F. Javier Merchán Iglesias

El curso de la inercia

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El curso de la inercia

03 de julio 2024 - 03:08

El curso escolar que está próximo a terminar, no pasará a la historia. Las experiencias que hayan vivido sus principales actores –alumnos, docentes y familias–, dejarán huellas más o menes indelebles en la biografía de cada uno, pero, en lo que hace a la política educativa, el curso no pasará a la historia. O sí. Puede pensarse que durante estos meses no ha ocurrido nada relevante, pero, mirando por otro lado, también cabe pensar que eso es precisamente lo importante, que nada o casi nada ha cambiado y que este curso escolar podría bautizarse como el curso de la inercia. La inercia es una propiedad de los cuerpos que consiste en la resistencia que ofrecen a que se modifique su estado de movimiento. Es decir, una vez que alguna fuerza los impulsa en una dirección, se mantiene indefinidamente el movimiento, a no ser que otra fuerza lo detenga o cambie su trayectoria. De manera, que cuando se dice el curso de la inercia no se quiere decir exactamente que no haya ocurrido nada, sino que la educación sigue moviéndose en la misma dirección que se le aplicó hace algunos años, puesto que la administración no tiene interés en modificar esa trayectoria –antes al contrario– y los que sí lo tienen carecen de la fuerza suficiente para hacerlo. A estas alturas, la naturaleza y dirección de ese movimiento es de sobras conocida.

Uno de sus principales vectores es el hecho de que el mundo de los negocios se implica cada vez más en el sector educativo. Excepto (de momento) en la enseñanza obligatoria, esa penetración la vemos en la proliferación de universidades privadas que –en su mayoría– no dejan de ser empresas vendedoras de títulos, la vemos en la presencia de fondos de inversión en las enseñanzas de Formación Profesional, o en el formato de pequeñas empresas adoptado para el primer ciclo de la Educación Infantil. Correlato de este fenómeno es la progresiva reducción del sector público, una reducción que, a propósito del descenso de la natalidad, se nutre también de la supresión de unidades escolares públicas en los niveles básicos, mientras que, en líneas generales, se mantienen en los centros privados concertados.

Por otra parte, no acaba de fraguar la promesa de avanzar hasta el infinito en la mejora de la calidad de la formación de niños y jóvenes. Promover cambios significativos (y no meramente aparentes) en el currículo escolar y en las formas de enseñanza, es asunto complejo que parece abandonado a su suerte. En este sentido, hace ya algún tiempo que la política educativa hizo suya la idea de que lo importante era encontrar una suerte de artefacto psico-pedagógico que condujera inexorablemente al éxito y… esperar a que ocurriera el milagro. Pero, tras el pretendido impulso reformista que recientemente consistió en adoptar fórmulas tecno-burocráticas (competencias, situaciones de aprendizaje…), la inercia juega sus bazas y todo cambio parece encallar en las orillas de las rutinas escolares. Más allá de discursos complacientes o de medidas simbólicas, la realidad es que la potencialidad del sistema educativo como instrumento de democratización del conocimiento y la cultura está manifiestamente desaprovechada. A este respecto, pocas cosas han cambiado en el curso que ahora termina. Aunque con mecanismos cada vez más sofisticados, casi todo lo importante sigue la misma trayectoria de años anteriores.

En fin, cada curso escolar que no se avanza en cohesión social es un año perdido. El sistema educativo tendría que ser una pieza fundamental en la aspiración de toda sociedad democrática de alcanzar mayores cotas de igualdad y justicia. Pero el que algunos han llamado ascensor social parece estar averiado, pues, al contrario, el movimiento que se observa es hacia una profundización en la segmentación social, algo en lo que tiene mucho que ver la política de escolarización que empuja en la dirección de que cada clase social tenga su propia escuela. Sabemos que, por sí misma, la educación no tiene capacidad para resolver las diferencias sociales, pero algo puede hacer para frenar la fuerza de la inercia que se mueve en dirección opuesta. No me consta que en el curso que ahora termina se hayan adoptados medidas significativas al respecto.

Por supuesto, no faltará quien haga un balance positivo de este curso escolar, pero, en lo que hace a los grandes temas de la política educativa, salvo la inercia que sigue actuando, poco o nada se puede decir. Quizás será que nuestros gobernantes andan enfrascados en asuntos de mayor importancia y haya que esperar a mejores tiempos para la educación.

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