La tribuna
Muface no tiene quien le escriba
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La democracia siempre está en peligro, entre otros motivos, porque como sistema de participación, ésta es ejercida incluso por sus enemigos. La democracia no es el menos malo de los sistemas políticos, sino el mejor de los conocidos y el que da sentido a nuestra civilización. Sin embargo, podríamos decir que, dado su funcionamiento, se encuentra en riesgo permanente, aunque en determinados momentos de la historia se agudizan los peligros y los ataques, en muchas ocasiones encubiertos, sobre el sistema político que ha permitido las mayores conquistas de la Humanidad.
En los últimos tiempos, apreciamos síntomas y evidencias preocupantes sobre los riesgos para la democracia no sólo en los ámbitos internacionales, también en nuestros entornos más cercanos: la agudización de la desigualdad económica y de derechos; la partitocracia que conduce a la bunquerización y exclusividad de las vías de participación, fagocitadas por los partidos políticos; la imposición encubierta de valores sobre la vida privada a través de profundos mecanismos de control proporcionados por el Big Data, el nuevo Gran Hermano; el cuestionamiento permanente de los valores de la democracia, mediante la apelación al miedo, la inseguridad y la pérdida de unas supuestas identidades que, parafraseando a Samuel Johnson, no son más que refugios de canallas que ocultan sus verdaderos intereses; y, por último, la tergiversación y el falseamiento de contenidos básicos de la Ciencia, la Historia, la Filosofía…, otorgando veracidad al pseudoconocimiento. Todo lo anterior, puesto en marcha con un lenguaje perverso y manipulador, y la complicidad de medios masivos de comunicación que, con apariencia de objetividad, crean opiniones de masas contrarias al criterio propio y libre de los ciudadanos.
La escuela pública es uno de los grandes logros de nuestra civilización. Hace posible el acceso al poder del conocimiento de los ciudadanos, mediante una enseñanza básica, y desarrolla los elementos comunes de la cultura de un pueblo y el respeto a la de otros. La democracia es causa y debería ser consecuencia de la escuela pública, de ahí que defendamos que en los centros educativos debe mantenerse, por parte de todos los que trabajamos en ellos como funcionarios públicos, una vigilancia permanente sobre el desarrollo de los principios de una institución que debe ser uno de los pilares para la buena salud democrática.
Pero cómo podemos colaborar a la educación democrática de los ciudadanos en el momento actual, teniendo en cuenta los mecanismos sibilinos de entes tan poderosos que contradicen los fines de la institución escolar. La democracia se aprende participando, es decir viviéndola. De nada sirven las buenas y grandilocuentes palabras, si los alumnos no ven participar a sus docentes en la vida de los centros, y a la vez ellos no participan mediante cauces puestos a su servicio. La democracia se aprende cuando las decisiones son transparentes y no oscuras y anónimas como suele ocurrir cuando el funcionamiento es burocrático. La democracia se enseña cuando, como decía la inspectora Isabel Álvarez, educamos para la sociedad y la cultura y no al margen de ellas. La democracia se enseña, cuando ponemos en evidencia la diferencia entre lo privado y lo público o común, y optamos por esto último. La democracia se enseña, cuando somos capaces de descubrir, denunciar y criticar el uso perverso de los lenguajes, no solo el hablado y escrito, sino el de las imágenes y el digital. Y, por último, la democracia se enseña defendiendo el conocimiento evidente que las ciencias, de todo tipo, han desarrollado, y enseñando a desvelar su falseamiento. Pero la escuela pública no se basta por sí sola, necesita entornos con valores y comportamientos democráticos, sin los cuales poco puede hacerse. José Antonio Marina lo ha expresado bien recientemente: "Si los corruptos triunfan, saldrán muchos corruptos, aunque prediquemos la honradez". Necesitamos auténtica democracia en el funcionamiento de nuestra sociedad porque, en caso contrario, de poco servirá lo que se haga dentro de la escuela.
La democracia está en peligro, siempre lo ha estado, y los que trabajamos en y para la escuela pública debemos enseñarla, para fortalecerla y protegerla de los sutiles mecanismos que la amenazan. Como principio fundamental y básico, la enseñanza de la democracia exige afrontar el problema de la desigualdad que hiere de muerte a la escuela pública y pone en grave riesgo la soberanía ejercida por el pueblo.
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