La tribuna
Los muertos de diciembre
Esta semana ha tenido lugar la Convención Nacional Demócrata en Chicago, donde se ha proclamado a la candidata y candidato a presidenta y vicepresidente del partido para las elecciones estadounidenses del próximo noviembre.
Tras la aparente revitalización anímica ante la renuncia de Joe Biden, dilemas enormes recorren una parte importante de la ultrapolarizada sociedad estadounidense. Por un lado, el voto a un partido y una candidata, Kamala Harris, que, a pesar de tener una postura más humanista y de izquierdas que Joe Biden, forma parte de la misma Administración que ha enviado miles de millones de dólares en armas de precisión y que han acabado matando a incontables vidas inocentes en Gaza. Por otro lado, el voto a un partido, el republicano, y a un candidato que cuenta con una base muy sólida, de tintes sectarios, pero que también arrastra el rechazo de la mayoría del gabinete que trabajó con el propio Donald Trump y que, esta vez, viene con una agenda aún más radical.
El Partido Demócrata no está tan dividido como cabría esperar ante el drama humanitario que está sucediendo en Gaza, aunque ello no garantiza que las elecciones van a ser un paseo. Según las encuestas, tanto las publicadas como las internas que manejan los influentes superpacs –fondos creados para la financiación de las campañas, como Future Forward–, dan un empate técnico en los estados claves y muchos analistas lo achacan al profundo dilema moral que supone votar por una Administración que es corresponsable de los crímenes de guerra que se están cometiendo a ojos del todo el mundo. A pesar de todo, la candidatura Harris-Walz cuenta con el apoyo de numerosos líderes sindicales, de una gran parte de la sociedad civil, personalidades del entretenimiento y el deporte, del influyente matrimonio Obama o de congresistas muy críticas con la gestión de la guerra en Gaza, como Alexandria Ocasio-Cortez. Su mensaje se centra en la solución de viejos problemas como el acceso a la vivienda, el control de armas, la subida del salario mínimo o la expansión del acceso a la sanidad pública, entre otros. Un dilema entre el respeto a los derechos humanos en el exterior y la mejora de las condiciones de las clases medias y trabajadoras en el interior.
Ese dilema se ve acrecentado ante la otra alternativa: dejar que vuelva Donald J. Trump, felón convicto de 34 cargos, con una postura aún más radical respecto a qué hacer con Gaza, y que cuenta con un plan, el famoso Project 2025, un documento elaborado por los miembros más radicales de la anterior administración Trump, que promete un giro autoritario en el país. Este documento de 920 páginas es un elaborado decálogo de lo que la futura administración republicana deberá llevar a cabo en los primeros 100 días de mandato: eliminar los check-and-balance y darle más poder a la rama ejecutiva del Estado en contra del legislativo y el cuerpo funcionarial; eliminar el ministerio de educación; prohibir la píldora abortiva a nivel federal; redefinición de la familia “en términos bíblicos”; eliminar los planes de energía verde, o reducir la asistencia sanitaria gratuita a quienes no pueden pagársela. En definitiva, un programa de corte autocrático, ultraconservador, fundamentalista cristiano y libertario en lo económico.
El dilema no sólo golpea el proceso de toma de decisiones entre las bases demócratas, sino también entre votantes considerados independientes e, incluso, entre los republicanos. Es chocante ver a prominentes figuras del partido conservador, incluso a un grueso importantísimo del gabinete que trabajó codo con codo con Trump, pedir el voto por Harris ante la amenaza a la democracia que supondría su vuelta. Su promesa de amnistiar a todos los condenados por el asalto al Capitolio, sus críticas y desmanes a las democracias aliadas, su deseo de ser dictador “sólo el primer día”, su voluntad de eliminar la constitución americana y sus odas a líderes autocráticos como al chino Xi Jingping, al húngaro Viktor Orban o incluso al norcoreano Kim Jong-un no dejan de preocupar a un sector clave de las bases conservadoras.
A pesar de los mensajes de esperanza, el júbilo despertado y los globos multicolor vertidos estos días en Chicago, la sociedad estadounidense se despertará mañana, una vez más, con profundos dilemas que resolver colectivamente, obligada a elegir entre convicciones morales o el miedo a perder la que un día consideraron la democracia más antigua del mundo.
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