La tribuna
Furia, bulos y la indignación como motor de cambio
Las consecuencias de la última DANA que ha azotado Valencia y otras comunidades autónomas son devastadoras. Las personas fallecidas, vehículos amontonados, calles y garajes anegados; familias de cuya situación se ha apoderado la incertidumbre, la pérdida y el dolor; destrozos materiales millonarios y el debate sobre qué administraciones han actuado negligentemente han encendido la ira colectiva.
En este sentido la indignación ha tomado dos caminos. Por un lado, exige responsabilidades: ¿por qué no se activaron los protocolos a tiempo? ¿Quién debió tomar el mando de la emergencia? ¿Por qué las infraestructuras para prevenir estas catástrofes no se llevaron a término? Por otro, amplifica un clamor por la acción climática, que en estos momentos tiene difícil situarse como prioritaria en la agenda pública, saboteada por la ola ultra global y sus focos puestos en la migración, la seguridad y en la negación del cambio climático.
Ni los fallecimientos ocurridos tienen justificación alguna, ni aun entendiendo el dolor y la ira que han producido la gestión y consecuencias de la DANA, las agresiones a los monarcas y a los responsables de las distintas administraciones el 3 de noviembre tampoco la tienen. Máxime cuando al parecer los presuntos autores no eran vecinos de Paiporta, sino grupos ultra desplazados en la zona con otro objetivo distinto al de exigir responsabilidades.
Ellis y Beck, entre otros, estudiaron los sesgos cognitivos que se producen en nuestra mente cuando estamos bajo una intensa emoción de ira. Por citar algunos: sesgo de confirmación, le doy más peso a la información que confirma mi enfado e ignoro la contradictoria; de atribución hostil, entiendo que un error ha sido un ataque deliberado; pensamiento dicotómico (todo o nada), “no hay Estado o el Estado ha fallado” y “solo el pueblo salva al pueblo”; sesgo de anclaje, la primera impresión sobre la situación que sostiene mi ira dificulta hacer un análisis equilibrado de lo ocurrido; Ilusión de transparencia, los motivos que causan mi furia son incuestionables y si no lo entienden así me frustro con los demás.
En este sentido los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad a la hora de realizar análisis equilibrados que permitan romper estos sesgos producidos por la ira. Los bulos han campado a sus anchas en las redes sociales aprovechando las emociones y los sesgos cognitivos generados. También la ciudadanía tiene una cuota de responsabilidad a la hora de contrastar la información que le llega y que sospechosamente le da la razón a todo lo que piensa.
La indignación, incuestionablemente comprensible, debe aprovecharse para dos cuestiones a mi parecer. Debemos exigir una evaluación profunda de la gestión de la emergencia que desemboque en compromisos reales para mejorar los sistemas que se anticipen a este tipo de catástrofes, así como ayudar a las víctimas. Y, además debemos demandar políticas climáticas más ambiciosas y cambiar nuestros hábitos diarios tomando consciencia de que ya estamos sufriendo las consecuencias del cambio climático.
La furia y la indignación han sido estudiadas desde la sociología y la psicología. Gustave Le Bon o Sigmund Freüd, ponían el acento en la irracionalidad de la masa y en la necesidad de un liderazgo autoritario, según Le Bon, emocional según Freüd. Recientemente, Stephen Reicher y Clifford Stott han demostrado que las masas no son irracionales por defecto, “La acción de las multitudes no es intrínsecamente irracional, sino que está moldeada por las identidades y normas sociales de los participantes”.
La historia nos enseña que los grandes avances sociales han surgido de momentos de indignación. Desde la lucha por los derechos civiles hasta el movimiento ecologista moderno, la ciudadanía ha demostrado su capacidad para forzar a los gobiernos y las empresas a rendir cuentas y cambiar sus políticas.
La indignación por la DANA no debería apagarse con el tiempo o perderse en el ruido mediático. Actualmente los vecinos de las distintas localidades afectadas siguen reivindicando que todavía hay mucho que hacer. Es el momento de exigir un cambio sistémico. Cambios que reconozcan la gravedad del cambio climático y prioricen la seguridad de las personas.
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