Francisco Reyero

Fabricando a una presidenta

8312617 2024-08-26
Fabricando a una presidenta

26 de agosto 2024 - 03:07

Tras el atentado sufrido por Ronald Reagan en 1981, se difundió la historia –presuntamente real– de la conversación del presidente estadounidense con el cirujano encargado de la intervención. “Quiero hacerle una pregunta, doctor, ¿es usted republicano?”, preguntó el viejo actor de Hollywood desde la camilla segundos antes de ser operado con riesgo cierto de muerte. Y el médico le sorprendió con una respuesta de guión hollywoodiense, “Presidente, hoy y aquí, todos somos republicanos”. Ficción o anécdota política, los americanos quieren creer este tipo de forjas legendarias, sean, como esta, de calderilla o incluidas a empujones en la biografía de una padre fundador. Este sucedido del presidente Reagan se detalla en la Biblioteca Presidencial del mandatario americano, biblioteca en la que se puede visitar el Air Force One de la década de los 80. Y he escrito biblioteca porque en la política americana un avión no solo cabe en una biblioteca (aunque sea preciso crear un hangar anexo) si no que, además, se entiende esencial.

Con Kennedy se estilizó la figura presidencial; con Reagan se cruzó la delgada línea de la persona y el personaje.

Todo proceso de construcción moderna de los presidentes conlleva una alta dosis de literatura, el moldeado de un figura, a la que, partiendo de un personalidad real, se añaden detalles, matices y valores tamizados por el marketing y decorada por ideales malbaratados como “libertad”, “justicia”, “igualdad”.

En 1960, Theodore H. White publicó el libro pionero The Making of a President, periodismo novelesco para explicar la modernidad de J.F.K. y su proyectada nueva imagen pública. Desde entonces hasta hoy han pasado 64 años. El ritmo frenético de nuestro tiempo, la confusión entre lo virtual y lo auténtico, ha propiciado la creación urgente (y exitosa) de Kamala Harris como figura presidenciable.

La descomunal maquinaria propagandística del Partido Demócrata –recordemos los costes desorbitados de los anuncios “Yes, we can” de Barack Obama durante la víspera de las elecciones presidenciales de 2008– ha triturado los plazos y ya tiene acabada y para entrega a una presidenta. Ante el abandono de Biden, acontecido el pasado 20 de julio, algunas voces demócratas, pocas, francamente, reclamaron la necesidad de cumplir las reglas y abrir un proceso democrático de elección del candidato. La selecta dirigencia se replegó con eficacia y en una “smoke-filled room” –la habitación llena de humo en la que se toman decisiones oscuras bajo la argucia de que es la solución más práctica y urgente– eligieron a Kamala. Desde entonces ha ejercido como candidata a la Casa Blanca durante varias semanas y retando incluso, desde su puesto de vicepresidenta, al candidato republicano, Donald Trump, a debatir con ella.

The Making of Kamala Harris ha sido un ejercicio portentoso de estrategia política, lleno de excesos, sí, pero excesos que han colmado las expectativas de la Convención Demócrata celebrada esta semana en Chicago. Y lo más importante, han colmado a innumerables americanos que estaban ajenos a la carrera presidencial. Porque no solo los grandes donantes se han animado en los últimos días a financiar la campaña de Kamala, también un millón y medio de ciudadanos, tacita a tacita, han sentido el pellizco de la donación.

Mientras el marketing y la propaganda brillaban y los televidentes se entretenían con el espectáculo, el lugar donde se celebraba la convención, el United Center de Chicago, estaba blindado, bajo el sonido constante de helicópteros y miles de policías armados recorrían la ciudad. Dentro se hablaba de libertad, de derechos civiles y de la importancia de la clase media.

Según los perfiles de Kamala, reescritos por los hacedores de presidentes Demócratas, en ella brilla un pasado modesto, el de una niña que se abrió paso con integridad y determinación. Este eslogan se repetía sabiendo que ella es sobria pero comunicativa, alegre pero contenida y risueña pero frontal.

Los cuatro días que ha durado la convención, los hoteles aledaños a la imponente Magnificent Mille de Chicago estaban cercados y se cortaba el acceso por calles adyacentes para garantizar la seguridad de políticos que también son multimillonarios. Eso pasaba en la principal calle de Chicago, en la Convención, familiares y amigas de Harris, retrotrayéndose a los tiempos de la escuela, recordaban con memoria prodigiosa el color de sus vestidos y cómo un día de colegio se enfrentó al abusón de la clase, plantándole cara y dejando definida su personalidad... presidencial.

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