La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
La tribuna
Desde hoy se cierran escuelas, institutos y universidades en Andalucía (también en otros muchos lugares). Se suspenden todas las actividades culturales, deportivas y reivindicativas. Se nos recomienda con insistencia quedarnos en casa, reducir al mínimo las relaciones sociales, no salir a la calle salvo por causas imprescindibles. Ante esta situación de excepcionalidad, que se aproxima a un toque de queda -esperemos no ver en las próximas semanas patrullar militares con armas donde debería haber nazarenos y bandas de música-, y ante la histeria colectiva que se está propagando de forma mucho más rápida que el coronavirus, me asalta una duda: ¿está todo esto suficientemente justificado?
Parto de la siguiente pregunta, que no es baladí ni inocente: ¿se trata realmente de una gravísima crisis de salud o es más bien, sobre todo, una grave crisis hospitalaria? Porque no es lo mismo. Si ponemos el ejemplo de Sevilla y provincia, a viernes 13 de marzo existían oficialmente 13 contagiados (en más de millón y medio de personas), y 158 en el total de Andalucía (más de ocho millones y medio de habitantes). Unos datos que no se corresponden con la dimensión de la alarma. Es cierto que en los próximos días estas cifras aumentarán porque estamos ante una epidemia mundial -negarlo sería una idiotez-, pero convendría considerar que cada invierno hay varias de las que apenas se publican estadísticas y que son mucho más mortíferas, como la misma gripe en algunas de sus variantes. Y casi nadie ha muerto, ni aquí ni en ningún sitio, por efecto directo del coronavirus sino por otras causas ya previamente existentes. El virus debilita las defensas y de ahí que los colectivos de riesgo sean los enfermos crónicos y las personas de edades avanzadas.
¿Por qué, entonces, la psicosis general, incluso el pánico, que se ha desencadenado y las extremas medidas que nos han sido impuestas por parte de las autoridades, perturbando gravemente nuestras vidas? Apuesto a que no es porque casi todos conozcamos a alguien que se haya infectado. Han sido las televisiones -que llevan semanas con este como tema monográfico- y los políticos -con sus declaraciones y medidas "de acuerdo con los protocolos"- los que han generado lo que ya se acerca a una histeria colectiva, en la que están cayendo incluso personas que no pensábamos lo harían. ¿Qué interés pude haber en provocar esta psicosis?
Mientras alguien no me demuestre lo contrario, pienso que el problema no es tanto de salud sino hospitalario. Me explico. Desde 2008 han sido eliminadas en la sanidad pública miles de camas en los hospitales y ha descendido espectacularmente el número de médicos, enfermeros y otro personal sanitario. No había que ser demasiado listo para prever que cualquier brote epidemiológico pondría de manifiesto los déficits que son consecuencia de esta política de recortes. Y esto es, precisamente, lo que creo que se pretende ocultar, o al menos minimizar, sobredimensionando la importancia del brote que se ha producido, el del llamado coronavirus, sobre el que, por cierto, casi nadie pregunta cuál es su origen concreto, tratándose, como es el caso, de una transmisión de animales a humanos (algo que se viene produciendo con cada vez mayor frecuencia desde la crisis de las "vacas locas" hasta hoy, en paralelo con la conversión de la ganadería en industria hiperintensiva en manos de trasnacionales).
¿Qué está más en peligro, la población andaluza, española o incluso mundial, o la eficacia y el crédito de los sistemas públicos hospitalarios -en Andalucía, el Estado español y el mundo en general- que han sido en gran parte desmantelados negándoles los recursos indispensables, tanto humanos como materiales, para cumplir adecuadamente sus funciones?
¿No es sospechoso que se pretenda que interioricemos que depende de cada uno de nosotros -del estricto cumplimiento individual de lo que se nos impone o recomienda- cuál vaya a ser el futuro próximo de la epidemia? No estoy cuestionando que, en este como en otros muchos temas, debamos actuar con responsabilidad. Es obligatorio hacerlo, pero con inteligencia y utilizando nuestro raciocinio. Porque, al igual que el problema del grave déficit de agua no es resultado de que nos cepillemos hoy los dientes, bajo el grifo, mucho más que en el pasado, tampoco la acción preventiva personal (que debe ser permanente en cuestiones de higiene y otras) puede suplir la planificación inadecuada ni las consecuencias de los ataques a la Sanidad pública por parte de "nuestros" gobernantes siguiendo la doctrina del neo(ultra)liberalismo. La situación actual es mucho más una consecuencia de esto que del coronavirus.
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