La tribuna
No es arte, es violación
Titulados así los párrafos que siguen, algún anticipo es necesario. Comercios nefandos y cópula ilícita eran pecados mayores que el papa Inocencio VI atribuía al rey don Pedro, a mediados del siglo XIV, sin que procediera el secreto de confesión, pues tales pecados parecían públicos y cabe pensar que nunca fueron confesados por tan singular monarca. La sede papal estaba entonces en Aviñón, pocos años antes de iniciarse, en 1378, el Gran Cisma de Occidente, y el papado de Inocencio VI (de 1352 a 1362) transcurre durante el reinado de Pedro I (de 1350 a 1369). El padre del rey, Alfonso XI, prácticamente había subastado el matrimonio de su heredero ante los intereses comerciales y bélicos (la guerra de los Cien Años comenzó en 1337) de los enfrentados reinos de Francia e Inglaterra. Muerto Alfonso XI, su esposa la reina María de Portugal y el poderoso valido Juan Alfonso de Alburquerque intervienen para acordar el matrimonio de Pedro I con Blanca de Borbón, hija del duque también llamado Pedro I, de Borbón. Juan II el Bueno, rey de Francia, acuerda el matrimonio –por tratarse de una alianza entre los reinos de Castilla y de Francia– e Inocencio VI, asimismo, predispone y bendice el enlace.
Ahora bien, Pedro I, que rozaba los dieciocho años de edad, había conocido, algo más de un año antes de la llegada a Valladolid de Blanca de Borbón, en 1353, para la celebración del matrimonio real, a la doncella María de Padilla, de la que pudo enamorarse apasionadamente y con la que, tras los primeros encuentros, tuvo pronto una hija, la primera de cuatro vástagos de esta relación, Beatriz, que nació antes de llegar Blanca de Borbón rey celebra la unión con esta, para lo que cuenta con la compresión de María de Padilla, pero Pedro I abandona a Blanca muy pocos días después del matrimonio y ordena confinarla, como permaneció hasta su muerte en Jerez de la Frontera, en 1361. Un año después, en 1362, murió María de Padilla, en Sevilla, con la que el rey estuvo unido durante prácticamente una década.
Tal conducta del rey, cuyas motivaciones han sido objeto de interpretaciones variopintas y no siempre fundadas, contraría sobremanera al papa Inocencio VI, cuidadoso de los intereses de Francia, y el pontífice mantiene una continua relación epistolar con el monarca, mediante bulas que se suceden a lo largo del reinado. Sus contenidos están disponibles en algunas poblaciones en latín y, recientemente, el profesor Baldomero Macías Rosendo, destacado investigador, que cuenta con el Premio Nacional a la Mejor Traducción, por una obra de Benito Arias Montano, ha realizado la traducción de una relevante muestra de esas bulas, que figura en el ensayo histórico y biográfico María de Padilla. Favorita del rey don Pedro y reina después de morir (Almuzara, 2024).
Una de tales bulas, cuya traducción fue anteriormente hecha, en 1910, por Juan Bautista Sitges, en su obra Las mujeres del rey don Pedro I de Castilla, es enviada por el papa Inocencio VI al cardenal legado Guillermo de La Jugie, el 16 de agosto de 1355, para que intervenga ante la actuación de dos obispos que permitieron la posterior celebración de otro matrimonio del rey Pedro I con la gran noble castellana Juana de Castro –boda, esta sí, que pareció indisponer a María de Padilla, aunque el rey abandonó a Juana solo un día después de casado–. Así comienza la bula: “Al amado hijo Guillermo, cardenal diácono de Santa María de Cosmedín, legado de la silla apostólica, salud. Habiendo llegado a nuestros oídos ya ha tiempo la para Nos molesta y desagradable aserción, de que nuestro muy amado hijo en Cristo Pedro, rey ilustre de Castilla y León, traspasando los límites del regio pudor, abandonada nuestra muy amada hija en cristo, Blanca, reina ilustre de Castilla y León, su mujer, por las desordenadas pasiones, había asociado a cierta mujer, desvergonzada y públicamente para comercios nefandos y cópula ilícita, y que después de haber pasado con la tal muchos años en tratos abominables, como no la hubiese abandonado ni la abandona se había asociado además otra”.
Poco más de un año antes, el 6 de abril de 1354, el papá se dirigió también al rey para manifestarle su beneplácito ante la intención de María de Padilla de fundar un convento y, con la traducción de Baldomero Macías, en la bula figura una referencia del papa a la “querida hija en Cristo María de Padilla”, a la que el rey se unió “en nefando trato por seducción del diablo y estimulándote los encantos de la sangre juvenil”. Será cuestión, entonces, de seguir contándolo.
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