La tribuna
El móvil del notario
No voy a hablar de fútbol en este artículo sino de otro derby, el de la ciencia, que se juega desde hace mucho tiempo entre Madrid y Barcelona. Y en este partido Barcelona golea a Madrid a pesar de las importantes instalaciones docentes y científicas, muchas de ellas más que centenarias, de la capital de España. ¿Por qué son de Cataluña varios de los centros de investigación que lideran la investigación de nuestro país? Permítanme que la contestación la personalice. A finales de los setenta y comienzos de los ochenta, el Hospital Clinic de Barcelona creó una Fundación y entre las primeras cosas que hizo fue dedicar voluntariamente un 1 % del sueldo de la plantilla médica para un fondo que permitiera enviar a colegas jóvenes a formarse al extranjero. Sirva este ejemplo como símbolo, pues todo lo demás que ha ocurrido en Cataluña ha estado presidido por este empeño por la investigación científica y el conocimiento. Las consecuencias no se hicieron esperar. Entre otras que a lo largo del último cuarto del siglo XX los médicos (en mi caso) y muchos científicos dejamos de mirar a Madrid y pusimos la mirada en Cataluña, donde se estaba haciendo “otra cosa”. Mientras tanto, Madrid, con la gran herencia recibida a lo largo de la historia, era una muestra de ineficiencia en la gestión del conocimiento. En Cataluña se estaba desarrollando un modelo de apuesta por el conocimiento, más moderno y eficiente, que la llevó a ocupar los primeros puestos de producción científica en muchas áreas, desde luego en biomedicina que es la que mejor conozco, a dirigir sus líderes científicos y profesionales muchas de las iniciativas de gestión de la investigación estatal y a sus grupos de investigación a conseguir la mayor porción del pastel de ayudas públicas nacionales. Es cierto que hubo que pagar peajes pues pronto el efecto Mateo impuso sus implacables reglas. En una ocasión en el seno de un debate celebrado en Barcelona sobre los modelos de gestión de la ciencia, defendí que aplicando solo criterios meritocráticos, era imposible que Andalucía convergiera, proponiendo que una parte de los recursos se adjudicaran con otros criterios. Indignada, una distinguida investigadora del Vall d’Hebron, directora de un grupo con más de un centenar de investigadores, contestó implacable que lo que yo quería en realidad era “otro PER, pero científico, para Andalucía”. Faltaba ya poco para que muchos de aquellos integrantes del lobby catalán científico salieran del armario independentista y mostraran la patita “supremacista”. Y entonces se acabó la fiesta, pues muchos de los que nos habíamos echado en brazos del “milagro” catalán no le vimos a aquello gracia alguna. Y lo dijimos. Y reclamamos con ironía que se “nos devolviera el rosario de mi madre y se quedaran con todo lo demás”. Habían sido muchas las inversiones en ciencia que, pudiendo haber venido a otras ciudades de España (a Málaga, por ejemplo), terminaron en Barcelona. Un mérito sin duda del “lobby catalán” pero también de la benevolencia del resto de los grupos científicos que aceptamos gustosamente el liderazgo catalán pues ingenuamente habíamos creído que “cuanto mejor Cataluña mejor estaría el resto de España”. Hoy sabemos que de haber tenido éxito el procés, toda aquella inversión realizada en Barcelona (tangible e intangible) hubiera sido irrecuperable. Y aquí estamos a punto de terminar ya el primer cuarto del siglo XXI cuando el debate sobre la gestión del conocimiento de las dos grandes ciudades españolas, Madrid y Barcelona vuelve a estar de actualidad, ahora por la crisis de las universidades públicas madrileñas. Superado (esperamos) el procés, hay pocas dudas de que las razones del liderazgo de Cataluña en investigación han sido consecuencia de la apuesta por el conocimiento científico, la captación de talento, el control de las universidades privadas y el fortalecimiento de las universidades públicas y los OPIs catalanes. Un modelo distinto al de Madrid que, siendo la comunidad más rica, es también la que menos invierte por habitante de toda España en sanidad y educación, lo que tiene como consecuencia un desplazamiento de los servicios públicos hacia el sector privado, no siendo una casualidad que sea la CCAA donde la sanidad y la educación privadas están más implantadas y que sus universidades públicas sean las peor financiadas por alumno a pesar de ser un 36,5% más rica que el resto de las CCAA españolas. En Madrid se está librando lo que los neoliberales del PP, con la señora Ayuso y la señora Aguirre a la cabeza, llaman con toda propiedad una “guerra cultural”, una guerra ideológica de la que es una muestra la campaña de desprestigio y asfixia que sufren las universidades públicas madrileñas. Un ejemplo que se está extendiendo a Andalucía en donde la producción científica está muy por debajo de Madrid o Barcelona y mucho más si se relativiza por su PIB o número de habitantes y en la que la invasión de las universidades privadas se está produciendo de manera silenciosa, como si de una plaga se tratase. Universidades privadas cuya aportación a la investigación científica está cercana a cero. No parece que este sea el camino para la regeneración científica de España ni, desde luego, de Andalucía. Pero siempre nos quedará Cataluña. Quién lo iba a decir.
También te puede interesar
Lo último
Fútbol | Liga de Campeones
Las imágenes del Borussia Dortmund-Barcelona
Fútbol | Liga de Campeones
El Barça incendia Dortmund y ya es segundo en la Champions (2-3)