José María Agüera Lorente

¿Cómo defendemos Europa?

La tribuna

7400495 2024-06-26
¿Cómo defendemos Europa?

26 de junio 2024 - 03:08

En un par de años hará cuatro décadas que España ingresó en el club de los privilegiados, la Comunidad Económica Europea por aquel entonces. Era cuando el proyecto europeo representaba un horizonte de esperanza. Europa era esperanza. Ahora es temor. Los resultados de estas últimas elecciones así lo demuestran. Celebradas en fechas prácticamente coincidentes con la conmemoración del desembarco de Normandía, cuando se llevó a cabo el sacrificio supremo de vidas jóvenes para asaltar la fortaleza nazi continental, volvemos a enfrentarnos al ascenso de partidos que, de una forma u otra, acogen ideológicamente elementos que son ingredientes esenciales de la matriz de aquel fascismo del primer tercio del siglo XX. Otra vez. Y la Francia que fue liberada a tan alto precio ahora se ve abocada a unas inminentes elecciones que han llevado a la movilización política de los partidos que temen lo peor: una Asamblea Nacional de la República con mayoría de ultraderecha.

Europa en estado de defensa (o de guerra, como nos advirtió Josep Borrell, nuestra autoridad europea en asuntos exteriores y política de seguridad a propósito de la agresión rusa a Ucrania). Recelosa de quienes vienen a ella en busca de una vida mejor, condescendiente con el mensaje del sector más a la derecha de la derecha del espectro político. Europa se encuentra hoy por hoy debilitada a la vista de los resultados que arrojan las urnas en todo lo que constituye el complejo de valores fraguados históricamente en el Siglo de las Luces, siendo su núcleo esencial el reconocimiento como un derecho universal de la aspiración a una vida digna de todo ser humano. Para cumplir con esa tarea que se atribuyó a la política se entendió en el meollo de la modernidad que el conocimiento –es decir, el amor a la verdad– es ingrediente irrenunciable. Hoy es una angustiosa evidencia que el bulo se ha convertido en un recurso normalizado a efectos del debate democrático.

¿Cómo se defiende Europa? ¿Con armas y con fronteras militarizadas o con la promoción efectiva de los valores genuinos de la civilización europea al mismo tiempo que se mejora la vida real de los europeos? No veo cómo esto último es realizable desde un gobierno de la Unión condicionado por el nacionalismo identitario más conservador y populista que desprecia la verdad y la justicia social. Su propuesta carece de la luminosidad de esa Europa que tanto ha contribuido a que países como España hayan mejorado la vida de su ciudadanía. La misma Europa que aspiró a lo máximo en términos políticos cuando se propuso para su aprobación por cada Estado miembro el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Desde entonces la utopía de unos Estados Unidos de Europa ha desaparecido del horizonte de la historia con el cambio de siglo cuando a finales del pasado parecía una aspiración realista una vez consumada la reunificación de Alemania.

Desde que dio comienzo este siglo la Unión Europea es un ente político valetudinario. En primer lugar, con el rechazo en grandes países como Francia y los Países Bajos a la propuesta de Constitución Europea, luego con la crisis de 2008 que expuso a las claras las fallas del diseño institucional que daba soporte al recién creado euro y que trajo la despiadada política económica “austericida”; en seguida, el terrible trauma griego ante la insolidaridad institucional europea liderada por los países más ricos; luego, a renglón seguido, el Brexit, y desde entonces hasta hoy el crecimiento de la carcoma de las opciones políticas nacionalistas, conservadoras, identitarias y populistas. Que no pretendan convencernos de que Vox y Fratelli d’Italia no son lo mismo; básicamente comparten esos cuatro rasgos todos los que son de la misma calaña. Veneno para la UE.

Fue precisamente un filósofo italiano, Alessandro Ferrara, quien a finales del siglo pasado, escribió en su libro La fuerza del ejemplo: “La influencia política que una UE más integrada puede ejercer sobre el escenario mundial depende, más que de ninguna otra cosa, de la fuerza que le da el constituir un ejemplo de cómo la dignidad humana puede ser protegida de manera óptima y de cómo la diversidad puede reconciliarse con una unidad sin disolverse en la homogeneidad”. Los recientes resultados de estas últimas elecciones demuestran bien a las claras que Europa no camina en esa dirección. La altísima abstención es la principal prueba de ello. ¿Cómo la defenderemos si ni siquiera somos capaces de votar por ella?

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