones persas y orientales. Y que aquellos pensadores europeos tomaron las suyas de la producción intelectual grecorromana y cristiana. Y en ambos casos la observación de la realidad que les circundaba, guerras civiles, invasivas y de conquista, pestes calamitosas, hambrunas sin cuento, propició y fortaleció una mentalidad pesimista frente al mundo. Sin embargo, a nosotros, esa visión del hombre que acaba siendo una cosmovisión, nos llega todos los días, con independencia de nuestra formación cultural, desde los púlpitos mediáticos de los informativos, bajo cualquiera de los formatos televisivos posibles, creando estados de opinión a partir de imágenes simplificadoras de una realidad universal complejísima.

Para satisfacer la demanda del televidente pasivo o sin capacidad de réplica los redactores de noticias se han erigido en los nuevos intelectuales, que alumbrarán con sus doctrinas de tres frases la nueva realidad. Salvando la dosis diaria de sentimentalismo infantil rousseauniano, la única que se nos ofrece está compuesta de guerras por doquier, de amenazas nucleares que pondrán fin a la historia, de mujeres asesinadas por sus parejas ante los ojos inocentes de sus hijos, de accidentes, violaciones y crímenes cotidianos, de catástrofes humanitarias en las fronteras, de colapsos hospitalarios. Y para cerrar ese círculo malicioso no hay telediario en el que no se reitere que el culpable de los incendios, el culpable de la contaminación, el culpable de la invasión de los plásticos, el culpable del cambio climático y del fin del planeta para dentro de unos años es “la mano del hombre”, desplazando las responsabilidades individuales hacia las colectivas mediante un artículo que tendría que ser indeterminado.

No obstante, este catastrofismo, este fin del mundo anunciado con las trompetas del ángel televisivo de la violencia y la muerte, cabe sustituirlo por el dualismo maquiaveliano que supera con creces el pesimismo que hace al hombre culpable de todas las calamidades sobre la Tierra. Para el genio florentino el ser humano es una dualidad compuesta de razón e instinto. Y no conviene olvidar al respecto que el hombre ha sido culpable de todo el progreso que hoy disfruta la Humanidad. Por consiguiente, lo absolvemos.

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