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Pizza precocinada, bollería industrial, ¡hasta ensaladas preparadas! Los alimentos ultraprocesados pueblan los lineales de los supermercados y nuestras despensas. Son cómodos de cocinar, rápidos, y seguramente muy sabrosos. Pero, ¿son sanos? Definitivamente, no. Una y otra vez, diferentes estudios científicos demuestran lo que el sentido común ya nos apunta: no nos hacen ningún bien.
Uno de los más recientes, publicado en Cell Metabolism, confirma que, incluso a iguales cantidades de nutrientes, sodio o fibra que otros alimentos, los ultraprocesados nos hacen engordar más y aumentan nuestra grasa corporal (el estudio comparó individuos sanos que comieron, de forma controlada, ambas dietas en quincenas alternas). Aunque no está totalmente claro por qué sucede esto, se apunta a que podría estar relacionado con las hormonas: parece que cuando consumimos una dieta basada en productos no procesados la PYY, responsable de suprimir el apetito, se incrementa, mientras que decrecen los índices de ghrelina, conocida por inducir el hambre. Es decir, nuestro apetito se reduce cuando basamos nuestra dieta en alimentos con un nivel bajo de procesamiento. Además, la comida ultraprocesada es mucho más fácil de comer (más suave, masticación más sencilla…), por lo que nuestro cuerpo tarda más en darse cuenta de que está lleno y por tanto comemos más.
No es la única prueba. Otras investigaciones son incluso más preocupantes, como la realizada en la Universidad de París-Sorbonne (publicado en JAMA Internal Medicine), que confirma la relación directa entre entre el consumo continuado de alimentos ultraprocesados y el incremento de la mortalidad. Se determinó que un aumento del 10% en el consumo de alimentos ultraprocesados, se asocia directamente con un incremento del 14% de riesgo de muerte. O la publicada en el British Journal of Nutrition, que demostraba la relación entre ultraprocesados y riesgo de cáncer: por cada 10% de aumento de consumo de ultraprocesados aumenta un 12% el riesgo de padecer algún tipo de cáncer.
Pero, ¿qué son los ultraprocesados?
El índice NOVA, el más habitual y reconocido para esta clasificación, considera un alimento ultraprocesado aquél que ha sido elaborado a partir de ingredientes ya procesados (no frescos), incluyendo aditivos industriales (colorantes, aromatizantes, conservantes…). En general, este tipo de alimentos tiene un elevado contenido en sal, azúcares o grasas saturadas, además de una gran densidad energética y carbohidratos refinados. Así, un alimento no procesado sería verdura o fruta natural (incluso congelada), carne, huevos…; después estarían los ingredientesculinarios procesados: sal, azúcar, mantequilla, miel…; los alimentos procesados, que pueden contener de dos a tres ingredientes (algunas conservas conservas, quesos, cerveza…), y por último, los ultraprocesados, que tienen más de cinco ingredientes en su composición entre los que suele haber innumerables aditivos y estar sometidos a procesos industriales como la hidrogenización, extrusión y otras técnicas poco saludables.
Que este tipo de alimentos no son ideales para la salud es algo que más o menos todos nosotros damos por supuesto. Sin embargo, en nuestros frigoríficos siguen abundando. Y es que, incluso para los consumidores que saben lo que quieren (y lo que no), ir a la compra se convierte muchas veces en una carrera de obstáculos en la que nos vamos encontrando dificultades que no siempre sabemos sortear. Hay algunos muy fácilmente identificables como los snacks, los refrescos o la bollería industrial, pero otros se disfrazan de sanos, con etiquetas como light, saludable o bajo en calorías, como algunos tipos de quesos, cereales, alimentos infantiles, o yogures que consumimos (e incluso pagamos más caros) pensando que son buenos cuando en realidad son ultraprocesados nada recomendables. Desde aquí llamamos a la transparencia de las marcas y a la regulación por parte de las autoridades para que todos podamos, por fin, saber lo que comemos. Y elegir.
Afortunadamente, los consumidores de hoy somos cada vez más conscientes y poco a poco nos vamos dando cuenta de que lo que comemos sí que importa, de que de ello depende nuestro bienestar presente y futuro, de que una alimentación sana es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos y a nuestras familias.
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